Tiempo de tristeza, pecado, juicio y el recuerdo de la salvación de Maximiliano Ravidabia.
Todo el camino permanecimos en el silencio. En mí se cernía los efectos de una vergüenza y tristeza. Eran mis caprichos, sutilezas del orgullo y la fama; males que pensé haber abandonado, que me hicieron olvidarme de los otros. Por estos males expuse a mis compañeros a peligros, peligros que en esta tierra son la carne de mi propia locura. Me he dado cuenta que los peores pecados son los que nacen de la negación del otro y de nuestra necedad por sentarnos encima de todas las cosas como únicos soberanos. Pensé haber progresado en estas debilidades, pero me he mantenido en el mismo lugar, ignorante de que el pecado es original, natural y perpetuo.
Hundido en estos asuntos que agobian el espíritu escuché el grito de Ordoño que iba delante de nosotros. Temiendo que su vida estuviera en riesgo, hicimos correr los caballos. Ante el vibrar de la marcha, desde la fronda salieron millares de pequeñas aves de colores verdes, amarillos con tintes azulados y brillantes en las plumas de sus alas. Aquello nos llenó de alegría, la cual se sumó a saludos y golpes en la espalda, porque vimos a Ordoño arrodillado, otorgando una plegaria de agradecimiento a los cielos.
Habíamos encontrado el sendero que lleva a la Montaña donde ascienden las luces.
Próximo Capítulo
Los tres seres demandan respuestas a Maximiliano Ravidabia.
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