sábado, 30 de enero de 2021

Series CBE: La Montaña Donde Ascienden Las Luces (IX)







Recibimiento de la compañía y de cómo Maximiliano Ravidabia conoce el secreto de la tierra extraña. Una casa en el centro del pueblo.


Fuimos visitados en laudes por una comitiva conformada por tres hombres. Estos fueron dirigidos hacia nosotros por la mujer que nos acogió en el establo. La mujer hizo una señal que invitaba a reconocer en los caballeros la idoneidad para intercambiar palabra. Puestos nosotros en pie, me acerqué a esos hombres junto a Froilán Puigdorfila como escolta. Aguardé a que ellos iniciaran los cortejos para así asegurar mis actos, procurando que en ellos no hubiera rastro de ofensa, descortesía u otros agravios; que son muchos y propios del trato humano.

La ceremonia llegó con la misma costumbre de los cortesanos de nuestras tierras. Respondimos junto al escolta con las mismas maneras, pero con recato de humor. El señor que presidía la comisión se presentó como Guijarro, sin raíz en casa alguna. No indagué sobre estos asuntos por respeto.

La compañía fue invitada a salir del establo, y una vez abandonada la cuadra vimos hombres, mujeres y niños que hacían sus labores y juegos diarios sin que nuestra presencia fuera motivo de interrupción. Caminamos siguiendo la dirección de uno de los miembros del comité. Guijarro me invitó a caminar a su lado. 

En su compañía, Guijarro me brindó información sobre nuestro paradero, así como explicación de cómo el hado nos arrastró a estos lares. Fui instruido en la historia del lugar, en su política, su tradición, y fueron resueltas las dudas que yo permute frente al Cristo negro. De acontecer la lectura de este cuaderno por ojos ajenos, habrá de notar el lector que no existe en mí la intención de brindar detalles de navegación, localización o de cualquier tipo sobre este lugar. Esto no responde a ninguna intención mezquina de mi parte por negar a mis compañeros, o a quien se encuentre con este escrito, el goce del saber y la oportunidad de dirigir viaje a estas tierras. La mudez que guardo sobre este país es mi respuesta a la petición de Guijarro, anfitrión y representante de los intereses de este pueblo.

Guijarro, quien funge labor amplia en las tareas de administración del pueblo, me advirtió de su señor, de sus excentricidades, sus pecados y encanto. 

Alcanzamos el centro del pueblo dejando atrás la humildad de los hogares de sus habitantes. Ahí nos encontramos con una irrupción de lo que esperábamos sería una urbanización cualquiera. Se sabe que las casas de la nobleza tienden a instalarse apartadas y por encima del resto; muestra de su perpetuo dominio. La casa de este hombre a la que nos dirigimos era hasta diez veces más grande que la de sus vecinos y se encontraba en el centro de la ciudad, y toda la compañía es testigo de que en dicha casa hay rasgos del trabajo y el arte que labró nuestras catedrales; que en ellas son testimonio del credo y devoción a nuestro Dios. En esta casa, que es casa de hombre, sólo queda en manifiesto la aspiración del pecador de llegar a ser como un dios. En este dictamen no existe duda ni error. En esa opulencia yacía oculta la pudrición del pecado. Indiqué a los hombres, antes de cruzar las puertas de esa casa, que no abandonaran la fe. 



Próximo Capítulo 

Dentro de la casa del ‘Santo’: acerca de las costumbres del señor de la casa. Estrategia de Maximiliano Ravidabia para abandonar el recinto y de cómo Tristán Medina-Sidonia dejó la compañía.

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jueves, 14 de enero de 2021

Series CBE: La Montaña Donde Ascienden Las Luces (VIII)



La familiaridad del pueblo. La importancia de la discreción y una noche en el establo con los gritos de espanto.


El pueblo estaba frente a nosotros. Nadie hizo nada sin mi disposición; no hubo movimientos leves, ni esos movimientos que no responden a las demandas de la voluntad. El pueblo se figuró como resguardo de escasa población, la que vimos caminar sobre sus senderos, reposar en la plaza y entoldar con su alegría o tristeza los espacios cerca de las puertas de sus casas. Habían ignorado nuestra presencia hasta que una señora nos llamó desde el pozo en el cual sacaba agua, y ella nos ofreció de beber. 

En este lugar la lengua era como la nuestra; aunque variaba sonido al hablar, y que habían palabras que no conocíamos significado, este fácil se desvelaba. Obvie introductorias con la señora y en ella no hubo sorpresa o curiosidad por nuestra presencia o identidad. 

La señora preguntó por nuestra estancia para la noche, y yo pregunté si conocía lugar para el reposo, que a pesar de que eran pocas nuestras formas de pagar eran las suficientes para la más humilde de las hospitalidades. Fuimos llevados a un establo vaciado, y antes de escuchar queja de la boca de la compañía, los amoneste trayendo al recuerdo que el primero de los hombres nació del lodo, y que Dios Hombre abrió los ojos dentro de una caverna. La señora indicó que aquel lugar cumpliría con el calor y reposo que necesitábamos. Una vez reunidos en el establo el grupo me cuestionó por la falta de autoridad en el pueblo para atender la llegada de extraños, y no faltó la oportunidad para el descontento de algunos por mi carencia de anuncio sobre nuestra calidad de hombres de mar; ya que esa podía ser tierra que no conozca la labor y por ello uno sea tratado según corresponde a la condición de excepción. Ignoré la insolencia, me puse la capucha del manto y me quedé dormido. 

Faltando horas para el amanecer, fuimos arrebatados del sueño. Afuera de nuestro recinto escuchamos un sonido que no era proferido por bestia conocida. El animal, en su salvajismo, guarda relación con lo creado, y sin importar la fiereza del sonido de sus fauces este es siempre consonante a Dios. 

En la medida que se acercaba a nosotros, el sonido atroz jamás volvía igual en la repetición. Habiendo fe, unos fueron llamados a la oración y otros al filo de sus hierros. No ordené acción, más que silencio y espera. Llegado el grito afuera del establo y esperando que las puertas fueran abiertas con violencia, un rotundo cambio se dio en el avance del aullido. Cuando más cerca se debía de encontrar la fuente de los gritos es cuando los escuchamos lejos de nosotros. Los hombres comenzaron a hablar sobre lo sucedido y les hice callar. La mañana sería tiempo prudente, bajo la protección de la luz, para dar resolución de cosas que solo son de la oscuridad. 

En lo que faltaba de noche, nadie recuperó el sueño. 



Próximo Capítulo 

Recibimiento de la compañía y de cómo Maximiliano Ravidabia conoce el secreto de la tierra extraña. Una casa en el centro del pueblo.


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viernes, 8 de enero de 2021

Series CBE: La Montaña Donde Ascienden Las Luces (VII)


 ¡Amel Cachís es mi nombre! 

¿Cómo te llamas tú, 

caminante de luz, 

de pequeño bigote? 

o ¿cómo te conocen, 

princesa Andaluz, 

de rostro de ejote? 

Sean bienvenidos Ejotes y Bigotes, a esta fantasmagoría que carga las agonías de Maximiliano Ravidabia. ¿Habrán notado que nuestro héroe es un arrugado? Pues lleva años en el mundo... Durante varios días Ravidabia se dedicó a la Santa Inquisición de su España. Muchos vieron en él, aparte de su temple, y en contra de toda calvicie, al sucesor de Tomás Torquemada. Persiguió a Judeoconversos como yo persigo las carnes de vuestra... Siempre eficiente, metódico y ejemplar, Maximiliano Ravidabia pudo alcanzar la grandeza eclesial, pero algo sucedido y de la Inquisición el pobre se arrepintió. ¡Merengues y Coronas! Mucho se me ha salido de esta boca floja... no me despido sin antes decirles, que Maximiliano andará de mantos grises pero no es un hermano Franciscano. ¡Hagan sus apuestas, tienten al misterio, escriban al final de esta aventurilla vuestra suposición! ¡Quién podrá decirlo! ¡Seguro estoy que entre ustedes mejores sesos hay que los de Guillermo de Baskerville! 

Besitos a vuestras madres, pellizcos a vuestros padres, y dulces sueños para mí; y recordad, los diablillos andan sueltos.

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La persecución del diablo y sus descubrimientos anatómicos. Sobre las luces que eran para alumbrar a un pueblo.


La inmunda criatura huía con ligereza. En el desplazamiento me percaté de la semejanza de su tamaño con el de un niño. El diablillo no contaba con cola, ni pelo sobre el cuerpo, y puede decirse que era parecido a un cerdo, pero esto tampoco era certero ya que lo vi erguido y vi que con sus manos realizaba el gesto y el rostro de la burla. Si esta criatura era partícipe de la risa, tenía que ser parte de las mismas pasiones de los hijos de los hombres.

Entre más densa la noche más me adentraba al bosque siguiendo a la malévola criatura. Detuve la marcha en la medida que mi cólera disminuyó. Creció en mí el temor de verme alejado de los míos y de verme cerca de lo aún desconocido.

El cese de la carrera me permitió apreciar el rastro que dejaba el animal del averno que terminó por indicar su naturaleza no espiritual. Según Paracelso, al no ser una criatura de la naturaleza del hombre, ni del espíritu, es parte de la naturaleza que goza tanto de la carne así como del espíritu. El vestigio de su paso por el bosque es un polvo que, por su color y consistencia, ha de recordarnos a la ceniza que dejan los troncos cuando los hornos son apagados. Esta ceniza queda plasmada como mapa del camino recorrido por la inmundicia, a quien escuché reír. 

Di por terminado mi impulso de seguir a la bestia y esta se detuvo al notar mi renuncia. Me observó y profirió un menosprecio con sus manos. Vi entonces cómo este demonio saltó a la copa de los árboles, y pude vislumbrar una extrañeza en el ya extraño monstruo. La criatura, al estar de pie como lo hacen los hombres, evidenció una torsión en su cuerpo. Y es que el horripilante diablo me miraba estando de frente, pero desde su cintura hasta los pies se encontraba de forma contraria a la naturalidad de la postura. Esta primera impresión pudo ser confirmada en el momento en que la criatura abandonó la rama del árbol por otra, ya que después, él demonio viendo en otra dirección y dándome las espaldas, dejaba que el resto de su cuerpo me mirara de frente.

Continúe con el camino, siempre hacia adelante, confiado en que el buen criterio de la compañía, así como su responsabilidad para conmigo, harían que no se demorarán para unirnos antes de horas más frías y oscuras. No habrá pasado mucho tiempo de estos pasos en solitario cuando escuché mi nombre en boca de los grumetes. De pronto, entre los árboles que habían comenzado a escasear al paso, pude ver luces de un fuego, y entre más avanzaba aquel fuego empezó a verse incrementando. 

Nuño Iñigo y Dante Buelga ya estaban a mi lado con temor que corría por el rostro, y es que vimos que aquellos fuegos eran luces que alumbraban un pueblo. No pude evitar el sobresalto, aquellas viviendas, plazas y locaciones, sin importar su pequeñez, gran similitud guardaban con los pueblos de las tierras en las que yo crecí.



Tomás de Torquemada (1420-1428)




Próximo Capítulo 

La familiaridad del pueblo. La importancia de la discreción y una noche en el establo con los gritos de espanto.


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Como incidió mi madre en mi vida, al estilo de las madres chinas.

Este cuento ha sido escrito por Sonia Sosa, integrante del Club de lectura Arazá, ubicado en El Pinar, Canelones, Ciudad de la Costa, Uruguay.

  

Nació en el 1910 y falleció en el 2008, casi a los 98. Compartió su infancia y adolecencia con 

su hermana melliza, cinco hermanos y seis hermanas. Viviósiempre en el campo pero tuvo 

una activa vida social y capacitación en su domicilio de todas las tareas que le podían ser 

útiles en su vida. En la casa de mi abuelo Eusebio no había distinción de sexos y tanto los 

hombres como las mujeres tenían que aprender a realizar las mismas tareas.

 

A los 20 y poco se casó con un primo hermano y paso a residir muy cerca de su casa paterna. 

El espíritu festivo y la realización de todas las tareas del campo y de la casa las trasmitió a 

mis tres hermanas y hermano. Ella trajinaba por la casa desde muy temprano preparando el 

desayuno y el almuerzo, una vez que éste estaba pronto se bañaba y hacía la “siesta del 

burro” y a las doce en punto había que sentarse a la mesa para almorzar. 

 

Ademas, mantenía una quinta cerca de la cocina, nos hacía la ropa y nos preparaba para ir a  

la  escuela con delantales blancos bien almidonados y una gran moña azul y ella misma nos 

llevaba en auto todos los días a la escuela de Dolores levantando en el camino primos y 

amigos y en el tiempo lindo nos preparaba para ir a pescar al río poniéndose unos 

pantalones “bermudas”y enseñándonos todo sobre las artes de la pesca. 

 

En muchas ocasiones teníamos suerte y nos llevábamos alguna tararira para el horno y algún 

bagre para un guiso. También aprendimos a cortar la leña para la cocina económica, sacar 

agua con roldana de un pozo muy profundo, limpiar la cocina y la casa y nuestra ropa desde 

muy chicas. Arriar los terneros al corral para tener la leche al otro día y muchas veces 

recorrer el campo a caballo para ver si no había algún animal caído como le enseñaron a ella. 

 Aprendimos a coser, a bordar, a tejer y todo lo relacionado a la quinta y el jardín y el buen 

trato y el cuidado con los animales.

 

En la adolescencia nos dio libertad para divertirnos, con una sola condición, que no 

volviéramos embarazadas, la unica referencia al sexo. Nunca nos levantó la voz ni la mano. 

Gozábamos de la mayor libertad y cualquier actividad o emprendimiento que se nos 

ocurriera teníamos campo libre para realizarlo. Estas enseñanzas me permitieron transitar 

por la vida con libertad y seguridad pero también con grandes falencias. No recuerdo un 

beso o un gesto cariñoso de parte de mi madre. En los momentos que necesité su apoyo no 

lo tuve: cuandoestaba estudiando o cuando quise volver al campo ya formada en mi 

profesión, no me lo permitió. Por un tiempo, quizás demasiado largo, viví con esa amargura 

en mi alma. Pero cuando a ella le tocó transitar un largo camino que la fue  alejando del 

mundo real la perdoné pensando en las falencias afectivas y de reconocimiento 

que pudo haber tenido en esa familia tan numerosa y siendo mujer.

miércoles, 6 de enero de 2021

Series CBE: La Montaña Donde Ascienden Las Luces (VI)





Estudio estético sobre el Jesucristo Negro 

y de cómo Maximiliano Ravidabia resuelve su misterio.


El Jesucristo negro posee proporciones exactas a la talla del hombre ordinario, cualidad que evoca al principio de conservación del cuerpo. La armonía en los detalles de la imagen permite nombrar a Baccio de Montelupo. El ensamblaje del cuerpo en la cruz está orientado a la congruencia general, característica que busca representar, de manera simple y auténtica, la emanación del ser; es decir, que en el Jesucristo negro yace la correspondencia entre la forma y la identidad. He de señalar que la tosquedad en el color de este Cristo crucificado contradice la enseñanza de San Agustín, quien ha indicado que toda hermosura en el cuerpo es manifestada a través de los matices. 

El modelo del crucificado insiste en la naturaleza numérica. El trabajo artesano del Cristo negro revela la prevalencia del número cuatro como valor rector, lo cual significa la unidad del mundo: Quatuor sunt plagae mundi, quatuor sunt elementa, quatuor sunt qualitates primae.... También se observa que la cabeza de Nuestro Señor se encuentra ubicada, ligeramente, fuera del madero, lo que permite notar el emblema de la crucifixión; y, en las piernas del inmolado, existe una separación entre los mismos miembros que permiten el espacio suficiente para observar el madero. Estas cualidades nos hablan de que por encima del número cuatro está el número cinco; porque si el tetrágono es la perfección moral del hombre, la péntada es el símbolo de la perfección mística. El cinco como los pétalos de la rosa, el cinco que son los libros de la Torá, el cinco en las plagas que azotaron a Egipto, el cinco que es el valor que vuelve continuamente sobre sí. A pesar de las virtudes citadas anteriormente, el color, su ausencia o esta incapacidad de definir la razón de su oscuridad es lo que no permite dictar a primeras un juicio definitivo sobre el Jesucristo negro. 

San Buenaventura ya dijo que “la luz es la forma sustancial de los cuerpos, que poseen más real y dignamente el ser cuanto más participa de ella”. Guiado entonces por las palabras del maestro, habría que declarar que la luz que se niega al cuerpo de este Cristo no permite que de él emerja la belleza. Sin embargo en este Jesucristo hay una paradoja, pues su cuerpo es cuerpo perfecto, cuerpo para expiación, pero su negrura es la que no permite atribuir el gozo y el júbilo de la resurrección venidera. Yo creí que en esto residía la diablura. 

El hábito de inquisidor no abandona. La mente necesita respuestas y las urde como radicales en su piel pero que son débiles en la entraña. Habrá venido a mí, en ese momento, el recuerdo de las lecciones del hermano Sprenger y el hermano Kramer para proferir sobre el Jesucristo negro la total maldición, ordenar su destrucción y recuperar aquel lugar poseído por Belcebú; pues los cristos negros son propios de los aquelarres y de un rumor que asevera que en Cáceres hay una cofradía que vela de uno. Dicta el pasaje de los hermanos nombrados, que estas efigies negras son hechas por Brujas para confundir la mente, engañar el corazón y llevar a la perdición al espíritu. Rezan los hermanos Sprenger y Kramer que “las brujas usan ciertas imágenes y algunos amuletos, que suelen colocar bajo los umbrales de las puertas de las casas, o en los prados en que pastan los rebaños o inclusive donde se congregan los hombres, y de ese modo hechizan a sus víctimas”. Antes de que hiciera audible mi sentencia sobre el Jesucristo negro, cierta duda no me permitió proceder pues recordé que las paradojas se han de superar en el uso de las mismas, y he aquí testimonio de cómo lo logré.

El Cristo negro es signo de la salvación. Salvación que no proviene de la muerte, sino salvación que viene por medio del acto de entrega al sacrificio. Al morir el Jesucristo negro en la cruz, su muerte es realizada por la sentencia sobre pecados que no le son propios a pesar de que sea señalado como hechor. El Cristo negro es el que suplanta, a través del acto, el lugar del pecador, para así, por obra de su misericordia insensata, salvar al pecador de su castigo por el acto que en principio le es propio. De esta manera el Jesucristo negro es castigado por lo que él ha realizado pero que su corazón no ha gestado. El Jesucristo negro emerge tal malhechor que conserva la inocencia, y esta contradicción reafirma la contradicción que ya está en Dios.

Todas estas cosas pensé frente al Jesucristo negro. Elevé una plegaria por todos los hijos de Dios y por aquellos que ya no estaban con nosotros. Habiendo terminado la oración, y ya cerca vísperas, regresé sobre mis pensamientos y me pregunté: ¿Qué clase de artesano diseñó esta maravilla de la doctrina?, ¿qué pueblo sublime habrá de creer tan alta filosofía? Pude haber realizado otro estudio sobre estos asuntos pero en ese momento, detrás del Cristo negro, apareció una figura de baja estatura con gran sombrero y lanzando risillas que yo tomé por burla. Aseguré que ese era el demonio y que estaba ahí para profanar mi reflexión. 

Llevado por la cólera, salí detrás del demonio en dirección a lo espeso del bosque.



Página inicial del Malleus Maleficarum ed. 1669;
escrito por Heinrich Kramer y Jakob Sprenger y publicado en 1487. 




Próximo Capítulo 

La persecución del diablo y sus descubrimientos anatómicos. Sobre las luces que eran para alumbrar un pueblo.


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lunes, 4 de enero de 2021

Series CBE: La Montaña Donde Ascienden Las Luces (V)




De las andanzas en tierras extrañas. Un mensaje para el capitán y de cómo la compañía encontró a un Jesucristo Negro.


Bajamos del cerro con una clara estampa de la dirección que había que recorrer para llegar a la Montaña donde ascienden las luces. Solicité que cuatro hombres de nuestra compañía nos abandonaran con el fin de unirse a los que trabajaban en Nuestra Señora de Almudena, y a su vez que dieran noticia al capitán de nuestros planes. Estos cuatro tenían que dar aviso que la expedición se daría por terminada antes de luna nueva, partiendo nosotros en fase creciente. Fácil fue obligar a los emisarios que recordarán al capitán que mi ciencia también se mueve en la alquería de la sombras, y que no era ajeno a mí el nombre de hechicero; esto, para evitar que él nos abandonara en estas tierras.

De los noventa que era la tripulación, treinta fallecieron en las aguas de la tormenta, treinta y cinco se quedaron en la reparación del galeón, veinticinco dejamos la nave para explorar la tierra; por la partición propiciada por el primer oficial, quedamos ocho hombres después de haber enviado a cuatro de regreso. Andaban conmigo Vernudo Comares, Tristán Medina-Sidonia y Pelayo de Urries, hombres de mar desde su juventud. Iba también Ordoño, que certificó no tener casa, y que era artillero, junto a Nuñu Iñigo y Dante Buelga, grumetes entusiastas. También nos acompañaba Froilán Puigdorfila, que no profería palabra, otrora pirata en el Caribe y ahora paga cuentas al capitán de Nuestra Señora de Almudena. Todos ellos bajo mi orden y cuidado.

Anduvimos por un tiempo en medio de las arboledas. El progreso sobre el terreno se mantuvo sin impedimentos y un buen ánimo reinaba en el grupo. El buen tino, junto al hambre, nos llevó a probar bocado mientras andábamos entre la charla y vigilancia, intentando no perder el rumbo sobre una tierra que en nada conocíamos. 

Nos encontramos en una región repleta de árboles dispuestos en intervalos amplios uno del otro, y en medio de ellos se oía correr las ráfagas de viento que buscaban escapar del bosque. Las ramas se mecían, y una frialdad empezó a tener efectos sobre la piel desnuda que nuestras ropas no alcanzaban a cubrir. Algunos que ya pensaban en la noche comenzaron a apilar madera para la fogata, y yo, mientras tanto, buscaba donde sentarme; la meditación era necesaria para elegir si continuar durante un tiempo o hacer campamento en ese mismo momento. Al encontrarme un enorme tronco tumbado en el terreno, antes de sentarme, escuché el grito de Ordoño.

Salimos en auxilio de Ordoño, le encontramos de pie con las manos sobre el rostro frente a una masa negra. En ese lugar pensamos que era necesario desenvainar la espada de las Escrituras, porque no hay metal humano que nos pudiera defender de la imagen negra de Nuestro Señor Jesucristo. 

Negro su piel, clavos, cabello, uñas, el trapo que oculta el sexo, la sangre en su costado, ojos y corona de espinas; hasta la cruz era del mismo material oscuro con el que estaba hecho el Cristo. La compañía compartió el talante de Ordoño, porque era imposible para el lego soportar aquella representación. 

Qué esa negrura fuera Nuestro Señor no hacía fácil el huir de ahí, porque había temor de que el huir fuera tomando por blasfemia.