¡Amel Cachís es mi nombre!
¿Cómo te llamas tú,
caminante de luz,
de pequeño bigote?
o ¿cómo te conocen,
princesa Andaluz,
de rostro de ejote?
Sean bienvenidos Ejotes y Bigotes, a esta fantasmagoría que carga las agonías de Maximiliano Ravidabia. ¿Habrán notado que nuestro héroe es un arrugado? Pues lleva años en el mundo... Durante varios días Ravidabia se dedicó a la Santa Inquisición de su España. Muchos vieron en él, aparte de su temple, y en contra de toda calvicie, al sucesor de Tomás Torquemada. Persiguió a Judeoconversos como yo persigo las carnes de vuestra... Siempre eficiente, metódico y ejemplar, Maximiliano Ravidabia pudo alcanzar la grandeza eclesial, pero algo sucedido y de la Inquisición el pobre se arrepintió. ¡Merengues y Coronas! Mucho se me ha salido de esta boca floja... no me despido sin antes decirles, que Maximiliano andará de mantos grises pero no es un hermano Franciscano. ¡Hagan sus apuestas, tienten al misterio, escriban al final de esta aventurilla vuestra suposición! ¡Quién podrá decirlo! ¡Seguro estoy que entre ustedes mejores sesos hay que los de Guillermo de Baskerville!
Besitos a vuestras madres, pellizcos a vuestros padres, y dulces sueños para mí; y recordad, los diablillos andan sueltos.
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La persecución del diablo y sus descubrimientos anatómicos. Sobre las luces que eran para alumbrar a un pueblo.
La inmunda criatura huía con ligereza. En el desplazamiento me percaté de la semejanza de su tamaño con el de un niño. El diablillo no contaba con cola, ni pelo sobre el cuerpo, y puede decirse que era parecido a un cerdo, pero esto tampoco era certero ya que lo vi erguido y vi que con sus manos realizaba el gesto y el rostro de la burla. Si esta criatura era partícipe de la risa, tenía que ser parte de las mismas pasiones de los hijos de los hombres.
Entre más densa la noche más me adentraba al bosque siguiendo a la malévola criatura. Detuve la marcha en la medida que mi cólera disminuyó. Creció en mí el temor de verme alejado de los míos y de verme cerca de lo aún desconocido.
El cese de la carrera me permitió apreciar el rastro que dejaba el animal del averno que terminó por indicar su naturaleza no espiritual. Según Paracelso, al no ser una criatura de la naturaleza del hombre, ni del espíritu, es parte de la naturaleza que goza tanto de la carne así como del espíritu. El vestigio de su paso por el bosque es un polvo que, por su color y consistencia, ha de recordarnos a la ceniza que dejan los troncos cuando los hornos son apagados. Esta ceniza queda plasmada como mapa del camino recorrido por la inmundicia, a quien escuché reír.
Di por terminado mi impulso de seguir a la bestia y esta se detuvo al notar mi renuncia. Me observó y profirió un menosprecio con sus manos. Vi entonces cómo este demonio saltó a la copa de los árboles, y pude vislumbrar una extrañeza en el ya extraño monstruo. La criatura, al estar de pie como lo hacen los hombres, evidenció una torsión en su cuerpo. Y es que el horripilante diablo me miraba estando de frente, pero desde su cintura hasta los pies se encontraba de forma contraria a la naturalidad de la postura. Esta primera impresión pudo ser confirmada en el momento en que la criatura abandonó la rama del árbol por otra, ya que después, él demonio viendo en otra dirección y dándome las espaldas, dejaba que el resto de su cuerpo me mirara de frente.
Continúe con el camino, siempre hacia adelante, confiado en que el buen criterio de la compañía, así como su responsabilidad para conmigo, harían que no se demorarán para unirnos antes de horas más frías y oscuras. No habrá pasado mucho tiempo de estos pasos en solitario cuando escuché mi nombre en boca de los grumetes. De pronto, entre los árboles que habían comenzado a escasear al paso, pude ver luces de un fuego, y entre más avanzaba aquel fuego empezó a verse incrementando.
Nuño Iñigo y Dante Buelga ya estaban a mi lado con temor que corría por el rostro, y es que vimos que aquellos fuegos eran luces que alumbraban un pueblo. No pude evitar el sobresalto, aquellas viviendas, plazas y locaciones, sin importar su pequeñez, gran similitud guardaban con los pueblos de las tierras en las que yo crecí.
Tomás de Torquemada (1420-1428) |
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