domingo, 26 de enero de 2020

Narraciones CBE: El santo varón



Desde el umbral del portón veo al anciano regordete sentado en la silla, a la sombra de la ramada de güisquiles, con una botella de gaseosa al pie, media pieza de pan dulce en la mano y la otra mitad esparcida en migajas en el suelo. A sus noventa años, apenas distingue la silueta de la joven muchacha que su familia ha contratado para cuidarlo, pero la escasa visión le basta para asestarle al paso una certera nalgada.

—¡Estese quieto don Nacho!
—Sentate aquí mamaíta, platiquemos, ¿cómo decís que te llamás?
—Estoy ocupada, ¿no ve que estoy barriendo para que usted esté en lo limpio?
—Si yo ya no miro nada, ¡solo a vos! Vení, sentate, ¿querés coca cola?
—¡Viejito pícaro!, ¡déjeme trabajar! Todavía le tengo que hacer el almuerzo y ya se me hizo tarde.
—¡Vení cipota, vos me ves así viejito, pero yo estoy bien arrecho todavía!

El tío Nacho es el hermano menor de mi bisabuelo y el último sobreviviente de esa generación. Llevo varios días planeando visitarlo, pero el tiempo y la rutina siempre conspiran para que uno mantenga a sus viejos en un culposo e injustificable abandono. 

—Buenos días Juliana, buenos días tío Nacho. 
—Buenos días don Quique, pase adelante.

Juliana me acerca una silla junto al viejo, que sin decir palabra y con gran esfuerzo intenta en vano reconocerme. 

—¿Ya no me conoce tío? Soy Quique.
—¿Quique?, ¿y de quién sos hijo?
—Mi mamá es Delmy, la hija mayor de Marcos, el hijo de Adrián, su hermano.
—Ah, sí, Adrián, ya me acordé. Mi hermanito...
—¿Y cómo ha estado tío?, ¿cómo se siente?
—Jodido hijo, vieras que aquí no me dan de comer.
—¿De veras? Yo lo veo bien comido y bien cuidado. Ahí están haciéndole el almuerzo.
—Y ya uno de viejo solo es dolamas. Vieras cómo me cuesta levantarme, no tengo nada de fuerza en las rodillas, necesito unas vitaminas.
—¿No que bien arrecho pues? Ahí lo vi cuenteando a la Juliana hace un momento.
—No hijo, eso no. Yo toda la vida le he sido fiel a la Josefa.
—Digamos que le creo, pero la tía Josefa ya hace bastante que está en el cielo.
—Pero yo siempre he sido un santo varón. En mi vida nunca hubo otra mujer aparte de la Josefa.
—¡Vaya cosa, y yo que siempre pensé que usted había sido un gran pícaro!
—No, ese era Adrián. Mi hermano si fue jodido mirá, ¡el acial de las mujeres!
—¿Usted no?
—No, yo sigo siendo un santo varón…

Juliana se acerca con una pequeña mesa individual que coloca frente al viejo. Luego, mientras extiende sobre ella un colorido mantel, el tío Nacho la busca con su mano temblorosa y la acaricia torpemente desde la cintura hasta la cadera.

—¡Don Nacho!
—¿Qué fue mamaíta chula?
—¡Deje de andar de pícaro!
—¡Aquí quedate cosita, conmigo no te va a faltar nada!
—¡Qué señor este, por Dios!

En el rostro del viejo se leen todas las versiones: el niño travieso, el adolescente perverso, el machista heredado, el abusivo socialmente aceptado, el mujeriego orgulloso de serlo, el marido enfermo de celos, el obseso vigilante de sus hijas, el viejo verde y el mil veces reverdecido hasta la mismísima demencia senil; todas las inocencias y todas las culpas, todos los pecados y todos los perdones.

—Ajá tío Nacho, me decía que usted siempre le fue fiel a la tía Josefa.

El viejo muda de su rostro la sonrisa libidinosa, enarca las cejas, suspira hondo e inclina la cabeza con santurronería. 

—Toda la vida hijo... ¡toda la vida fui un santo varón!

sábado, 18 de enero de 2020

Narraciones CBE: Medio huérfana



La tarde de fines de septiembre en que volvieron del cementerio bajo aquel torrencial aguacero, Esteban y Margarita habían hablado muy poco y nada cordial. Aquel diluvio de proporciones bíblicas había pasado con la misma rapidez con que llegan y se van las cosas impetuosas y violentas pero, todavía un año después, sus corazones seguían empapados y abatidos, compartiendo un mismo sufrimiento que padecían alejados el uno del otro, en el claustro del silencio. 

Esteban la miraba esperando un puente que Margarita no parecía interesada en volver a tender. De hecho, había sido ella quien lo había derrumbado de manera estrepitosa, descargando sobre él todo el peso de sus acusatorias palabras. 

—¿Era tan difícil estar más presente en sus últimos días?
—Perdoname hija, es verdad que debí haberla cuidado más… esto es… es muy duro.
—No es a mí a quien debe pedir perdón, sino a ella. ¡Dios sabe cuánto hizo por usted en todos estos años, como para pagarle de ese modo!
—Yo nunca fui tan fuerte como tu madre… no podía. Y era demasiado doloroso… yo no soportaba verla así...

No mentía. Esteban era un sujeto melancólico y sentimental, al que la suerte había marcado desde muy temprano para sufrir de muchas maneras. Sus padres murieron cuando él apenas contaba siete años y, en el proceso de encontrarle un hogar, las autoridades lo habían separado de sus tres hermanos. Desde entonces fue dando tumbos por la vida sin encontrar su lugar. Se hizo hombre entre carencias y padecimientos, evasiones y vicios, dolor y soledad. La improductiva búsqueda de un asidero, evidenciada por una interminable seguidilla de cambios y mudanzas, lo había llevado de la capital a una ciudad del interior, a los Juzgados de Paz donde laboraba como ejecutor de embargos y desalojos. ¡Cuántas veces lloró Esteban con la gente a la que debía aplicar la ley, confiscando sus propiedades o sacándolos a la calle! En vano intentaba borrar de su mente aquellas expresiones desesperadas y suplicantes, escondiéndose en las fauces de la noche, disolviendo la memoria en cada trago, en cada bar. 

Y fue en el implacable ejercicio de sus labores que Esteban conoció a Imelda, la excepcional mujer que luego se convertiría en su compañera para toda la vida. Imelda no salía de su asombro cuando vio al joven empleado judicial conmovido hasta las lágrimas, pidiéndole perdón a su familia por verse obligado a desalojarlos. 

No guardó hacia él ningún rencor. Las inusitadas vueltas de la vida hicieron que coincidieran de nuevo en el vecindario de Esteban, donde ella conoció de cerca aquel triste guiñapo que había perdido todos los depositarios del amor que tenía para dar, y al que la vida había puesto en la ingrata situación de causar dolor a otros. Contra viento y marea, incluso con el repudio de su propia familia, Imelda se decidió a quererlo, arroparlo y restaurarlo. 

La maestra de primaria y el empleado judicial se hicieron viejos juntos. Margarita llegó cuando la posibilidad de tener hijos ya se veía lejana, imposible. La niña creció bajo el riguroso régimen de la madre y los laxos consentimientos del padre. No pasó mucho tiempo antes de que Margarita, que se parecía a Imelda en lo fuerte más no en lo comprensiva, comenzara a experimentar una suerte de rechazo hacia aquel padre tierno y cariñoso, ese viejo a veces divertido que cantaba y silbaba tangos y rancheras mientras tocaba un bandoneón imaginario, pero que se sumía en hondos silencios y desaparecía de la escena cada vez que alguien enfermaba en casa. Cuando Imelda enfermó de gravedad, Esteban se tambaleó desde sus cimientos y volvió a ser el mismo sufridor empedernido de sus años tempranos.

—Usted ha sido un desconsiderado. Mi madre enferma tuvo que conformarse con las migajas de atención que usted le daba, y aun así ella nunca dejó de verlo con ternura. Y yo… yo estoy cansada. Es doloroso cuidar a alguien que agoniza, pero además es terriblemente desgastante. Una también se muere un poco.
—No sabés cuánto lo lamento hija...
—Yo lo lamento más. Si ya era inevitable quedar medio huérfana, a veces me pregunto por qué... ¿por qué se tuvo que morir ella primero? 

Trece meses después de las punzantes palabras de aquella fecha dolorosa, el día de los muertos se instala en el año antes de que el suelo del cementerio pierda la humedad de los últimos aguaceros. Y allá va Margarita, cruzando el largo pasillo de limpiadores y pintores de lápidas, entre vendedores de flores naturales y artificiales, hojuelas, empiñadas, conservas de fruta y churros españoles, en medio de juegos mecánicos, loterías y lectores de la suerte, adentrándose en el sendero del camposanto que la conduce hasta la tumba de Imelda.

—¡Cómo me hacés falta madre... cómo te extraño! —exclama a causa de la pena que le oprime el pecho.— Estoy perdida y no encuentro el rumbo. Si tan solo… si tan solo tuviera tu consejo, tu sabiduría… tu claridad.

Margarita hace una oración, coloca unas flores sobre la tumba y emprende el camino de regreso. Sale del cementerio apesadumbrada y confundida, como si recién volviera del funeral, pasando sin enterarse por el corredor de las ventas y distracciones. De repente, un hombre le sale al paso y corta su trayectoria. Tiene un paño en el piso, y sobre él unos camafeos y cartas del Tarot

—Te regalo una pregunta: ¿por qué no lo perdonás?
—No sé de qué me habla.
—A tu padre, ¿por qué no lo perdonás? 

Margarita se queda de una pieza. No se detiene a cuestionar, validar o negar los poderes y conocimientos de aquel extraño. Su mente vuela más allá, hasta identificar en aquella pregunta una respuesta: el ansiado consejo de su madre. De súbito piensa en sus desplantes, en sus palabras afiladas, su hiriente silencio, su presencia espectral en casa y su accionar mecánico. Recuerda las miradas de su padre que ha estado soslayando todo este tiempo, su afán por evitarlo, por no verlo a los ojos, por no escuchar su vergonzoso llanto en las madrugadas. De golpe llegan a su mente un sinfín de imágenes de Esteban. El viejo intentando sin éxito reparar el grifo del lavabo o alguna falla eléctrica en casa, construyendo para ella una piscucha bastante chueca que no volaría, llevándola a la última función de la película que ya todos sus amigos habían visto, despegando unos chocolates derretidos que traía para ella en la bolsa de su camisa, preparando el desayuno un domingo e imitando a Chaplin mientras lo servía, tocando el bandoneón de aire y cantándole a su madre 'El día que me quieras'. Y la sonrisa cómplice de Imelda, todas y cada una de las veces. Esteban era el hombre triste que había hecho feliz a su madre, ¿y por qué negarlo? Era el padre imperfecto que también la había hecho feliz a ella.

Margarita vuelve a casa a abrazar a su viejo, a mirarlo por primera vez con los ojos comprensivos e indulgentes de su madre, a pedirle perdón y a perdonarlo, a descubrir que la carga que oprimía su pecho no era otra cosa que el perdón retenido y a entender que si bien era innegable que ella estaba medio huérfana, no era menos cierto que su padre estaba viudo por completo.

domingo, 12 de enero de 2020

Narraciones CBE: Gelato


La vieja y concurrida cafetería del centro de la ciudad ve pasar el día mientras los clientes se reemplazan unos a otros en sus mesas. No es una ocasión memorable. Es apenas un día neutro sin prisas ni esperas, sin calor ni frío, sin pena ni gloria. Una de esas fechas tan insulsas y grises, que bien podrían perderse en el limbo de un veintinueve de febrero de memoria esporádica y fácil olvido.

No hay forma de que el viejo grande y gordo de cabello cano, barba gris, frente amplia y arrugada, nariz prominente y ojos lánguidos, amplificados de manera caricaturesca por unos gruesos lentes de carey con mucho aumento, pase desapercibido en un día como este. Tiene sesenta y ocho años pero está hecho un niño. Es evidente cuánto disfruta de su cono de barquillo atiborrado de helado. La enorme bola es cremosa pero consistente, el oscuro chocolate corona su amarga pureza con la salsa de caramelo que se adhiere en el frío copete, demorando en escurrirse. Y el voluminoso viejo se lo traga con fruición, diríase que se lo come con el cuerpo entero, con todos los sentidos.

Está solo, se pensaría que haciéndole tiempo a algo o a alguien. Sin embargo se le ve pleno. En este momento parece estar celebrando un feliz encuentro orquestado por el destino: la pecaminosa comunión del paladar y el chocolate, entregados con libertad y sin pudor al amor eterno y al placer infinito.

Los postreros mordiscos al barquillo parecen poner fin al festín de sabores y sensaciones. O no. El viejo aspira profundamente, arquea la espalda y se soba la barriga. Luego se pone de pie y se dirige de nuevo a la barra de helados.

Regresa a su mesa, ubicada de forma estratégica frente al mostrador, y se entrega de nuevo a la faena, esta vez con una colosal bola de helado de yogur con frutos rojos. La suave textura del yogur con nata extra, contrasta con la carnosidad de las jugosas frambuesas, moras y arándanos de intenso color, cuyos halos rojizos se expanden en el blanco lácteo ungido con una sugestiva salsa de fresas. Extasiado, el viejo entrecierra los ojos en cada lengüetazo y mordisco.

Las miradas curiosas a su alrededor se transforman en murmuraciones y risas por lo bajo. No falta quien susurre al de la par que aquel es su segundo barquillo. En realidad no es tan llamativa la cantidad sino la forma. El viejo gordinflón devora su helado con la misma naturalidad desinhibida del tierno infante que ha descubierto precozmente el placer de tocarse aún con inocencia y delante de quien sea, sin morbo ni erotismo, tan solo por mera gratificación.

Y ante el pasillo de mirones, la enorme figura desfila de nuevo hacia el mostrador. La dependiente, sobrepasada, le sirve su tercera orden sin verle nunca a los ojos: una espectacular bola de helado de café y vainilla, combinación de dioses permisivos y decadentes, llevada a su máxima expresión por una generosa cobertura de chispas de chocolate. Esta vez también pide agua embotellada.

—​¡Por Dios, se va a infartar!
—​¡Qué barbaridad, ya no deberían venderle más!
—​Pobre señor, va a terminar diabético...
—​Algo le preocupa al viejo, yo como por ansiedad cuando algo me preocupa.
—​¡Ese gordito es de Record Guinness!
—​El viejo debe estar tratando de llenar un vacío emocional, a lo mejor tiene alguna carencia.
—​Se ha dado una escapada el gordito, seguro su familia no le permite comer tanto y tan dañino, y ahora se está desquitando.
—​Le habrán diagnosticado alguna cosa terminal y, ya sin remedio, ha decidido darse la gran vida lo que dure.

El simpático vejete culmina la tarea. Se saca los lentes y los pone sobre la mesa, se recuesta en su silla, estira las piernas y acomoda un pie sobre el otro, al tiempo que coloca ambas manos sobre la panza con los dedos entrelazados. Tiene las chapas coloradas, la expresión tranquila y los ojos adormecidos. En su frente sudorosa casi puede leerse la palabra satisfacción. 

Hace tiempo que el médico le advierte con insistencia que debe bajarle a la ingesta de helados o no durará. 

No quiero durar, quiero vivir —​piensa el viejo para sí—​. Cuando se tiene un vicio y una razón, no es tan difícil elegir entre el veneno y la sed. 

Después de unos minutos se pone los lentes, se incorpora (esta vez con menos entusiasmo) y se ajusta la hebilla del cinturón. La gente a su alrededor observa expectante.

—​Grazie mille!
—​Gracias a usted don Giuseppe, que le vaya muy bien.

El gordo Giuseppe camina lentamente hacia la salida de la cafetería. Se detiene en la puerta y aspira profundo. Lo que ve no es el parqueo del establecimiento ni el San Salvador de hoy, sino el viejo puerto napolitano y el mar Mediterráneo de otros años lejanos. No se siente un viejo de sesenta y ocho, sino un niño de seis, el mismo que seguramente volverá presto cuando escuche de nuevo el llamado.

—​Eh Giuseppe, andiamo, la mamma ha preparato gelato!
—​Seeee, gelato dalla mamma, io ne voglio tre!

Giuseppe cierra los ojos y mira correr emocionado a aquel pequeño gordito. Lo ve feliz. Está feliz.

domingo, 5 de enero de 2020

Narraciones CBE: Cuerdas




      
  Escucha el audio

Sentado en la barra de un bar de Huelva, el viajero melancólico da hondas caladas a un cigarro y se traga sorbo a sorbo la oscuridad de una cerveza. Hace algunos minutos que el ambiente se nutre con la música que nace de la guitarra desvencijada de un viejo vagabundo. El melodioso lamento que emana de la caja de madera es mágico y envolvente. La ejecución raya en una pulcritud inusual, teniendo en cuenta que viene de dos fuentes inesperadas: un instrumento muy deteriorado y un virtuoso en claro desperdicio. La melodía llena los vasos y se mezcla con el humo. Las notas que surgen de las cuerdas se vuelven sentimientos que galopan desbocados por todo el recinto, imprimiendo en cada alma la marca de sus cascos. Ni siquiera alguna falseta mal venida desentona en ese armónico derroche de recuerdos olvidados, sueños truncados y razones incomprendidas. 

Demasiado espectáculo para un bar de poca monta —​piensa el hombre de la barra—​, demasiada alma para tan poco cuerpo, demasiado flamenco para los oídos ensimismados de ese público escaso y desabrido que nunca dio palmas, zapateos ni compás; demasiado arte para mal venderlo por unos pocos duros.

Al terminar la pieza, el viejo se pasea por entre las mesas en busca de unas monedas de reconocimiento. Lo escuchado es impagable. El turista presiona su cigarro contra el cenicero, pone en pausa la cerveza, hurga en su abrigo y se vuelve para extender al vagabundo su buena voluntad. 

Al tiempo de encontrar la expresión agradecida en aquel rostro tímido y lleno de años, el viajero descubre, maravillado, que la gastada guitarra del maestro solo tiene tres cuerdas…


Series CBE: Viñetas de una biografía (IV)



"Los sueños de la sin-razón crean cómics"

Krazy Kat! de George Herriman (1913-1944)

Krazy Kat vive enamorada de Ignacio el ratón, que, para complementar la pareja sado-masoca,disfruta de lanzar ladrillos en la cabeza de la gata, aparentemente para hacerla reaccionar de la ridiculez, de ese delirio de amor que la vuelve acosadora, obsesiva y fiel al ratón. En todas las tiras, Herriman, procura que Ignacio termine en bartolinas, capturado por el oficial Bull. Curiosamente, los pijazos que recibe la gata, en lugar de hacerla desistir en su enamoramiento, refuerzan más su deseo: dejando en evidencia la naturaleza de su locura; un sin sentido para nosotros, que dentro del terreno de la intimidad de la gata posee total justificación, es decir, una razón. Art Spiegelman, en su cómic Sin la sombra de las torres (2014), brinda varios comentarios al respecto del cómic de Herriman, considerado su trabajo como lo mejor del siglo XX. 

El tiempo no es la única distancia entre Ken Wilber y Carl Gustav Jung. Diferenciar la locura de los paroxismos místicos, resulta un recorrido mucho más extenso. Para Jung, la locura persiste como fuente de aspectos superiores del alma humana. Para Wilber, el trabajo reside en marcar una diferencia entre el loco (llamase psicótico, esquizofrénico) y ‘lo loco’ del místico; que ha de gozar de extrema salud, pero que su desarrollo espiritual lo vuelve inadaptado en su entorno. Jung encontraría uno que otro arquetipo en asesinos como Charles Manson o Hannibal Lecter, Ken Wilber, encontraría en ellos miserabilidad, criaturas estancadas en su propio desarrollo. Esta discordia podría atenuarse, pero no resolverse, por la intervención de un tercero: Jacques Lacan. 
     La solución de Lacan con respecto a la locura sería establecer una verdad, que, con bostezos y pataleos, sería aceptada por los dos de arriba. La locura es una filosofía, un modo de afrontar la realidad. Lacan, con este radical idea elaborada en su tesis De la Psicosis (1932), configura un nuevo enfoque para el tratamiento de las enfermedades mentales; ya que al dejar de tratarlas como enfermedades y abordarlas como filosofía, el analista se estaría enfrentado a un modo de existencia que es una conducta, un lenguaje, un contenido cognitivo y emocional, del que se sirve el enfermo, ahora filósofo, para enfrentar el mundo. De haber entonces filosofía en el campo de la ‘enfermedad’, irremediablemente indica la existencia de una verdad requerida por el analista y una expuesta por el filósofo-enfermo; “Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”, Juan 8:32, migaja judeo-cristiana en el sendero que lleva al psicoanálisis de Freud, que es el de Lacan. En ese sentido, los delirios, las conductas repetitivas e inútiles, lo dificultoso de su discurso, en fin, ese compendio de desadaptaciones es en el Loco su programa filosófico, sus lineamientos personales para entender y hacer mundo. Es por esto que el loco posee ‘razones’ ahí donde el hombre razonable dice que no encuentra qué decir. 

Trabajo como psicólogo en el campo forense, y con eso es suficiente para que el lector, con un mínimo de esfuerzo, pueda delimitar el lugar en el que laboró desde hace cinco años. Con el paso de ese tiempo, y el haber respondido de tantas formas al respecto, resumo mi trabajo como la aplicación de la teoría psicológica - en gran medida derivada del campo clínico - con el fin de elaborar un diagnóstico sobre alguna persona implicada en algún evento que posea interés judicial; dicho diagnóstico, tiene que ser útil en función de determinar lesión psicológica en personas consideradas jurídicamente como víctimas o  comentar sobre la capacidad mental de una persona para relacionarla con el dominio y conciencia de sus actos. Dentro de ese margen, en algún momento de mi tiempo laborando, apareció el asunto que corresponde a esta entrada. 
  Entenderán que poco tiene de judicial y psicológico este texto, por lo que todo aquello que no esté en función del arte, la imagen o el cómic, pasa a tener un protagonismo secundario. La situación que me tocó atender con mi máscara de psicólogo, fueron agresiones físicas en contra de dos personas adultas entre los 40 a 60 años. Una pareja de esposos. 
      Legalmente, esta pareja entra a mi ratonera con la etiqueta de ‘procesados’, es decir ‘imputados’, es decir ‘agresores’, es decir ‘delincuentes’. Él, un tipo alto y grueso, con cabello setentero y ropas negras, con el rostro amable y la voz cálida, Ella, observadora, risueña y de facciones dulces, dice que es la encarnación de una virgen. En la ratonera me explican, casi que un reclamó kafkiano, que la Ley los ha traicionado, la ley le ha dado la espalda; ya que en su versión de los hechos, ellos son las víctimas y no los victimarios: ellos son inocentes, ellos son las ovejas y los otros son los lobos. El protocolo de atención me lleva a una conclusión: Él, es capaz de entender lo que acontece a su alrededor, y sobretodo conoce las consecuencias de sus acciones, ella, no tanto. Ella sufre de un trastorno psicótico, ella pierde contacto con la realidad sobretodo cuando deja a un lado sus medicamentos. 
     Para hablar de la situación que les tiene sentados frente al psicologo que finjo ser, él me brinda una explicación amplia, terriblemente pausada, de la manera en que se fueron desenvolviendo los eventos fuera de su casa - para ella, su casa, es tierra sagrada, no en un sentido metafórico sino literal - donde una situación de convivencia entre vecinos, tan ridícula como la ocasión en que una señora se llegó quejando del árbol de aguacate de su vecino porque éste dejaba caer las hojas en su patio o como la vez en que un señor denunció a la casera por un gato callejero que andaba en la su cuarto y no encontró la instancia pertinente para denunciar al Sr. Gato por acosador, terminó en un enfrentamiento con tres hombres, más jóvenes que nuestro matrimonio, con golpes, gas, más golpes, patadas, fuego, y nuestro amigo setentero en bartolinas y ella, nuestra virgen, con los ojos llorosos después de una ceguera que el gas le provocó pero que ella pudo curarse. Según el proceso, los responsables de todo este 'desvergue', era la pareja que reía frente a mí, con pinta y olor de no haberse duchado al menos ese día. Para ellos, los responsables habían sido los tres hombres, que iniciaron todo el alboroto en el momento en obviaron esas divisiones sutiles pero eficientes de la propiedad privada, y alteraron la tranquilidad y pureza de la Tierra Santa de la virgen, que en lugar de contarme su versión de la historia con sus propios modos de lenguaje, de léxicos sacados de confusiones entre lo real y lo ficticio, le bastó entregarme un documento de más de sesenta páginas tamaño oficio, con su historia: su historia ilustrada secuencialmente, con usos de texto ahí donde la imagen no podía aportar más. Ella me entregó el cómic de su experiencia, su verdad, su filosofía. El cómic fue ilustrado y escrito por ella, salvo unas páginas al final que fueron realizadas por él, las cuales no comentaré. Será evidente algunos manchones realizados sobre las fotografías de las páginas, está de más señalar que los he realizado para proteger algunos elementos de identificación; ya que de descubrir la LEY este post, al menos me queda la seguridad de que ha quedado constancia de mis esfuerzos por no corromper tan descaradamente sus normas. 

Representación de la Santa virgen maría, que aparece encuentra 'entronizada',
 con la usanza de poder, haciendo de ella María Reina.



Ella se ha retratado fielmente a partir de sus propios dominios técnicos al momento de dibujar, siguiendo las características de la imago psicológica con la que se identifica. La coronilla que sobresale en su cabeza es un aditamento permanente en su presentación - la cual puede ver al momento de la entrevista, y fue justificada por Ella de la manera que ahora procedo a explicar: en un autoretrato, los artistas recurren a presentarse con tal cosa, accesorio o conducta, que proyecte de la manera más fiel, ese yo ideal - recurriendo a la fanfarria psicológica. Art Spiegelman, como pudo quedar en evidencia en MAUS para nuestro querido lector, se identifica con esta imago del ratón. En otras apariciones, ya que Art es un personaje recurrente es su propia obra, aparece vestido con chaleco, en otras usa una máscara de ratón, en otras con rostro de ratón, en otras dejando al descubierto su propio rostro, e independientemente cual sea la forma, siempre aparece acompañado de un cigarro. Para Ella, esta coronilla, hecha de tela de colores, es una identificación con su vinculación divina, su delirio, al encarnar con eso la imagen de la virgen que dice 'ser'.


Si ella omitiera la coronilla, estaríamos ante otro personaje, otro 'ella' que ella no reconoce como parte de su imagen personal (ver nuevamente la imagen de la Reina Virgen María).







En las tres fotografías (arriba): la máscara de ratón y su equivalente antropológico, es para Art una representación de su conflicto interno. Vestir la máscara de ratón o convertirla en su rostro - dilema que deja claro en las viñetas de MAUS aquí presentes - es hacerse parte de una historia que él no vivió, no la sufrió, y que paradójicamente su herencia biológica-cultural lo hacen un sobreviviente/efecto de ella. El chaleco, el cigarro, el ratón de fondo en la fotografía, plantean una cuestión aún más profunda: ¿es Art Spiegelman, ese hombre pequeño de la foto con facciones de roedor, una abstracción, un reduccionismo del ratón que es Art Spiegelman el personaje de sus cómics?, y ¿será ese Art-Ratón, el lugar en que Art se mira a sí mismo, intentando generar un armonía entre ese ideal del yo, que es Art-Ratón, con su yo ideal que es Art Spiegelman?
     En la ilustración de Ella, resalta la palabra 'víctima' por encima. Este detalle que podría sugerir una identidad-víctima, contrariamente a la coronilla de virgen, es una cualidad agregada, proveniente de un orden externo a la experiencia personal. Si hubiese encontrado en el cómic de Ella, una representación de la victimización en forma de accesorio o marca sobre el cuerpo-imagen, que es la ilustración, su versión de los eventos hubiese perdido cierta credibilidad de la que ya goza; debido a que la presencia de una marca de 'víctima', ya sea un morete en el ojo, un sombrero que diga 'PAIN', o mejor aún, una corona de espinas, estaría, casi seguro que Ella posee un yo ideal caracterizado por el sufrimiento, que por lógica de esa locura, Ella sería víctima del mundo aún cuando el mundo no le ha hecho nada; y hubiese apostado, que en cualquier momento de la entrevista, ella me iba a terminar diciendo "perdónelos Alex, porque ellos no saben lo que hacen", mientras yo, con el rostro inalterable y el 15% de mi cabeza divagando en lo que almorzaría ese día, hubiera escrito en mis notas: "posible cuadro paranoide. Referir a psiquiatría forense para ampliar o cotejar sobre lo que aquí expuesto".








Calificar el trabajo de Will Eisner (1917-2005) es una tremenda injusticia, pero sobretodo es un proyecto extenso y hartamente complicado. Resumamos entonces su trabajo, parafraseando las palabras de Alan Moore: Will Eisner fue quien le puso cerebro a los cómics. Previo a W. Eisner, los cómics se regían por reglas en las que espontaneidad, estética y demanda editorial, y una intuición de continuidad prehistórica eran sus más notables bases. Eisner incorporó reglas en las que el tiempo (sobretodo), el lenguaje, la narración, la perspectiva, debían de trabajarse de manera delicada, independiente y en armonía con el resto de componentes que intervienen en la historia que construye un cómic. Así fue, como este hombre que en algún momento terminó rechazando el trabajo de dos chicos judíos que sería conocidos años después como los creadores de Superman, elaboró un cuerpo teórico por el cual deberían de regirse la creación de los cómics, logrando, con el seguimiento de este método, que estos sean entendidos como una forma de arte, formal y respetable: un arte que trabaja los fenómenos de la imagen en la secuencia. 
      Mucha de la obra de Eisner tienen como tópicos el desarrollo de la vida personal  en espacios urbanísticos donde confluyen un cosmopolitismo que vuelve colorida y complicada la vida; la mayoría de casos, este espacio quedaba delimitado a la ciudad de Nueva York. También se interesó por la moral del hombre ante el Otro; el otro-Dios, el otro-Familia, el otro-vecino, el otro-enemigo dentro de la guerra. Will Eisner, con todos sus aportes, aún sigue recibiendo tantos calificativos, el más conocido es el de padre de los cómics; y esto, a pesar de que el cómic ya estaba presente desde finales del siglo que le precedió. Desde 1988, la Convención Internacional de la Industria de Cómics, entrega reconocimientos a los artistas del género, bajo el nombre de Premios Will Eisner.



En 1985 Will Eisner pública 'El cómic y el arte secuencial'. En este, Eisner brinda los elementos esenciales que constituyen la creación del cómic, y uno de los primeros temas que aborda es el Ritmo y el Tiempo. 
     Eisner plantea que la viñeta, es decir el cuadro que enmarca una ilustración, es una herramienta que contiene o segmenta una acción/tiempo. Para el autor, la utilización de las viñetas como medida de tiempo, trasladan a la historieta a una dimensión de imitación de la realidad. La disposición entre viñetas, su tamaño, junto a la aparición del texto o bocadillos, son elementos que estipulan la velocidad de las acciones que intenta comunicar la historia.


Tal y como lo presenta en un relato parcial de The Spirit (1940, año de aparición), héroe de Eisner, la organización de las viñetas, cada una de las acciones seleccionadas en interacción con el texto, permiten llevar de manera cronometrada el tiempo en que se desarrolla esta porción de historia. Si bien, esta página del Spirit, no tomaría ni cuatro minutos en ser leída en su
totalidad, Eisner quiere comunicar que en el tiempo del cómic, los eventos suceden en un tiempo que puede ser medible; agregando verosimilitud, y elementos de nuestras experiencia en una ficción. 

     Con esto en mente, podría usted amable lector, subir y toparse con la página de nuestr autora, en la que el texto 'ATACANDO' parece hacer las de membrete. 


Adelante lo invitó a echarle una mirada.



¿Qué tal?, ¿Qué piensa? 


La página de este cómic incluye una ilustración de un nuevo personaje, su esposo: Él. En este segmento de acciones, Ella atestigua y recrea el momento en que Él habla por teléfono a la policía por ayuda. Increíblemente, la forma de representar este momento, es organizado con un manejo del tiempo ingenioso, equiparable con los mismos de Eisner en su arte. Como escribí, el tamaño y la disposición entre una y otra viñeta son elementos que marcan compases en la presentación del tiempo, pero Eisner, insiste que no son los únicos caminos para lograr el cometido, los cambios de plano o la incursión de ciertos objetos, por ejemplo el fuego que toman los papeles debajo del 'cuchumbo' en el comic del Spirit, son vías útiles. En el caso de Ella, el tiempo obtiene su ritmo en los movimientos que Él que lleva a cabo cuando hace la llamada. 
     Si pudieron notar, Él en plena llamada, es presentado en un primer plano en el que vemos su rostro, y la numeración de la viñeta junto al texto terminan de confirmar que es la primera viñeta que se tiene que leer; brillantemente, Él es representado por la autora tal y como probablemente tuvo que haberlo hecho en realidad o como nosotros lo hubiésemos hecho de haber realizado una llamada: Ella lo hace girar sobre sí mismo, y esto logra que el primer plano se vea modificado a través del cambio de perfil en la siguiente viñeta, y así sucesivamente, hasta terminar la llamada y terminar de revisar todos los perfiles que un rostro humano puede presentar desde un primer plano frontal.
Todo esto es una reconstrucción de la llamada de su esposo, en la que el lector no tiene problemas en identificar, solo con las imágenes, que la llamada sucede en un tiempo breve y que ha sido recreado con una gran fidelidad a una acción real; resultando mayor empatía con el relato presentado. 
     Agregando a esta ingeniosa presentación en el cómic de Ella, cabe señalar que la selección del primer plano, es decir el recuadro pequeño, y no otra variante como el plano entero - que hubiese sido verlo de cuerpo completo o el plano medio - son una forma de puntualizar la posición subjetiva en la cual Él desarrolla la acción de la llamada. Es decir que en el diseño de esta página, su punto de vista, que podría ser una tercera persona o un narrador omnisciente, como es posible encontrar en otras partes del cómic, nos encontramos con el el punto de vista de la autora, cosa evidenciable, y didáctica, cuando la vemos a Ella observando las viñetas (las acciones) de la llamada, fuera del tiempo de en que se da la llamada a la policía. Si acaso hay duda, el no encontrarla a Ella dentro de una viñeta como el resto de situaciones de la llamada, desde la teoría de Eisner, vendría a suponer que la viñeta, sus límites, son la página en sí: cosa de la que también estaría orgulloso el buen Will Eisner. 

Sorprendente, ¿verdad


La ilustración que más impacto tuvo sobre mí, fue una en la que se representa el momento de la agresión hacía el esposo de nuestra autora. Esto debido a dos cosas: primero, la expresión emocional que les adjudica a los agresores. Estos, en el momento en que dirigen, quizá el ataque más comprometedor para el bienestar de la persona, mantienen, según testimonian los dibujos de Ella, una plácida, extensa, inquebrantable, satisfactoria y regocijante sonrisa. Lo cual, visto de manera íntegra entre texto y narración visual, resulta una expresión de crueldad, psicopatía y callaneria. Artísticamente, soberbio. Humanamente, preciso. Clínicamente, una coyuntura entre la locura y la genialidad. 
     Segundo. Si lo anterior ya es impresionante, la viñeta tiene más que decir y con lo que sorprender. La autora, por decirlo de alguna forma, consciente de la importancia de la representaciòn, de lo impactante del ataque, encuentra la manera de recrear la acción en una sola ilustración. Para ello, para mostrarnos tanto el ataque con fuego y los golpes que su esposo recibió, decidió dibujar, que son espacios de acción y tiempo por medio de un trazo entrecortado en formas de silueta, los espacios físicos en los que se movió, movía y movería, la persona que agredió a su esposo. La ilustración resulta maravillosa por su forma simple, sin embargo el trabajo detrás de ello, si fantaseamos que nuestra autora se dedica a los cómics, define un estilo y singularización de los modelos clásicos (los de Eisner) para manejar el tiempo, cayendo en el tipo de técnicas de los artistas de cómics de tipo underground, quienes se permiten mayores licencias creativas. 





La primera referencia que apareció en mi memoria por estímulo de está página 24, es el cómic de Alan Moore y Jacen Burrows, en homenaje de H.P Lovecraft: Neonomicon (2010-2011, Avatar Press). Al final del cómic, la protagonista de esta historia, resuelve todo la trama planteada en la novela gráfica en una conversación con el héroe de una historia previa de la misma saga, The Courtyard (2003); personalmente, una de las mejores lecturas de la literatura lovecraftiana que he leído. Ambos personajes sostiene una ardua y apocalíptica conversación, la cual se desarrolla en dos planos: uno, el plano de la realidad-concreto, que es el mundo que nosotros conocemos, y el otro plano, el plano de lo real-traumático, el mundo que yace detrás del primero, el mundo que de ser revelado dejaría libre los horrores que nos hacen identificar sin dudas al mensaje de Lovecraft. El segundo plano, se desarrolla en el Leng, espacio lovecraftiano, que al ser reconstruido por Moore, emerge como un lugar donde se hacen efectivas las abstracciones matemáticas de orden superior, permitiendo que los tiempos se sobrepongan de manera simultánea y se mantengan vigentes. Es decir, que la sucesión del tiempo pasado a futuro, permanece como un presente interminable, lo cual, de hacerse efectivo en la realidad-concreta, nos permitiría ver la modificación en la materia y observar la serie de movimientos que esta ha desarrollado para ser partícipe de una acción determinada: es decir, que en el caso del cuerpo humano, yo podría ver lo que camine, lo que camino y lo que caminaré, inalterable y perpetuamente; así como los múltiples brazos danzantes de las deidades hindúes. 
     Alan Moore, en reiteradas entrevistas, ha comentado que cuando escribe (y diseña las estructuras de cada página, así como elabora los planos de las ilustraciones) experimenta estados de alteración mental que solo los puede equiparar con la esquizofrenia. Nuestra autora, por fortuna, no tiene que esforzarse demasiado en ese sentido. 









Aquí estamos, presentes en el que era el futuro del post, tratando el tema inicial, ya pasado: el lugar de la locura en Ken Wilber y Carl Gustav Jung. La evidencia que hemos revisado de manera somera, nos permite realizar hipótesis, y entre ellas, la más necesaria, es que entre el arte, la imagen y la locura existe un espacio, una dimensión en la cual se anudan; que el loco, el artista, el humano viene y va a través de ella. A veces siendo víctima de sus inestabilidades y desorden, a veces domesticando porciones de esa dimensión, pagando un precio por ello, y casi siempre, caminando a través de esa dimensión en la más profunda de las cegueras. Nuestra autora, en su estado de locura, caminado en este 'Leng', donde logró extraer la verdad necesaria y dura para poder presentarse ante la encarnación de la palabra, la Ley. El cómic de nuestra 'Krazy Kat' es una ofrenda extraña ante esta bestia judicial que por ser ciega, tiene serios, serios problemas para entender un cómic. 


Nos vemos en el 'Leng'. 







jueves, 2 de enero de 2020

El hombre de la máscara de hierro de Alejandro Dumas


Ilustración de el Hombre de la máscara de hierro/
Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos de América, Washington. 

Introducción


Tengo la idea, de que al calificar de 'Universal' la obra de alguien, es porque esta ha logrado escapar de algunas limitaciones: la mortalidad, el tiempo, el idioma y la geografía. El término 'universal', como cualquier otra palabra, fabrica sus propios contextos, nos arrastra, sin ninguna amabilidad, a la holgazanería, y nos restringe a pensar en lo que realmente quiere significar lo 'universal'. 

Estos trabajos, los 'universales', poseen todo lo opuesto a lo que es considerado como universal; son, en todo sentido: singulares. En contra de la Historia, apuestan por historias; en contra de la humanidad, apuestan por unos cuantos hombres; en contra del lenguaje, apuestan por la lengua; en contra del cosmos o de los continente, se arraigan a pequeñas porciones de tierra, ciudades, pueblos, casas. Los 'universales' son como las respuestas a la tentación de Jesucristo en el desierto: 

Después lo llevó el diablo a un lugar elevado y le mostró, en un instante, todos los reinos de la tierra; y le dijo: «Te daré todo el poder de estos reinos y su gloria, porque a mí me lo han dado y a quien yo quiera se lo puedo dar. Si te postras ante mí, todo será tuyo». Jesús le respondió: «Está escrito: Adorarás al Señor tu Dios, y sólo a él darás culto»

Los hombres detrás los 'universales', mucho antes de rozar la vanidad, rozan con la humildad, porque la humildad entiende las limitaciones, conoce su valor, y se permite tomarlas y hacer uso de ellas. Los 'universales' aceptan lo etéreo del tiempo, la inmensidad de la tierra y lo secreto de sus rincones, entienden que no hay palabras perfectas que encarnen la totalidad, y, a pesar de ello, a  toda costa, agarran las limitaciones de las palabras pequeñas para construir lo perfecto. Lo posible. 

Eso posible pone en tentación a lo imposible.

Mario Vargas Llosa, escribe, en razón de Victor Hugo predecesor de Alejandro Dumas, que Les Misérables es la tentación por lo imposible. Para Llosa, la cantidad de detalles, la extensión, esas cualidades que en algún momento Jorge Luis Borges acusó de innecesarias y lo mantuvo lejos del género de novela, son los sinónimos de la belleza, la virtud. Llosa, entusiasta y embebido de la literatura francesa, reconoce que en el trabajo 'universal' de Víctor Hugo, se experimenta la sensación de lo infinito, ya que en cuanto nombre, en cuanto lugar, en cuanta cosa, en cuanta palabra aparece en la novela, es, en principio, una línea que se podría seguir extendiendo ad infinitum; experiencia de lo interminable, lo inacabable.

Más cerca de Llosa que de Borges, creo que Alejandro Dumas, su obra singular y limitada, esa obsesión, articulada en la humildad de ser francés, centrada en la política de su tiempo, en las leyendas de unas cuantas ciudades, en la vida corta y efímera de unos pocos hombres y mujeres, nos permiten apreciar lo pequeño, lo insulso, como si fuera la única cosa en todo el mundo, alzando, en la mismísima lógica del enamorado, lo singular por encima de todas las cosas; para convertir a lo uno en todo lo demás. 

Enfrentarnos a Dumas y su máscara de hierro, no es para encontrar algo de nuestro tiempo, nuestra lengua o nuestra tierra, es para que aprendamos a apreciar los límites de otros hombres, y quizá así tengamos el valor de alzar, con humildad, nuestras pequeñas historias como si fueran la única historia en el universo: ya que solo así es que lo pequeño se hace titánico, lo uno, todo, lo singular, Universal, y el tiempo se diluye en lo infinito. 


-a.e
Sinopsis del libro ----


El hombre de la máscara de hierro es una historia debida a la pluma del autor francés Alejandro Dumas, padre. No es realmente un libro, sino que forma parte de la más extensa historia El vizconde de Bragelonne, que se publicó por entregas en Le Siècle entre 1847 y 1850. Se basa en una leyenda que ha calado mucho en la cultura popular, y ha sido llevada al cine en numerosas ocasiones, en adaptaciones que se toman bastantes libertades en relación con el texto de Dumas. Fue escrito, como otras de sus novelas, en colaboración con Auguste Maquet.
Biografía -----
Alejandro Dumas fue un novelista y escritor francés. Nació el 24 de julio de 1802 en Villers-Cotterêts. Su padre, Thomas Alejandro Dumas, conocido como el conde negro, fue un gran personaje de la historia militar de Francia, recordado por ser el primer general de origen mulato de su país y posteriormente un héroe de la Revolución. El general fue, además, su inspiración para escribir dos de sus libros más conocidos: El Conde de Montecristo y Los tres mosqueteros.
Su padre falleció cuando él era un niño pequeño, por lo que él y su madre tuvieron que vivir con la escasa pensión que éste les dejó; debido a ello su educación fue muy precaria, más en su juventud comenzó a educarse de manera autodidacta. Tuvo varios trabajos hasta que acude, con algunas cartas de recomendación, con amigos de su padre y uno de ellos lo emplea como escribiente. Es así que comienza su producción literaria.
Los primeros textos de Dumas fueron pequeñas obras de variedad para teatro, medio en el que destacó como uno de los mayores exponentes del romanticismo francés. Fue también con sus primeras obras que alcanzó sus primeros éxitos. Obtuvo una gran fama y reconocimiento que se extendieron mucho más allá de Francia. Se hizo de una gran fortuna, sin embargo, nunca dejó de tener deudas. Siempre había sido aficionado a las mujeres, por lo que su dinero se iba entre viajes, excentricidades, amoríos y la manutención de sus hijos.
Su gran popularidad y la petición de más obras, le condujeron a contratar a algunos otros escritores para poder terminar sus textos, tales como Auguste Maquet, quien más tarde lo demandó por abuso de trabajo. El resultado de esta demanda, sumado a los malos manejos de su dinero y el hecho de haber tomado partido durante la Revolución de 1848 lo llevaron a la pérdida de su fortuna.
Poco después de una década de su desgracia económica conoce al general Giuseppe Garibaldi, a quien se une. Durante este periodo se dedica a realizar reportes de guerra. Tras la victoria del general Garibaldi, Dumas es nombrado Jefe de Excavaciones y Museos en Nápoles, donde continúa su escritura.
Dumas murió de un paro cardiaco el 5 de diciembre de 1870, a los 68 años. Fue sepultado en su pueblo natal, no obstante, en 2002, por órdenes del Presidente francés Jacques Chirac, sus restos fueron trasladados al Panteón de París y depositados junto a otros escritores ilustres. Durante esta ceremonia se reconoció que el escritor ha sido uno de los autores franceses más leídos en el mundo, con sus alrededor de 300 obras, varias de ellas traducidas a más de 100 idiomas.

Curiosidades de Alejandro Dumas ----
Usualmente los escritores de novelas de aventuras o de viajes no se parecen a sus personajes, al contrario, suelen ser personas sedentarias, respetuosas de las leyes y con biografías más bien tranquilas y con pocos altibajos. No es el caso de Alexandre Dumas.

Origen y prejuicio

«…CON UD., NOSOTROS FUIMOS D’ARTAGNAN, MONTECRISTO O BÁLSAMO; RECORRIMOS LAS CALLES DE FRANCIA, PARTICIPAMOS EN BATALLAS, VISITAMOS PALACIOS Y CASTILLOS; CON UD., NOSOTROS SOÑAMOS…».
















Con estas palabras el entonces presidente de Francia Jacques Chirac acompañó en 2002 el traslado de los restos de Alejandro Dumas al Panteón de París, reivindicando en parte de esta manera a un autor que a pesar de ser el más traducido de Francia, a más de cien idiomas, había sido discriminado por sus orígenes y por la ascendencia caribeña de su padre.
En efecto, Alejandro era hijo del “Conde Negro”, el general Thomas-Alexandre Dumas, héroe de la revolución Francesa –su nombre se encuentra en el Arco de Triunfo- nacido en Haití, y a su vez hijo de un aristócrata parisino, Alexandre Antoine Davy de la Pailleterie y de una esclava negra, Marie-Céssete Dumas. Para regresar a Francia, donde había sido dado por muerto y estaba a punto de perder su fortuna, el abuelo de Alejandro debió esclavizar temporalmente a su hijo, comenzando así, antes de su nacimiento, las extraordinarias aventuras del creador del Conde de Montecristo.

La máquina Dumas

Aunque comenzó a publicar desde muy joven, esto no explica el extraordinario número de novelas, obras de teatro y crónicas de viajes publicadas a lo largo de su vida y que se estiman en unas trescientas, sin contar los numerosos artículos para periódicos y revistas.Pero sí hay explicación: Dumas recurrió a “negros” literarios o escritores “fantasmas”, denominados así porque nunca aparecen sus nombres sino el del autor que los contrata. Aunque todavía se debate hasta dónde llega su autoría en algunas novelas, hay consenso en que fueron su talento y dirección los que las hicieron trascender.

Alejandro Dumas personaje de Alexandre Dumas

Fue un escritor de armas tomar y sus numerosos diarios de viajes así lo atestiguan: recorrió Bélgica, Suiza, Italia, Alemania, España, Argelia, Túnez, Rusia y Palestina, entre otros países. Fue inmensamente rico, pero derrochó su fortuna en fiestas, cenas y objetos de lujo, hasta el punto de tener que salir de Francia en una ocasión huyendo de sus acreedores.
Se vio involucrado en la Revolución de 1848, pero logró evitar las complicaciones legales. En un viaje a Italia, en 1859, conoció a Giusseppe Garibaldi, a quien ayudó comprando armas en Marsella y trasladándolas a Sicilia en su propio barco. Como resultado de esta amistad y del triunfo del italiano, fue su nombramiento como director de Excavaciones y Museos de Nápoles, cargo que desempeñó durante varios años, hasta que retornó a Francia. Ni siquiera su muerte, el 5 de diciembre de 1870, pudo evitar cierto toque novelesco. Sufrió un ataque al corazón el mismo día en que las tropas prusianas entraban en su pueblo.
Detalle, Retrato de Dumas por Achille Devéria (1829)
Ficha del Libro ----
Título: El hombre de la máscara de hierro
Autor: Alejandro Dumas
País: Francia
Año: 1840-1847
Páginas: 428
ISBN101517507553
Programa de Lectura ----
  • Jueves 02 de Enero 2020 -----  de TRES COMENSALES ADMIRADOS DE COMER JUNTOS hasta LA COLMENA, LAS ABEJAS Y LA MIEL.
  • Jueves 09 de Enero 2020 ----- de OTRA CENA EN LA BASTILLA hasta LA SOMBRA DE FOUQUET.
  • Jueves 16 de Enero 2020 ----- de LA MAÑANA hasta ENTRE MUJERES.
  • Jueves 23 de Enero 2020 ----- de LA CENA hasta EL HIJO DE BISCARRAT.
  • Jueves 30 de Enero 2020 ----- de LA GRUTA DE LOCMARIA hasta el final de la novela (día de la PELÍCULA)
Los Tres Mosqueteros ----
Las varias referencias a los mosqueteros en la novela parecen plantear la necesidad, para completar la experiencia total que envuelve a los icónicos personajes de Dumas, leer su primera aparición y una de las novelas más representativas del francés: Los tres mosqueteros. Aquí el audio libro para aquellos que deseen ampliar su lectura. 





Bibliografía