viernes, 8 de enero de 2021

Como incidió mi madre en mi vida, al estilo de las madres chinas.

Este cuento ha sido escrito por Sonia Sosa, integrante del Club de lectura Arazá, ubicado en El Pinar, Canelones, Ciudad de la Costa, Uruguay.

  

Nació en el 1910 y falleció en el 2008, casi a los 98. Compartió su infancia y adolecencia con 

su hermana melliza, cinco hermanos y seis hermanas. Viviósiempre en el campo pero tuvo 

una activa vida social y capacitación en su domicilio de todas las tareas que le podían ser 

útiles en su vida. En la casa de mi abuelo Eusebio no había distinción de sexos y tanto los 

hombres como las mujeres tenían que aprender a realizar las mismas tareas.

 

A los 20 y poco se casó con un primo hermano y paso a residir muy cerca de su casa paterna. 

El espíritu festivo y la realización de todas las tareas del campo y de la casa las trasmitió a 

mis tres hermanas y hermano. Ella trajinaba por la casa desde muy temprano preparando el 

desayuno y el almuerzo, una vez que éste estaba pronto se bañaba y hacía la “siesta del 

burro” y a las doce en punto había que sentarse a la mesa para almorzar. 

 

Ademas, mantenía una quinta cerca de la cocina, nos hacía la ropa y nos preparaba para ir a  

la  escuela con delantales blancos bien almidonados y una gran moña azul y ella misma nos 

llevaba en auto todos los días a la escuela de Dolores levantando en el camino primos y 

amigos y en el tiempo lindo nos preparaba para ir a pescar al río poniéndose unos 

pantalones “bermudas”y enseñándonos todo sobre las artes de la pesca. 

 

En muchas ocasiones teníamos suerte y nos llevábamos alguna tararira para el horno y algún 

bagre para un guiso. También aprendimos a cortar la leña para la cocina económica, sacar 

agua con roldana de un pozo muy profundo, limpiar la cocina y la casa y nuestra ropa desde 

muy chicas. Arriar los terneros al corral para tener la leche al otro día y muchas veces 

recorrer el campo a caballo para ver si no había algún animal caído como le enseñaron a ella. 

 Aprendimos a coser, a bordar, a tejer y todo lo relacionado a la quinta y el jardín y el buen 

trato y el cuidado con los animales.

 

En la adolescencia nos dio libertad para divertirnos, con una sola condición, que no 

volviéramos embarazadas, la unica referencia al sexo. Nunca nos levantó la voz ni la mano. 

Gozábamos de la mayor libertad y cualquier actividad o emprendimiento que se nos 

ocurriera teníamos campo libre para realizarlo. Estas enseñanzas me permitieron transitar 

por la vida con libertad y seguridad pero también con grandes falencias. No recuerdo un 

beso o un gesto cariñoso de parte de mi madre. En los momentos que necesité su apoyo no 

lo tuve: cuandoestaba estudiando o cuando quise volver al campo ya formada en mi 

profesión, no me lo permitió. Por un tiempo, quizás demasiado largo, viví con esa amargura 

en mi alma. Pero cuando a ella le tocó transitar un largo camino que la fue  alejando del 

mundo real la perdoné pensando en las falencias afectivas y de reconocimiento 

que pudo haber tenido en esa familia tan numerosa y siendo mujer.

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