Estudio estético sobre el Jesucristo Negro
y de cómo Maximiliano Ravidabia resuelve su misterio.
El Jesucristo negro posee proporciones exactas a la talla del hombre ordinario, cualidad que evoca al principio de conservación del cuerpo. La armonía en los detalles de la imagen permite nombrar a Baccio de Montelupo. El ensamblaje del cuerpo en la cruz está orientado a la congruencia general, característica que busca representar, de manera simple y auténtica, la emanación del ser; es decir, que en el Jesucristo negro yace la correspondencia entre la forma y la identidad. He de señalar que la tosquedad en el color de este Cristo crucificado contradice la enseñanza de San Agustín, quien ha indicado que toda hermosura en el cuerpo es manifestada a través de los matices.
El modelo del crucificado insiste en la naturaleza numérica. El trabajo artesano del Cristo negro revela la prevalencia del número cuatro como valor rector, lo cual significa la unidad del mundo: Quatuor sunt plagae mundi, quatuor sunt elementa, quatuor sunt qualitates primae.... También se observa que la cabeza de Nuestro Señor se encuentra ubicada, ligeramente, fuera del madero, lo que permite notar el emblema de la crucifixión; y, en las piernas del inmolado, existe una separación entre los mismos miembros que permiten el espacio suficiente para observar el madero. Estas cualidades nos hablan de que por encima del número cuatro está el número cinco; porque si el tetrágono es la perfección moral del hombre, la péntada es el símbolo de la perfección mística. El cinco como los pétalos de la rosa, el cinco que son los libros de la Torá, el cinco en las plagas que azotaron a Egipto, el cinco que es el valor que vuelve continuamente sobre sí. A pesar de las virtudes citadas anteriormente, el color, su ausencia o esta incapacidad de definir la razón de su oscuridad es lo que no permite dictar a primeras un juicio definitivo sobre el Jesucristo negro.
San Buenaventura ya dijo que “la luz es la forma sustancial de los cuerpos, que poseen más real y dignamente el ser cuanto más participa de ella”. Guiado entonces por las palabras del maestro, habría que declarar que la luz que se niega al cuerpo de este Cristo no permite que de él emerja la belleza. Sin embargo en este Jesucristo hay una paradoja, pues su cuerpo es cuerpo perfecto, cuerpo para expiación, pero su negrura es la que no permite atribuir el gozo y el júbilo de la resurrección venidera. Yo creí que en esto residía la diablura.
El hábito de inquisidor no abandona. La mente necesita respuestas y las urde como radicales en su piel pero que son débiles en la entraña. Habrá venido a mí, en ese momento, el recuerdo de las lecciones del hermano Sprenger y el hermano Kramer para proferir sobre el Jesucristo negro la total maldición, ordenar su destrucción y recuperar aquel lugar poseído por Belcebú; pues los cristos negros son propios de los aquelarres y de un rumor que asevera que en Cáceres hay una cofradía que vela de uno. Dicta el pasaje de los hermanos nombrados, que estas efigies negras son hechas por Brujas para confundir la mente, engañar el corazón y llevar a la perdición al espíritu. Rezan los hermanos Sprenger y Kramer que “las brujas usan ciertas imágenes y algunos amuletos, que suelen colocar bajo los umbrales de las puertas de las casas, o en los prados en que pastan los rebaños o inclusive donde se congregan los hombres, y de ese modo hechizan a sus víctimas”. Antes de que hiciera audible mi sentencia sobre el Jesucristo negro, cierta duda no me permitió proceder pues recordé que las paradojas se han de superar en el uso de las mismas, y he aquí testimonio de cómo lo logré.
El Cristo negro es signo de la salvación. Salvación que no proviene de la muerte, sino salvación que viene por medio del acto de entrega al sacrificio. Al morir el Jesucristo negro en la cruz, su muerte es realizada por la sentencia sobre pecados que no le son propios a pesar de que sea señalado como hechor. El Cristo negro es el que suplanta, a través del acto, el lugar del pecador, para así, por obra de su misericordia insensata, salvar al pecador de su castigo por el acto que en principio le es propio. De esta manera el Jesucristo negro es castigado por lo que él ha realizado pero que su corazón no ha gestado. El Jesucristo negro emerge tal malhechor que conserva la inocencia, y esta contradicción reafirma la contradicción que ya está en Dios.
Todas estas cosas pensé frente al Jesucristo negro. Elevé una plegaria por todos los hijos de Dios y por aquellos que ya no estaban con nosotros. Habiendo terminado la oración, y ya cerca vísperas, regresé sobre mis pensamientos y me pregunté: ¿Qué clase de artesano diseñó esta maravilla de la doctrina?, ¿qué pueblo sublime habrá de creer tan alta filosofía? Pude haber realizado otro estudio sobre estos asuntos pero en ese momento, detrás del Cristo negro, apareció una figura de baja estatura con gran sombrero y lanzando risillas que yo tomé por burla. Aseguré que ese era el demonio y que estaba ahí para profanar mi reflexión.
Llevado por la cólera, salí detrás del demonio en dirección a lo espeso del bosque.
Página inicial del Malleus Maleficarum ed. 1669; escrito por Heinrich Kramer y Jakob Sprenger y publicado en 1487. |
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