Deseo y posibilidad
Una historia de las notas de la Doctora Calvin
(cap.final)
Leyó y releyó las notas de la doctora Calvin; al menos, cuatro veces más.
Apenas puso un pie dentro de la casa, percibió una fuerza en su interior demandando ir al baño. Las últimas líneas del cuaderno que la doctora le había enviado era una nota dirigida a ella.
Fui muy descuidada... claro, hasta al final. Si tuve sospechas las dejé detrás de la ignorancia. Uno es humano, nuestra mente no computa de la misma manera que un cerebro positrónico. Ni el conocimiento, ni la experiencia, ni porque una o la otra sean demasiado, en nosotros prevalece un sentido de la ingenuidad.
Asumí que algunos de los cambios que hiciste encontraban justificación en las demandas editoriales de su trabajo, también valoré el hecho de que la distorsión se trataba de algo muy íntimo de ustedes los periodistas. Es decir, su trabajo se resume a presentar una verdad, queda en segundo plano si para ello la verdad tiene que sufrir alguna modificación. Le dicen 'problemas del lenguaje' ¿no? El arduo y complicado labor de presentar la verdad, tal y como es, ha quedado, desde hace años, en manos de la ciencia; que a pesar de sus esfuerzos, siempre es insuficiente. Además, ¿porque no he de admitirlo? Su manera de tratarme, de hablar sobre mí… ¡Oh, la vanidad! o mejor dicho, ese placer que provoca el ser reconocido por alguien, ser visto por alguien, eso que la vieja psicología llamó escoptofilia... eso aún hace de las suyas. Admito que fácilmente me deje seducir por su boba y delicada zalamería.
EL CONFLICTO INEVITABLE, ese es el título del último artículo, ¿no es cierto?
La luz no dejó sombra en el baño. La blancura e iluminación resultaban un principio contrario a la suciedad a la que estaba asociada el cuarto. La reportera se acercó al espejo, se ubicó frente a él; escogió el espejo pequeño, solo necesitaba ver su rostro. Ni un músculo de ese rostro amable y delgado lucía tenso, la mueca que sostenía resultaba artificial; como si fuera la primera vez que sentía en su organismo aquello que roza la frustración y la vergüenza. Hizo su largo cabello hacía atrás. Lo amarró; no quería que ni la más delgada hebra castaña le entorpeciera el rostro. Abrió el grifo, metió las manos en el agua helada y se llevó lo que pudo al rostro. No parpadeo, no perdió la atención de su imagen proyectada en el espejo.
Dejemos algo claro: No estaba interesada en leer alguno de sus artículos. La conclusión era simple: no había nada nuevo en ellos, todo era acerca de mí; lo que pienso, lo que intuyo, lo que siento acerca de los robots. Me interesé por los artículos, y terminé leyendo cada uno de ellos, después de que una que otra persona de la U.S Robots hiciera comentarios acerca de mí... nuevos y extraños comentarios. Decían que poco a poco se volvía evidente y descarado mi odio hacía la humanidad; alguien dijo que si tanto era el malestar que me provocaba la carne humana, mejor sería que encontrará la manera de acabar con mi propia humanidad. De paso me sugirieron que si acaso me atrevía a ello, lo hiciera con una soga al cuello. Estoy de acuerdo en algo con ese tipo de comentarios, así como lo estará usted y cualquiera que me conozca: no me simpatiza mi especie.
No me simpatiza, pero no por ello hago de mi trabajo un evangelio de mi desagrado. El mismo hecho de expresar ese 'odio' a alguien iría en contra del mismo malestar expresado. Hacerle saber a un humano mi desagrado, implicaría, según las antiguas reglas de la intrusión psicológica, que este sujeto antes de resultar un repulsivo es el objeto de mi identificación... en fin.
Leí sus artículos. Menuda sorpresa me encontré. Espero disculpe mi obsesión, pero prefiero pecar de detallista a ser tildada de histérica y paranoide…
El agua volvió a hacerlo una vez más... ahora se deslizaba con lentitud sobre la piel de la mujer. Su textura tersa, esa ausencia total de defectos en ella, era motivo para que dermatologos, o cualquiera, asegurara, ciegamente, que el agua correría en ella fácilmente. Pero la gota permanecía en su mejilla como suspendida.
La periodista no notó lo que sucedía con su piel y el agua, al interior sucedían una intensa rememoración de cada una de las acotaciones que la doctora realizó de los nueve artículos que ella publicó a costa de su vida y trabajo en la U.S Robots. Junto a cada frase sacada de la Prensa Interplanetaria, estaba una observación que contenía las quejas de la doctora por aquellas palabras que ella, la doctora, no recordaba haber dicho; conceptos que ella no había explicado...
“¡Sólo las máquinas a partir de ahora serán inevitables!” Usted sabe que yo no dije eso. No importa lo mucho que odie, si es que se siente más a gusto con esa palabra… que odie a los humanos, yo pertenezco a este ocaso que ha dado su última luz para verlos nacer. ¡Sólo las máquinas a partir de ahora serán inevitables! Esas no son palabras humanas. Usted podrá decir, ‘pero doctora Calvin, su argumentación apunta a ello, es el espíritu de su trabajo', y yo le diría: Si, es cierto... Y si, es cierto que nosotros los humanos solemos pensar más allá de las palabras, y esto se lo hago saber antes de que lo añada a su próximo comentario. Pensar más allá de las palabras es un mal hábito si quiere verlo de esa manera, aunque para mí es peor, es algo de lo que no podemos librarnos. Todo humano en la historia y las galaxias tiene un capricho en común, también llámelo un mal hábito, pero también es algo peor… Usted, al parecer, ha olvidado que somos la especie que viene matando a Dios desde los primeros siglos. Es ese uno de los grandes deseos que con ustedes, los robots, se vuelve cada vez posible. Si matamos a Dios, ¿no cree usted que no estaríamos dispuestos a acabar incluso con lo inevitable?
Recordé sus ojos, sabe…
Al final, después de la última nota recordé sus ojos. Siempre atenta, recolectando todos los datos alrededor, podría jurar que me estaba leyendo la cabeza, pero era algo más sencillo que eso; sencillo, claro está, para alguien como usted, ¿no es así? ¿Qué, 114? ¿110? ¿Cambió los números de la serie el doctor Allen para ocultar su fracaso con el 102?
S.C.
La frialdad que emitía la cabeza de la reportera, producida por el estrés de las notas de la doctora Calvin, cristalizó la gota de agua en su mejilla. Estaba perdida ahora en los detalles reflejados de su ojo. El iris lucía normal, su color avellana jamás había provocado sospechas; dentro de un trabajo como el suyo, incluso eso era una ventaja. Los humanos suelen decir que los ojos son las ventanas del alma, y la experiencia ha demostrado que unos ojos claros cumplen esa absurda filosofía. La pupila presentaba las dimensiones adecuadas, la negrura correcta, era el vacío que se esperaba encontrar en todo ojo humano; receptáculo de informaciones que en el caso de la reportera, estas informaciones entraban en proporciones infinitas en contraste a la pupila humana.
Todo estaba en orden en ella. La única respuesta al cuaderno era el ingenio de la doctora Calvin. Ese cerebro de carne y líquidos, seudo-electricidad y arrugas, era lo único que podía dar respuesta a ese reconocimiento que la doctora hizo de ella; que debajo de lo humano, y el periodismo, se encontraba el funcionamiento de un cerebro positrónico.
Era imposible que el gastado y carnoso ojo enfermo de la doctora haya alcanzado a distinguir, en un borde de la zona esclerótica del ojo izquierdo, entre las manchas propias de un tejido sanguíneo, el código KPHAXTIO…
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