Sobre la marca de un destino, y un gran animal blanco
antecede el reposo de Maximiliano Ravidabia.
Todos fuimos testigos de las tierras salvajes tumbadas a nuestros pies. Mientras contemplabamos a la región, consumida por la noche, fuimos sorprendidos porque a la distancia se podía observar millares de luces ascendiendo a los cielos desde la cima de una Montaña; si no hubiese sido testigo de esto, habría trazado una ruta para nuestra cruzada dentro de los límites de la playa.
Las luces en esa Montaña se elevaron durante largo tiempo y sirvieron de descanso y diversión para las historias de los hombres. En el lugar donde nos encontrábamos se decidió no hacer fuego, ni hacer otra cosa, ya que antes de cambiar el orden natural es necesario desentrañar algunas intimidades del terreno.
Fui el último en entregarme al sueño. A lo mejor el agotamiento o mi disposición al secreto fue lo que me hizo ver una que creí era una nueva aparición. Un animal de color blanco, que solo en tamaño lo confundirá con un lobo, rondaba nuestro campamento. Si bien la disposición natural en nosotros nos empuja al sobresalto y el aviso para enfrentar los peligros, no encontré razones para hacerlo. El animal no era trampero en su postura, y se paseaba como quién protege una fortaleza. Al percatarse de mi atención, el animal se echó en el césped para dormir.
Me quedé dormido con la siguiente idea: de lograr o no lo encomendando para nuestro viaje, que era encontrar orientación o un modo de dejar esta tierra y recuperar nuestra ruta marítima, tendría que buscar la manera de llegar a la Montaña donde se habían elevado las luces.
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