martes, 29 de diciembre de 2020

Series CBE: La Montaña Donde Ascienden Las Luces (III)






Estudio preliminar de la tierra: la Mar, la Playa, la Arena.

Sobre la aparición del hombre y la separación de la compañía.


Debido a nuestras desdichas en mar abierto, abandonar la nave era asunto forzoso. 

Dejamos a Nuestra Señora de Almudena en manos de los maeses carpinteros que, con ayuda de marineros y grumetes, tenían ante ellos larga jornada para devolver utilidad a la nave. El capitán dijo que no dejaría el galeón hasta no resolver el enigma de nuestro paradero. Hundido en cartas marítimas, instrumentos y el misticismo de todo hombre de mar, el capitán favoreció mí presencia entre la tripulación, pues habiendo sido estudioso en materia de vida humana, animal, vegetal y mineral, novato en el saber de las disposiciones y las formas del terreno, aventajado en el lenguaje de las estrellas y hombre que intenta perpetrar el ministerio del espíritu, terminó por nombrarme emisario de su autoridad en esa tierra, y entregóme el mando de todo hombre de su tripulación fuera del barco.

Llegamos a la playa con dificultad. Las turbulencias de esas aguas, que no tienen origen en tormentas ni en los movimientos usuales de los océanos conocidos, son de obstáculo al acto de remar. Los expertos navegantes que venían conmigo aprendieron que los ascensos y declives vertiginosos del agua no se pueden dominar sino es por la falta de acción. El hombre de mar habrá confirmado, antes que el filósofo, la paradoja como origen del mundo. 

La arena de la playa es de tono grisáceo, en ella se reconoce porciones negruzcas, porciones blancas, además puede encontrarse el mineral cuarzo, restos de piedra caliza y de roca volcánica. Sobre esta arena hay una alfombra de pequeñas piedras elípticas que dificultan el paso sobre la superficie de la playa.  

Estando todos en espacio transitable, refrescados por la sombra de alargados árboles como los datados en tierra musulmana, nuestros primeros pasos se vieron interrumpidos. Habrá alguien dado alarma que a la distancia éramos vigilados. Notamos a un hombre de alta estatura, porte noble, en el que pude identificar natura no humana. Sin importar su parecido a los hombres, en él no hay linaje de Adam Kadmon. Vestía un manto escarlata, así que no he distinguí jubón, pechero, calzas, rozagante, ni zapato, solo un pie desnudo y blanco quedó expuesto bajo el color del manto y sobre la oscuridad de la arena. Los más bélicos de la tripulación que venían conmigo tomaron sus cuchillas y solicitaron el permiso para lanzarse contra del extraño. En virtud de haber recibido el don de la prudencia, luego de los exabruptos de la vida de juventud, ordené calma, respeto y espera; porque en tierra desconocida estamos, porque en esta landa nosotros somos los intrusos. 

Anticipado el semblante de hombre se introdujo en la selva en el momento en que intenté el saludo, ya que con ello pretendí dejar al descubierto si conocía, o no, los hábitos de los hombres de nuestra región. 

Recuperados, pasada la hora sexta, nos adentramos en la selva. Dispuse que, para no seguir  soportando necedades, el primer oficial, quien no reconocía mi autoridad, actuará como bien le convenía. Este se encontraba angustiado por la distancia que logramos con el barco, y escindió la compañía en dos partes; dejó a mi cargo un grupo que tenía como objeto la exploración del terreno y, si era posible, la búsqueda de alguna orientación. El primer oficial se hizo de otro grupo para recolectar alimentos, agua y cualquier otra bondad que hacen que cada hombre se mantenga en pie, a buena temperatura y en humor tratable. 

Habiendo avanzando con la nueva agrupación, y antes de perder el rastro de luz del día, fijé nuestra ambición en un cerro que, desde el punto en que lo evalué, no parecía poseer complicaciones para su llegada. Caminamos entonces hacia ese lugar, encontrando riachuelos cristalinos en los cuales pudimos refrescarnos; comida no probamos, más nadie la necesitó. 

Al estar arriba del montículo, ante la revelación  total del terreno que le rodeaba, no dejé de pensar en la aparición de hombre cuya sola presencia es suficiente para turbar el corazón.






Próximo Capítulo 

Sobre la marca de un destino, y un gran animal blanco antecede el reposo de Maximiliano Ravidabia.


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