domingo, 19 de mayo de 2019

Chesterton el detective (II)


La agudeza literaria de Chesterton solo puede encontrar rivalidad con su forma de entender lo humano y que, para ello, no tuvo que idear un sistema psicológico o antropológico – aunque no dudó en hacer aseveraciones psicológicas y sentencias antropológicas a lo largo de su trabajo–, encontró las herramientas para entender todas las cosas en la doctrina cristiana que tanto le asombro y defendió.

La existencia del pecado, no solo como problema teológico, sino como asunto de filosofía y razón, hacía que Chesterton atacara al entorno literario de su tiempo que evitaba escribir sobre crímenes, y que quería convertir a la novela de detectives en algo pasado de moda, burdo e innecesario. Chesterton, en Sobre la novela de detectives, dice: “puedo pasarme muy bien sin policías, pero no puedo pasarme sin criminales. Y si los escritores modernos van a ignorar la existencia del crimen, igual que ignoran la existencia del pecado, entonces la escritura moderna se volverá más aburrida que nunca” (p. 346).

Esta herencia cristiana, a la que Chesterton nunca aisló de la tradición pagana, pero la diferenció de manera radical, le enseñó que la paradoja o contradicción, a pesar de su irresoluble tratamiento lógico, son una verdad lógica –desde Hegel, pasando por los seminarios de Lacan, hasta Alain Badiou y Slavoj Zizek, el cristianismo, lógicamente, es la única religión verdadera; y para quien quiera preguntar por Nietzsche, que vuelva a leer a San Pablo-. Para Chesterton, la imagen de que un hombre fuera hombre y ese mismo fuera a la vez Dios, y que entre esas dos condiciones no existiera un concepto mediador –como bien podría ser la 'encarnación'–, hace posible que un humano sea de manera simultánea, el hombre más grande y brillante del universo, así como el ser más corrupto y horroroso de todos los tiempos. El cristianismo le permitió a Chesterton enfrentarse con ese mismo entorno literario que, si no desprestigiaba e ignoraba a los relatos policiales-, tenía el hábito de alterar, a la base del desarrollo social, la psicología de los criminales, hasta llevarlos a una corporeización exagerada de la maldad; hacerlos aún más malos que la maldad. Esta ultima tendencia parece ser una costumbre aún vigente en nuestra literatura y cine, el interés y enfoque sobre la dimensión patológica del criminal, fabrican a un ser ficticio, aterrador, pero distante e inverosímil. La capacidad del artista de detectives, afirma Chesterton, reside en hacer que los acontecimientos más espantosos y macabros sean ejecutados por gente 'buena' “o debería aparentar serlo de forma convincente” (p. 347). 

Nada resulta más acertado, tanto en las páginas de una novela como en el resumen de la vida cotidiana. Nuestra sorpresa hoy en día siempre tiene esta descripción chestertoniana: que no hay cosa más terrible que un padre de familia, dedicado, cariñoso e intachable, para violar a una niña, que un violador. 

Esta cuestión ética tiene una resonancia estética en la construcción de la novela de detectives. Chesterton opina que la malicia que genera la sospecha sobre el criminal hace “que cualquier final nos parezca blando. Y eso se debe a que ningún lector se asombrará lo más mínimo de saber que cualquiera de ellos, o incluso todos ellos, hayan cometido el crimen” (p. 348), por esto, para combatir en contra de esos excesos, encuentra en la perezosa vida familiar y rutinaria, las condiciones para que el relato permita una verdadera respuesta emocional en el lector. Cito: “si lo que queremos son emociones, las emociones sólo pueden encontrarse, en los virtuosos hogares victorianos, cuando descubrimos que quien cortó el gaznate de la abuelita fue el cura o la recatada gobernanta (…). También el amor por las historias de asesinatos, como otras tendencias morales y religiosas, nos lleva al hogar y a la vida sencilla” (p. 349). 

¿Sera por esto que en Diez negritos nuestra respuesta emocional había quedado reducida a la curiosidad de conocer quien había perpetrado los crímenes, en lugar de la sorpresa misma del crimen, ya que todos eran en esencia culpables y en potencia criminales?, ¿es este el mecanismo que nos permite entender la fuerza y el impacto del asesinato de la esposa del 'buen tipo' en La ventana indiscreta?, ¿habrá Hitchcock leído a Chesterton? De esta última solo podríamos decir que Hitchcock era católico, no necesitaba leer a Chesterton.

El hombre que sabía demasiado es una pequeña muestra del inmenso trabajo de Chesterton en el tema detectivesco, en cada uno de los relatos intenta dejar en evidencia estas características que para el correspondían al canon de la escritura policial.

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El contraste que generaban sus intereses, su prolífica e inusual visión de las cosas y la injerencia que sus escritos lograron a inicios del siglo XX en una Inglaterra asediada por los cambios y las ideas, con este amor desmedido por los detectives, nos dejan al descubierto el camino que lleva al corazón de un hombre que siempre vio en el mundo un misterio, una sorpresa y una contradicción, virtudes y vicios que hacen del más simple de los hombres un poeta, un detective o un filósofo, o como preferiría Chesterton: un niño.

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