La agudeza literaria de Chesterton solo puede
encontrar rivalidad con su forma de entender lo humano y que, para ello, no tuvo
que idear un sistema psicológico o antropológico – aunque no dudó en hacer
aseveraciones psicológicas y sentencias antropológicas a lo largo de su trabajo–, encontró las herramientas para entender todas las cosas en la
doctrina cristiana que tanto le asombro y defendió.
La existencia del pecado, no solo como problema
teológico, sino como asunto de filosofía y razón, hacía que Chesterton atacara al
entorno literario de su tiempo que evitaba escribir sobre crímenes, y que quería convertir a la novela de detectives
en algo pasado de moda, burdo e innecesario. Chesterton, en Sobre la novela de detectives, dice: “puedo
pasarme muy bien sin policías, pero no puedo pasarme sin criminales. Y si los
escritores modernos van a ignorar la existencia del crimen, igual que ignoran
la existencia del pecado, entonces la escritura moderna se volverá más aburrida
que nunca” (p. 346).
Esta herencia cristiana, a la que Chesterton nunca aisló
de la tradición pagana, pero la diferenció de manera radical, le enseñó que la
paradoja o contradicción, a pesar de su irresoluble tratamiento lógico, son una
verdad lógica –desde Hegel, pasando por los seminarios de Lacan, hasta Alain Badiou
y Slavoj Zizek, el cristianismo, lógicamente, es la única religión verdadera; y para
quien quiera preguntar por Nietzsche, que vuelva a leer a San Pablo-. Para
Chesterton, la imagen de que un hombre fuera hombre y ese mismo fuera a la vez Dios, y que
entre esas dos condiciones no existiera un concepto mediador –como bien podría
ser la 'encarnación'–, hace posible que un humano sea de manera simultánea, el
hombre más grande y brillante del universo, así como el ser más corrupto y horroroso
de todos los tiempos. El cristianismo le permitió a Chesterton enfrentarse con ese
mismo entorno literario que, si no desprestigiaba e ignoraba a los relatos policiales-, tenía el hábito de alterar,
a la base del desarrollo social, la psicología de los criminales, hasta llevarlos
a una corporeización exagerada de la maldad; hacerlos aún más malos que la maldad.
Esta ultima tendencia parece ser una costumbre aún vigente en nuestra
literatura y cine, el interés y enfoque sobre la dimensión patológica del
criminal, fabrican a un ser ficticio, aterrador, pero distante e inverosímil. La capacidad del artista de detectives, afirma Chesterton, reside en hacer que los acontecimientos más espantosos y macabros sean
ejecutados por gente 'buena' “o debería aparentar serlo de forma convincente” (p. 347).
Nada resulta más acertado, tanto en las páginas
de una novela como en el resumen de la vida cotidiana. Nuestra sorpresa hoy en
día siempre tiene esta descripción chestertoniana: que no hay cosa más terrible que un
padre de familia, dedicado, cariñoso e intachable, para violar a una niña, que
un violador.
Esta cuestión ética tiene una resonancia estética en la construcción
de la novela de detectives.
Chesterton opina que la malicia que genera la sospecha sobre el criminal hace “que
cualquier final nos parezca blando. Y eso se debe a que ningún lector se
asombrará lo más mínimo de saber que cualquiera de ellos, o incluso todos
ellos, hayan cometido el crimen” (p. 348), por esto, para combatir en contra de esos excesos, encuentra en la perezosa vida familiar y rutinaria, las condiciones para que
el relato permita una verdadera respuesta emocional en el lector. Cito: “si lo que
queremos son emociones, las emociones sólo pueden encontrarse, en los virtuosos
hogares victorianos, cuando descubrimos que quien cortó el gaznate de la
abuelita fue el cura o la recatada gobernanta (…). También el amor por las
historias de asesinatos, como otras tendencias morales y religiosas, nos lleva
al hogar y a la vida sencilla” (p. 349).
¿Sera por esto que en Diez negritos nuestra respuesta
emocional había quedado reducida a la curiosidad de conocer quien había perpetrado
los crímenes, en lugar de la sorpresa misma del crimen, ya que todos eran en esencia
culpables y en potencia criminales?, ¿es este el mecanismo que nos permite
entender la fuerza y el impacto del asesinato de la esposa del 'buen
tipo' en La ventana indiscreta?, ¿habrá
Hitchcock leído a Chesterton? De esta última solo podríamos decir que Hitchcock
era católico, no necesitaba leer a Chesterton.
El hombre que sabía
demasiado es una
pequeña muestra del inmenso trabajo de Chesterton en el tema detectivesco, en
cada uno de los relatos intenta dejar en evidencia estas características que
para el correspondían al canon de la escritura policial.
***
El contraste que generaban sus intereses, su prolífica
e inusual visión de las cosas y la injerencia que sus escritos lograron a
inicios del siglo XX en una Inglaterra asediada por los cambios y las ideas,
con este amor desmedido por los detectives, nos dejan al descubierto el camino
que lleva al corazón de un hombre que siempre vio en el mundo un misterio, una sorpresa
y una contradicción, virtudes y vicios que hacen del más simple de los hombres un
poeta, un detective o un filósofo, o como preferiría Chesterton: un niño.
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