viernes, 23 de abril de 2021

Series CBE: La Montaña Donde Ascienden Las Luces (XIX)







Testimonio de Froilán Puigdorfila sobre lo que sucedió en la parte alta de la Montaña donde ascienden las luces.


Froilán Puigdorfila es el nombre al que he respondido desde siempre. Se puede saber con certeza de mí porque en mis brazos llevo marcas hechas con tintes de islas olvidadas cerca de las indias, porque mi pierna derecha carece de un trozo de carne, porque mi cabello está trenzado en cuatro partes y porque llevo en mis orejas dos aretes; uno de oro y uno de plata. Mis padres han sido el barco y la mar, fuera de ellos no tengo familia. Durante años he servido a Nuestro Señora de Almudena debido a deudas con el capitán. En este último viaje tomado en Ragusa hemos encontrado con la tripulación una región extraña, desconocida, incluso para mí que navegar ha sido mi vida.

En este naufragio fui enviado por el capitán a obedecer al pasajero de mantos negros, Maximiliano Ravidabia. Hombre de cuidado, debido a los fantasmas que rondan su alrededor. En esta empresa hemos andando por la tierra durante días, buscando explicación para las luces que ascienden sobre una Montaña. En esta empresa hemos perdido a dos marineros y otro perdió la cordura. En esta jornada hemos sido testigos de un país que no tiene nombre, de criaturas extrañas, de pueblos malditos y de señales que no son de los hombres. No soy versado en el arte de la escritura, porque mis talentos se encuentran guardados para el mar, pero me fue solicitado que hiciera de escriba para dar testimonio de lo que vimos en la Montaña.

Llegamos junto a Ravidabia a la parte alta. Ordoño, el artillero, aguardó pasos atrás junto a Pelayo de Urries. En ese lugar alto no hay vegetación; estaba recubierto el suelo de piedras como las que se vieron en la playa. Desde la altura de la Montaña era visible el mar, el fin del mundo. El sol aún no había salido pero el lugar estaba repleto de claridad. Observando hacía la ruta que hicimos con la compañía todo me era oscura, pero mi vista no me traicionó; a lo lejos divisé una mancha en el mar, era nuestro barco que venía buscando la Montaña por la vía del agua.

Maximiliano Ravidabia me tomó del brazo y me miró a los ojos. En todo este tiempo entre hombres, no vi hombre con tal mirada. Mirada que esconde una tristeza más vieja que el tiempo pero que es devuelta en sonrisas. Mirada que abarca un vacío, pero que a su vez es el espacio donde emerge la vida. Mirada que confiesa la sencillez del corazón que descansa bajo la piel de un hombre sabio. Mirada que era, no del hombre inusual que creí, sino de uno más como nosotros. Mirada de un hombre común, hombre que comparte el pan y la cerveza, hombre de juegos y adivinanzas, hombre que come con sus manos, hombre que cuida de los suyos, hombre tan pecador como lo somos nosotros. Ante esa revelación mi corazón fue sorprendido por el fuego de Dios que quemó mis huesos y entrañas. Intenté decirle tanto a Ravidabia pero de mi boca solo salieron palabras sin sentido, llanto y dolor.

Preso de una pena de espíritu, Maximiliano Ravidabia me dio consuelo. Noté que de sus ojos brotaban lágrimas y su rostro dibujaba una sonrisa. Aquel instante de hermandad se vio interrumpido, varios hombres se acercaron a donde estábamos. Rodeado por estos hombres, vi que todos estos podían ser los que dijo él señor Guijarro, los hombres que pasaron por su pueblo. El grupo de hombres, que no eran más de diez, eran similares a Maximiliano Ravidabia. Similares en rostro y estatura, algunos hasta en cabello y barbas, pero ninguno lo era en edad y ropas. Creo que de ser todos estos igual que Maximiliano Ravidabia venían de otros lugares. 

Una vez congregados, el Maximiliano Ravidabia que yo conocí, puesto en pie, fue hacia el centro del lugar. Varias aves volaban en círculos, y al oriente vi al sol salir de manera magnífica, así como lo hicieron los reyes de la antigüedad se elevaban en medio de su pueblo. La luz del sol y el ardor dejado por mi llanto poco me permitieron ver lo que sucedió después. Aquí vi que, en el centro, Maximiliano Ravidabia ascendía al cielo, como esas historias que aparecen en las Sagradas Escrituras. Alrededor de él brillaban millares de luces que se unían en comunión de luz con el sol. Una vez alcanzó la plena ascensión, fui testigo de cómo el manto negro de Ravidabia, manto de eremita y pordiosero que cubría su cuerpo, fue convertido en manto escarlata; manto precioso. 

Vi rosas crecer en las piedras, y vi al guardián de la Montaña correr entre mariposas y montar las espaldas de una bestia blanca; está, lucía tal contrario de la fiera que capturó a Comares para el ritual en el valle. Exaltado el hombre el sol lo tragó todo. Su luminosidad me dejó ciego y grabó una imprenta en la oscuridad de mis ojos, pues al cerrarlos o al dormir, veo un enorme rostro dorado y sonriente, tal medallón robado de las arcas del más rico de los galeones. Perdí el conocimiento y quedé tendido en las piedras.

Ordoño fue quien me asistió, subió a la parte alta llamado por las luces que ascendieron horas antes del amanecer. Me sirvió agua y agradecí, y fueron los agradecimientos las primeras palabras que yo proferí a alguien de la tripulación de Nuestra Señora de Almudena. Ordoño se regocijó al escuchar mi voz, y me entregó el cuaderno en el que ahora escribo. 

Dice el artillero que pasadas las luces vio aquí a un hombre parecido a Maximiliano Ravidabia, que le dijo dónde encontrar el cuaderno dentro de las cosas dejadas por él en nuestro campamento en la Montaña.

También dijo que este hombre le mandó a dejar la Montaña porque el barco estaría en la costa cercana esperando, y que el capitán ya tenía ruta en dirección a Castilla. Ordoño también me hizo saber que este hombre solicitó de mí el que yo escribiera lo que presencié en la Montaña; que escribiera en las palabras que más fácil fueran a mis costumbres. Terminado mi testimonio, y al estar en Castilla, tenía yo que buscar en la tierra de Córdoba a un hombre llamado el Ramac a quién le entregaría este cuaderno. Una vez cumplido, su agradecimiento sería eterno para conmigo.

Todo cuanto se me pidió, todo así será hecho. No obstante, he de comentar, que luego de que Ordoño me entregara detalle sobre mis tareas, yo le pregunté por la semblanza del hombre que relaciono con Maximiliano Ravidabia. Ordoño solo supo responder que, en una cosa, este hombre era diferente a Ravidabia: en lugar de usar un manto negro llevaba sobre su cuerpo un manto escarlata; y añadió, que el hombre que le visitó era el mismo que vimos en la playa los primeros días en esta tierra sin nombre. 



Froilán Puigdorfila, 1569? - 1570?


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Nota del editor al cierre de este cuaderno


En el año 1571 me encontraba en Córdoba en casa de la familia de rabí Moshe Ben Jacob Cordovero, conocido entre los suyos como el Ramac. Llegué para avisar sobre la muerte de éste en Safed, así como dar por terminados algunos de sus compromisos. 

Una noche, mientras nos encontrábamos con la familia del Ramac compartiendo la comida, alguien tocó la puerta. Atendí el llamado y vi que era un hombre alto, de fuerza como toro, que irradiaba paz en su rostro. Se presentó como Froilán Puigdorfila, antiguo delincuente de mar y actual siervo de Nuestra Señora de Almudena. Le invité a pasar, pero este solo extendió su mano y me entregó un cuaderno, mentando que era de Maximiliano Ravidabia; viejo amigo del Ramac, de gran conocimiento, presto a la terquedad y soberbia, y de excelsa belleza de corazón. 

El marinero dijo que fue voluntad de Maximiliano Ravidabia entregar este cuaderno al rabí Cordovero, el cual tomé en su nombre. Agradecí e intenté pagar los servicios con unas monedas las cuales fueron denegadas por el hombre. 

He leído aquí las cosas que Ravidabia ha compilado en su diario de viaje, y resultan enriquecedoras sus elucubraciones alrededor de esa tierra que no tiene nombre, y más aún de las cosas que sucedieron en la parte de alta de La Montaña donde ascienden las luces. Más será de ayuda este cuaderno a la mística de la Cábala que a otras ciencias o técnicas, pues la agudeza de mente de Ravidabia, adornada de los dones de un niño, ofrece al cabalista afirmación y pistas de cómo avanzar sobre este jardín que tantos senderos posee. 

Me he atribuido el trabajo de imprimir parte del cuaderno de Maximiliano Ravidabia, preservando su lenguaje e intención, y organizando sus venturas con la ubicación de pequeños títulos al inicio de cada segmento del viaje. Es en lo escrito por Froilán Puigdorfila, donde tuve que intervenir en busca de consonancia y significado, pero he procurado preservar la nobleza de sus palabras.

Este cuaderno es el vivo testimonio del misterio del hombre natural que en todo es sobrenatural. 



Isaac Luria, Safed, 1572.












Dar adoración y gloria a la luz del Ein Sof, que de esta ha venido a nosotros el Árbol y el Carro de Fuego, camino de la salvación. I.L.A. Imprimióse el presente libro de LA MONTAÑA DONDE ASCIENDEN LAS LUCES Y OTRAS HISTORIAS EN UNA TIERRA SIN NOMBRE, revisado por Juan Navarro. Año MDLXXII.








Próximo Capítulo 

Epílogo

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