Los tres seres demandan respuestas a Maximiliano Ravidabia.
El lugar al que llegamos antes de la caída del día era un pueblo o lo fue en una época no muy remota. Yo estaba al pie de una abadía de diseño desconocido y de color blanco. Delante de ella brotaba agua de una fuente de piedra con tres leones esculpidos a su alrededor. Su forma, y las tres majestuosas bestias, me hicieron añorar la Alhambra. Pelayo de Urries me solicitó permiso para rondar el pueblo, quería asegurar nuestra instancia en el pueblo por lo que accedí. Ordoño y Froilán Puigdorfila entraron al monasterio blanco para buscar ayuda, comida o cobija.
Me dirigí a la fuente. Busqué refrescar mi rostro y limpiar algunas partes de mi cuerpo en sus aguas; mitigue con ella el calor abrasador. Llegó a mí el tañido de un carretón atravesando alguna calleja del pueblo, el regocijo me invadió, creía que las gentes que acarreaban la carreta nos darían su ayuda tal y como Guijarro prometió. Antes de verme incorporado y salir tras la carreta, otro sonido detuvo mi pretensión. Este sonido no fue otro que el de mi nombre.
Lo que aconteció fue como lo visto por San Juan en Patmos, pues los Leones de la fuente tenían movimiento, me hablaban y conocían mi interior. «Has llegado», dijo la primera cabeza del León. «Has sido medido», dijo la segunda cabeza de León. «Una cosa os queremos hacer saber», dijo la tercera cabeza de León. No alcanzaba a discernir si era sueño o aparición, pero esos animales eran divinos, así que me postré frente a ellos. «Maximiliano Ravidabia», dijo la tercera cabeza de León. «Hay para ti más que esa Montaña», dijo la segunda cabeza de León. «Nuestro favor es grande y está frente a reyes y reinos», dijo la primera cabeza de León. Hice una reverencia, más preserve el silencio. «Nuestra promesa es tuya, así que puedes irte de esta tierra», dijo la segunda cabeza de León. «Tu nave está lista para partir. Dios y su benevolencia esperan donde tú pongas pie», dijo la primera cabeza de León. «Vuestro nombre desde ahora estará amarrado al nombre de Dios, pues te hacemos nuestro profeta», dijo la tercera cabeza de León. En mis adentros se caldearon los humores y se consumió la frialdad cuando escuché esto. Hice que mi mente produjera imágenes consonantes a estas palabras, cerré los ojos y apareció todo cuanto la vida es para mí.
Los tres seres demandaron mi respuesta a lo que respondí: «Mis señores, soy su siervo. Vuestra gracia estará ahora señalada en mi piel. Lo que salga de su boca es ahora mi vida. Sin pretender la ofensa, ruego a ustedes que respondan a una pregunta, que, de ser acertada, será la señal innegable de mi total entrega al favor de Nuestro Dios». «Habla», exclamó la tercera cabeza de León. «¿Cuál fue el pecado de Nabucodonosor?». La primera cabeza de León rugió y ya no hubo palabra o movimiento. La tercera cabeza de León hizo una reverencia y permaneció estática como el primero de ellos. El segundo León me miró y dijo: «Que así sea. A esta casa ha llegado la santidad». Rece antes de abandonar la fuente agradecido por la misericordia de Dios y la sabiduría de los tres Leones.
Antes de dejar la fuente, escuché la voz de los tres Leones en mi corazón que decían: «No olvides las ofrendas para el guardián; Con el tiempo recuperara la cordura; Que Dios sea contigo Maximiliano Ravidabia».
Próximo Capítulo
De como Pelayo de Urries enloqueció. Lo encontrado en una bolsa y que luego sería de gran utilidad en la Montaña donde ascienden las luces.
____________________________________________________________________________________________
0 comentarios:
Publicar un comentario