jueves, 26 de diciembre de 2019

Series CBE: "Y sin embargo se mueve (Capítulo 14, FINAL)

Buenos Aires, 1956

El hombre de los ojos grises sale de sus largas cavilaciones cuando escucha los sonidos de apertura y cierre de su puerta de entrada y los pasos subsiguientes. Su oído entrenado reconoce el sello de su propio andar en otro tiempo. Luego, la versión más clara de su voz de juventud se lo confirma. 

— Vengo de 1965, me envía el Borges de esos pagos. 
— Es bueno saber que aún vivo en 1965. Al hablar contigo, mi yo pasado,  acerca de nuestro yo futuro, me doy cuenta que olvidamos que todos somos hombres muertos conversando con hombres muertos.
— Es momento de hacer ajustes.
— ¿El vejestorio de 1965 y el señorito de 1929 precisan de mí para hacer enmiendas? En mi próxima vida intentaré cometer más errores.
— Solo en el presente suceden las cosas. Pero Iberra y Chiclana han transgredido todas las barreras. Empezaron a matarse hace unas horas en este año, tuvieron su agonía durante el salto en el tiempo y aparecieron muertos frente a Los Angelitos en 1965. Esa es una falla grave del sistema.
— Mi joven Borges... un sistema no es más que la subordinación de todos los aspectos del universo a cualquiera de estos aspectos. ¿Crees que no he repasado los hechos y reflexionado largamente en los ajustes? El futuro es inevitable y preciso, pero puede no ocurrir. Dios acecha en los huecos.
— Acecha y escribe, sin duda. Y hablando de dioses y escritos, ¿tienes la carta de la secta del Fénix?
— Creo conocer el contenido de esa carta sin haberla leído, del mismo modo que puedo inferir con suficiente certeza las enmiendas requeridas. Pero léela por los dos y entéranos, por favor, tú que aún tienes luz de día en la mirada. 

El Borges de 1929 abre el sobre y lee la carta en voz alta. El Borges de 1956 escucha con atención y se mantiene largo rato en silencio. Siguiendo el protocolo pide que la misiva sea arrojada al fuego, donde el papel se consume por completo. Nadie que contemple el fuego, ni siquiera con una mirada disminuida, se libra de la hipnosis y el arrobamiento que por un instante nos remite de manera misteriosa hasta los albores del tiempo. Sus ojos desiertos de luz se vuelven innecesarios ante la flama luminosa que refina el oro de sus pensamientos. Sabe muy bien qué mariposa debe batir sus alas para que los tiempos se ajusten, las cosas vuelvan a su lugar y los secretos sagrados se mantengan inalcanzables y ocultos. 

— El Fénix y el fuego son una misma cosa: Creación, destrucción y resurgimiento.
— ¿Qué debo hacer?
— Serás portador de ese fuego, mi joven Hermes, tengo varias misiones para ti. Antes que nada, haz un viaje al otro lado del espejo, a la ampliación de la realidad del tiempo en 1942. Ve a la penitenciaría nacional, a la celda 273, y saca de ahí a Isidro Parodi. Regresa a nuestra dimensión y tráelo a 1956. El tipo será de gran utilidad resolviendo casos en la comisaría 8. Él impedirá que las cartas de Los Angelitos caigan en las manos de Feola, 'el bagarto'. Además, asignarlo ahí será un acto de justicia y reivindicación. Preveo que el hombre se resignará cada día a nuevas abominaciones, y pronto solo quedarán bandidos y soldados.
— Has dicho ‘varias misiones’, ¿cuáles son las otras?
— Visita al Borges de 1964 y háblale de tu periplo de investigaciones sobre el tango y la milonga. Cuéntale de Iberra y Chiclana. El tango es una expresión directa de algo que los poetas a menudo han tratado de expresar con palabras: la creencia de que una pelea puede ser una celebración. Apuesto que el viejo no resistirá las ganas de componer todas esas piezas. 
— ¿Hay más?
— Si, una última cosa: Escribe muchacho, escribe mis instrucciones para Ñato Iberra y lleva la carta al Café Los Angelitos de tu tiempo, en 1929. 

El joven Borges escucha y escribe. Sabe muy bien que escribir no es más que un sueño guiado. Le divierte pensar que él mismo dictará esa carta en el futuro, cuando 1956 sea su propio presente. Ahora el Borges mayor cierra su dictado con una célebre frase en latín.

— ¿Dijiste eppur si muove?

El hombre de los ojos grises apoya ambas manos en su bastón y alza la barbilla sumido en la ciega contemplación de lo infinito. Es la hora de la tarde en que la llanura está a punto de decir algo. Nunca lo dice, o tal vez lo dice infinitamente, o quizás no lo entendemos, o lo entendemos y es intraducible como música.

— Eso mismo muchacho... eppur si muove... y sin embargo se mueve.






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