domingo, 22 de diciembre de 2019

Series CBE: "Y sin embargo se mueve" (Capítulo 13)

Buenos Aires, 25 de octubre de 1965

Salí de la delegación a toda prisa para no cagar a trompadas a Garrido. El humor y las tensiones de las últimas semanas no estaban como para que el muy boludo entrara leyendo en voz alta la crónica de la derrota de River en cancha de Banfield. ¡Es como si le pagaran por hincharme las pelotas!

Saqué el Fiat del estacionamiento y me puse en camino para hacer algunas diligencias. Encendí la radio y comencé a cambiar de emisora buscando algo para distraerme. ¿Noticias de la visita de Isabel Perón? Ni en pedo. ¿Leonardo Favio? No. ¿Palito Ortega? Tampoco. ¿Melenudos ingleses? ¡Menos! ¿Melenudos yankis? ¡A la mierda!

Seguí probando suerte y por fin me detuve al encontrar una milonga nueva en una voz conocida, ¿Edmundo Rivero quizá? Era una pieza un tanto rara pero de inicio prometedor. "Veamos de qué va", pensé conforme, y me dispuse a escucharla mientras conducía por Rivadavia, pasando por la esquina de Los Angelitos y la puta que los re mil parió.

Me acuerdo, fue en Balvanera,
en una noche lejana,
que alguien dejó caer el nombre
de un tal Jacinto Chiclana.

¡¡A la marosca!! ¿¿Jacinto Chiclana?? ¡¡Dijo Jacinto Chiclana, la concha de su hermana!!

Armé tremendo quilombo al apartarme del camino y estacionar el Millecento para escuchar con mayor atención, mientras intentaba recuperarme de la sorpresa. Era un programa completo para presentar "El Tango", el nuevo álbum de Astor Piazzolla en colaboración con otros músicos argentinos. Yo no salía de mi asombro, la oda a Chiclana tenía la misma impronta de las cartas que encontré en Los Angelitos y parecía referirse a los mismos hechos misteriosos del caso que me ocupaba. Pero ahí no terminaba el asunto. Cuando  escuché que la siguiente pieza mencionaba a los hermanos Iberra casi me cago encima.

¿Y ese Iberra fatal (de quien los santos
se apiaden) que en un puente de la vía,
mató a su hermano, el Ñato, que debía
más muertes que él, y así igualó los tantos?

Las incriminatorias letras de esas canciones exigían una aclaración sino es que varias. Estaba cantado, tenía que hablar con Piazzolla. 

Hice algunas indagaciones y di con él en el Café Tortoni.

— Maestro, ¿me permite? —le dije mostrándole mi placa—. Tengo unas preguntas que hacerle. Es sobre las letras de su nuevo álbum.
— ¿Qué me dice? ¿Le gustaron las composiciones del gran Jorge Luis Borges?
— ¡Eh… son fantásticas! —contesté mientras intentaba esconder la vergüenza que me causaba mi propia boludez. ¿Cómo no se me había ocurrido que el compositor podía ser alguien más? ¡Flor de pelotudo! Para salir del mal paso le pregunté por las voces.
— Canta Edmundo Rivero. El recitante es Luis Medina Castro. ¡Unos fenómenos! El quinteto entero anduvo muy bien, ¿no cree? 
— Y si, unos fenómenos, sin duda. Son todos unos capos.
— Debería usted ir a las conferencias sobre el tango que el maestro está dictando los lunes en General Hornos. 
— ¿Cómo? ¿Hay una hoy? ¡Mire que estoy de suerte! Iré, se lo aseguro. Gracias por su tiempo y amabilidad —le dije ofreciéndole la mano—. El nuevo álbum es una maravilla, lo felicito.
— Me alegra que le guste —respondió con expresión divertida—. Es usted un tipo curioso… va por las cosas del ocio como por las del trabajo, mostrando la placa y haciendo interrogatorios. ¡Relájese un poco inspector!

Me despedí sonriendo para cubrir mi incomodidad. Mi cabeza ya estaba puesta en las conferencias en General Hornos.

Llamé a la delegación y pedí con “Pejete”, el de comunicaciones. Ampliamente conocido por su fervorosa afición al fútbol, al tango y a la literatura de Borges, “Pejete” se ufanaba de haber leído todos los libros del escritor, incluidos los centenares de artículos que este había publicado como columnista de La Nación en los últimos diez años. Si alguien podía saber todo sobre las conferencias era ese atorrante.

— ¿Pejete? ¿Cómo andás che?
— ¿Y qué te puedo decir Isidrito? ¡Feliz como perro con dos colas! No como otros que andan por ahí de 'bolas tristes'...
— Si, si… la que te remil parió... Oíme, ¿vos sabés algo de unas conferencias de Jorge Luis Borges por estos días?
— ¡Seeee, por supuesto che! ¡Sobre el tango! El maestro las anunció en La Nación hace unas semanas. Lleva todo el mes impartiéndolas, hoy a las 7 es la última. 
— ¿Sabés dónde?
— Y si, en General Hornos 82, en el primer piso. Yo apenas pude ir a la primera. Si no fuera por estos turnos de mierda…
— ¿De qué te quejás che? Si te la pasás al pedo leyendo todo el tiempo…
— Oíme Isidro, ¿supiste que ayer Raffo metió dos goles? 
— ¿Y vos todavía no te enterás de que Borges odia el fútbol, pelotudo?
— ¡No pasa nada Isidrito! ¡Al maestro se le perdona cualquier cosa! Pero no me cambiés el tema, a ver, en los goles de Raffo estábamos...
— Chau animal…

Estaba impaciente. Las preguntas repicaban en mi cabeza hasta el punto de causarme dolor e intranquilidad. Todo esfuerzo mental tiene su castigo. ¿Cómo sabía Borges acerca de Iberra y Chiclana si la policía aún no revelaba ninguno de los nombres? ¿A qué motivo obedecía la grabación de esos tangos alusivos casi al mismo tiempo del quilombo de los cuchilleros muertos aparecidos de la nada? Y ya poniéndome personal, ¿por qué ese despiole me resultaba extraño y a la vez conocido? La sensación que me causaba todo aquello era tan familiar como si lo hubiera soñado y tan real como si ya lo hubiera vivido.

Leí cuidadosamente las cartas de Los Angelitos, varias veces. No quería chamuscarme los sesos con tantos pensamientos y teorías, pero fue inevitable en vista de las casi 4 horas que faltaban para el inicio de la conferencia. Conté cada segundo de los minutos previos a las 6:30 y, llegado el momento, salí de Liniers con rumbo al 82 de General Hornos.

Llegué un par de minutos antes del comienzo, que fue puntual y sin muchos preámbulos. El lugar, un departamento particular de unos 30 metros cuadrados ubicado en el primer piso, era demasiado pequeño para las casi 200 personas que se habían hecho presentes.

— Señoras y señores, tengo una buena noticia para ustedes. Y es que esta conferencia va a ser tripartita, porque, además de mis palabras, creo que tenemos presente a un recitador. Y luego tendremos al maestro García. De modo que hoy concluimos el ciclo de conferencias.

Jorge Luis Borges habló del tango en Japón y en Oriente, de los personajes de sus letras: el compadre, la mujer de mala vida y los “niños bien”. Contó anécdotas de Ricardo Güiraldes y Adelina del Carril, expuso las caracterizaciones de Lugones, Miguel Camino, Silva Valdés y Bioy Casares y finalmente dio sus apreciaciones sobre el tango como tema literario. 

Intenté repartir mis sentidos entre atender la charla y observar al auditorio. Los asistentes tenían pintas muy diversas. De entre la gente común resaltaban elegantes patricios, delicadas señoras de sociedad, adustos literatos, ridículos seudo escritores de falsos poses, atentos ratones de biblioteca, molestos periodistas garabateando sus apuntes, viejos tangueros del talante de "Pejete" y otros tantos especímenes raros. Pero hacía buen rato que había captado mi atención un sujeto vestido como un compadrito de otro tiempo. Me resultaba conocido, pero no ubicaba de dónde. Sentado en diagonal, unas pocas filas delante de mí, se le veía intranquilo, como quien está recibiendo noticias terribles. Su perturbación se hizo aún más evidente cuando Borges terminó su intervención y dio paso a las interpretaciones musicales que había anunciado al principio. La milonga de Jacinto Chiclana comenzó a escucharse y el tipo se paró de inmediato, como impulsado por un resorte. Estaba pálido y su rostro denotaba una gran confusión y desconcierto. Fue hasta entonces, al verlo de pie, medio de espaldas, cuando por fin lo asocié a la grotesca imagen de aquella noche en la esquina del Café Los Angelitos. Me puse erizo y un temblor se apoderó de mis manos al descubrir que a esa espalda solo le faltaba una gruesa cubierta de sangre reseca y un brazo cercenado clavándole un cuchillo. Parecía cosa de locos... ¿En verdad era Chiclana? ¿Cómo podía ser posible?

Al  finalizar el programa se hizo un tumulto alrededor de Borges que tardó buen rato en disolverse. El supuesto Chiclana desesperaba detrás de la aglomeración y yo observaba a pocos metros. Al decrecer la multitud, el inmortal cuchillero se acercó al escritor con pasos agresivos y se detuvo frente a él sin poder decir nada, tal era su confusión. Junto a Borges estaba otro hombre que, a juzgar por el increíble parecido, bien podía ser su hijo. Chiclana los miró a ambos negando con la cabeza, se dio la vuelta y salió cabizbajo del lugar. 

Dudé por un segundo entre abordar a Borges o seguir a Chiclana. Opté por ir tras este último, el escritor no estaba yéndose a ninguna parte. Iba rumbo a la salida a toda prisa cuando escuché que me llamaban.

— ¡Isidro! ¡Isidro Parodi!

Era la voz de Borges.  ¿Cómo sabía mi nombre? ¿Cómo es que lo sabía todo?

— Déjalo ir Isidro. Tiene que cumplir su destino. Tú también debes cumplir el tuyo. Debes quemar las cartas de Los Angelitos.
— ¿Cómo sabe mi nombre? ¿De qué destino habla? ¿Cómo diablos sabe de las cartas? ¿Qué es todo este asunto de compadritos resucitados y tangos sobre cuchilleros? ¿Ese tipo es en verdad Jacinto Chiclana?
— Tú lo sabes todo Isidro, es solo que no lo recuerdas.
— Déjese de juegos señor Borges, y por favor explíquese.
— Los que hemos visto al tiempo cara a cara terminamos desmemoriados o ciegos.
— ¿De qué demonios habla? ¿qué es lo que no recuerdo?
— Cualquier vida, por larga y complicada que sea, en realidad consiste en un solo momento: el momento en que un hombre sabe para siempre quién es. ¿Tú sabes quién eres Isidro? ¿O te conformas con lo que recuerdas de ti mismo, el detective perspicaz, solitario y malhumorado de la comisaría 8? ¿Has olvidado que fuiste un barbero en la calle México del Barrio Sur? ¿Has removido de tu memoria los 21 años que pasaste en la celda 273 de la penitenciaría nacional?
— ¿Qué clase de disparate es este? ¿esto es real?
— Tan real como tú Isidro, que fuiste escrito por un autor a quien inventamos Bioy Casares y yo. O como Jacinto Chiclana, una criatura imaginada por el Borges del pasado, este joven aquí presente. La realidad no siempre es probable o posible. 
— ¿Qué mierda me está diciendo? ¿que no existo?
— La verdad nunca penetra en una mente no dispuesta. Yo mismo no estoy seguro de existir, en realidad. Soy todos los escritores que he leído, todas las personas que he conocido, todas las mujeres que he amado; todas las ciudades que he visitado. Tú eres un personaje de ficción, estás escrito. Más no pierdas de vista que toda ficción es una realidad alternativa. Eres Isidro Parodi, sí. Pero también eres Honorio Bustos Domecq, Bioy Casares y Borges. Eres muchos y nadie. Los que te soñamos y eventualmente te escribimos, todos somos tú. Y todos aquellos que te lean y repitan hasta los confines del tiempo también serán Isidro Parodi. Esa, mi estimado barbero, ex convicto y detective… esa es la verdadera realidad de la existencia.





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