VARDAMAN
Vardaman, en el momento en que debe de enfrentar la muerte de su madre, es embargado por una incapacidad inherente a su edad o a una posible enfermedad, que le hace asumir la muerte de forma pasiva; pasiva, siempre dentro de los términos de la acción concreta como queda reflejado en cada uno de los miembros de la familia. Pero hay que puntualizar que la segunda intervención de Vardaman en la novela, es una muestra incuestionable de los efectos de la muerte en la subjetividad del menor de los Bundren y, a lo mejor, un espejo de la experiencia de la muerte en el corazón humano.
La narrativa de Vardaman después de la muerte de la madre se caracteriza por una ruptura en el orden al que nos pretendía acostumbrar. Si bien su mensaje podría resultar confuso, no es sino la consecuencia de su modo particular de entender y actuar sobre las cosas - entrelazando objetos y cualificándolos fuera de la naturaleza de los mismos -, pero aún y el cansancio que puede provocar, jamás logró ser suficiente argumento para dictaminar una rotunda falta de lógica o al menos coherencia en lo que pretendía comunicar en su primera intervención: es decir, que con más que menos palabras, Vardaman había desplegado un discurso que tenía una finalidad y que con dificultad se le podía catalogar de coherente. Pero llegados a este punto, las pobres directrices que pudieron salvar a Vardaman de lo inentendible, se difuminan en un mensaje roto.
Mientras Vardaman expresa un interés angustioso por lo que Cash hará ahora que su madre ha muerto, la figura de su padre se ha transformado en una entidad amenazante, un punto en donde se articula una especie de terror: “Pa walks around. His shadow walks around, over Cash going up and down above the saw, at the bleeding plank”; Dewey Dell aparece por su cuenta en forma de mandato y orden: “Dewey Dell dijo que tomaremos plátanos”; y luego se introducen objetos a partir de una mirada que no se sabe si es interna - como maquinación de la mente - o externa - como exploración visual sobre un objeto concreto. En esa estructura de pensamiento que acosa a Vardaman, una figura del padre que parece venir de la imaginación o el recuerdo, deslizan su discurso hacia el cuestionamiento por su identidad e historia, como si su condición de 'niño de campo' fuera una cosa inútil para la exigencia de la muerte de su madre: y ese cuestionamiento llega hasta el punto de responsabilizar a Dios por una respuesta que introduzca orden, y que disipe el terror y la angustia. Un Dios, aclaro, que es radicalmente distinto de la figura de su padre, y no una personalidad desplazada o extensiva del mismo, ya que al finalizar la interpelación, la figura amenazante del padre-sombra sigue rondando cerca de Vardaman: “¿Por qué no soy un chico de la ciudad, padre? —dije. Me hizo Dios. No le dije a Dios que me hiciera chico del campo. Si puede hacer el tren, ¿por qué no hace que todos sean chicos de ciudad con harina y azúcar y café?”. Angustia, amenaza y orden son aquí símbolos de un cataclismo y pérdida espiritual que dejan al descubierto el dolor de Vardaman y, a la vez, la búsqueda cristiana de una respuesta, de una identidad. ¿Será Vardaman el semblante de Job?
La crisis revela su esencia en el momento en que Vardaman observa a su madre muerta y señala con total seguridad que lo que está viendo no puede ser ella, no puede ser su madre, que sea lo que sea que está ahí es una cosa distinta de su madre. Bajo esta experiencia, Vardaman nos permite entrever la inversión del mecanismo que le permite anudar cosas a partir de una característica común. En el texto de Coy se cita:
Eso no era ella. Yo estaba allí, miraba. Lo vi. Creí que eso era ella, pero no era. Eso no era mi madre. Ella se marchó cuando la otra se echó en la cama y estiró la colcha. Se marchó. —¿Habrá llegado hasta el pueblo? —Se fue más lejos todavía. —¿Y todos esos conejos y zarigüeyas se van tan lejos? Dios hizo a los conejos y a las zarigüeyas. Hizo el tren. ¿Para qué va a hacer un sitio diferente para que vayan si ella es igual que los conejos? (...) Y si ella le deja es que no es ella. Lo sé. Yo estaba allí. Yo vi cuando eso ya no era ella. Lo vi. Ellos creen que sí es y Cash va a clavar la tapa. Eso no era ella porque eso estaba tirado por ahí, entre la porquería.
Vardaman trabaja sobre el cuerpo de su madre, desdoblándolo por la falta de coherencia entre los dos estados que ha presentado él mismo en un lapso de tiempo. La radicalidad del cuerpo muerto obliga a Vardaman a exiliar la historicidad de su madre y su vinculación, con la ayuda de sus siempre cómplices, animales; así, la falta de congruencia entre la historia y el cuerpo de la madre y la total ausencia de la primera, la rapidez con la que se ha efectuado la mutación y desaparición, solo es equiparable para él con la velocidad de los conejos y zarigüeyas, animales esquivos por naturaleza y posiblemente imposibles de atrapar para un niño que por su edad o alguna enfermedad, se la haga imposible realizar el esfuerzo acertado para atraparlos. La huida de la madre, que “se fue más lejos todavía” del pueblo - posible contorno y fin del mundo geográfico para Vardaman -, es, no solo una estrategia para mantener intachable la identidad de su madre, la preservación de su propia identidad, o al menos lo que queda de ella.
Sin pretender caer en algún sutil psicologismo, encuentro necesario resaltar el interés moral que Vardaman tiene por la preservación de la identidad de su madre, debido a que el acto de exilio en forma de animal que le adjudica tiene como propósito el mantenimiento ideal de la imagen materna, cosa que podría señalar la edad de Vardaman o brindaría una pista de su condición mental.
Aún con esta acción redentora de Vardaman, su naturaleza, es decir la manera en que opera sobre el mundo, no le permite pasar por alto el aroma a muerte del pescado que anudaba con la condición de corrupción de la madre agonizante en la cama. El pescado que ya ha sido partido para ser cocinado y comido, vuelve a emerger en esta danza de imágenes y palabras. Aunque en esta aparición, tendrá una forma definitiva que le permitirá a Vardaman mantener una cercanía con esa historicidad que se ha escapado, pero que es necesaria para la estabilidad de su propia identidad, haciendo emerger la sentencia: “Mi madre es un pez”.
Alex, gracias por estas entradas que, son sin duda ayudas valiosísimas para extraer lo mejor de los autores, y en este caso Faulkner que para muchos -incluyéndome- no ha resultado nada fácil, aunque no por eso menos atractivo y apasionante.
ResponderEliminarMe gusta que hayas elegido precisamente al personaje más misterioso complejo de la historia, pero a la vez el más relajado y quizás inocente.
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