No sé ni por donde se fueron los meses de julio, agosto y septiembre sin que yo apareciera por este blog para decir "esta boca es mía". Con apenas los titulares y sin ahondar en detalles, las excusas pasan por una pesada carga de trabajo, la dolorosa partida de un gran amigo y algún virus de estación.
Aclaro, sin embargo, que no he escrito pero he leído. Seguí con bastante interés La conciencia de Zeno de Italo Svevo y con sorpresivo deleite el Corazón ladino de Yolanda C. Martinez. Lamentablemente no puedo decir lo mismo del premiadísimo Orhan Pamuk, cuyo libro La casa del silencio me defraudó tanto que se derrumbó hasta la categoría (muy subjetiva y personal, por supuesto) del libro más aburrido e insípido que he leído en años, a tal grado que ni siquiera llegué a terminarlo.
Pero octubre ya pasó de la mitad y se viene un segundo libro opcional. De modo que aunque dicen por ahí que "ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón", he decidido que no le robaré más tiempo y atención al primer libro de la viñeta de terror o suspenso que tenemos asignada para este mes: El ladrón de Fuminori Nakamura.
De entrada, puedo decir que este prolífico muchacho japonés (que apenas tiene 37 años y ya se suma a la creciente lista de autores que leo y cuya fecha de nacimiento es posterior a la mía), me pareció todo lo interesante y fluido que no me resultó el laureado y veterano escritor turco. Tal es así que leí El ladrón en tres ratos de un mismo día. Hacía mucho tiempo que no leía un libro así, casi de un tirón, y no precisamente por corto (tiene 224 páginas) sino por cautivador.
Del estilo narrativo
Fuminori escribe de manera clara y directa. El ladrón, octavo de sus libros y hasta ahora el único que ha sido traducido al castellano, es en verdad muy entretenido pero no por eso menos reflexivo. Será un tema de gustos, pero personalmente encuentro en este autor la virtud de hacer pequeñas pero exitosas descripciones que construye al paso de la historia prácticamente sin detenerse, generando el contexto necesario para la comprensión del personaje, el lugar o la situación, pero sin perder nunca el hilo narrativo y sin renunciar jamás a su estilo seco, asertivo y contundente.
Del género
Quizá una de las primeras cosas que me planteé a medida que avanzaba, era si el libro encajaba en el género del suspense para el que había sido propuesto y elegido. Y debo decir que aunque tiene elementos de incertidumbre y oscuridad que generan expectación en torno a varias historias y posibles desenlaces individuales, no me pareció que casara del todo con la viñeta. Eso, por supuesto, no hace que lo desdeñe ni mucho menos, pero me parece que El ladrón se queda en algún punto intermedio entre suspenso y novela negra, sin llegar a clasificarse por completo en ninguno de los dos. Incluso me parece que contiene elementos de novela psicológica y hasta aborda temas existenciales. Como se ve, el cóctel de doscientas paginitas, es una verdadera plétora de temas y conceptos variados y sustanciosos.
De la historia
Me gusta la historia, mucho. Debe haber algo que falta en las vidas "normales" de quienes trabajamos a diario en alguna actividad ordinaria, pagamos impuestos, respetamos las leyes e intentamos ser personas de bien; que hace que nos atraigan personajes marginales, oscuros, con patologías y comportamientos criminales, despertando en nosotros gran curiosidad e interés. No deja de sorprender que a veces encontremos más sentimientos de identificación y hasta admiración por los anti-héroes que por los héroes mismos. Por supuesto, todos tenemos diferentes escalas de valores, y es un ejercicio harto interesante conocer los pensamientos, los códigos morales y de conducta que rigen las acciones y decisiones de los habitantes del lado oscuro. El habilidoso carterista Nishimura (cuyo nombre aparece una sola vez en todo el libro, a pesar de ser el narrador y protagonista central) no es la excepción. Su carácter, sus motivaciones y sus reflexiones no tardan en ponernos de lleno en la experiencia de la sustracción artística y sutil de lo ajeno, que para él es tan arriesgada como gratificante. El hilo narrativo nos permite conocerlo, empatizar y eventualmente simpatizar con él hasta el punto de esperar que resuelva sus líos, que salga airoso y que tenga un buen final, olvidando por completo que es alguien cuyo accionar habríamos reprobado sin más y a la primera.
De los personajes
Fuminori Nakamura ha creado personajes realmente buenos en esta narración. De hecho, hay indicios de que algunos de ellos trascenderán este libro y aparecerán en otros. Tachibana y la prostituta son personajes que revisten cierta complejidad, pero tan solo me detendré en perfilar a Kisaki, Ishikawa, Saeko y el niño, los que me parece que junto a Nishimura constituyen la médula de esta historia.
Sin duda, el mafioso Kizaki es uno de los que se imprimen más rápidamente en la memoria del lector. Kizaki es un villanazo con cabeza y músculo que lee y cita a Dostoyevski para burlarse de sus personajes. Es un estratega y ejecutor del mal con propósitos de corto y largo plazo, que no solo delinque como un poderoso gangster, sino que también juega a ser una suerte de dios y demonio, alguien que tiene y ejerce de manera consciente el poder de decidir el destino de los que le rodean. Kizaki incluso ha creado su propia versión de paraíso/infierno, una extraña prisión de excesos donde convergen placer y dolor como dos caras de una misma moneda.
Ishikawa, maestro carterista y mentor de Nishimura es, por mucho, mi personaje favorito. El tipo es un idealista, una especie de Robin Hood que disfruta robando a los ricos y, según él, equilibrando el mundo. Si las habilidades de Nishimura ya nos hacían admirar su pericia, Ishikawa es todavía mejor, un verdadero artista en lo que hace. Encima y por si fuera poco, tiene un profundo sentido de la amistad y una lealtad inquebrantable.
Ishikawa es el autor de dos de las frases mas remarcables del libro:
"Si no existiese el concepto de propiedad, obviamente el concepto de robo tampoco existiría, ¿no? Mientras haya en el mundo un solo niño hambriento, todo tipo de propiedad es perversa. Yo no justifico nada. Simplemente digo que detesto a esas personas que están firmemente convencidas de que son personas de bien."
"Solo en una ocasión he odiado ser carterista. Mira, fue en una exhibición de fuegos artificiales. Muy de vez en cuando se encuentra un millonario mezclado con esa marabunta de gente, ¿verdad? Por ejemplo, un hombre de mediana edad que esté viendo el espectáculo desde el hotel con su amante, pero la mujer le pide que bajen para ir a comer fideos yakisoba o para pasear juntos. Desde pequeño me encantan los castillos de fuegos artificiales. Es una forma de entretenimiento fantástica que incluso los pobres pueden disfrutar gratuitamente. Las chispas se elevan hasta el cielo para toda la gente por igual. Es realmente precioso. Es una de las bellezas de esta vida, de este mundo. Y sin embargo nosotros nos aprovechamos de esa belleza para conseguir nuestro propio objetivo, ¿eh? Aprovechando el despiste cuando todos están fascinados con esa belleza, nosotros la ignoramos y solo nos fijamos en los bolsillos. Eso es... no sé cómo decirlo..."
El niño es un pillo curtido por los acontecimientos y condicionado por las circunstancias, por el lugar en que nació y por la gente que le rodea. Está provisto de un talento natural para delinquir, que hace a Nishimura recordarse a si mismo a esa edad, al punto de desistir de disuadirlo en un efímero y falaz intento por evitar que inicie un peligroso derrotero delincuencial. El niño es un espejo del pasado de Nishimura, uno que evidencia las buenas intenciones del personaje central y, probablemente, la influencia que en él ejerce la sacrificada amistad de Ishikawa.
Saeko, la intrigante mujer de los sueños y recuerdos de Nishimura es un personaje muy particular y complejo, cuyo paso evidencia haber dejado en él una profunda huella. No aparece sino en referencias al pasado o en un arrobamiento onírico, pero cada mención de Saeko ocurre invariablemente en algún momento reflexivo y hasta existencial de nuestro carterista. Las esporádicas pinceladas con que el autor traza el carácter de esta mujer, ponen de manifiesto la virtud de Nakamura para desarrollar un personaje en pocas lineas y escasas apariciones, primero sembrando nuestra curiosidad, y luego manteniendo nuestro interés a lo largo de una progresión que culmina en una figura bien lograda y definida. Sin embargo, Saeko sigue manteniendo un cierto misterio que provoca en el lector la necesidad de inferir y elucubrar más acerca de su vida.
De los temas abordados
Nakamura cuenta la historia del carterista mientras mete en el embrollo varios temas de discusión obligada. La semilla del mal, el placer por lo prohibido, la conciencia, la doble moral de nuestras sociedades, el sentido de la existencia y el destino son probablemente los más notorios. Pero estos grandes tópicos dan paso a una lista más extensa de temas que pasan por la amistad, la infidelidad matrimonial o el suicidio y llegan hasta los estereotipos de imagen, la manipulación de los medios, el uso y abuso del poder, la violencia de género y la explotación infantil.
De los símbolos
Que Fuminori Nakamura nos cuente una historia muy literal, no se riñe con el uso de símbolos en su narración. Quienes ya han leído el libro seguramente recordarán la torre que el ladrón observa desde su niñez, y habrán encontrado su propia interpretación personal de la misma.
En lo que a mi respecta, la entiendo como un símbolo de la exposición a la que Nishimura es sometido cada que comete errores, pero también la percibo como el mayor vínculo de identificación que el carterista encuentra con Saeko, desde que ella le cuenta haber soñado con una torre de gran semejanza con la de sus propias visiones.
Sin embargo, y puede ser que esto sea apenas un disparate, creo ver otra gran metáfora hacia el final del libro, y hago aquí una advertencia de spoiling. Y es que no puedo evitar la asociación de la moneda ensangrentada que representa la última esperanza para Nishimura, con el disco rojo del sol naciente en la bandera japonesa, acaso una forma de señalar la responsabilidad de la nación en la redención de los marginales de la ley; o quizá tan solo una manera de poner de nuevo en la mesa el tema del destino individual, apenas limitado al caprichoso resultado de un volado de suerte.
En resumen, espero mas traducciones al español de la obra de Fuminori Nakamura y quisiera ver pronto alguna adaptación cinematográfica de El ladrón. El libro es altamente recomendable y su lectura fue muy interesante y placentera. Las reflexiones y conclusiones que se generaron luego de leerlo, han dado material para largos y entretenidos intercambios de opiniones en nuestro club.
Me ha encantado este post, gracias Henry por poner tus talentos al servicio de este club y escribir este post que no pudo haber descrito de mejor manera lo que el libro es y representa. Yo estuve garabateando por allí algo pero la prosa no me fluye tanto como a tí. Pues puedo decir que el libro me encantó y que igual que tú estoy esperando con ansias que traduzcan otro libro al español. He leido críticas de sus otros libros y me llaman mucho la atención. Es un libro corto pero bastante completo y además...¡Qué final! Pocas veces encuentro un libro del que me sienta complacida con el final pero este es simplemente soberbio.
ResponderEliminarPor el contrario Karla, muchas gracias a vos por tu acierto en proponernos este libro que ha sido tan grato leer. Debo reconocer que este año me he llevado muy agradables sorpresas con libros que en principio no me habían generado demasiadas expectativas y que resultaron ser verdaderos descubrimientos. Como siempre hemos dicho, creo que eso es lo genial del club: que la decisión del grupo nos lleva a explorar más allá de nuestra zona de confort literario y a darle una oportunidad a estilos y tópicos que en general no acostumbramos leer.
ResponderEliminarY estoy de acuerdo con tu valoración sobre el final. Creo que Fuminori Nakamura dio a El ladrón un epílogo a la altura del relato. Ojalá pronto tengamos más libros de este autor en castellano.
Saludos Karla, muchas gracias por tu comentario!