Este jueves 19 hemos terminado de comentar nuestro libro de diciembre en el Club de La Buena Estrella, quedando pendiente únicamente la proyección de la adaptación cinematográfica de Stephen Frears, programada para el jueves 26. Para hacer nuestros comentarios establecimos un orden basado en una lista con algunas de las canciones favoritas de los siete asistentes. Pusimos el playlist en random, y la canción que seguía dictaba el orden de las intervenciones. De paso, resultó una nueva demostración de lo variados que pueden ser los gustos y preferencias de todos en el club, como se ve y se escucha:
Nacha Pop - Lucha de gigantes (Karla)
Ray Charles - Georgia on my mind (Loida)
Pearl Jam - Jeremy (Mike)
The Wallflowers - One headlight (Henry)
Pearl Jam - Black (Nelson)
Cultura Profética - La complicidad (Jennifer)
Jay Sean - Ride it (Celina)
Muchas gracias por su asistencia. Nos ha dado mucho gusto ver la dinámica que ha tenido la reunión: entretenida, muy divertida y sobre todo muy cercana y personal.
Mi comentario sobre el libro Alta Fidelidad de Nick Hornby
Sin aires ni pretensiones de ser un clásico ni un imperdible literario, Alta fidelidad es un libro cuyos personajes, introspecciones, discusiones, situaciones y relatos anecdóticos, son insoslayables para quienes se enfrascan en su lectura. Encima, parece que los integrantes del club tenemos el promedio de edad idónea que, más allá de odiar, amar o al menos compadecer al personaje central de la historia, nos permite entender a Rob Fleming tal como se entiende a un individuo que se parece a uno, alguien que ha vivido cosas parecidas si no es que las mismas, y que las reconoce con honestidad brutal, como diría musicalmente el maestro Andrés Calamaro.
Si los hombres siempre dijéramos lo que pensamos tal como lo pensamos, si en todo momento pusiéramos de manifiesto que la inmensa mayoría de cosas que nos importan en la vida tienen alguna saludable o enfermiza connotación sexual (como tocar un instrumento musical o practicar algún deporte, por ejemplo), y si mostráramos permanentemente nuestros estancamientos en relaciones pasadas, nuestras inseguridades y afán de compararnos, competir y ganar a otras opciones presentes y experiencias previas de nuestra pareja, evidenciando que nuestro gen de espermatozoide competitivo sigue vivo y latente por el resto de nuestros días; difícilmente seriamos potables para mujer alguna.
Pues ese es Rob, el tipo contradictorio que cambia la radio de estación mientras silba la canción que está sonando, el de los juicios y prejuicios sobre la personalidad de la gente en función de sus gustos musicales, el de las preguntas existenciales sobre los tiempos de la vida, la inminencia de la muerte, la naturaleza de las relaciones, el sentido del éxito y el fracaso, el compromiso, la libertad y otras hierbas, todo aderezado con obsesivas listas musicales y un baño de cultura pop contemporánea. No es raro que su personaje maneje dos discursos paralelos y traslapados: el que es audible a otros personajes, y el que dice de manera introspectiva, el que solo puede "escuchar" el lector.
Rob debe mucho dinero a su ex pareja, tuvo una relación con otra mujer mientras Laura estaba embarazada, su conducta hizo que Laura decidiera abortar y, en algún momento, hasta llegó a confesar a Laura que más o menos estaba buscando una nueva relación de pareja. Todas esas cosas tienen matices, por supuesto, pero sin duda exponen a Rob como un sujeto que dan ganas de abandonar; confundido, errático, estancado, pero terriblemente real y creíble. Rob es ese tipo que celebra cuando se entera que su ex aun no se ha acostado con su nueva pareja y acto seguido sale a buscar sexo con otra mujer. Es el mismo sujeto que confiesa que prefiere saltar de relación en relación, sin pasar más de dos años con una misma pareja, hasta llegar a los cincuenta, cuando se vaya a vivir solo la recta final de su vida, el tiempo de enfermedad, decadencia y muerte, todo por temor a sufrir la experiencia de que alguien importante para él enferme de gravedad y muera. Pero Rob también es el tipo entrañable que reconoce que de niño se enamoró de una pareja de recién casados que conoció durante una vacación. Ellos lo trataron tan bien y le dieron tanto cariño y atención, que cuando finalmente debieron despedirse, le rompieron el corazón. Rob es también ese que se disculpa con el pequeño de la fotografía (él mismo cuando era niño):
"A lo largo de los últimos dos años, aquellas fotos mías de cuando era niño, las fotos que nunca quise que vieran mis novias, han empezado a producirme una punzada de no sé qué, porque no es exactamente infelicidad, pero sí un pesar a la vez llevadero y profundo. Hay una en la que salgo con un sombrero de vaquero, apuntando con un revólver a la cámara, empeñado en parecer un perfecto vaquero pero sin conseguirlo. A duras penas me atrevo a mirar ahora esa foto. A Laura le parecía dulcísima (¡ésa es la palabra que empleó, todo lo contrario de agrio!), y la colgó en la pared de la cocina. Ya la he devuelto al cajón correspondiente. Quiero pedirle disculpas a ese pequeño, decirle que lo siento, que le he decepcionado. Yo era el que presuntamente tenía que cuidar de él, pero la he jodido: me equivoqué en los momentos malos, y ese crío ha terminado por convertirse en mí."
No soy Rob, al menos no en todo. Pero la verdad es que en alguna medida todos los hombres somos Rob, y es por eso que identificarnos con este chiflado obsesivo, en algún nivel y hasta cierto punto, resulta inevitable. A menos, por supuesto, que se cuente con menos de 30 y/o aun no se tenga plena conciencia de la naturaleza masculina que nos gobierna. O en caso contrario, que se tenga más de 60 y se forme parte de la generación del padre de Rob, que no entiende un comino de la dinámica actual de las relaciones de pareja ni de los estándares sociales de nuestra época.
Leí Alta fidelidad en su edición en inglés a finales de 2001 y casi de inmediato vi la película. Estaba por cumplir 30 y aunque lo disfruté mucho, reconozco que no asimilé el contenido en toda su dimensión. 5 años después estaba viviendo la crisis existencial de Rob. Fue entonces cuando la pasión por la música, el odio al trabajo, el miedo al compromiso y la obsesión imperiosa me motivaron a fundar mi propia versión de Championship Vinyl, un desperdicio de blog donde buscaba satisfacer mis instintos y sentirme libre, explotando una "base de datos azul", escribiendo absurdas divagaciones y sí, como no... haciendo estúpidas listas de canciones.
Ha llovido desde entonces, y ahora mi existencia y mi música son otras. Desprendo de todo esto que leer el libro de nuevo en este momento de mi vida ha sido como examinar los 35 capítulos de la historia de Rob, desde la perspectiva de quien ya está viviendo el capítulo 41 (y a las puertas del level 42), esta etapa feliz en que pongo una canción que por fortuna ya no me satisface solo a mi, que no me veo orillado a disfrutar en soledad, apenas con mi alma y mis audífonos:
"Cuando oye los primeros compases del tema, se da la vuelta, me mira y me hace con el pulgar el gesto de que todo va bien, no una, sino varias veces".
Level 42 - Something about you
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