jueves, 28 de marzo de 2019

Series CBE: "Y sin embargo se mueve" (Capítulo 7)



Es un fiambre.
No me atrevo a decir que esa es la mirada perdida de un hombre confundido. Te aseguro Chiclana, que no puede haber tal cosa como una mirada perdida, lo único que puede estar perdido es el lugar, la cosa, lo que se busca con la mirada. Este ser tan deplorable, enfermizo y presumido, resulta ser un producto lógico de una tierra como esta. Que me perdonen los patriotas, si es que los hay o si los puede haber, pero yo no puedo llamar al Uruguay un país. Para que exista una patria deben existir los hombres y aquí los bueyes son la política y la democracia, ellos son la mayoría.

Aparecí a orillas del río Uruguay, dime, ¿qué es eso? ¡vanidad! Estos creen que el agua conoce de palabras y divisiones y que, con el nombre, el agua se torna tibia de un lado y fría del otro. Obviando lo anterior, te soy honesto Chiclana, me abrumó saber que no a muchas zancadas de esa orilla está Gualeguaychú. Mi cuna es turderana, me gusta decir que nací arriba del puente, mis ideales se entretejieron ahí en Rivadavia, el corazón de cuchillero latió en Palermo por vez primera, pero la vocación de sangre es gualeguaychuense. No es que haya matado ahí al primero, pero ahí di muerte por primera vez a punta de voluntad y no de orden.

Desde Fray Bentos pude sentir eso que llaman el peso de la historia, esa densidad y volumen que me ha llevado desde aquella esquina oscura, maloliente y pegajosa de Gualeguaychú, hasta la puerta del moribundo, anatema y socio de mi enemigo, Ireneo Funes.

Todo aquel montaje uruguayo, lúgubre y patético dentro de una máscara de juventud, me resultó, en primer lugar, una lección moral sobre gente como tú: que esa vigorosidad y prepotencia juvenil es la caligrafía de la pudrición del espíritu. No importa que tan brillante sea tu vuelo Chiclana, o el vuelo del niño Funes, ambos son ángeles moribundos. Y, en segundo lugar, pensé que todo este asunto del uruguayo era solo un desesperado pataleo en un océano de miedo para seguir postergando nuestro encuentro; ingeniosa y triste estrategia para mantener tu carne y sangre a distancia de mi cuchillo. Pero a pesar de lo uno y lo otro, no todo ha sido pérdida aquí en la casa de Funes; pero eso no significa que en la ganancia haya algo para ti.

Es imposible no admirarse de lo que me limitaré a llamar ‘capacidad’ de Ireneo Funes. En lugar de abonar al ‘relativismo’ del que siempre te he acusado, Ireneo nos enseña que la realidad no es cosa de puntos de vista, es asunto de vista. Llamarlo impresionante, magnífico, son palabras que resultan inadecuadas para un sujeto que sufre, que ha dejado de vivir la realidad para inventarla. La sensación de vida, el disfrute, radica en la ignorancia de algunas cosas y la remembranza de otras, porque entre más se parezca a un sueño la vida, más vida es.

No creo que haya nada de ‘kármico’ en este asunto uruguayo. La parálisis de Ireneo no es justicia por el mucho saber. Su parálisis es proporcional a su tullimiento moral, de no ver más mundo que el del recuerdo. ¿Por qué el hado le daría piernas al hombre que disfruta más de la fotografía que del modelo? La locura más grande es hacer que algunas cosas sean más reales que la realidad, solo porque no les gusta el carácter ficticio de la realidad misma.

El fideo me habló en latín y arameo, recitando viciosamente libros crípticos y anticuados, cosa de fácil sorpresa al esnobista, molestia de un hombre pragmático. Me habló de imágenes que alguna vez fueron realidad y caos, pero la admiración se evaporó Chiclana, porque cuando el niñito atropelló sus obsesiones con ideas como “reflejos interminables en un tetraedro de espejos", “los mundos que se esconden dentro de otros mundos”, “pero hay uno, ya que este que te habla no cuenta por estar más cerca de Medusa que de los hombres, que viene y va dentro de los agujeros, que salta entre ellos como niño chapoteando sobre los charcos”, terminé encontrando la causa de tu rebeldía, aquel cuentito de la siesta que te hizo pesadilla la vida.

Siento pena de Ireneo, pero no de ti.

No interrumpí al pobre diablo en sus entelequias y puedes tener la seguridad de que no me vi seducido por el olor de sus entrañas bajo el criterio de que entre tú y él existen simpatías y acuerdos, quizá más fuertes que las que tuviste con el cretino de Careno. Tú y yo sabemos que matarlo sería un alivio para este miserable cautivo del saber y del recuerdo. Además, no le queda mucho, así que dejarle vivo no es cuestión de misericordia, es crueldad.

Pero lo he mencionado antes, no ha sido una total pérdida esta visita al buey de los tres ojos.

Resulta, sin ánimo de parecer analista, que toda la tabarra de Ireneo, como un chiste, contiene medidas de razón y verdad. Su ‘capacidad’, ese trastorno portentoso, es una guarida de secretos que han venido a levantar los escombros mentales dejados por los ‘pasos’, ‘saltos’ y ‘secciones’ que he tenido que vivir.

Ireneo me ha contado sobre él, ‘el niño saltador de charcos’, motivo central de esta cacería: Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo.

Pero eso no es todo.

Las piezas de este puzzle son el mandato, el Sr. Borges Acevedo, Los Angelitos, evidentemente tú, el concilio, mejor dicho, los Hombres del Secreto, la Gente de la Costumbre, los hombres de la Secta… te das cuenta Chiclana, ahora ya sé lo que sabía.

Te tengo que matar porque aún prometiendo lealtad al Secreto, aludiendo a los priores, ‘te sigues moviendo’. Eppur si muove. ¡Lo ves! ¡Ahora ya entiendo porqué mi fascinación con la cita al final de cada carta! ¿Cómo es posible que, aun sabiendo el Secreto, mejor que muchos de nosotros, tengas que seguirte ‘moviendo’?, ¿acaso no conoces la palabra satisfacción y conformidad y, encima de ellas, lealtad?, ¿nunca oíste de la boca de tus mentores “ya fue suficiente”? Entre tantas reflexiones, ¿nunca concluiste que hasta el mismo horizonte tiene límites? Los priores me han mandado a detenerte, proteger así al Sr. Borges Acevedo y preservar el Secreto.

Pero eso no es todo, hay más. 

Estas travesías entre ‘secciones’ son mi culpa, por haber cedido a tus encantos y palabrerías, justo antes de darte la puñalada sobre Rivadavia mientras caminabas hacia Los Angelitos en 1956. Lo recuerdas, ¿no es así? Lo recuerdas porque Ireneo lo recuerda por todos nosotros. Lo recuerdas, así como recuerdas a Moisés, a Charlotte Corday, a Harry Houdini y Harry Kellar, lo recuerdas tan bien como yo recuerdo a Akhenatón en adoración al dios único en el centro de Akhetatón, lo recuerdas así como veo las lágrimas de Iván Vasilyevich ante el cuerpo muerto y caliente de su hijo asesinado por sus manos. Lo recuerdas tú Chiclana porque yo Iberra lo recuerdo.

Basta de palabrerías, hasta aquí de búsquedas, de inquisiciones epistolares y odios impersonales, te quiero frente a mí, ahí donde el acto quedó suspendido a las afueras del café, al calor de la calle y el barullo de los automóviles. Olvidémonos de tugurios históricos, volvamos al fondo de nuestra maceta, que ya mucho hemos estirado las raíces sobre el vergel de los tiempos. No intentes convencerme más, no más labias, que bien te han servido para huir y flotar lejos de mí.

Lo irónico en todo esto, es que hasta ahora después de tantas cartas y de haber logrado con tus letras una magnífica obra contigo mismo, obra inmaculada, inalcanzable y sacra, tus huidas, tus distancias, tus enigmas, se resumen en una de las cosas más antiguas que resumen la vida misma de los hombres: el miedo a morir. Por muy santo, siempre cagas, y por ello se que te cagas del miedo. Por muy demonio, siempre comes, y comes ansias al saber que tu muerte se acerca. Por muy etéreo, te cansas, y soy yo quien se ha cansado de seguirte viendo como un fantasma lejano de los hombres, cuando no eres más que defecaciones, hambrunas y carne, como el resto de nosotros. No huyas más, acabemos con esto. No me asustas con tus muchas realidades y tus existencialismos de angustia, la única cosa que nos concierne después de tantos años, son los cuchillos y la sangre. Si eres tan diestro, si el cuchillo así lo quiere, quedarás en pie y yo bajo tu zapato, prestó a recibir la suciedad de tu tacón en mi cabeza.

Si sigues en tus ‘movimientos’, procura que sea en una sola dirección: calle el Rincón, avenida Rivadavia, 1956. Nuestra Argentina.

Apresúrate, que ahora soy yo quien se mueve.

Ñato Iberra.

Fray Bentos, “Uruguay”, 1882.

lunes, 11 de marzo de 2019

REBECA, un longseller eterno...

"Clásico no es un libro (lo repito) que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad." Jorge Luis Borges


Visto así ¿podría decirse que lo que convierte a un libro en un clásico se relaciona más con la receptividad de una generación que con la calidad de su escritura?, ¿será entonces que libros como "El Principito", "Matar a un Ruiseñor", "Ana Karenina", "Cumbres Borrascosas", "Pedro Páramo", "El Viejo y el Mar", "Frankestein" o el mismísimo "Quijote" y tantos otros que consideramos clásicos, lo que tuvieron en su momento entonces fue "suerte" de que una generación fuese sensible y receptiva a su contenido y los llevara "al altar de los clásicos" y que las otras lo aceptaran así sin rechistar bajo la influencia de las que les precedieron?  

Realmente no creo que algún día se llegue a una sola definición que diga porqué unos libros son clásicos y otros, por estupendos que nos parezcan, no.  Lo que sí es cierto, es que los clásicos -por clásicos que sean- no son libros que por fuerza gusten a todo el mundo, pero lo que no se puede negar de ellos es que tienen "un algo" que les distingue y les hace no ordinarios.

Pero bueno, considerando que en el Club de la Buena Estrella como siempre lo decimos, no somos eruditos, sino tan solo personas que disfrutan la lectura y de manera puntual, disfrutamos leer en grupo; como una simple lectora, quiero hablar de ese momento "íntimo y mágico" en el que sin haberlo previsto de ninguna manera, un libro (incluso alguno que otro momento no pudimos leer por alguna razón o razones) de pronto nos captura y nos hace sentir que tenemos una valiosa joya en nuestras manos ¡y ya no lo podemos soltar!

¡Qué bonita sorpresa ¿verdad?!, como ese momento cuando una música nos inunda el alma o cuando al abrir un vino desconocido, el primer sorbo nos deja saber sin ninguna duda que estamos bebiendo "uno de los mejores vinos de nuestra vida". ¡Qué regalo más grande es encontrarnos de pronto ante un libro que nos atrapa y nos hace pensar en lo afortunados que somos por tener la oportunidad de leerlo!

Por si fuera poco, a veces pasa que se pone 'de moda' en nuestro entorno (nuestras amistades se ponen en la fila para leerlo), y hablamos de él, a veces en el país se habla de él, y otras resulta que justo cuando por fin nos animamos a leerlo sale a la venta una nueva edición y está de nuevo en las listas de los más vendidos en muchos lugares del mundo. Carl G. Jung definió esto como una "sincronicidad" (no existe la casualidad, sino la causalidad).

Después de la primera reunión de marzo del Club de la Buena Estrella, puedo decir con toda certeza que, ese es el caso del libro Rebeca de Daphne Du Maurier

Como todos, este libro gustará más a unos que a otros pero, en general, nos ha dado la seguridad de estar leyendo un libro muy bien escrito, un libro de esos que gustan, que tienen una prosa limpia,  elegante y que nos cuenta una historia sobre un tema siempre y por siempre vigente, ¿un clásico entonces? pues nosotros opinamos que sí y, además, creemos que es un libro de esos que vale la pena haber leído y más aún, haberlo leído en el club.  Al respecto quiero decir una sola cosa: ¡No estamos solos!

Dice la biografía de Daphne Du Maurier que el primer manuscrito de Rebeca fue entregado a su editor, Víctor Gollancz, en abril del 1938 y este enseguida predijo su éxito. Se sabe que el libro se convirtió rápidamente en un bestseller y que la joven escritora se vio de pronto convertida en una celebridad.  

De aquello han pasado 81 años y, en la actualidad, se considera que lo que Dahpne Du Maurier creó con esa novela más que un bestseller es un longseller eterno, es decir, un libro que no solo ha superado la prueba del marketing y del mercado sino, además, la del tiempo como el Quijote, La Biblia, Diez Negritos y otros tantos que siguen facturando en automático.

En la actualidad, Rebeca supera los 30 millones de ejemplares vendidos y cada mes se suman cuatro mil ejemplares, sin necesidad de hacer ningún tipo de promoción.  Se prevé que esos números se vean incrementados ahora que Manderley Forever, una nueva biografía de Du Maurier saldrá a la venta y por el remake de la película que prepara para muy pronto Netflix... 

El libro Rebeca de Daphne Du Maurier nunca ha dejado de imprimirse.

Quiere decir que, durante 81 años, se ha vuelto a editar y editar y editar.  No nos extraña entonces cuando hemos leído que en Gran Bretaña se le ha votado como uno de los libros más queridos de la Nación. 

Y para que tengamos una idea gráfica de lo que esto significa, he querido compartir con ustedes este archivo fotográfico de algunas portadas de distintas ediciones.

«Anoche soñé que regresaba a Manderley…»



















Series CBE: "Y sin embargo se mueve" (Capítulo 6)



Buenos Aires, 1929

—​¡Señor Chiclana... señor Chiclana! ¿se siente usted bien señor? 

Sebastián Careno daba leves palmaditas en el hombro de Jacinto Chiclana, desplomado este último sobre la mesa de siempre en el Café de Los Angelitos, mareado como un borracho, pálido como una hoja de papel, sufriendo terribles dolores musculares, delirio febril, nariz ensangrentada y transpiración fría. 

Chiclana apenas comenzaba a reaccionar, intentando abrir los ojos enrojecidos con gran dificultad, sucumbiendo un parpadeo tras otro ante la necesidad de cerrarlos. Se lo vio recompuesto y lúcido pasada casi media hora, solo después de las continuas y esmeradas atenciones del mozo, que no permitía que nadie más se acercara a servir al que consideraba su cliente más especial. ¡Grande Chiclana! —​solía decir Careno—​ ¡nadie con paso más firme habrá pisado la tierra! 

Ya había perdido la cuenta de las veces que repitió las mismas asistencias y cuidados, fuera con Chiclana o con cualquiera de los otros sujetos que misteriosamente aparecían postrados en aquella mesa, o que de la misma forma sobrenatural se esfumaban mientras caminaban sobre el piso del café. Circulaba entre los mozos el rumor de que estos tipos eran parte de una secta de magos que iban y venían en el tiempo. No faltaba quien aseguraba que, años atrás, todos ellos habían estado reunidos en el café, en una suerte de oscuro concilio. 

Muy por debajo de la apariencia de bobo, Careno era un sujeto curioso, observador y reflexivo.  No pocas veces había intentado secretamente repetir, sin éxito, aquellos misteriosos pasos sobre el cuadriculado tablero de baldosas del café. Y preguntaba, ¡cómo preguntaba! Chiclana era el único que le respondía, aun cuando sus respuestas fueran en claves que excedían por mucho su comprensión. Poco le importaba eso a Careno, un solitario inmigrante que valoraba cualquier grado de atención y hasta el más mínimo esbozo de conversación, así fueran unas cuantas palabras, escasas y confusas. Fue así, de a poco, que terminó por instalarse entre ellos una serena cordialidad y una robusta confianza. Los ávidos oídos de Careno finalmente escucharían las fantásticas narraciones de boca del propio Jacinto Chiclana. 

—Debe usted andar con mucho cuidado señor. Hace unos días se apareció el menor de los Iberra, Ñato. Se le veía muy mal, era claro que había hecho un viaje más largo que los habituales. Estuvo desvariando largo rato, gritando que lo buscaría a usted hasta matarlo, que era una misión importantísima que se aseguraría de cumplir. Luego lloraba nombrando a una tal Charlotte, hasta que por fin despertó y me lanzó su habitual mirada de desprecio.

—​Iberra, pobre diablo. No sabe ese miserable Abel que está escrito que su propio Caín habrá de atravesarlo.

—​También ha estado por aquí, varias veces, aquel tipo extraño que usted me pidió que vigilara, el niño bien que ganó el premio literario de la municipalidad, el que se la pasaba preguntando por los tangueros y milongueros, buscando quien le contara de algún duelo de cuchillos. 

Chiclana escuchaba en silencio y su mirada se expandía a través del vaso de vermú. Nunca antes se lo vió tan perturbado.

—​Yo estaba perdido, Careno. Nadie sabía mi nombre, nadie me reconocía, ¡ni siquiera en mi barrio! Y él se me hacía conocido de algún lado. Lo seguí desde Palermo hasta Los Angelitos, y esperé. Él nunca me vio. Fue ahí cuando lo vi recostarse sobre el piso del café y quedarse absorto por unos minutos, para luego incorporarse y caminar hasta atravesar un espejo que se proyectaba en la pared. Un espejo que solo unos momentos antes no estaba ahí, y que desapareció en el preciso instante en que él lo cruzó. Repetí cuidadosamente cada una de sus acciones. Recostado en el piso, miré hacia el mismo sitio en que él se había quedado como hipnotizado... y entonces vi el universo en un cristal. No sé cuánto tiempo estuve ahí, embobado, descubriendo cosas, recordando otras, contemplándolas. Volví por fin de mi abstracción y vi el espejo proyectado al otro lado del café. Decidido, caminé hacia él y lo crucé. Para mi decepción, seguía ahí mismo, en el café. No había ido a ninguna otra parte, o eso creí entonces. Turbado, salí del recinto echando maldiciones y volví a Palermo, donde, para mi sorpresa, ahora todos me reconocían y saludaban. Esa noche fui cerca de Maldonado, y entre tangos y milongas, compadritos y mujeres, brotaron los pasionales duelos de cuchillos. Entonces lo vi de nuevo, abstraído, boquiabierto, atónito, vicioso y procaz frente al espectáculo de sangre. Lo aceché varias horas hasta que finalmente volvió al Café de Los Angelitos a ejecutar la rutina, esta vez a la inversa. Lo seguí de nuevo, pero al cruzar el espejo no lo vi más. Ahora tengo claro que este es mi tiempo, pero definitivamente no es mi dimensión, aquí nadie me conoce.

—​El sujeto ha estado viniendo todas las noches cerca de la hora de cierre. No falta mucho para eso, podría usted esperarlo, señor.

—No hace falta, Careno. Sé bien quién es. Pude verlo de nuevo en Maldonado y en Palermo, y eso me dio nuevas oportunidades de ir tras él. Lo seguí al pasado, al año 1880, a los casinos de baja estofa del Once y de Constitución, a las casas malas del Centro, a la calle del Temple, hacia Paseo de Julio, a Junín y Lavalle. Frecuentaba con entusiasmo los sitios donde vieron sus albores el tango y la milonga. Luego lo seguí al futuro, al año 1965, al primer piso del número 82 de la calle General Hornos. Ahí leyó sus apuntes a un sujeto ciego que, por el asombroso parecido, bien pudiera haber sido su padre... pero no lo era. Me quedé el tiempo suficiente para escuchar las letanías que el ciego impartió sobre los inicios del tango, la configuración del Buenos Aires de aquellos pagos, y la esencia de ser gaucho, compadrito... argentino. Todo cuanto el ciego decía me parecía tan familiar y cercano. Era como escuchar por primera vez la voz de mi padre, y tener la inobjetable certeza de que era él.

—​¿Quién era el ciego, señor?

—​Era el mismo hombre que he seguido todo este tiempo, pero más viejo. Era dios, el hacedor, el inmortal, el creador. No de este mundo, sino del mío. Lo que vi y escuché en aquellos días me lo dejó claro como el rocío. La última de sus alocuciones, dio paso a una presentación artística, por demás reveladora: 

"Y ahora, concluyo, les agradezco su paciencia. Y ahora, me han dicho que hay una sorpresa, para ustedes y para mí, sobre todo, para mí también, que es la de un recitador, que está aquí, y después, oiremos, como siempre, al maestro, al maestro que irá siguiendo cronológicamente, y de un modo muy superior al mío, las diversas vicisitudes emocionales del tango."

—​¿Qué cosa le fue revelada, señor?

—​Una milonga, Careno. Una maldita milonga que lleva mi nombre, escrita por mi creador en el futuro de tu mundo, en 1965. Es por eso que nadie me conoce en la actualidad de tu desabrida y desesperante realidad. Aquí, en 1929, soy poco menos que un esputo lanzado a la calle fangosa, una miserable e inmunda canción desconocida de un tiempo que aún no llega, un absurdo y patético anacronismo. Yo solo pertenezco a la parca, sucinta y estúpida realidad del otro lado del espejo. Como verás, ya no estoy seguro de ser, pero sí de llamarme Jacinto Chiclana.

Careno sonrió con desconcierto. 

—​¡Es imposible señor! usted es una persona real... ¡usted existe!

—​El recitador remató con una segunda pieza, otra lacerante composición del hacedor:


EL TANGO

¿Dónde estarán?, pregunta la elegía
de quienes ya no son, como si hubiera
una región en que el Ayer pudiera
ser el Hoy, el Aún y el Todavía.

¿Dónde estará (repito) el malevaje
que fundó en polvorientos callejones
de tierra o en perdidas poblaciones
la secta del cuchillo y del coraje?

¿Dónde estarán aquellos que pasaron,
dejando a la epopeya un episodio,
una fábula al tiempo, y que sin odio,
lucro o pasión de amor se acuchillaron?

Los busco en su leyenda, en la postrera
brasa que, a modo de una vaga rosa,
guarda algo de esa chusma valerosa
de los Corrales y de Balvanera.

¿Qué oscuros callejones o qué yermo
del otro mundo habitará la dura sombra
de aquel que era una sombra oscura,
Muraña, ese cuchillo de Palermo?

¿Y ese Iberra fatal (de quien los santos
se apiaden) que en un puente de la vía,
mató a su hermano el Ñato, que debía
más muertes que él, y así igualó los tantos?

Una mitología de puñales
lentamente se anula en el olvido;
una canción de gesta se ha perdido
en sórdidas noticias policiales.

Hay otra brasa, otra candente rosa
de la ceniza que los guarda enteros;
ahí están los soberbios cuchilleros
y el peso de la daga silenciosa.

Aunque la daga hostil o esa otra daga,
el tiempo, los perdieron en el fango,
hoy, más allá del tiempo y de la aciaga
muerte, esos muertos viven en el tango.

En la música están, en el cordaje
de la terca guitarra trabajosa,
que trama en la milonga venturosa
la fiesta y la inocencia del coraje.

Gira en el hueco la amarilla rueda
de caballos y leones, y oigo el eco
de esos tangos de Arolas y de Greco
que yo he visto bailar en la vereda,
en un instante que hoy emerge aislado,
sin antes ni después, contra el olvido,
y que tiene el sabor de lo perdido,
de lo perdido y lo recuperado.

En los acordes hay antiguas cosas:
el otro patio y la entrevista parra.
(Detrás de las paredes recelosas
el Sur guarda un puñal y una guitarra).
Esa ráfaga, el tango, esa diablura,
los atareados años desafía;
hecho de polvo y tiempo, el hombre dura
menos que la liviana melodía,
que solo es tiempo. El tango crea un turbio
pasado irreal que de algún modo es cierto,
el recuerdo imposible de haber muerto
peleando, en una esquina del suburbio.


—​Esta es la única verdad, Careno, que Iberra y yo no somos reales. Somos meras invenciones, letras en un libro, versos maquinales, notas musicales. Tan solo somos tango y milonga.




domingo, 3 de marzo de 2019

Series CBE: "Y sin embargo se mueve" (Capítulo 5)


He matado a Careno. El cuchillo hundido en las tripas y la lengua aún caliente en mi bolsillo. Tu vanidad sentenció a ese imbécil. 

Es de madrugada aquí en Buenos Aires. No me he atrevido a 'dar el paso' ahora que he leído tu carta. Admito que después de tantas letras, estás logrando hacerme sentir lo suficientemente inútil, que hasta me considero un tanto cretino. 

El salón del café está vacío y no se mira a nadie caminando por las aceras. Desde la misma mesa de siempre solo veo la triste luz intermitente de los faroles que alumbran pobremente la calle Rivadavia, ¿qué tramas Chiclana? 

He leído todas tus cartas, y cuando digo todas, lo digo puntualmente. Hay algo extraño en ellas. Por un lado, cuando escribo, trato de plasmar un mapa que incluya lo subjetivo y objetivo de la ´sección´ en la que te he buscado. Procuro que cada carta sea una robusta miga de pan, para encontrar el camino en esta ciénaga de tiempos. Pero tus cartas, cancioncillas risibles de reproches, burlas, estupideces, ironías y acertijos; están ensambladas en todas las líneas del tiempo; hablas de los eones, como si fueran los minutos de tu reloj. 

No solo es un misterio que recuerdes con lucidez, sino que al recordar, también recuerdas lo que es tuyo y lo que es mío, y no tienes dificultades de diferenciar uno del otro. Reconozco que en cada una de mis cartas solo puedo hacer referencia a una ‘sección’ de manera vaga y simple, y si acaso puedo acaparar sombras de otro mundo, nada más puedo pintar manchas y garabatos nebulosos. Yo, que me desgasto en la interpretación de los murmullos y cacofonías de los fantasmas del tiempo, tengo que enfrentarme, con tristeza y recelo, a que tú, que eres como cualquiera de los hombres, que nada hay en ti que otros no te dupliquen en virtud, puedas resucitar a los muertos y hablar, con tanta facilidad, su lengua. La conclusión parece ser que tú recuerdas lo tuyo, que tú recuerdas lo mío, que tú Chiclana, recuerdas lo nuestro. 

Cuando escribiste sobre el ‘concilio’, creí que era para burlarte de mí, pero ahora... ahora tengo miedo de que sean el tiempo y los ‘pasos’ quienes se ríen en mi cara mientras yo soy quien les da la espalda para cumplir el convencionalismo ¿no es así? He hurgado en esta cabeza estropeada y me horroriza, me deja sin respuesta y acción el hecho de que ‘concilio’ sea una palabra llena, completa y con sentido para mí. Estoy comenzando a descubrir, Chiclana, que en mi cabeza hay una cadena flagelada de asociaciones, un rompecabezas regado sobre la alfombra donde ‘cuchillo’, ‘concilio’, ‘tiempo’ y la proposición “y sin embargo se mueve”; son todas piezas, huesos, cuerpos de una sola cosa. Veo un espectro, que bien puede ser un sonido, a lo mejor una imagen y, muy probablemente, un invento... de un papel, una nota a mi nombre, un mandato y dos personas. Una de ellas eres tú, Jacinto Chiclana, el traicionero, el de laya infiel. La otra persona simplemente es un nombre largo del que solo recuerdo un Acevedo. El mandato es un cuchillo anudado en el corazón.

Algo me dice que no debería caer en estas falacias que me hacen ver como un pibe tontuelo que llora por los callejones polvorosos del barrio, buscando a su madre para que le ponga ungüento en las piernas irritadas por el calor.

A costa de mi dignidad y, sobretodo, en contra de toda sensatez que es dogma de un hombre de ley, accederé a tus seducciones que son comidilla para mis caprichos.

¿Uruguay? ¿1882? ¿Ireneo? De acuerdo.

Ñato Iberra

Buenos Aires, 1929


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viernes, 1 de marzo de 2019

Rebeca | Daphne Du Maurier

Marzo.  Clásicos en el Club de la Buena Estrella.
Y llegamos a marzo y nuestro libro para este mes es una novela que en su momento nos llamó la atención por todos los detalles que, después de ser publicada, sucedieron en torno a ella como los siguientes:

·          En ninguno de los libros basados en la historia de Rebeca se menciona el nombre de la narradora, la segunda esposa de Max de Winter, quien es la que cuenta en primera persona el relato.
·          Que la obra es una de las más importantes de su generación; Daphne Du Maurier creó toda una escuela con él, por la forma en que la novela fue escrita, utilizando el lenguaje de una manera en la que se mezclan lo intimista, el drama psicológico, la acción y la intriga a partes iguales, junto con una gran belleza literaria.
·     Que por "Rebecca", Daphne Du Maurier, debió afrontar un juicio por plagio, pues se aseguraba que había copiado el argumento de A Sucessora de Carolina Nabuco.
·        Que la cantante irlandesa Enya bautizó su mansión en Dublín como Castillo Manderley, una referencia a la mansión de campo de la novela.
·       Que en psicología, se conoce como Síndrome de Rebeca a la aparición patológica de celos hacía una expareja de la pareja actual. El nombre de este síndrome se toma a partir de esta novela.
·           O que en castellano se denomina rebeca al tipo de chaqueta que llevaba Joan Fontaine en la película, según acepción del Diccionario de la Real Academia Española.

Y por todo ello, en las votaciones del mes de octubre del año pasado, ganó. Muchas gracias a todas las personas que votando por este libro hicieron posible que HOY nos dispongamos a empezar a leerlo.
Sobre el libro se conoce que al publicarse en el año 1938 se convirtió rápidamente en un best seller y que, a la vez, supone la obra más trascendente de la novelista británica Daphne Du Maurier. Su éxito fue muy rápido, vendió casi 3 millones de copias entre 1938 y 1965 (un número grande para aquella época) y el libro nunca se agotó y en la actualidad sigue editándose aunque han pasado 81 años desde su primera publicación.
Rebeca ha sido adaptada para el escenario y la pantalla varias veces, una de las más conocidas es la realizada por Alfred Hitchcock y David O. Selznick, productor de “Lo que el viento se llevó”.
En los Estados Unidos ganó el Premio Nacional del Libro de 1938, votada por los miembros de la American Booksellers Association. En el Reino Unido, se incluyó en el número 14 de la lista "La novela más querida de la nación" en la encuesta de la BBC de 2003 The Big Read.
Rebeca es un drama psicológico con notas de suspense, romanticismo y ambiente gótico que nos cuenta una historia bajo “la voz” de una chica cuyo nombre es desconocido, pero de la que se sabe, es una joven dama de compañía de una anciana y que ambas están pasando unas "vacaciones en Montecarlo".
Allí conoce a un viudo, Max de Winter y antes de la finalización de sus vacaciones ya deciden casarse. Tras la luna de miel se van a vivir a la mansión del señor de Winter llamada ‘Manderley’.
Es en Manderley que ella va descubriendo a los personajes y detalles sobre la vida de la anterior esposa de su marido, Rebeca, que llegado un momento la llevan a obsesionarse con ella.
La historia está narrada en primera persona sin decaer en ningún momento. Algunos críticos notan paralelismos con la novela de Charlotte Brontë, Jane Eyre.
Otra de la novelas de du Maurier, La posada de Jamaica, se compara con Cumbres borrascosas (novela). Du Maurier comentó públicamente que se basaba en sus propias memorias de su vida en Cornwall.
Daphne Du Maurier admite sin embargo que su marido estuvo prometido con una bella mujer llamada Jan Ricardo y eso influyó en la gestación de "Rebeca". También sus visitas a Milton Hall, Cambridgeshire hogar de los Wentworth-Fitzwilliam, influyeron en sus descripciones de Manderley.
El manuscrito de Rebeca fue entregado a su editor, Victor Gollancz, en abril del 1938, este enseguida predijo su éxito y vio que: 'El nuevo libro de du Maurier contiene todo lo que el publico quiere.'
Premios
En Estados Unidos, Rebeca ganó el National Book Award como novela favorita de 1938.
En 2003, la novela fue incluida en el puesto 14 de la lista UK survey The Big Read​.
En 2017, fue votada como uno de los libros favoritos de los últimos 225 años.


BIOGRAFÍA
DAPHNE DU MAURIER
(1907-1989)
Daphne du Maurier nació el 13 de mayo de 1907 en Londres, Inglaterra. Era descendiente de una importante familia de literatos y artistas, entre ellos su padre, el actor Gerald Du Maurier y su abuelo George Du Maurier, el caricaturista de la revista Punch. Su madre era la actriz Muriel Beaumont.


Cuando en 1938 se publicó Rebeca, con gran sorpresa por su parte, se encontró convertida, de pronto, en uno de los autores populares del momento. Esta obra alcanzó 37 ediciones en inglés y ha sido traducida a más de veinte idiomas. Su versión cinematográfica fue interpretada por Sir Laurence Olivier, bajo la dirección de Hitchcock. Desde entonces, además de varias novelas, que han obtenido grandes éxitos de venta, ha escrito obras de teatro, narraciones cortas y una biografía de Branwett Bronte.
En 1969 fue nombrada Dama del Imperio Británico y veinte años después, el 19 de abril de 1989, moriría a la edad de 81 años, les invito a conocer algunos detalles de su historia.
El ambiente cultural que se respiraba en su hogar orientó a Daphne desde su juventud hacia el mundo literario. Tras educarse en Inglaterra y París, dio inicio a su faceta como escritora en 1928 abordando con talento la intriga, el romanticismo y el misterio, señala el portal lecturalia.com.
Sus primeros textos fueron publicados con ayuda de su tío Willie Beaumont, propietario de la revista The Bystander, en donde colaboró Daphne y en 1932 contrajo matrimonio con el militar Frederick Arthur Montague, con quien residió principalmente en Menabilly, Cornualles.
Debutó como escritora en 1928 demostrando mucho talento con la intriga, la novela gótico-romántica y el misterio. Siempre expresó gran admiración e influencia de las hermanas Brönte, misma que se ve claramente en su obra.
Además de novelas, Du Maurier también escribió relatos, teatro y ficción fantásticam y recibió premios y reconocimientos como el National Book Award en Estados Unidos y la Orden del Imperio Británico, apunta el sitio actualidadliteratura.com.
En 1931 escribió su primera novela El espíritu de amor, a la que siguieron Nunca voy a volver a ser joven (1932) y Adelante, Julio (1933), con las que fue ganando gran prestigio.
Daphne alcanzó la inmortalidad literaria con la novela Rebeca (1938), título que fue llevado al cine por Alfred Hitchcock con el protagonismo principal de Laurence Olivier, Joan Fontaine y Judith Anderson. Aunque antes de esta película Hichcock, admirador de la escritora londinense, adaptó también a la pantalla su primera novela de éxito La Posada de Jamaica (1937).
En esta obra, suspense, romance, drama psicológico, acción e intriga se entrelazan para atrapar al lector y al cinéfilo, apunta la crítica especializada.
La admiración de Hichcock por la obra de Daphne continuó con la adaptación de Los pájaros (1962), relato corto con final abrupto que la autora dejó así para la imaginación del lector. Esta terrorífica historia quedó plasmada en la retina de todos gracias a la obra maestra del cine protagonizada por Tippi Hedren y Rod Taylor.
El desasosiego, la perturbación y la angustia ante un hecho incomprensible alcanza las cotas insuperables que supo reflejar exactamente el maestro británico del suspenso y el terror.
Los amantes malditos, Mundo infernal, Los lentes azules, El vuelo del halcón, No después de medianoche, Bésame otra vez, forastero, Mi prima Rachel y Perdido en el tiempo, son algunas de las obras que se incluyen en la prolífica trayectoria de Daphne du Maurier.
Además, publicó una biografía de su padre, el actor y director teatral sir Gerald Du Maurier (1934); otra de Branwell Brönte (1960), hermano de las célebres escritoras; y un libro de carácter autobiográfico Growing Pains (1977). En 1981 dio a conocer su autobiografía El cuaderno de Rebeca y otros recuerdos (The Rebecca Notebook and Other Memories, 1981), agrega el portal biografiasyvidas.com.
Tras el relativo fracaso de su última novela Rule Britania (1972), una historia de ficción política en la que el Reino Unido es invadido por Estados Unidos y en la que se intentaba en vano barajar todos los ingredientes para el éxito de ventas, escribió aún un par de libros sobre los hermanos Bacon.
Daphne du Maurier murió el 19 de abril de 1989 en Fowey, Reino Unido, a los 81 años de edad, dejando como legado muchas páginas de una literatura que ha pasado a formar parte de los mitos de la historia universal.

Obra en breve

Otras novelas de Daphne Du Maurier, que tanto escribió relatos de suspense, intriga y terror como historias de carácter gótico-romántico, son “Espíritu De Amor” (1931), “Nunca Volveré a Estar Joven” (1932), “Adelante, Julio” (1933), “Los Dumariers” (1937), “La Cala Del francés” (1941), “Monte Bravo” (1943), “El General Del Rey” (1946), “Los Parásitos” (1949), “Mi Prima Raquel” (1951), “Mary Anne” (1954), Una Vida Por Otra” (1957), “A Través De La Tormenta” (1962), “El Vuelo Del Halcón” (1965), o “Perdido En El tiempo” (1969), novela de viajes temporales que pone de manifiesto el gusto por la escritora por las historias con trazos sobrenaturales.
Uno de sus títulos más famosos es “Los Pájaros” (1962), relato adaptado a la pantalla grande también por Hitchcock con el protagonismo de Tippi Hedren.

SU OBRA COMPLETA EN OTRO ORDEN

Ficción

·         Rebeca (1938). Título que fue llevado al cine por Alfred Hitchcock, con Laurence OlivierJoan Fontaine y Judith Anderson como protagonistas.
·         La Posada De Jamaica (1937). El propio Hitchcock, admirador de la escritora londinense, adaptó también a la pantalla su primera novela de éxito.
Otras novelas de Daphne Du Maurier, que escribió tanto relatos de suspense, intriga y terror como historias de carácter gótico-romántico, son:
·         Espíritu De Amor (1931)
·         Nunca Volveré a Estar Joven (1932)
·         Adelante, Julio (1933)
·         La Cala Del francés (1941)
·         Monte Bravo (1943)
·         El General Del Rey (1946)
·         Los Parásitos (1949)
·         Mi Prima Raquel (1951)
·         Mary Anne o Perdido En El tiempo (1969). Novela de viajes temporales que pone de manifiesto el gusto de la escritora por las historias con trazos sobrenaturales
·         Los pájaros (1952). Uno de sus títulos más famosos, relato adaptado a la pantalla grande también por Hitchcock.
Otros libros de relatos de interés en su bibliografía son:
·         Bésame Otra Vez, Forastero (1953)
·         Los Lentes Azules (1970)


No Ficción

·         Gerald: A Portrait (1934)
·         The du Mauriers (1937)
·         The Young George du Maurier: a selection of his letters 1860–67 (1951)
·         The Infernal World of Branwell Brontë (1960)
·         Vanishing Cornwall (incluye fotografías de su hijo Christian, 1967)
·         Golden Lads: Sir Francis Bacon, Anthony Bacon and their Friends (1975)
·         The Winding Stair: Francis Bacon, His Rise and Fall (1976)
·         Growing Pains – the Shaping of a Writer (a.k.a. Myself When Young – the Shaping of a Writer, 1977)
·         Enchanted Cornwall (1989)

más…
Nuestra autora… ¡no está limpia! (O al menos no exenta de haber vivido una vida fuera de lo que la tradición espera...)
Después de su muerte en 1989, se hicieron referencias a su bisexualidad. Se citaron una aventura con Gertrude Lawrence, así como su atracción por Ellen Doubleday, la esposa de su editor estadounidense Nelson Doubleday. Du Maurier declaró en sus memorias que su padre había querido un hijo y ella deseaba haber nacido niño.
En la correspondencia que su familia le entregó a la biógrafa Margaret Forster, du Maurier explicó a unos pocos amigos su particular sexualidad. En esas cartas decía que su personalidad se componía de dos personas distintas: la amante esposa y madre (el lado que mostraba al mundo) y la amante (una energía decididamente masculina) escondida prácticamente de todos y que explicaba, según la escritora, su creatividad artística. Según la biografía de Forster, du Maurier creía que la energía masculina impulsaba su escritura. Forster escribió que la negación de su bisexualidad de du Maurier reveló un miedo "homofóbico" a su verdadera naturaleza. Los hijos de du Maurier y de Gertrude Lawrence se han opuesto fuertemente a las sugerencias sobre sus madres. Michael Thornton sostuvo que Forster no conocía a du Maurier.​
Du Maurier murió el 19 de abril de 1989, a la edad de 81 años (le faltaba sólo algunas semanas para cumplir los 82!), en su casa en Cornualles, que había sido escenario de muchos de sus libros. Fue incinerada y sus cenizas se esparcieron por los acantilados de Fowey, Kilmarth, en Cornualles.

Esta es la división de lecturas propuesta:






¡Felices lecturas!

María Ofelia Zúniga
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