miércoles, 23 de enero de 2019

Sapiens. De animales a dioses, comentario personal

Nos hallamos en el umbral tanto del cielo como del infierno, moviéndonos nerviosamente entre el portal de uno y la antesala del otro. La historia todavía no ha decidido dónde terminaremos, y una serie de coincidencias todavía nos pueden enviar en cualquiera de las dos direcciones. Yuval Noah Harari 
El presente artículo cita y comenta algunos temas abordados en el libro, abarcando hasta el final del mismo. Sirva esto como advertencia para quienes aún no han terminado de leerlo y quizá prefieran volver aquí hasta después de completar la lectura.

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El libro del mes cumplió. Muchas gracias Karen por haberlo propuesto. Sapiens fue una lectura interesante, entretenida y diferente; sobre todo tomando en cuenta que en esa "ficción colectiva" que es nuestro club, siempre ha primado la novela literaria por sobre la no ficción. Además de despertar la curiosidad, mantener la atención y acrecentar el deseo de seguir leyendo, nuestro libro de enero también dio pie a muchos ejercicios de "cooperación y chismorreo", en la forma de largas y estimulantes conversaciones en nuestras reuniones presenciales y foros virtuales. Queda claro que podemos o no estar de acuerdo con Harari, podemos sentirnos maravillados al descubrir sus explicaciones de porqué los humanos actuamos como actuamos, o perturbados y hasta disgustados por sus incómodas preguntas y embestidas argumentales contra nuestras creencias de toda la vida, pero es un hecho que Sapiens no resulta indiferente al lector.

La reputación que antecede al libro (10 millones de copias vendidas y un sinfín de contenido relacionado en vídeos, medios de prensa y blogs, además de las influyentes recomendaciones de gente como Mark Zuckerberg, Bill Gates o Barack Obama), aunada al llamativo cóctel de viñetas descriptivas del autor (historiador, escritor, conferencista, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, descendiente de judíos, ateo, homosexual, vegano, practicante de la meditación Vipassana y articulista con gran énfasis en las temáticas de ciencia, religión, dinero, política, futuro, felicidad, ecología, poder e imaginación), resultan en un enlatado que atrae y que, en términos generales, no decepciona. 

Bill Gates mostrando una pila de sus libros recomendados. Sapiens es el primero desde abajo. 
Yuval Noah Harari ha probado ser un maestro con admirable didáctica y gran capacidad de desarrollo de sus temas. Probablemente su mayor virtud no resida en volar con la imaginación millones de años atrás para describirnos su visión de la prehistoria y de los albores del género humano, ni en rellenar insondables lagunas de tiempo con sus teorías sobre los saltos y progresos del homo sapiens, hasta que este se erigió por sobre el resto de las especies como la primera criatura capaz de modificar conscientemente el curso de su propia evolución. Creo que su verdadero gran mérito es la manera muy natural y sencilla con que organiza los temas, define el hilo conductor, plantea las preguntas, propone las teorías y ejemplifica de tal forma que estos asuntos que para algunos resultan áridos, poco interesantes y no menos difíciles de entender, se vuelvan así de comprensibles y estimulantes para el lector promedio. Como bien dijo Manuel en una de las reuniones del club, "habría sido una gran cosa tener un maestro que explicara tan bien como él".

Harari aborda las revoluciones cognitiva, agrícola y científica, exponiendo la manera virulenta en que el homo sapiens ha alterado megafaunas completas y extinguido múltiples especies a su paso, teorizando sobre posibles hábitos y comportamientos de los cazadores-recolectores como individuos y como sociedades, dejando alguna mina explosiva en el ámbito de lo racial ante la posibilidad de que la humanidad de hoy sea descendiente de más de una especie del género humano (homo sapiens y Neandertal), cuestionando si el hombre domesticó al trigo u ocurrió lo contrario, y hasta comparando los niveles de felicidad del homo sapiens en diferentes momentos de la historia. Las páginas pasan sin carga ni aburrimiento y, aún después de soltar el libro, la mente del lector sigue regurgitando las ideas leídas y cuestionando su manera previa de pensar. Hasta ahí todo bien, un ejercicio fantástico.

Luego el autor imagina, elucubra, teoriza y expone sus argumentos con gran claridad y sencillez, pero me parece que los plantea como si de verdades comprobadas se tratara. Creo que tampoco desperdicia oportunidad de ironizar sutilmente sobre asuntos de fe religiosa cada vez que los menciona. Y ahí es donde veo el problema. No pocas veces ha pasado que este tipo de autores suele generar verdaderos fenómenos de masa. Sus libros se convierten en best seller y por más que ellos mismos supuestamente nieguen y renieguen de su influencia y aseguren no tener todas las respuestas; terminan por convertirse (muchas veces sin haberlo deseado ni buscado), en referentes, gurús y guías para una curiosa nueva secta, la de los snob intelectuales, una creciente comunidad de personas que se sienten más inteligentes por ser ateas, pero que no pasan de ser tan dúctiles y maleables como los creyentes más dogmáticos de otros credos e ideologías, tan fervorosos y fanáticos como los religiosos más fundamentalistas. Ojo, que estoy seguro de que hay muchos ateos y evolucionistas serios y razonables, pero no es ni remotamente habitual verlos despotricando en foros de poca monta o formando parte de intolerantes rebaños proselitistas. 

Al final, supongo que al margen de lo que se adopte como credo, a Dios o a la ciencia, el asunto siempre será abordado y aceptado por las masas de una manera dogmática. La mayoría de nosotros no tiene acceso a los restos fósiles, no sabe hacer una prueba de carbono-14 y tampoco tiene la formación y los elementos necesarios para llegar (por medios propios y siguiendo el método científico) a ninguna conclusión. De modo que si hemos de negar la existencia de un creador y aceptar la evolución de las especies, también lo haremos como un acto de confianza ciega en la ciencia, algo que no resulta muy diferente de la manera en que un creyente abraza una fe. Ergo, aun cuando la comunidad científica acepta una teoría como una verdad en construcción, incompleta, cuestionable, debatible y revisable; para la mayoría de los fervorosos defensores pseudo científicos de estas teorías, la ciencia se vuelve una suerte de dogma religioso.

Yuval Noah Harari, autor de Sapiens. De animales a dioses.
Pero volvamos a Harari, que asegura no tener las respuestas pero, como quien no quiere la cosa, igual las da. ¿Podemos entrever o al menos teorizar sobre cuál es el propósito que persigue con la publicación de su breve historia de la humanidad? Pareciera que como todo buen ejemplar de sapiens evolucionado, Harari busca trascender. Sería injusto simplemente etiquetarlo como apenas un propagandista de sus puntos de vista sobre los temas de moda (ideología de género, economía, tecnología, medio ambiente, globalización, etc), pero no puedo dejar de percibirlo como un entusiasta comprometido con la misión de derribar muros ideológicos individualistas, nacionalistas, religiosos, humanistas y moralistas. Todo cuanto el hombre hace es natural, dice el autor, abriendo una puerta a un mundo sin preceptos ni juicios, donde se acepta todos los actos del homo sapiens como una consecuencia del condicionamiento, aprendizaje y adaptación de nuestro ADN desde tiempos inmemoriales. 

Luego, en el plano político, me atrevería a interpretar sus argumentos y razonamientos como sugerentes de la idea de un gobierno mundial, algo que por lo general vemos en los futuros distópicos de la humanidad representados en la literatura y el cine de ciencia ficción. Harari dedica varias páginas a explicar que a pesar de los trágicos desmanes y barrabasadas de los emperadores a lo largo del tiempo, las innumerables ventajas que los imperios han heredado a sus súbditos son suficientes para considerar que el imperialismo ha sido la forma de gobierno más exitosa de la historia de la humanidad. Adicionalmente, señala que los gobiernos locales no tienen la necesaria combinación de voluntad y capacidad para resolver asuntos de carácter global, como el daño en la capa de ozono, la contaminación de los océanos, o los problemas socioeconómicos que desencadenan grandes oleadas migratorias, cosas que un gobierno mundial, con jurisdicción en cualquier punto del planeta, pudiera atender de manera efectiva.

Harari también expone que los mayores avances científicos han ocurrido en consonancia con iniciativas imperiales, más recientemente en el marco de sistemas capitalistas que indefectiblemente condicionan la inversión en la ciencia al crecimiento económico. Habla, entre otras cosas, del proyecto Gilgamesh, un ambicioso juego de dioses que busca la amortalidad de los seres humanos (no inmortalidad porque siempre se puede morir en un accidente) a  través de un revolucionario sistema inmunológico reforzado con implantes nanotecnológicos que impidan el deterioro y la muerte de nuestro organismo. Si la ciencia promete amortalidad, la ciencia misma ha progresado gracias al imperialismo, el imperialismo está en una mejor capacidad para revolver problemas globales, y el modelo capitalista asegura un círculo exitoso de inversión en la ciencia, progreso tecnológico y retorno de la inversión, entonces una los puntos el amable lector y llegue a la conclusión a la que el autor nos ha ido llevando paso a paso: el inminente advenimiento de un imperio capitalista global, llámese gobierno mundial o como se prefiera, que de paso es el modelo más conveniente para que los hombres se consoliden como dioses.

El futuro ofrece al autor otro amplio espectro de temas donde pone a volar la imaginación y especula sobre el desarrollo de las nuevas formas de vida e inteligencia (superhumanos, cíborgs y formas de vida inorgánica), la expansión de las redes y las comunicaciones y la transformación de la consciencia, una vez que la información sea algo plenamente comunitario y altamente disponible en una red de conocimiento intertransferible, un Internet donde no solo se conecten dispositivos, sino de manera directa nuestros propios cerebros. Leer eso me hizo recordar las palabras del gran teórico francés de la postmodernidad:

"Todo se sateliza, podría decirse incluso que nuestro propio cerebro ya no está en nosotros, sino que flota alrededor de nosotros en las innumerables ramificaciones fiertzianas de las ondas y los circuitos. No es ciencia ficción, es simplemente la generalización de la teoría de McLuhan sobre las «extensiones del hombre». La totalidad del ser humano, su cuerpo biológico, mental, muscular, cerebral, flota en torno a nosotros bajo forma de prótesis mecánicas o informáticas."
(Baudrillard, 1991, p. 36)

La conexión del cerebro a Internet eventualmente centralizaría toda información.
¿Hará lo mismo con la consciencia?
Puede que el mundo que se viene nos haga sentir cada vez más extraños y ajenos. Acaso seremos como inadaptados lobos esteparios, atrapados ya no entre generaciones, sino entre nuevas formas de vida y consciencia. ¿Qué tan felices nos hará ese posible futuro?, ¿qué tan felices somos ahora?, ¿qué tanto lo fueron los homo sapiens de otros momentos de la historia y la prehistoria? El asunto de la felicidad también es abordado en el libro de forma muy interesante. ¿Cómo se define la felicidad? ,¿cómo se mide?, ¿cómo se logra? El autor plantea la perspectiva de la bioquímica a la luz de las sensaciones y emociones que nos generan estímulos externos. Pero no todo se trata de oxitocina, dopamina y serotonina. Si así fuera, una constante dosis de soma, como ocurre en el mundo feliz de Aldous Huxley, bastaría para resolver el problema. El ser humano es tan complejo que otros aspectos relacionados con su entorno social, condiciones económicas, salud y bienestar, también incidirán en su percepción y estado de ánimo. Luego, la búsqueda de sentido y propósito mete a la ecuación los asuntos espirituales y filosóficos. Harari plantea que probablemente los humanos del brutal medioevo pudieron haber sido más felices que muchos de nosotros hoy, porque sus creencias le daban sentido a su vida y a su muerte. Harari (p. 440) llega, sin embargo, a una sentencia camusiana: 

"Hasta donde podemos saber, desde un punto de vista puramente científico, la vida humana no tiene en absoluto ningún sentido. Los humanos son el resultado de procesos evolutivos ciegos que operan sin objetivo ni propósito. Nuestras acciones no forman parte de ningún plan cósmico divino, y si el planeta Tierra hubiera de explotar mañana por la mañana, probablemente el universo seguiría su camino como de costumbre. Hasta donde podemos decir en este punto, no se echaría en falta la subjetividad humana. De ahí que cualquier sentido que la gente atribuya a su vida es solo una ilusión. Los sentidos ultramundanos que las gentes medievales encontraban que tenía su vida no eran más ilusión que lo que las gentes modernas encuentran en los modernos sentidos humanistas, nacionalistas y capitalistas. La científica que dice que su vida tiene sentido porque aumenta el compendio del saber humano, el soldado que declara que su vida tiene sentido porque lucha para defender a su patria, y el empresario que encuentra sentido en la creación de una nueva compañía, se engañan igual que sus homólogos medievales que encontraban sentido en la lectura de las Escrituras, en emprender una cruzada o en construir una nueva catedral."

Es un hecho que la humanidad está al umbral de grandes cambios y nuevos dilemas. La ciencia que ha permitido al hombre modificar su entorno, hoy más que nunca da muestras evidentes de habernos cambiado también a nosotros mismos, y apunta a cambios aun más radicales a ritmo vertiginoso. Puede ser que homo sapiens esté a punto de evolucionar a otra cosa. Puede ser que las nuevas criaturas nos releguen de nuestra posición de dioses entre las especies. Puede ser que convertirnos en dioses creadores nos someta al juicio y la condena de nuestras propias creaciones, esos nuevos monstruos poderosos y temibles: superhumanos, cíborgs y robots. Homo sapiens es ahora el doctor Frankenstein. ¿Heredaremos a estas nuevas criaturas nuestros temores y errores, nuestras preguntas y dudas, nuestra búsqueda de sentido y afán de trascender, nuestras formas de entender y ejercer el yo y la consciencia?, ¿acaso tenemos una esencia que heredar o perder?

Pienso en mi alma: «El hombre que construye a Robot
necesita primero ser un Robot él mismo,
vale decir podarse y desvestirse
de todo su misterio primordial».
(Marechal, 1966, p. 5)

Considero que Sapiens resultó ser un buen libro. ¿Qué acciones debe generar en el lector un buen libro? Me parece que debe ponernos a pensar, imaginar, analizar, cuestionar, criticar, aprender, compartir, escuchar, argumentar y concluir, y quién sabe cuántas más que dependerán de la dinámica lectora de cada individuo. Sapiens ha hecho que esas cosas me pasen en el plano individual y en el colectivo del Club de la Buena Estrella, y eso me basta para reivindicar su victoria en las votaciones para elegir nuestras lecturas de este año. Ya cumplida la tarea, me dispongo entonces a leer mi libro perdedor en ese mismo proceso de elecciones (Pura vida de Patrick Deville), para luego proseguir con nuestra lectura de febrero. ¡Hasta la próxima!

A los extremos, las lecturas de enero y febrero en el Club de la Buena Estrella. Al centro, mi propuesta fallida para enero, la que será mi lectura de consuelo para lo que resta del mes. 😜

BIBLIOGRAFÍA

Yuval Noah Harari. (2011). Sapiens. De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad. España: Penguin Random House Grupo Editorial España.

Jean Baudrillard. (1991). La transparencia del mal: Ensayo sobre los fenómenos extremos. España: Editorial Anagrama.

Leopoldo Marechal. (1966). El poema de Robot. Argentina: Editorial Américalee.


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