Son muchas las críticas vertidas sobre Mo Yan por lo que algunos interpretan como una postura política ambigua con respecto al régimen de su país.
Justamente anoche, en la reunión del club, comentábamos acerca de lo radicales que pueden llegar a ser los juicios y condenas que la sociedad emite sobre los escritores y otros personajes del mundo del arte y la cultura. Es como si esa condición los obligara a tener una postura política claramente definida, a tomar bando, a tornarse críticos, a ser la voz de sus pueblos. Qué bien si lo hacen. Pero en vista de que el carácter de quien escribe y sus motivaciones para escribir pueden deberse a causales muy diferentes, no podemos satanizar a aquellos que aprenden a convivir con sus entornos sin ser permanentes denunciantes del sistema. Privarse de leer a un autor porque tiene una ideología diferente de la nuestra o porque carece de una claramente definida, es una señal inequívoca de arrogancia e intolerancia, de valoraciones sesgadas y de juicios precipitados. Y la ignorancia y la pobreza de criterio se agazapan detrás de ese tipo de penosos prejuicios.
¿Dejaríamos de leer a Borges, a García Márquez o a Vargas Llosa por razones políticas? ¿Caeríamos en odiosos estereotipos y obviaríamos a Salarrué por su supuesta condescendencia con la dictadura de Martínez, a Camilo José Cela por franquista, a Camus por anarquista, a Gorki por marxista, o a Günter Grass por nazi?
Cito a Jorge Luis Borges:
"Yo descreo de la política no de la ética. Nunca la política intervino en mi obra literaria, aunque no dudo que este tipo de creencias puedan engrandecer una obra. Vean, si no, a Whitman, que creyó en la democracia y así pudo escribir Leaves of Grass, o a Neruda, a quien el comunismo convirtió en un gran poeta épico… Yo nunca he pertenecido a ningún partido, ni soy el representante de ningún gobierno… Yo creo en el Individuo, descreo del Estado. Quizás yo no sea más que un pacífico y silencioso anarquista que sueña con la desaparición de los gobiernos. La idea de un máximo de Individuo y de un mínimo de Estado es lo que desearía hoy…"
Harina de otro costal, pero al fin y al cabo harina: Se viene a mi memoria la sarta de insultos y acusaciones de "traición" que escuché de boca de muchos de pensamiento radical cuando Joaquín Sabina tuvo a bien reunirse, conversar, comer, beber y cantar algunas canciones con el entonces presidente mexicano Felipe Calderón.
Pues bien, el caso es que Mo Yan tampoco está exento de ese tipo de acusaciones. Sé de diferentes fuentes en la Web, que Mo Yan ha sido crítico de algunas políticas de Estado en su país, como la del hijo único. También he leído opiniones que lo califican de tibio y blandengue. Otros aseguran que es un conocedor de los límites de la censura en el régimen comunista chino, mismos que aprendió a bordear con habilidad y destreza quirúrgicas. Pero como en lo personal no sé demasiado del pensamiento político del Nobel 2012, y dado que lo único que he leído de él hasta este momento no me parece ni crítico ni benevolente con el régimen de su país; me puse a buscar alguna declaración suya que me diera más luz sobre su postura con respecto al sistema en el que vive, primero desde su condición de ciudadano y escritor y, más recientemente, desde el sitial de embajador de la literatura china que el premio Nobel le concede en los hogares de tantos lectores alrededor del mundo.
Aclaro que el propósito de la búsqueda no es político en si mismo. Antes bien, es un complemento a su perfil biográfico. Es bien sabido que conocer mejor al autor, muchas veces revela y aclara aspectos poco evidentes y menos comprensibles de su obra.
En ese sentido, me permito reproducir la interesante entrevista que Der Spiegel hizo a Mo Yan hace apenas un mes.
Mo Yan: “Mis enemigos son sobre todo escritores”
BERNHARD ZAND Pekín 3 MAR 2013 - 22:24 CET
El escritor chino, figura controvertida por su proximidad al régimen comunista, concede su primera entrevista tras la entrega del Premio Nobel de Literatura. Hace un ejercicio de autocrítica, pero sobre todo critica a sus críticos
El premio Nobel de literatura chino Mo Yan tiene 58 años y es miembro del Partido Comunista (PC) desde 1979. Hizo carrera en el Ejército, y actualmente es vicepresidente de la Asociación de Escritores del PC. Pese a todas las críticas vertidas contra el régimen chino, evidentes en sus fantásticas novelas, al autor sigue considerándosele una persona fiel a este. Sus lectores llevan mucho tiempo tratando de asimilar esta paradoja. Igual de divididas estuvieron las reacciones ante la concesión del máximo galardón de las letras mundiales. Algunos disidentes chinos como el escritor Liao Yiwu se quedaron “atónitos”, mientras que muchos otros, como el alemán Martin Walser, se apresuraron a asegurar que Mo es un “maestro fuera de toda duda”.
Él se deshizo en explicaciones. Había rechazado peticiones de entrevistas procedentes de todas partes del mundo. Y en la rueda de prensa previa a la entrega de premios en Estocolmo se volvió a montar un escándalo: afirmó que la censura en China era "un mal necesario", y analistas del mundo entero reaccionaron indignados.
Recientemente, Mo se reunió de forma improvisada con este periodista. "Muy breve", dijo previamente. Como punto de encuentro eligió una tetería pekinesa. El "muy breve" acabó convirtiéndose en dos horas.
Pregunta. Su nombre artístico Mo Yan significa literalmente "no hables". Parece que se toma eso muy en serio. ¿Por qué rehúye el contacto?
Respuesta. Porque me cuesta realizar comentarios de corte político. Escribo deprisa, pero pienso de manera concienzuda. Cada vez que hablo en público, me pregunto posteriormente si me he expresado con claridad. No obstante, mis opiniones políticas están muy claras. Se pueden consultar en mis libros.
P. En su libro Rana (2011) y describe las consecuencias de la política de hijo único de China. ¿Qué opinión le merece ese tema?
R. Como padre pienso que uno debería tener tantos hijos como quiera. Pero como oficial tuve que atenerme a la norma aplicable a todos los funcionarios del Estado: un hijo y no más. No resulta sencillo solucionar el problema de la población en China. Solo hay una cosa de la que estoy completamente seguro: a nadie se le debe impedir tener un hijo por medio de la violencia.Considero que Rana es un libro de autocrítica.
P. ¿En qué sentido? Usted no tiene ninguna culpa de los abortos forzosos que describe.
R. En las últimas décadas, China ha vivido cambios radicales tan profundos que casi todos nos sentimos víctimas. Pero casi nadie se pregunta si él mismo ha sido culpable, si le ha hecho daño a alguien. Yo, por ejemplo, puede que solo tuviera 11 años, pero en la época de la Revolución Cultural fui miembro de la Guardia Roja y fui partícipe de la crítica pública a mis profesores. Estaba celoso de los resultados de otras personas, de su talento, de la suerte que tenían. Y en aras de mi propio futuro, insté a mi mujer a que abortara. Yo soy culpable.
P. Sus libros pintan un amargo retrato de la China moderna. Parece que ni sus personajes, ni la sociedad, ni el propio país evolucionan en estas novelas.
R. En ese sentido no soy típicamente chino. Las historias y los dramas chinos suelen terminar bien. Pero la mayoría de mis libros tienen un final trágico. Sin embargo, hablan de esperanza, dignidad y fuerza.
P. Desde un punto de vista artístico, sus novelas se leen como películas: esquivan la mirada directa dentro de la mente de sus personajes.
R. Eso forma parte de la experiencia espiritual de mi generación. Algunas personas han reconocido que la Revolución Cultural fue un error del Partido, pero también han aceptado que el Partido ha corregido este error.
P. ¿Qué piensa usted al respecto? Usted también tuvo que abandonar su educación durante la Revolución Cultural, y eso que era miembro del Partido.
R. El Partido tiene 80 millones de miembros, y yo soy uno de ellos. Yo me afilié al Partido en 1979, cuando servía en el Ejército Popular de Liberación, y tardé un tiempo en darme cuenta de que la Revolución Cultural era atribuible a los errores de unos cuantos mandatarios. No estaba directamente relacionada con el Partido.
P. En sus libros critica a los funcionarios del Partido Comunista y sus actos de forma radical, pero en sus declaraciones políticas, e incluso en esta entrevista, es usted muy blando. ¿Cómo explica esta contradicción?
R. No existe ninguna contradicción con mi postura política si critico duramente a funcionarios del Partido. Siempre he hecho hincapié en que me considero un escritor de las personas, no escritor del Partido. Detesto a los funcionarios corruptos.
P. El escritor chino Liao Yiwu dice que usted es un escritor al servicio del Estado, que no guarda ningún tipo de distancia con el Partido.
R. Sé que Liao me envidia por haber recibido este premio, y lo entiendo. Pero la crítica que me hace no está justificada.
P. ¿A qué crítica se refiere concretamente?
R. Me reprocha, por ejemplo, que he ensalzado a Bo Xilai...
P. El líder del Partido en Chongqing encarcelado por un supuesto caso de corrupción...
R. Se refiere a un poema. Pero es todo lo contrario: estaba siendo sarcástico, escribí un poema satírico. Permítame que vuelva a escribirlo.
Coge un cuaderno y escribe:
Suenan las canciones rojas, resuenan los golpes contra los negros.
El país entero tiene la vista puesta en Chongqing.
Mientras la araña blanca teje una auténtica red,
el caballo negro con diarrea no es ningún joven iracundo.
Los poetas no son ni de izquierdas ni de derechas.
“En otoño de 2011”, continúa Mo, “un amigo de Chongqing me pidió una caligrafía, que es algo que se suele hacer entre poetas. Le envié este poema, y me contestó: ‘No sé si tengo que reír o llorar’. En el país había por aquel entonces muchas personas que alababan al cabecilla del Partido Bo por su lucha contra los negros, es decir, la mafia, y porque dejaba cantar ‘canciones rojas’. A muchos escritores les pidieron que hicieran lo mismo. Cuando hablo de la araña blanca me refiero a los jóvenes en China que se pasan todo el día en Internet, y que realmente destapan a criminales: los funcionarios corruptos. El caballo negro con diarrea representa a todas las personas que solo personifican a los intelectuales. Y luego sigue una exhortación a mis amigos escritores para que no se adhieran ni a la izquierda ni a la derecha, sino que escriban en nombre de las personas.
P. ¿Sus críticos han malinterpretado a propósito este poema para que la gente lo tomara a usted por un amigo de Bo Xilai?
R. Mis enemigos son principalmente escritores, personas que también escriben poesía, y saben perfectamente que este poema es una sátira. Pero desde que me concedieron el Premio Nobel, miran mis errores con lupa y trastocan el significado de mis poemas.
P. Uno de los principales reproches que le hacen los disidentes chinos es que haya contribuido con un libro que celebra el infame discurso de Yan'an de Mao Zedong, un discurso en el que se fijaron en 1942 los límites que no se iban a poder sobrepasar al escribir.
R. Ese discurso es actualmente un documento histórico que contiene elementos razonables, pero también errores. Cuando mi generación y yo empezamos a escribir, fuimos ampliando y sobrepasando poco a poco los estrictos límites que nos habían impuesto. Ninguna persona con conciencia que lea textos míos de esa época podrá decir que no soy crítico.
P. Pero ¿por qué contribuyó entonces con ese libro?
R. Honestamente fue una idea comercial de un editor, un viejo amigo mío. Ya se había granjeado a más de 100 escritores, y durante una conferencia se paseó con un libro y un bolígrafo y me pidió que copiara un párrafo del discurso. Le pregunté: “¿Qué quieres que escriba?”. Y me dijo: "Mira, esto es lo que he elegido". Fui lo bastante vanidoso como para hacerlo: quería presumir de mi caligrafía.
P. En su novela La vida y la muerte me están desgastando (Kailas), a uno de los protagonistas se le cae una insignia de Mao Zedong a la letrina; y en su tomo autobiográfico Cambios (Seix Barral) revela que utilizaba estatuillas de Mao para ahuyentar a las ratas de su dormitorio. ¿Por qué se atreve a romper de ese modo los tabúes en sus libros, pero se muestra huidizo en público?
R. ¿Usted cree que soy tan cuidadoso en público? Entonces no habría accedido a mantener esta entrevista. Soy escritor, no actor. Y cuando escribí esas escenas, no estaba pensando en romper con ningún tabú. Si con eso he conseguido mostrar que Mao era solo un hombre, me parece bien. Cuando yo era pequeño, pensaba que era Dios.
P. Actualmente es usted vicepresidente de la Asociación de Escritores de China. ¿Se puede ocupar ese puesto en China sin estar próximo al Gobierno?
R. Es un título honorífico que no le importaba a nadie hasta que no me concedieron el Premio Nobel. Pero hay gente que cree que un nobel tiene que ser por principio miembro de la oposición. ¿Eso es así? A esas personas no les interesa lo más mínimo lo que escribo. ¿No debería concederse el Premio Nobel de Literatura por la literatura, por lo que uno escribe?
P. En China hay personas que son perseguidas y encarceladas por lo que escriben. ¿No siente la obligación de aprovechar su distinción, su popularidad, para defender a esos escritores?
R. He afirmado públicamente que espero que Liu Xiaobo recupere su libertad lo antes posible. Sin embargo justo después volvieron a atacarme y me obligaron a expresarme una y otra vez sobre esta misma cuestión.
P. Liu fue galardonado en 2010 con el Premio Nobel de la Paz. Defenderlo constantemente tendría realmente más efecto que un comentario aislado.
R. Esos rituales de la repetición me recuerdan a la Revolución cultural. Yo hablo cuando quiero. Cuando no quiero, ningún cuchillo en la garganta va a obligarme a hacerlo.
P. Entre sus críticos se encuentra el artista Ai Weiwei.
R. ¿Y qué ha dicho de mí?
P. También le tacha de ser un escritor al servicio del Estado. Afirma que es ajeno a la realidad del país y que, como intelectual, no es usted apto para representar a China.
R. Pero ¿no son la mayoría de los artistas en China artistas al servicio del Estado? Muchos ocupan cátedras, otros escriben en periódicos estatales. ¿Y qué intelectual puede afirmar de sí mismo que representa a China? Yo no. ¿Puede Ai Weiwei? Creo que los únicos que pueden realmente representar a China son los que están ahí fuera excavando con las manos en la suciedad y adoquinando las calles.
P. Usted no es solo miembro del Partido, sino que ha afirmado en numerosas ocasiones que cree firmemente en la utopía del comunismo. No obstante, ¿no demuestran gradualmente sus libros que el comunismo no funciona? ¿No resultaría natural decirle adiós a dicha utopía?
R. Lo que escribió Marx en el Manifiesto comunista es de una belleza magnífica. No obstante, me parece muy complicado llevar ese sueño a la práctica. Por otro lado, cuando me fijo en el Estado de bienestar de los países de Europa, sobre todo del norte de Europa, me pregunto: ¿son concebibles estos Estados, estas sociedades, sin Marx? En cierto modo, el marxismo ha salvado al capitalismo, porque los que realmente se han beneficiado de las bendiciones de esa ideología son las sociedades occidentales. Los chinos, los rusos y los europeos del Este malinterpretamos a Marx.
Der Spiegel. Traducción de News Clips.