jueves, 26 de septiembre de 2013

Ni de Eva ni de Adán, comentario

Ni de Eva ni de Adán, nuestro libro opcional para septiembre, abunda en frases construidas con agudeza mental y gracia lírica. Amélie Nothomb “vomita con estilo” sus pensamientos y sentimientos alternando entre fuerza y sutileza, equilibrando entre puntualidad y riqueza verbal; una magistral mezcla de la razón y las vísceras. 

La escritora de origen belga que quisiera ser nipona, que adolece de antiamericanismo primario, que escribe en francés y que se siente identificada con su país natal apenas por la calidad del chocolate, es una persona en verdad fascinante. En sus líneas se encuentran elementos históricos, mitológicos, artísticos, culturales, lingüísticos, antropológicos, sociológicos, psicológicos y vivenciales, vistos a través del lente de sus interesantes juicios y prejuicios personales. La filóloga de la llanura que puesta arriba de los 1,500 metros sobre el nivel del mar se convierte en Zaratustra, es a veces pedante, exagerada y ególatra. Pero también es inteligente, interesante, perspicaz, polémica, irreverente, satírica, mordaz, cáustica, burlona y divertida, una apasionada adrenalinómana y una emotiva megalómana. Dueña de un humor negro y agudo, las páginas que escribe la Nothomb no tienen desperdicio. 

Terminé de leer Ni de Eva ni de Adán el pasado sábado 21, y sólo retrasé la publicación de este post por dos razones. La primera fue para permitir que quienes aún no hubieran completado la lectura pudieran hacerlo. La segunda fue un accidente que me hizo perder el texto y me obligó a redactar de nuevo la entrada completa. Está visto que a los informáticos nos viene bastante mal el manejo de las herramientas de software de oficina. Gajes del oficio. 

Aproveché entonces para hacer un alto y ver hacia atrás lo que va de nuestro año como club. Nuestras lecturas han sido muy variadas, las ha habido buenas y malas y seguramente el juicio variará de uno a otro entre los integrantes del Club de La Buena Estrella. 

Hemos leído un sobredimensionado trauma personal premiado por Alfaguara y etiquetado por Rosa Montero como un thriller existencial; un ligero y decepcionante relato de amor maniqueo y exagerado cuya película fue apenas menos mala que el libro; un interesante compendio de reflexiones, micro relatos, cuentos y piezas teatrales abundantes en humor negro irreverente y polémico; un Nobel plagado de poderosas frases salpicadas de surrealismo alucinante; unas cansinas memorias “de capa gris y traje negro de poeta” escritas con petulancia y fanfarronería; un conmovedor periplo de supervivencia, búsqueda y conservación de la herencia ancestral; un retador ensayo con intrincados argumentos sobre la vida, el suicidio y el absurdo; una emotiva historia contada con efectos especiales, en technicolor y cinemascope; una muy buena narración noir a manera de guion cinematográfico, sin sobras ni falencias; y un buen prólogo seguido de una selección de columnas del New Yorker, redactadas “desde el punto de vista del perro” por el #10 del Top Thinkers 50 del año 2011. 

Por las páginas de nuestros libros de 2013 ha desfilado una variopinta colección de personajes en historias de diferentes colores y olores. Van desde los recuerdos, traumas y bloqueos sobredimensionados y nunca superados de Leonardo Bazán, perdidos en el azul de un mar de tiempo con vaho de pánico; pasan al rosado maniqueo del romance entre el semidiós Logan y la desteñida Beth, hediondos ambos de juerga de cangrejos y mantequilla; se tiñen del rojo intenso de un corazón marinado en soja, desmenuzado y vertido en tres cuencos a manera de ofrenda en los campos de sorgo impregnados del olor dulce y corrupto de la sangre; se bañan del dorado brillante del metal precioso forjado en el taller de Helkías Toledano y huelen a carne mártir quemada en la hoguera de la ignominia; devienen en la oscuridad de los corruptos y violentos hombres del Coronel, el mundo noir de Rafael Menjivar Ochoa con olor a pólvora y a evasión en Río Lerma; y se sientan en las filas del cine de Rivera Letelier a observar el misterio y el milagro del as luminoso que transporta imágenes y sonidos hasta estrellarlos en la pantalla; emulando la manera en que la vida se proyecta en nuestro día, ese que habrá de durar, cual película, hasta que caiga sobre nosotros el oscuro telón de nuestra noche. 

Sin duda, entre las de cal y las de arena, hemos tenido muy buenas lecturas en este año. Y sin embargo, me parece que desde que pasamos del Nobel chino, el Club de La Buena Estrella no agendaba un libro que incluyera frases del calibre de las que encontramos en este septiembre en Ni de Eva ni de Adán. No sé cuánto podemos certificar de lo escrito por Amélie Nothomb, pero el hecho concreto es que nos narra sus experiencias (y las escribe con una extraña suerte de disciplina horaria que apenas encubre su compulsión y desesperación por contar) con tal fuerza y pasión que es difícil no creerle. Hemos de asumir, pues, que ascendió cual Zaratustra el monte Fuji, que en un ataque de adrenalina lo descendió deslizándose sin frenos ni reparos, en tiempo récord, y que en una jornada heroica escapó de Yamamba y de la muerte en la montaña, no sin antes asistir a los dos referentes extremos de su aventura: primero al único punto desde donde el monte Fuji no es visible, y luego al único lugar desde donde se le ve completo. 

Hacia el final, en mi opinión y para mi gusto, la Nothomb conquista el más alto de los tres pináculos alcanzados en su historia, que no por ser bastante lineal y un poco predecible, deja de ser emocionante y magnífica. Huir es poco glorioso para quienes no conocen la experiencia física de la libertad. El despegue sin intención de retorno, emula el intenso galope de caballos en carrera frenética por sobrevivir y encaja a la perfección con la oportuna pieza de Liszt que ella escucha al partir, dando paso a la exultante atmósfera que emplaza en lugar de sus piernas escapistas, ese par de alas al vuelo. No es que la huida poco gloriosa sea una cosa admirable ni justificable. Y sin embargo a mí, que sólo dejé de huir en solitario hasta que encontré con quien escapar en pareja, me resulta más que comprensible. Al final, huir es buscar. Y de joven uno ni siquiera sabe bien lo que busca. 

La verdad, la libertad y los sentimientos no lo son menos en la huida. Porque la palabra no era amor. La palabra justa y adecuada tiene el poder atroz de provocar una insoportable emoción, esa que experimentamos cuando somos capaces de definir y entender lo que en realidad sentimos, “el abrazo fraterno del samurái”. Menudo Rinri.

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