¡Puedo verme!
Aún mantengo vigente la impresión que me causó Animal Man (1988) en el momento en que hizo eso que ahora entiendo que se llama: la ruptura de la cuarta barrera. La historia de Grant Morrison sobre este superhéroe de DC Comics, ahora olvidado, – que más de algún ambientalista no dudaría en utilizar – trabaja una toma de conciencia sobre el mismo. La viñeta definitiva de Animal Man de Morrison, ya que la serie continuó con otros autores, es una viñeta entera ubicada en la página de retiro, apareciendo de sorpresa a la vista del lector. Buddy Baker (Animal Man) en un viaje por el desierto de Arizona, después de haber consumido peyote, – experiencia biográfica de Morrison – es testigo, casi en un sentido budista, del mundo, su entorno y del lugar que él ocupa, se vuelve consciente de su identidad y su historia; es, como señalaba en la entrada anterior, una especie de respuesta del héroe ante la pregunta “¿Qué es lo que el señor quiere de mí?”. La historia encuentra un punto contundente en la viñeta donde Buddy Baker mira en dirección al lector; la blancura del fondo del recuadro permite resaltar los ojos abiertos como platos, los gestos estirados, el rostro de terror que experimenta Buddy al reconocer nuestra presencia al otro lado de la barrera. El bocadillo del diálogo es preciso y potente: “¡Puedo verte!”.
Animal Man, No. 19, Buddy Baker viendo al lector, rompiendo la 'cuarta barrera'. |
Este cómic, de las muchas cosas que logra, es configurar una distinción, no sólo filosófica al modo sujeto-objeto, sino que plantea un fundamento para esa realidad desde donde somos observados. Hace que la ficción sea dirigida hacia nuestro lugar; porque es la mirada de Buddy Baker, potenciada por el peyote, lo que permite pensar que nosotros, de este lado que asumimos que observamos, somos realmente los observados. Desde Buda, Nietzsche, Sartre, Hitchcock a Animal Man, en ese sentido: nosotros somos la ficción. Esta es una doctrina titánica, una verdadera distancia entre el universo de los cómics con su universo cinematográfico, que insiste, patéticamente, en emular y acercarse a una realidad – la nuestra – que no les pertenece.
En el Ser y la Nada, Sartre dice que el sujeto encuentra su consistencia en la subjetividad del otro, y que esto es posible por el proceso primordial de la comunicación: la mirada.
“el que me ve me hace ser, soy como él me ve”
Los caminos de la Libertad, 1945, Jean Paul Sartre.
Sin importar las miradas previas con las que he tenido que lidiar, y que han de ser muchas, una de las miradas más apasionantes que he recibido vino de una imagen, último nudo de una soga de imágenes, que bien podría decir que funcionó como historieta de mutaciones de un mismo personaje.
Mi padre, que estudió ingeniería eléctrica, se decidió por el trabajo religioso a sus 22 años. Diestro calculador, capaz de simplificar la complejidad, hábil con las proporciones, meticuloso con las formas, sensato ante las reglas, detallista en las generalidades, obligado con los límites y con una asombrosa destreza para ocupar sus manos en los trabajos manuales, herencia de una vida arraigada a los brillantes campos de San Pedro Masahuat, han hecho de él un ministro terco, metódico y misericordioso. Su formación hacía que la casa estuviera poblada de Biblias y libros de teología; estoy seguro que me fue mucho más fácil aprender el orden de los libros de la Biblia, que las tablas de multiplicar, y explicar, de manera breve, el significado de la palabra pentateuco, mucho antes de responder por las preguntas de ciencias sociales. No hay que ser demasiado sagaces para entender esas facultades, un argumento psicológico, enfocado en ambiente/desarrollo, bastaría para dar explicación a las aficiones religiosas de mi infancia. Pero lo que probablemente la psicología no podría precisar era el punto de soporte de esa inclinación.
Mi papá dirigiendo el servicio de la Iglesia La luz de la Biblia, en calle a Mariona. Fotografía entre 1988 o 1990. |
Entre los libros de mi papá, mi favorito, era Daniel y Apocalipsis: una guía de estudio. Los contactos con este libro muy probablemente se dieron en los primeros años de escolarización; además, tenía que serlo en esta etapa, ya que necesitaba ser capaz de asociar el signo DANIEL con el significado, en este caso, la historia bíblica de Daniel. De Daniel y Apocalipsis su contenido es obvio: el fin de las cosas, la culminación de la historia y el devenir de un nuevo mundo. El libro de mi papá me importaba por un asunto: sus dibujos, pequeñas viñetas que representaban visualmente las alegorías de los últimos días; y tengo que añadir que estas experiencias crearon una “apocalipsi-zación” de mi cabeza, que hasta el día de ahora tiene repercusiones.
La ilustración más cautivante era una monstruo. La viñeta – es decir el recuadro – era demasiado pequeña que hacía parecer a la bestia apretada, una inteligente forma de ilustrar su inmensidad, junto a la incapacidad de contención y de control. Cada vez que iba al libro, caía rendido ante la posibilidad de que ‘eso’ apareciera frente a mí. Salía al patio de la casa, y desde ahí, donde es posible observar de frente el volcán de San Salvador, miraba a la bestia de siete cabezas y diez cuernos elevándose por encima del volcán, y sentía horror de esa imaginación; corría a mi cuarto, y me metía debajo de almohadas y edredones que simulaban una guarida que me protegía del fin del mundo. Esto era una conducta recurrente, cíclica, una diversión mecanizada. Ver a la bestia no solo me ponía los pelos de punta, no solo me aceleraba el corazón, no solo me hacía morderme la lengua mientras aprendía a empujarme los dientes como síntoma de angustia – cosa que aún hago – sino que esta serie de reacciones , que cualquiera calificaría de insanas, me hacían feliz, me hacían tener consciencia de mí, de mi vulnerabilidad, de que mi existencia tenía un valor que era cuestionado con la aparición de la bestia del Fin. Cada vez que recurría a ver el libro de mi padre, estaba seguro que yo miraba a un monstruo, pero en esa mirada no había una base teológica en esa criatura, muy a pesar de que entendía que la aparición de la bestia representara el fin de todas las cosas, su imagen hacía que pudiera localizar mi vida, mi existencia, mi cuerpo, Yo.
Daniel y Apocalipsis, Editorial Universidad ICI. (1994) Ilustración de la Revelación traumática de Daniel. |
Como mencione en algún momento, esto era un nudo de imágenes con una estrecha relación bíblica. Mi papá, en esa misma época, movido por un interés genuino de que mi hermano y yo conociéramos la doctrina cristiana, compró tres libros infantiles: La Biblia de los niños de Editorial Océano, junto con sus respectivos audios; La Biblia Ilustrada de Editorial Bruguera, y El progreso del peregrino, una edición calificada como indeterminada. En ese orden fui aborde cada libro, las imágenes fueron llegando como pequeños nudos con los que me sujetaba mientras subía una cuerda, al final, me esperaba el encuentro con la mirada.
La Biblia de los niños
La Biblia de Océano contaba – en algún momento mi papá terminó regalando los tres libros – con unas fabulosas ilustraciones, en las que cualquier niño podía identificarse con la realidad de la Biblia. Todos los personajes, inclusive los más viejos y amargados de los grandes relatos judeocristianos, eran encarnados por pequeños niños gordinflones de cachetes rosados, que poco se esmeraban para simular las acciones y emociones más complejas ajenas para su edad. El único personaje en la serie de dibujos que rompía por completo la norma de diseño era Jesús. Este había sido diseñado como él único adulto en todo ese universo bíblico; mucho se puede desprender de esto, ya que el adulto es el destino del niño, y en ese sentido, un Jesucristo adulto en un mundo de niños funciona como figura de su naturaleza trascendente, y a la vez, hace ver todo alrededor – el comercio, la política – como un juego de chiquillos que el adulto está dispuesto a jugar. Resultaba extraordinario que en al momento de retratar la expulsión de los mercaderes del templo, el gesto de Jesús está lejos de toda conmiseración y condescendencia. Con el rostro airado – “airaos, pero no pequéis” –, el gesto violento, fuerte y seguro, era una muestra de la seriedad con la que se toma el juego, y dejaba al descubierto el corazón del mismo Jesucristo, que en el fondo es tan niño como los nenes a su alrededor, ya que no los trata de forma paternalista. En el sentido que hemos venido desarrollando, ahí quedaría expuesta la condición de humanidad del hijo de Dios, ya que solo un niño por naturaleza puede ser cruel con otro niño. Aun así, Jesucristo no era un ideario para mí, no se acercaba a un modelo, no era él quien me miraba.
Portada de la Edición de la Biblia que teníamos en la casa. |
En la tentación del desierto, Jesucristo se encuentra con el diablo – las voces en el audio de todos los personajes son infantiles, excepto de la de Jesús –, y el diablo, es un niño cabello negro, ondulado, de piel quemada, y con un disfraz de diablo a la usanza de John Milton en El Paraíso Perdido. El disfraz le queda grande al diablillo, probablemente se le caería si corriera unos cuantos metros, pero lo que conmociona de este pequeño satán es su mirada negra, suspicaz, rencorosa y de odio hacía Jesucristo. Todas las miradas en la Biblia de Océano son suavizadas con el carácter infantil ante la sumisión generada por la presencia de un adulto, pero en el diablito no había nada de eso. La imagen de este diablo hizo germinar una idea en mí, la del disfraz, eso de ser capaz de tomar la piel de otra cosa la cual no era mía pero que lo podría ser; mucho se desprendió de esa lógica, pero por ahora, lo que necesito plantear es que debido a eso comencé a pensar que el traje del diablo me quedaría mejor a mí que al niñato que estaba viendo en la ilustración. Esta, creería, sería la imagen que daría inicio a mis tentativas, entre los diez o doce años, de hacer pacto con el diablo.
Índice de la Biblia, única página disponible en la internet donde aparece el diablito. |
La Biblia Ilustrada
La Biblia Ilustrada de Bruguera era un libro mejor trabajado, con ilustraciones detalladas y elaborado con madurez, propia de manejar el arte de los tebeos. Esta Biblia, a pesar de su complejidad, no generó ningún impacto significativo en mi, debido – según lo puedo valorar ahora – a una falta artística de no ampliar la percepción de la palabra a través del dibujo. El mejor caso para ejemplificar esto, es rememorando la carencia de ilustraciones dedicadas al momento de la creación en el libro de Génesis. El libro de Génesis resultaba prosaico, por presentar a la creación como el resultado estático de un proceso ciego que fácilmente podría hasta pasar por el más radical de los evolucionismos.
Libro de Génesis de la Biblia de Bruguera |
Años después de haber soportado este Génesis desmembrado, me hice de una copia una de los mejores trabajos de Robert Crumb, The Book Of Genesis (1996). Crumb, que viene a ser una especie de padre del cómic underground, hace de su arte una prótesis de la fe. No tiene que ser sorpresa que este hombre, contrario a los sistemas morales de la actual religión, haya sido capaz de leer con puntillosa sensibilidad el libro de Génesis. Robert Crumb, mejor que el ilustrador tras la Biblia de Bruguera, no tiene miramientos ni descuidos para imaginar el acto creador, y plasmar, con literalidad, la cercanía entre el hombre y Dios previo a la caída; además, el proceso creativo de Crumb para entender el libro, lo llevan irremediablemente a volverse un ortodoxo - palabra que con el tiempo he dejado de tenerle aversión -. En la Biblia de Bruguera, el ilustrador, cuando dibuja la escena previa a la caída, la conversación entre Eva y la serpiente, se toma la palabra fuera del contexto y asume que la serpiente posee la apariencia con la que se le conoce, pero es la misma Biblia la que hace saber que la apariencia de la serpiente es efecto de su acción. Robert Crumb, ese ateo obsesionado con gordas nalgas y senos descomunales, cuyo mayor fetiche es montar la espalda de una mujer con cuerpo amazónico, tuvo la fe suficiente para entender que la serpiente andaba de cualquier forma menos a rastras. No pretendo ser irreverente al ocupar fe como virtud de Crumb, sino que es un uso literal del término: la fe, es esa virtud irracional de creer las cosas que no se pueden creer. El arte de Crumb le hizo creer que aquello en lo que él no cree, lucía tal y como lo dibujo.
The Book of Genesis, Robert Crumb, El momento de la creación. |
En ese sentido, mi imaginación seguía sus propias interpretaciones, y mi aparente fascinación con el Dios de mis padres podía ser solo un semblante, un disfraz, cortado por coerción, afecto y tradición; pero mi cabeza siempre estuvo en otro punto, creyendo en lo imposible, renuente a las posibilidades, de por sí ya imposibles, de lo que la enseñanza cristiana me decía. No considero que en la infancia haya derivado una crisis sobre Dios en el sentido de negarlo, como es usual encontrar en muchos niños; solo que el molde de la enseñanza no calzaba conmigo.
El Progreso del Peregrino
El progreso del peregrino tuvo efectos más radicales. Este cómic es la ilustración y la puesta en narrativa gráfica del precioso sueño publicado por John Bunyam en 1678. La historia de Bunyam es una alegoría del viaje cristiano desde su conversión hasta la llegada a la Ciudad Celestial, haciendo uso, de todas las figuras y símbolos que la doctrina y su lengua permitía, para fabricar, como bien señala él en un suerte de epílogo, una ficción que “mi frase oscura la verdad contiene”. A pesar de haber leído el libro en varias ocasiones, es el cómic el que me ha regalado mayores felicidades, y es que el dibujo, más que didáctico, genera una solidez en el mundo que Cristiano (o Peregrino, héroe de Bunyam) se mueve, y que hace pasar la alegoría a realidad. La inquebrantable ley de infancia de no entender todo, me hizo que dejara aun lado lo que en apariencia resultaría el núcleo de la doctrina cristiana, y me quedaba con la doctrina del viaje y la aventura. Releer el cómic del peregrino e identificarme cada vez con esas viñetas, era encontrar una narrativa personal, ya que sin darme cuenta, en esos instantes en que acompañaba el recorrido surreal de Cristiano en tierras complicadas, junto a personajes traidores y pequeños momentos de esperanza en la más oscura de las desesperaciones, asumía, tácitamente, que mi vida se regía bajo las reglas similares a las de Cristiano, en las que experimentaba una parte de mí que no era capaz de acaparar en el sentido total de la decisión o voluntad; había en mí vida, o al menos así lo puedo pensar ahora, fragmentos que parecen estar fuera de toda domesticación, que se rigen en un plano que ya no consideraba como propio. Usted, paciente lector, que hay llegado a este punto, está en la plena libertad de llamar a eso que me refiero como destino, inconsciente o locura, no soy nadie para interrumpir sobre cualquiera de sus conclusiones; lo que si asevero, es que la dinámica fue real… o es real.
Portada El Progreso del Peregrino / -- |
Cuando la historicidad e identidad se amarran a estas doctrinas del viaje y la aventura, del disfraz, y la fe, existe en la persona una despreocupación y confianza en un punto no razonable, y por defecto una expansión de alegría. La existencia de una jornada que nos antecede permite actos de confianza. Si, de fe; de un mundo que rebalsa en las muchas posibilidades, y casi todas maravillosas, sin olvidar la certeza y seguridad de que lo que sucede en el camino es en favor de una mejor narrativa.
Encuentro de Cristiano, antes Peregrino, con Ignorancia. |
En preparatoria estudiaba a no más de un kilómetro cerca de la casa. Mi papá salía a dejarme en automóvil, y luego se regresaba a la casa a desayunar para luego irse a su oficina - para ese entonces trabajaba en una iglesia grande y con excesos de burocracia-. Cierto día todo se dio como de costumbre en la mañana; despertar, el baño, comida, tomar los cuadernos y colores, el beso a mi mamá y al carro, rumbo a la parvularia que tenía pintada en la pared un Pinocchio - para quienes me conocen, sabrán que fui o soy un gran devoto a las mentiras. Mi papá me llevó frente al portón del lugar, me baje como de costumbre, me despedí, tome la lonchera y él se fue. La mañana era brillante, la calle se encontraba asediada de gente que buscaba camino a su trabajo, algunos perros callejeros corrían despavoridos por la acera, y el portón de la parvulario estaba cerrado. No habían clases. Estaba solo en la calle. No llore, no grite, no me asuste, estaba confiado ¿en Dios? Nel, pero confiaba en algo, y confiaba en que de alguna forma encontraría el camino para llegar a casa. Se avecinaba la aventura.
Aquí simulaba ir a la iglesia. Una foto posterior, revela que luego imitaba a un Pastor predicando. |
Cristiano echó a correr en la dirección que se le había marcado; mas no se había alejado aún mucho de su casa cuando, se dieron cuenta su mujer e hijos, empezaron a dar voces tras él, rogándole que volviese. Cristiano, sin detenerse y tapando sus oídos, gritaba desaforadamente: —¡Vida!, ¡vida!, ¡vida eterna!— Y sin volver la vista atrás, siguió corriendo hacia la llanura.
El progreso del peregrino, John Bunyam (1678)