jueves, 4 de julio de 2019

Series CBE: El velo (II)





Dinora Gaspar, una periodista principiante, decide investigar el caso del psiquiatra Rafael Valdivia, quien oficialmente es el responsable del asesinato de cinco pacientes del Hospital Psiquiátrico Nacional; pacientes de los cuales no se conoce absolutamente nada, por encontrarse aislados en un pabellón inaccesible en la institución. Durante la investigación, D. G. descubre que todas las personas relacionadas con el siniestro se ven afectadas y, en cada nuevo descubrimiento, ella se ve acogida por la horrenda inquietud de que en la sangre rutinaria de un país acostumbrado a la violencia se esconde un misterio, por hoy oculto, detrás de un velo. 
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Transcripción de la carta de Teresa 

No estoy segura si estoy haciendo lo correcto, pero si no hago algo voy a enloquecer. Tu llamada ha sido un respiro en este infierno silencioso que estoy viviendo. Déjame explicar qué fue lo que sucedió con Marvin la madrugada del 23 de enero. 

Marvin vino a la casa, a las 2:30 a.m. Tenemos cinco años de estar divorciados pero, a pesar de eso, en los últimos tres o dos meses habíamos logrado llevarnos mejor; por lo que él venía a la casa a dormir, comer, en fin, a pasar más tiempo con los niños. 

Cuando abrí la puerta y vi que tenía su uniforme manchado de una especie de pintura negra, pensé que había tenido algún incidente en el hospital, pero la frialdad en su cara me hizo saber que otra cosa había pasado. Algo realmente grave. 

Entró a la casa y no dijo nada. Era evidente que algo en él andaba mal. Se quitó el uniforme, se duchó, y a todo esto yo estaba esperando a que él dijera algo. Pero no, no decía nada. Pasó un tiempo así, en un estado automático, hasta que le hablé. Marvin tardó unos cuantos minutos en reaccionar. Comenzó a buscarme con la mirada aún estando yo enfrente, y cuando al fin nuestra mirada se topó, él comenzó a llorar. En aquel momento pensaba que estar tanto tiempo con locos le había empezado a afectar. Ahora que sé lo que sucedió, daría todo porque mi Marvin se hubiese vuelto loco por alguna enfermedad pero no por lo que vio. Niña, hay más cosas en este mundo. 

Esto fue lo que Marvin pudo contarme en medio de tartamudeos, sollozos, y una voz que se apagaba por puro temor. Marvin me contó que faltaban algunos minutos para que fuera la madrugada del 23 de enero, el venía haciendo una inspección general que va desde los pabellones C y D, hasta finalizar en los pabellones A y B. Aunque no todos los pacientes dormían, había una relativa calma, casi tenebrosa, en el hospital. 

Mientras caminaba por el pasillo central, que es el pasillo que entrelaza los cinco pabellones, escuchó como desde el fondo, en el último de los pabellones, un sonido que le costó definir en un principio. ¡Mi niña, Marvin, escuchó carcajadas! Aquello paralizó a mi pobre Marvin. El teléfono que utilizan para comunicarse dentro del hospital, ubicado en medio del pasillo, sonó. Era el Dr. Hidalgo, quien lo necesitaba con urgencia. Marvin corrió hasta la Coordinación de Pabellones, y aún escuchaba cómo las carcajadas que venían del Pabellón-M se hacían más fuertes. Marvin llegó con el doctor, y este, sin decirle mayor detalle de lo que sucedía, le hizo que le siguiera. En algún momento Marvin pensó en negarse a obedecer al doctor, pero el miedo le había quitado toda voluntad. Era un prisionero.

Estando los dos frente a la puerta, el doctor con la llave en la mano le dijo a Marvin «Marvin, en verdad lo siento. Me caes bien». La puerta se empezó a abrir lentamente. Las carcajadas se habían ido agotando de forma misteriosa. Las lámparas que colgaban del «techo» del pabellón se mantenían intermitentes, y Marvin, por fin, pudo ver el misterioso Pabellón-M. 

A pesar de que por fuera el Pabellón-M lucía exactamente igual que los otros cuatro pabellones, por dentro era muy diferente. La estructura interna había sido diseñada como si fuera un «domo». El lugar era tan grande como los otros, pero ahí solo había cinco camas y un cubículo ubicado lejos de la entrada; el cual funcionaba como el cuarto y oficina del Dr. Valdivia. 

En las paredes del domo, dijo Marvin, habían una serie de dibujos extraños. El no supo cómo explicarlos, así que no tuvo otra opción que dibujarlos. He sido profesora de Estudios Sociales en Bachillerato toda mi vida, sé que no soy una experta en simbología pero estaba segura que todos los símbolos que Marvin dibujó pertenecían a diferentes culturas. Habían símbolos mesoamericanos, arábicos, judíos, y después de estudiar un poco más, encontré algunos relacionados con la alquimia y el misticismo. Desearía decirle que eso fue todo: que Marvin solo vio un lugar espantoso donde parecía que dormía la mismísima locura. Pero aún faltaba lo peor. 

Las camas del pabellón estaban vacías, y un hedor a putrefacción inundaba el lugar. Cuando lo intermitente de la luz en las lámparas ceso, fue que Marvin los vio: seis cuerpos yacían en el piso de aquel macabro lugar, y uno de ellos estaba con vida. Marvin quiso salir corriendo, o simplemente cerrar los ojos, pero había algo en aquel lugar que le impedía hacerlo. 

Los cinco pacientes habían sido degollados. Unas tijeras que estaban en el suelo del lugar, fueron utilizadas para el homicidio. Bajo aquel sacrificio humano había un dibujo, una especie de estrella de cinco puntas pintada y hecha con sangre, en el suelo. 

El Dr. Valdivia, se encontraba sentado en la famosa posición de «loto»; ya sabe, la que relacionan con Buda y algunas prácticas orientales. Y, por si fuera poco, parecía estar meditando. Marvin dijo que en cada intervalo de cinco segundos, se escuchaba como el doctor susurraba algo como: «zegualot». El Dr. Valdivia, se encontraba completamente desnudo, al igual que los pacientes, y en la frente del psiquiatra había un dibujo hecho con sangre. Era un ojo. 

Marvin vomitó, el Dr. Hidalgo se quedó inmóvil tratando de que la mano no le temblara tanto. Luego, como si fuese una súplica, el Dr. Hidalgo le pidió a mi Marvin que sacara los cuerpos del pabellón y que no tocara al Dr. Valdivia. El pobre de Marvin no sabe cómo es que lo hizo, pero obedeció. Cada vez que levantaba un cuerpo, sentía que el estómago se le iba a salir en cualquier momento por la boca. Cuando Marvin estaba a punto de sacar al último de los cadáveres, el Dr. Valdivia, quien se había mantenido inmóvil todo el tiempo, abrió los ojos y se abalanzó contra Marvin, haciendo que este terminara en el suelo negro. En el suelo inundado de sangre. 

El Dr. Valdivia, agarró con sus dos manos el rostro de Marvin. Mi esposo no pudo hacer nada más que petrificarse por completo. El Dr. Valdivia, estando encima de Marvin, con un tono violento y susurrando, le dijo al oído: «Están aquí, Marv. La profecía del jaguar se está cumpliendo. El niño lo vio todo. Ellos lo ven todo, lo quieren todo. Están en las sombras y yo, lo veo todo. Lo que inició esta pronto a terminar, y cuando pase, ellos serán libres Marvin. Las pirámides se invertirán, el sello se romperá y lo que ha dormido eternamente despertará». 

Marvin se echó a gritar. En ese momento entraron soldados y lo sacaron de ahí. Lo montaron en una camioneta y lo trajeron hasta acá. Antes de que Marvin se bajara de la camioneta, uno de los tipos que iba en el asiento del conductor le dijo: «si eres inteligente, si amas a tu familia, y deseas una mejor vida, debes mantenerte alejado de todo lo que has visto. ¿Te queda claro?» Marvin no le pudo contestar. 

Sé que mañana es nuestra reunión, pero temo decirte que no podremos hablar. No sé cómo explicarlo pero presiento que me vigilan. Después de haber recibido tu llamada hoy por la tarde, inmediatamente al colgar, alguien tocó la puerta. Eran una pareja de misioneros, raras veces se les ve pasar por esta zona. Los atendí desde la ventana que está al costado de la puerta principal de la casa. Ya te imaginarás, un «gringo» y un salvadoreño. Cuando les pregunté qué deseaban, respondieron como era de esperarse: «Le traemos un mensaje de salvación». Agradecí cortésmente, y les dije que no estaba interesada. Ellos sonrieron y mientras cerraba la ventana el «gringo» se acercó lo más que pudo, y el muy cabrón me dijo: «La salvación está para aquel que la busca. Recuerde que hay un Dios que todo lo mira, que en todo lugar está y que de él nadie puede escapar». 

Solo recordarlo, es suficiente para que uno se ponga histérico. 

He tomando mis precauciones para el día de mañana; incluso he decidido transformar mi apariencia. Entre más vulgar me vea, creo que mejor resultará todo. Estoy ansiosa por verte. Solo pensar en tu voz, tan dulce, tan cálida, me otorga un poco de esperanza. Tú me haces pensar que todo esto no es más que un mal sueño. 

Sé lo que te estás preguntado, pero temo decirte que no lo sé. Simplemente no lo sé. Desapareció. Marvin desapareció. Aquella madrugada del 23 de enero fue la última vez que lo vi. Espero haberte ayudado. 

Con aprecio, Teresa. 

P.D.: Creo que no está de más escribirte algo un tanto maternal: Aléjate. Aléjate de esto. Sé que las dudas son muchas, pero no lo vale. A veces la verdad no hace libre a nadie. La verdad mata. Y cuando entiendes eso, la ignorancia es una bendición. La más grande de todas.

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No pude evitar llorar adentro del carro. 

Mientras volvía a recomponer la forma en que estaba la carta, intentando hacer los dobleces tal y como Teresa los había hecho, me encontré con un mensaje más. Ella debió de escribirlo poco antes de vernos ya que la caligrafía era pésima, como si la hubiese escrito apresuradamente. 

Teresa había añadido un pequeño párrafo, que me enfrentó a una realidad: podía salirme o llegar hasta al fondo de esto sin importar las consecuencias. Recordé su advertencia: «La verdad no hace libre a nadie». Ahora ya es muy tarde, debí haberle hecho caso cuando puede. 

Aquí dejo la transcripción del párrafo inesperado: 

«Estoy asustada. No tengo mucho tiempo. Esto es lo que pasó: venía en el autobús y, a pesar de que la ansiedad me estaba carcomiendo, todo parecía de lo más normal hasta que se subió un anciano extraño. Este tipo andaba vestido con ropa oscura y gafas ahumadas. Parecía extranjero y con una presencia impresionante, paradójica para su avanzada edad. Se sentó junto a mí suavemente, y se quitó las gafas. El tipo no hizo nada durante casi todo el viaje. Faltando dos o tres, paradas para bajarme en el centro comercial, el sujeto sin dejar de ver al frente me dirigió la palabra. Empezó diciendo algo sobre el clima, el calor. No le entendí. Luego, sin perder su postura, me dijo que tuviera cuidado que el ojo estaba sobre mí. Dijo que sabía lo que estaba pasando, que era un amigo y que podía ayudar. No le pude contestar. Me dejó una pequeña tarjeta, que acabo de romper y botar. En la tarjeta había un nombre y un número, aquí he escrito el número y el nombre del anciano, quizá te ayude. Para mí ya es tarde. No sé cómo he llegado a esa conclusión pero lo es. Adiós». 

Fui yo quien mató a Teresa. 

Arriba del último párrafo escrito por Teresa, había un nombre y un número. El nombre: Virgilio y su número telefónico; por razones obvias, no lo proporcionaré. 

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