MUJER
Capítulo 11
Por Lana Ruz
Gracias a mi madre
Las noticias que yo tenía de ese país eran desesperanzadoras… en una pequeña capilla, le habían disparado al obispo mientras oficiaba la Santa Misa, ¡mientras levantaba la ostia!
¿Pero quién podría haber hecho algo así? ¿cómo? ¿por qué? eso era simplemente absurdo, horrible, inhumano. Nada hubiera podido justificar algo tan increíblemente absurdo.
Y ese era el país adonde me obligaban a ir a vivir… o se llevaban a mi pequeña, ya que por tener padre extranjero no era ni siquiera ciudadana del país que yo siempre había considerado mi casa…
La perspectiva me asustaba, decidimos ir a conocer antes de tomar esa decisión… bueno yo así lo creí, en efecto con vuelo charter volamos por Amsterdam, Aruba y finalmente a Guatemala, donde una hermana de mi marido, y donde vino su padre a conocernos, ya que solo pude encontrarme años antes con un tío.
En carro nos vinimos a San Salvador, fuimos a almorzar a casa de los otros dos tíos y aprecié mucho la amabilidad de ellos… así que al regreso a mi país, bajamos al sur a visitar por última vez a mis padres, vendimos y regalamos lo poco que teníamos, renuncié a mi trabajo y empezó otra nueva etapa de mi vida, frente a lo casi desconocido.
Tuvimos que ir a vivir con mi suegro. Mi esposo empezó a trabajar en la fábrica siderúrgica que ellos tenían y yo tuve que llevar a mi pequeña en un kínder y ocuparme de la casa, a aprender a cocinar, algo podía, pero cocinar todos los días significa tener un extenso menú de comida variada, nutritiva, completa de carne, verdura, fruta; y yo, que casi nunca iba al mercado, tuve que ir varias veces a la semana al supermercado más cercano, aunque teníamos una empleada doméstica, acostumbrada a hacer y dirigir todo lo de la casa.
Pocos días después, un gran estruendo nos asustó y en pleno día… una bomba había hecho saltar una casa a poca distancia…
Pusimos en un kínder a mi pequeña, que no tenía ni cuatro años, ni sabía una palabra de español. Mi esposo pasaba a traernos en carro, pero un día se estaba tardando y salimos a la calle yo y la niña… un joven se acercó me arrebató los Ray Ban y apuntándome con una pistola me exigía mi reloj…claro, nunca había visto una pistola y mi reloj era casi nuevo… "Por qué?" -le decía en mi idioma- sin darme cuenta del peligro que estaba enfrentando. Algunos padres vieron y oyeron pero nadie intervenía. Finalmente, como que al joven le pareció mejor dejar así las cosas, metió la pistola en una pequeña bolsa de pan y se dió a la fuga.
Meses después, varias llamadas telefónicas obligaban a un tío a dejar en un parque una maleta con tantos miles de colones. Por miedo así lo hicieron y a la siguiente vez mi marido se paró y con coraje respondió que eso no era posible y no se iba a hacer. "Sabemos dónde vives" –le respondieron- "te vamos a rociar las ventanas”.
Fue así que una enorme puerta de hierro se levantaba en la noche para protegernos, ya que la ventana daba justo a la calle. El toque de queda, la obligación de estar en casa a las cinco de la tarde, era impuesto sin posibilidad de transgresión y, sin embargo, las noticias de atentados, ataques y asesinatos; seguían asustando a todo el mundo.
Por lo demás, todo seguía casi igual, mi esposo se iba al trabajo, en la periferia de la ciudad y yo seguía limpiando y cocinando y cuidando a mi hija. Luego, quedé embarazada de mi segunda hija. Estaba tan ocupada en todo eso y como siempre con el dinero justo y necesario. No tenía carro, casi no salía y terminé por acoger a mi niñita con una sola camisita. Nadie me hizo un té para tener ropita, y fue así como me dí cuenta que era costumbre en esa sociedad. Al darme el alta en el hospital, me tuve que llevar a la niña envuelta en una frasada (que había usado con mi primera hija), en pleno medio día y con un sol radiante.
Aprendí a hacer un rico asado de carne al horno, de pollo y de conejo. Hice hasta ravioles, gnocchi, mi suegro estaba encantado… una vez, en Navidad, cuando todos nos reuníamos en los Planes de Renderos para la cena, a mí me tocó hacer treinta chiles asados, pasé dos horas asando y pelando los benditos chiles y mi suegro y su hermano se sirvieron más de la mitad solo ellos dos, jajajaja, dejando a los demás con las ganas.
En realidad, una vez se le quita la piel, solo se le pone sal, aceite de oliva y aceitunas verdes… son una verdadera delicia.
Ya con dos chiquillas, quise tener también un hijo varón y tuvimos suerte; mi tercer hijo fue un niño rubio rubio, chele chele, como se decía y yo corría atrás de uno y otro hijo para que no les faltara nada, limpiando y cocinando y además trabajando en la mañana en la fábrica, para tener algo más de dinero y para sentirme un poco más independiente como siempre había sido.
El ataque final del año 1989, con bombardeos en esa zona de mi casa, casi la destruyen del todo, años después, todavía se escarbaba para buscar cuerpos enterrados…
Pero lo peor fue que a mi esposo le dio una angina péctoris, o sea, un ataque al corazón, y el cardiólogo nos dijo que teníamos que irnos de emergencia a Milano, donde un emérito cirujano operaba con mucho éxito y remplazaba las válvulas dañadas del corazón con unas metálicas que duraban toda la vida.
Fue así como nos tocó viajar apresuradamente en un vuelo de muchas horas y con mucha angustia, por haber dejado a mis dos hijas con mi suegro y mi cuñada y llevando con nosotros al pequeño de apenas tres años y medio… otro viaje, a la inversa esta vez, pero siempre con el mismo dolor de tener que enfrentarme a algo desconocido y tal vez profundamente doloroso.
Mis padres vinieron al norte para apoyarme, mi hermana mayor se quedó conmigo y el pequeño, mientras yo iba al hospital en bus o a pie… el frío era constante, menos diez grados bajo cero, era difícil de aguantar, acostumbrados ya al clima caliente durante todo el año en El Salvador.
La intervención de corazón abierto fue un éxito, la recuperación fue muy complicada, difícil, lenta…ya de vuelta en El Salvador el uso de un anticoagulante lo llevó varias veces de emergencia al hospital y las cosas se complicaron en la empresa, donde la lucha entre obreros y el patrón se hizo más furiosa, encarnizada y decidida.
La sombra de otra gran empresa siderúrgica estaba siempre presente, eso y el hecho de no tener apoyo financiero ni humano de la familia, que vivía de eso pero no sabía nada de bancos, deudas, préstamos, los miedos del banco de una posible quiebra, bancarrota o desastre financiero; terminaron por complicar las cosas y las huelgas aceleraron el proceso de desintegración de una fuente de trabajo para decenas y decenas de familias, incluyendo la nuestra, incluyendo la mía…
He tenido una vida bien tranquila y sin problemas. ¡Cómo me hubiera encantado poder decir algo así!
Me quedé sin trabajo y empecé a dar clases de mi lengua natal. Los hijos crecían, pero las tensiones en casa eran cosa de todos los días y los nervios minaron la relación ya difícil por ser de culturas diferentes, estratos sociales diferentes, propuestas de vida diferentes y proyectos de vida diferentes.
¿Pero quién podría haber hecho algo así? ¿cómo? ¿por qué? eso era simplemente absurdo, horrible, inhumano. Nada hubiera podido justificar algo tan increíblemente absurdo.
Y ese era el país adonde me obligaban a ir a vivir… o se llevaban a mi pequeña, ya que por tener padre extranjero no era ni siquiera ciudadana del país que yo siempre había considerado mi casa…
La perspectiva me asustaba, decidimos ir a conocer antes de tomar esa decisión… bueno yo así lo creí, en efecto con vuelo charter volamos por Amsterdam, Aruba y finalmente a Guatemala, donde una hermana de mi marido, y donde vino su padre a conocernos, ya que solo pude encontrarme años antes con un tío.
En carro nos vinimos a San Salvador, fuimos a almorzar a casa de los otros dos tíos y aprecié mucho la amabilidad de ellos… así que al regreso a mi país, bajamos al sur a visitar por última vez a mis padres, vendimos y regalamos lo poco que teníamos, renuncié a mi trabajo y empezó otra nueva etapa de mi vida, frente a lo casi desconocido.
Tuvimos que ir a vivir con mi suegro. Mi esposo empezó a trabajar en la fábrica siderúrgica que ellos tenían y yo tuve que llevar a mi pequeña en un kínder y ocuparme de la casa, a aprender a cocinar, algo podía, pero cocinar todos los días significa tener un extenso menú de comida variada, nutritiva, completa de carne, verdura, fruta; y yo, que casi nunca iba al mercado, tuve que ir varias veces a la semana al supermercado más cercano, aunque teníamos una empleada doméstica, acostumbrada a hacer y dirigir todo lo de la casa.
Pocos días después, un gran estruendo nos asustó y en pleno día… una bomba había hecho saltar una casa a poca distancia…
Pusimos en un kínder a mi pequeña, que no tenía ni cuatro años, ni sabía una palabra de español. Mi esposo pasaba a traernos en carro, pero un día se estaba tardando y salimos a la calle yo y la niña… un joven se acercó me arrebató los Ray Ban y apuntándome con una pistola me exigía mi reloj…claro, nunca había visto una pistola y mi reloj era casi nuevo… "Por qué?" -le decía en mi idioma- sin darme cuenta del peligro que estaba enfrentando. Algunos padres vieron y oyeron pero nadie intervenía. Finalmente, como que al joven le pareció mejor dejar así las cosas, metió la pistola en una pequeña bolsa de pan y se dió a la fuga.
Meses después, varias llamadas telefónicas obligaban a un tío a dejar en un parque una maleta con tantos miles de colones. Por miedo así lo hicieron y a la siguiente vez mi marido se paró y con coraje respondió que eso no era posible y no se iba a hacer. "Sabemos dónde vives" –le respondieron- "te vamos a rociar las ventanas”.
Fue así que una enorme puerta de hierro se levantaba en la noche para protegernos, ya que la ventana daba justo a la calle. El toque de queda, la obligación de estar en casa a las cinco de la tarde, era impuesto sin posibilidad de transgresión y, sin embargo, las noticias de atentados, ataques y asesinatos; seguían asustando a todo el mundo.
Por lo demás, todo seguía casi igual, mi esposo se iba al trabajo, en la periferia de la ciudad y yo seguía limpiando y cocinando y cuidando a mi hija. Luego, quedé embarazada de mi segunda hija. Estaba tan ocupada en todo eso y como siempre con el dinero justo y necesario. No tenía carro, casi no salía y terminé por acoger a mi niñita con una sola camisita. Nadie me hizo un té para tener ropita, y fue así como me dí cuenta que era costumbre en esa sociedad. Al darme el alta en el hospital, me tuve que llevar a la niña envuelta en una frasada (que había usado con mi primera hija), en pleno medio día y con un sol radiante.
Aprendí a hacer un rico asado de carne al horno, de pollo y de conejo. Hice hasta ravioles, gnocchi, mi suegro estaba encantado… una vez, en Navidad, cuando todos nos reuníamos en los Planes de Renderos para la cena, a mí me tocó hacer treinta chiles asados, pasé dos horas asando y pelando los benditos chiles y mi suegro y su hermano se sirvieron más de la mitad solo ellos dos, jajajaja, dejando a los demás con las ganas.
En realidad, una vez se le quita la piel, solo se le pone sal, aceite de oliva y aceitunas verdes… son una verdadera delicia.
Ya con dos chiquillas, quise tener también un hijo varón y tuvimos suerte; mi tercer hijo fue un niño rubio rubio, chele chele, como se decía y yo corría atrás de uno y otro hijo para que no les faltara nada, limpiando y cocinando y además trabajando en la mañana en la fábrica, para tener algo más de dinero y para sentirme un poco más independiente como siempre había sido.
El ataque final del año 1989, con bombardeos en esa zona de mi casa, casi la destruyen del todo, años después, todavía se escarbaba para buscar cuerpos enterrados…
Pero lo peor fue que a mi esposo le dio una angina péctoris, o sea, un ataque al corazón, y el cardiólogo nos dijo que teníamos que irnos de emergencia a Milano, donde un emérito cirujano operaba con mucho éxito y remplazaba las válvulas dañadas del corazón con unas metálicas que duraban toda la vida.
Fue así como nos tocó viajar apresuradamente en un vuelo de muchas horas y con mucha angustia, por haber dejado a mis dos hijas con mi suegro y mi cuñada y llevando con nosotros al pequeño de apenas tres años y medio… otro viaje, a la inversa esta vez, pero siempre con el mismo dolor de tener que enfrentarme a algo desconocido y tal vez profundamente doloroso.
Mis padres vinieron al norte para apoyarme, mi hermana mayor se quedó conmigo y el pequeño, mientras yo iba al hospital en bus o a pie… el frío era constante, menos diez grados bajo cero, era difícil de aguantar, acostumbrados ya al clima caliente durante todo el año en El Salvador.
La intervención de corazón abierto fue un éxito, la recuperación fue muy complicada, difícil, lenta…ya de vuelta en El Salvador el uso de un anticoagulante lo llevó varias veces de emergencia al hospital y las cosas se complicaron en la empresa, donde la lucha entre obreros y el patrón se hizo más furiosa, encarnizada y decidida.
La sombra de otra gran empresa siderúrgica estaba siempre presente, eso y el hecho de no tener apoyo financiero ni humano de la familia, que vivía de eso pero no sabía nada de bancos, deudas, préstamos, los miedos del banco de una posible quiebra, bancarrota o desastre financiero; terminaron por complicar las cosas y las huelgas aceleraron el proceso de desintegración de una fuente de trabajo para decenas y decenas de familias, incluyendo la nuestra, incluyendo la mía…
He tenido una vida bien tranquila y sin problemas. ¡Cómo me hubiera encantado poder decir algo así!
Me quedé sin trabajo y empecé a dar clases de mi lengua natal. Los hijos crecían, pero las tensiones en casa eran cosa de todos los días y los nervios minaron la relación ya difícil por ser de culturas diferentes, estratos sociales diferentes, propuestas de vida diferentes y proyectos de vida diferentes.
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