Nono, Nona, Abuelo, Abuela... ¡La Abuelidad!
Algunas personas tenemos la suerte de guardar entre nuestras memorias, la de abuelos cariñosos que jugaron con nosotros y fueron nuestros cómplices en una etapa de nuestra infancia (otros con más suerte incluso en etapas de la juventud o del ser adulto).
Algunas personas tenemos la suerte de guardar entre nuestras memorias, la de abuelos cariñosos que jugaron con nosotros y fueron nuestros cómplices en una etapa de nuestra infancia (otros con más suerte incluso en etapas de la juventud o del ser adulto).
A mí lo de tener abuelo vivo me duró hasta los 10 años y abuela hasta los 16, guardo dulces memorias de ambos, tanto de su carácter recio de personas que crecieron sin los refinamientos de las ciudades, como de su cariño por el mero hecho de ser familia y para el caso concreto, el de haber sido ellos mis abuelitos y yo su nieta al menos en el rol... El papá de mi mamá se llamaba Humberto y murió a los 38 años en 1957, mi mami tenía 7 años apenas. Con el tiempo, mi abuela se volvió a casar y así es como a pesar de la tragedia familiar de los años 50, puedo decir que abuelo sí tuve: Don Pablo (1889-1983) y la niña Eusebia (1924-1990), mi abuelito y mi abuelita por parte de mamá.
A los abuelos paternos no los llegué a conocer, mi abuelo Genaro murió a finales de los años 20 y mi abuela en los años 50, pero de ella heredé el nombre completo (incluso hasta el primer apellido), según dicen, también la mirada y el genio, pero a mí me gusta más pensar que de la "niña Mary" he sacado, al menos en parte, su arte en la cocina. Doy gracias a la vida por esos hombres y mujeres de mi estirpe y por el regalo de poder ahora contar con ellos como referentes en mi vida.
A los abuelos paternos no los llegué a conocer, mi abuelo Genaro murió a finales de los años 20 y mi abuela en los años 50, pero de ella heredé el nombre completo (incluso hasta el primer apellido), según dicen, también la mirada y el genio, pero a mí me gusta más pensar que de la "niña Mary" he sacado, al menos en parte, su arte en la cocina. Doy gracias a la vida por esos hombres y mujeres de mi estirpe y por el regalo de poder ahora contar con ellos como referentes en mi vida.
Ya sabemos que 'en la viña del Señor hay de todo' como se suele decir, personas buenas y personas muy malas para desempeñar los distintos roles que se nos van proponiendo a lo largo de los años: madres, padres, tíos, abuelos, hijos; hay de todo, pero en febrero de 2017 el libro de Sampedro nos invita a pensar en los abuelos buenos, esos que se convierten a la "abuelidad" cual fieles devotos de una religión.
Considero que a veces es imposible siquiera imaginar, como seres lejanos a ese estado de vida, la transformación que sucede en el corazón de las personas cuando, a partir del nacimiento de un nuevo ser, se convierten en abuelos o abuelas y su comportamiento les parece extraño a sus parientes y allegados e, incluso tal vez, a ellos mismos.
Para ellos y ellas, "il nono o la nona" como se diría en la lengua de Bruno y Brunettino, un saludo en este febrero que nos ha conectado con su recuerdo.
A veces cuando leo un libro que me gusta tanto como "La sonrisa etrusca" suelo preguntarme cómo se habrán creado los personajes y la historia, por eso me pareció bien bonito cuando encontré este artículo en el que José Luis Sampedro se refiere a la inspiración que lo llevó a escribir esa novela. Aquí se los dejo.
La semilla de ¡La sonrisa etrusca'
José Luis Sampedro
¿Qué me impulsó a escribir La sonrisa etrusca? Sin duda mi nieto. Lo digo siempre: ese libro no lo escribí yo, fue mi nieto quien, desde su cuna, me lo iba dictando al oído. Mi pluma solo fue un instrumento a su servicio.
Me hallaba de visita en casa de mi hija en Estrasburgo, una de esas nobles capitales humanistas. Desde mi cuarto, veía el edificio neoclásico de la Universidad, coronado por las estatuas de sus maestros: Lessing, Herder, Schleiermacher y, entre ellas, la de Goethe.
Una noche el sonido de un gemido me despertó y me hizo acudir a la alcobita del niño. La nevada caída durante el día reflejaba el resplandor lunar y el de las farolas callejeras derramando por el ventanal una líquida claridad mágica. Me acerqué a la cuna. Todo era silencio. ¿Habría yo soñado aquel gemido? Ya iba a retirarme cuando el niño me retuvo abriendo sus ojos, redondos y misteriosos como pozos oscuros. Le cogí en brazos y envolví nuestros cuerpos en una manta, acunándole suavemente. Pero tardó en dormirse y, al paso de los minutos, iba el niño pesando en mis brazos, entrándose en ellos y haciéndome suyo al hacerse mío. Eso fue todo: evadirme con él del reloj y de los mapas, contemplar su carita aún no surcada por los afanes y los días, respirar su olor lácteo y frutal, acoger la elástica firmeza del cuerpecito, flotar juntos en la noche transfigurada. Eso fue todo. Y ese «todo», un milagro.
Aquella noche tuve suerte. La vida me dio clarividencia y el niño se me hizo futuro germinando en mis brazos, dispuesto a colmarse de gentes y experiencias, pasiones y secretos. Me vi ya muerto, pero recordado en él. Me deleité en ser viejo porque así paladeaba mejor aquel instante inmortal. Me hice simple cuna de su puro existir, sentí como carne mía la suya en mis brazos. Éxtasis del monje a quien se le fueron cien años escuchando un momento al ruiseñor.
Al día siguiente, rota la magia, la vida volvió a ser trivial, pero la semilla estaba echada y no tardó en germinar: afloró la idea de un cuento. Pero como la ocasión no llegó hasta el verano de 1983, para entonces ya había crecido hasta ser una novela.
Ya solo me faltaba acertar con el lenguaje exigido por esa historia de milagros cotidianos. El más sencillo, es decir, el más difícil. Lo intenté varias veces hasta que el 1 de noviembre de 1983, a mi habitual hora de la madrugada, al releer los primeros folios, creí lograrlo. Lo demás fue artesanía que concluí al final del verano. El resultado: una novela humilde donde importa la ternura, la comprensión de la vida a través del soplo vital de un nieto.
Sarcófago de los esposos, necrópolis de Cerveteri, finales del siglo VI a. C.
(Museo Nacional Etrusco de Villa Giulia).
Este es el punto de partida de la novela: la descripción de esta escultura y como le conmueve al 'viejo'
Personalmente creo que cualquier persona es capaz de conmoverse y admirarse con algo que, por alguna razón a veces ni siquiera consciente, le toca profundamente, un pájaro con sus colores, un cielo azul profundo, un amanecer de colores intensos, una palabra, un gesto, una estatua que casi parece que habla... Creo que a veces las personas confundimos "sensibilidad con conocimiento", pero yo creo que José Luis Sampedro nos ha querido mostrar en esta novela que la sensibilidad de los seres humanos es un verdadero pozo sin fondo, que la capacidad para conmovernos y la profundidad del alma humana es algo más allá de las teorías y los prejuicios y que las razones para que nuestro corazón vibre ante algo son tantas y tan variadas, como la cantidad de seres humanos que hay en el mundo, para el caso me vienen a la memoria las palabras de 'El Principito' de Antoine Saint Exupery:
"Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos"
Un José Luis Sampedro -ya abuelo- en su vuelta al patio de la escuela donde estudió más de 70 años atrás, como él lo solía decir: "en el Tanger de los años 20", donde jugaban niños de 3 religiones distintas, con tradiciones culturales diversas, que compraban en el chalet del recreo con 3 monedas diferentes, pero que compartían juntos una infancia común sin reservas, ni prejuicios, en lo que él consideraba fue, lo mejor de su educación.
¡¡¡Amiga que lindo relato y que bonito leer así con tanta información!!! Cada cosa que le leo a Sampedro me hace sentir que tiene un corazón bien tierno. Sobre todo porque es evidente el enorme acervo que tiene y logra conmoverte con frases sencillas pero profundas... "una novela humilde donde importa la ternura, la comprensión de la vida a través del soplo vital de un nieto."
ResponderEliminarGracias por compartir esto.