A mi gusto, por mucho, el mejor Premio Alfaguara. |
¡Qué gran libro La noche de la Usina! ¡Qué buen inicio de año para nuestro club de lectura!
Ya lo dijo Stephanie en un post anterior: Cuando reunidos en la primera sesión del año en el Club de la Buena Estrella, me llegó el turno de expresar mi valoración sobre La noche de la Usina, lo primero que dije fue que "a mi gusto, este es, por mucho, el mejor Premio Alfaguara que he leído hasta hoy".
Y es que creo que La noche de la Usina abunda en elementos agradables al lector. Es un relato cautivador, de lectura fluida, ritmo trepidante, imágenes claras y amenos diálogos coloquiales del argentino provincial, donde un variopinto grupo de personajes que me parecen conocidos del propio barrio, sencillos, consistentes, entrañables algunos, profundamente humanos todos, nos contagian primero con su iniciativa solidaria malograda por un par de estafadores, para luego engancharnos en una desquiciada cruzada reivindicativa con mínimas posibilidades de éxito. Y uno quiere que tengan éxito.
Es destacable el magistral hilo conductor con que el autor nos lleva a presenciar la historia. Para ese propósito, Eduardo Sacheri se sirve de la figura de un narrador omnisciente, acaso una extensión del genial Arístides Lombardero, el peculiar maestro de ceremonias y contador de historias del circo itinerante que aparece, nombrado al menos, tan solo en el prólogo. Esa interesante voz narrativa que va muy a su ritmo y a su manera, que no está para complacer "caprichos de burguesitos", se alterna cada tanto con esas conversaciones dotadas de tanta sencillez y naturalidad, salpicadas unas veces con hilaridad, otras con sentimiento, pero siempre con mucho tino y propiedad.
Eduardo Sacheri ha probado ser un experto en el terreno de las historias de reivindicación, que no necesariamente de venganza o de vendetta. Quizá si de revancha, dicho en un sentido más bien deportivo. Esas sempiternas metáforas de fútbol en los relatos del argentino, del juego como un ensayo de la vida, nos hacen creer que alguna vez una manga de tipos comunes y corrientes en un disfuncional trabuco de barrio, puede ganar un juego, o ya de perdida, meter tan siquiera el gol de la honra. Para los eternos coleros y perdedores, perder luchando es casi poético. Empero, ganar alguna vez en la vida, es casi como tocar el cielo con las manos.
El marco histórico de La noche de la Usina
El corralito financiero de diciembre de 2001 es el telón de fondo de la historia en mención, pero el autor no aborda el asunto desde una óptica meramente financiera, como tampoco plantea un análisis de la realidad social, política y económica de la Argentina de inicios del nuevo milenio. Antes bien, el acontecimiento y los antecedentes que desembocaron en él, son vistos desde la perspectiva de unos cuantos tipos comunes, de un pueblo imaginario que pudiera ser cualquier pueblo real en la Argentina de esos días, donde una prolongada recesión, un elevado déficit fiscal, un alto grado de endeudamiento del estado y una terrible política económica basada en una ilusoria paridad de la moneda local frente al dólar, condujeron a la quiebra de muchas empresas incapaces de competir con los precios de los productos importados, y a la consecuente pérdida de empleos. El corralito fue la medida resultante impuesta por el estado para contener la fuga masiva de dinero de los bancos, una manera de evitar el colapso de un sistema ya muy maltrecho.
Pues bien, todas esas cosas son contadas por Sacheri de una manera más simple, más desde la óptica del pueblo, describiendo cómo una fuente de empleo tras otra se van extinguiendo y dejando a la gente sin trabajo ni oportunidades, dando cuenta de cómo algunos se embarcan en pequeños negocios familiares que no cuajan y que al final los dejan sumidos en una crisis aún peor.
Es ahí, en medio de esa crisis en que todo apunta a que "el país se va a la mierda", donde aparece esa manga de viejos locos y macanudos, con una idea solidaria parida durante la cena entre amigos de la última noche del año 2000.
—¿Y no hay manera de hacer algo? —pregunta Silvia.
Se hace un silencio largo. [...]
—El campo —dice Fontana, después de una pausa—. Eso va a quedar.
—¿En qué sentido?
—Cuando se vaya todo a la mierda, Silvia. El campo va a quedar.
No pasa mucho tiempo antes de que las reflexiones y divagaciones de Fontana desemboquen en el proyecto planteado por Fermín Perlassi:
—Ponemos una acopiadora de granos, les damos a los chacareros la posibilidad de almacenar, ¿entendés? Almacenan en nuestros silos, eligen cuándo vender, cuando mejor son los precios. ¿Me seguís?
—Supongamos que te sigo.
—Después, si la cosa prospera, uno lo puede armar mejor. Venderles a los productores las semillas, los agroquímicos, los fertilizantes. Pero ojo: como una cooperativa. Quiero decir, no para ganar plata.
—¿Y para qué lo haríamos?
—Mirá —Perlassi se lanza a enumerar sus razones con una seguridad que demuestra que lo tiene largamente madurado—. Lo armamos para la gente que tiene poco campo, ¿me seguís? Para que no tengan que arrendarle la tierra a un pool. Lo hacen ellos. Acopian con nosotros...
De los personajes
Nos quedó claro tras la lectura que este es un libro de hombres, donde las figuras masculinas están muy bien delineadas y las femeninas (Silvia, Florencia y Ester Manzi) aparecen muy poco y siempre vistas desde el sesgo y la perspectiva de los hombres de la historia.
Fermín Perlassi es el líder indiscutido de esta improvisada banda, un tipo íntegro, de grandes cualidades, que sabe sacar lo mejor de sus compañeros de equipo. El ex-futbolista es ese típico héroe de pueblo, más admirado por su vocación para ayudar a su comunidad que por sus glorias deportivas pasadas. Perlassi es además un ferviente amante del cine clásico, algo que a la postre se volverá fundamental en la concreción de los planes que lo ocupan en este relato.
Rodrigo Perlassi es un joven de buenos sentimientos, que antepone a todo el hecho de acompañar a su padre en su duelo y en su ulterior proyecto desquiciado. Rodrigo es como el Fermín de 30 años atrás, por lo que al lector no le cuesta ponerse de su lado y esperar que le sonrían la vida y la suerte (y Florencia, por supuesto). Su torpeza ante la mujer que le gusta ha dado pie a interesantes y divertidos comentarios en nuestro club de lectura.
Alfredo Belaunde, el encargado ferroviario, es un capo de la mecánica que aún hace andar un viejo Citroën 2CV. El viejo cascarrabias es tan bueno y confiable como los demás, y acaso el más respetuoso de todos a la hora de escatimar groserías en presencia de Silvia. Belaunde, sin embargo, es también el más provocador cuando se trata de acorralar a Fontana en sus contradictorias inclinaciones políticas y en sus espurias citas de Mijaíl Bakunin.
Atanasio Medina, el viejo loco de palabras ininteligibles que hace su casa en la parte más expuesta a las crecidas del río, que honra como oro su palabra pero le resta todo valor a su firma legal y que le tributa toda clase de cuidos y atenciones al lavador automático que se ganó en una rifa, termina siendo una pieza fundamental en el plan de Perlassi. El lunático veterano de la Primera Compañía del Batallón de Zapadores Pontoneros No 2 de Mendoza, que se ufana de haber salido todo un experto en demoliciones, es el causante de las carcajadas de Rodrigo y Hernán, una vez que estos deciden echar al aire sus expectativas del plan:
Ya lo dijo Stephanie en un post anterior: Cuando reunidos en la primera sesión del año en el Club de la Buena Estrella, me llegó el turno de expresar mi valoración sobre La noche de la Usina, lo primero que dije fue que "a mi gusto, este es, por mucho, el mejor Premio Alfaguara que he leído hasta hoy".
Y es que creo que La noche de la Usina abunda en elementos agradables al lector. Es un relato cautivador, de lectura fluida, ritmo trepidante, imágenes claras y amenos diálogos coloquiales del argentino provincial, donde un variopinto grupo de personajes que me parecen conocidos del propio barrio, sencillos, consistentes, entrañables algunos, profundamente humanos todos, nos contagian primero con su iniciativa solidaria malograda por un par de estafadores, para luego engancharnos en una desquiciada cruzada reivindicativa con mínimas posibilidades de éxito. Y uno quiere que tengan éxito.
Es destacable el magistral hilo conductor con que el autor nos lleva a presenciar la historia. Para ese propósito, Eduardo Sacheri se sirve de la figura de un narrador omnisciente, acaso una extensión del genial Arístides Lombardero, el peculiar maestro de ceremonias y contador de historias del circo itinerante que aparece, nombrado al menos, tan solo en el prólogo. Esa interesante voz narrativa que va muy a su ritmo y a su manera, que no está para complacer "caprichos de burguesitos", se alterna cada tanto con esas conversaciones dotadas de tanta sencillez y naturalidad, salpicadas unas veces con hilaridad, otras con sentimiento, pero siempre con mucho tino y propiedad.
Eduardo Sacheri ha probado ser un experto en el terreno de las historias de reivindicación, que no necesariamente de venganza o de vendetta. Quizá si de revancha, dicho en un sentido más bien deportivo. Esas sempiternas metáforas de fútbol en los relatos del argentino, del juego como un ensayo de la vida, nos hacen creer que alguna vez una manga de tipos comunes y corrientes en un disfuncional trabuco de barrio, puede ganar un juego, o ya de perdida, meter tan siquiera el gol de la honra. Para los eternos coleros y perdedores, perder luchando es casi poético. Empero, ganar alguna vez en la vida, es casi como tocar el cielo con las manos.
El marco histórico de La noche de la Usina
El corralito financiero de diciembre de 2001 es el telón de fondo de la historia en mención, pero el autor no aborda el asunto desde una óptica meramente financiera, como tampoco plantea un análisis de la realidad social, política y económica de la Argentina de inicios del nuevo milenio. Antes bien, el acontecimiento y los antecedentes que desembocaron en él, son vistos desde la perspectiva de unos cuantos tipos comunes, de un pueblo imaginario que pudiera ser cualquier pueblo real en la Argentina de esos días, donde una prolongada recesión, un elevado déficit fiscal, un alto grado de endeudamiento del estado y una terrible política económica basada en una ilusoria paridad de la moneda local frente al dólar, condujeron a la quiebra de muchas empresas incapaces de competir con los precios de los productos importados, y a la consecuente pérdida de empleos. El corralito fue la medida resultante impuesta por el estado para contener la fuga masiva de dinero de los bancos, una manera de evitar el colapso de un sistema ya muy maltrecho.
Pues bien, todas esas cosas son contadas por Sacheri de una manera más simple, más desde la óptica del pueblo, describiendo cómo una fuente de empleo tras otra se van extinguiendo y dejando a la gente sin trabajo ni oportunidades, dando cuenta de cómo algunos se embarcan en pequeños negocios familiares que no cuajan y que al final los dejan sumidos en una crisis aún peor.
Es ahí, en medio de esa crisis en que todo apunta a que "el país se va a la mierda", donde aparece esa manga de viejos locos y macanudos, con una idea solidaria parida durante la cena entre amigos de la última noche del año 2000.
—¿Y no hay manera de hacer algo? —pregunta Silvia.
Se hace un silencio largo. [...]
—El campo —dice Fontana, después de una pausa—. Eso va a quedar.
—¿En qué sentido?
—Cuando se vaya todo a la mierda, Silvia. El campo va a quedar.
No pasa mucho tiempo antes de que las reflexiones y divagaciones de Fontana desemboquen en el proyecto planteado por Fermín Perlassi:
—Ponemos una acopiadora de granos, les damos a los chacareros la posibilidad de almacenar, ¿entendés? Almacenan en nuestros silos, eligen cuándo vender, cuando mejor son los precios. ¿Me seguís?
—Supongamos que te sigo.
—Después, si la cosa prospera, uno lo puede armar mejor. Venderles a los productores las semillas, los agroquímicos, los fertilizantes. Pero ojo: como una cooperativa. Quiero decir, no para ganar plata.
—¿Y para qué lo haríamos?
—Mirá —Perlassi se lanza a enumerar sus razones con una seguridad que demuestra que lo tiene largamente madurado—. Lo armamos para la gente que tiene poco campo, ¿me seguís? Para que no tengan que arrendarle la tierra a un pool. Lo hacen ellos. Acopian con nosotros...
De los personajes
Nos quedó claro tras la lectura que este es un libro de hombres, donde las figuras masculinas están muy bien delineadas y las femeninas (Silvia, Florencia y Ester Manzi) aparecen muy poco y siempre vistas desde el sesgo y la perspectiva de los hombres de la historia.
Fermín Perlassi es el líder indiscutido de esta improvisada banda, un tipo íntegro, de grandes cualidades, que sabe sacar lo mejor de sus compañeros de equipo. El ex-futbolista es ese típico héroe de pueblo, más admirado por su vocación para ayudar a su comunidad que por sus glorias deportivas pasadas. Perlassi es además un ferviente amante del cine clásico, algo que a la postre se volverá fundamental en la concreción de los planes que lo ocupan en este relato.
Rodrigo Perlassi es un joven de buenos sentimientos, que antepone a todo el hecho de acompañar a su padre en su duelo y en su ulterior proyecto desquiciado. Rodrigo es como el Fermín de 30 años atrás, por lo que al lector no le cuesta ponerse de su lado y esperar que le sonrían la vida y la suerte (y Florencia, por supuesto). Su torpeza ante la mujer que le gusta ha dado pie a interesantes y divertidos comentarios en nuestro club de lectura.
Alfredo Belaunde, el encargado ferroviario, es un capo de la mecánica que aún hace andar un viejo Citroën 2CV. El viejo cascarrabias es tan bueno y confiable como los demás, y acaso el más respetuoso de todos a la hora de escatimar groserías en presencia de Silvia. Belaunde, sin embargo, es también el más provocador cuando se trata de acorralar a Fontana en sus contradictorias inclinaciones políticas y en sus espurias citas de Mijaíl Bakunin.
Atanasio Medina, el viejo loco de palabras ininteligibles que hace su casa en la parte más expuesta a las crecidas del río, que honra como oro su palabra pero le resta todo valor a su firma legal y que le tributa toda clase de cuidos y atenciones al lavador automático que se ganó en una rifa, termina siendo una pieza fundamental en el plan de Perlassi. El lunático veterano de la Primera Compañía del Batallón de Zapadores Pontoneros No 2 de Mendoza, que se ufana de haber salido todo un experto en demoliciones, es el causante de las carcajadas de Rodrigo y Hernán, una vez que estos deciden echar al aire sus expectativas del plan:
—¡Y Medina! ¡Medina! ¡No te olvides, te pido por favor, que estamos intentando dar el golpe del siglo con el viejo Medina!
José y Eladio López son los cándidos obreros todo-terreno del plan, tan incapaces de estar separados como de estar juntos sin pelear. Son dos típicos hermanos en acción sincronizada, con poco seso pero con mucho corazón. Así las matemáticas se les nieguen y los cálculos del trabajo pendiente les salgan disparados, los López están más que dispuestos a realizarlo.
El transportista Francisco Lorgio es un gallego-argentino de valores muy elevados y sentimientos a flor de piel. El tipo se solidariza con la causa desde un principio y no tiene reparo en aportar una fuerte suma de dinero. Lorgio da trabajo a los López y se muestra siempre solidario y tolerante. Tiene, sin embargo, un punto de fallo: No es capaz de ejercer esas cualidades con su hijo Hernán, un tipo rebelde y disoluto que intenta sin éxito congraciarse con su padre. Francisco Abriga en el fondo una esperanza de que Hernán se redima en esta empresa.
Fortunato Manzi es el empresario visionario, desalmado y carente de ética que sacará provecho de cualquier oportunidad de hacer dinero que se le presente. Manzi adolece además de una traumática incapacidad para aceptar una derrota. Este personaje es probablemente el que mejor pone de manifiesto la enorme capacidad de Sacheri para crear personajes creíbles, sin abusos maniqueos y sin emitir juicios personales sobre ellos. Sacheri solo cuenta, pone las cartas sobre la mesa y deja que el lector decida.
Y para cerrar, porque para mí merece mención aparte, está el personaje de Antonio Fontana. Este es un tipo con altas concentraciones de ironía y sarcasmo, un verdadero as cuando se trata de echar bandos y puteadas. De más está decir que es mi personaje favorito. Ese engendro formado a partes iguales por sus fundamentos anarquistas y su incondicional lealtad al alfonsinismo, es también una suerte de líder, pero a la sombra. Más negativo y amargado que sus "camaradas" en esta historia, Fontana matiza y complementa el liderazgo de Perlassi, y aporta esos divertidos delirios de comando anarquista que él asume con absoluta seriedad. En definitiva, Fontana es leal a las causas en las que cree y a los principios que lo definen. Quiere una vida simple, no tiene ataduras materiales ni le importan demasiado las opiniones de los demás, y por eso se dedica a refaccionar llantas en su garaje cuando se queda sin su empleo de jefe de campamento de vialidad. La mayor parte de las cosas que el libro nos dice de Fontana pasan solo en la cabeza de éste, y muy pocas veces llegan a convertirse en palabras.
Conclusión
Le doy 5 estrellas, así de simple. Siempre sostuve que no le daba más de 4 estrellas a un libro reciente, que me guardaba esa valoración para los clásicos literarios. Pues La noche de la Usina me descompuso los esquemas. Esta es esa clase de libro que uno puede recomendar o regalar sin temor de defraudar. Tiene calidad narrativa, una buena historia, unos personajes magníficamente logrados, una formidable exploración de los comportamientos humanos y un marco histórico que sirve de ancla y referencia con una realidad cercana en el tiempo y en el espacio. Este libro seguramente ofrecerá múltiples elementos de identificación a los lectores de esta generación y de las venideras. ¿No es esa acaso la definición de clásico?
Eduardo Sacheri ha dado en el clavo con este Alfaguara. Ya un par de veces propuse sin éxito algunos de sus libros en el club: "La pregunta de sus ojos" y "Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol". La democracia, sin embargo, nos llevó por otros rumbos literarios. Qué bueno que esta vez pudimos leerlo como club por ser el último Premio Alfaguara una lectura pre-asignada para cada mes de enero. Y qué bueno que ha sido del agrado de todos en el grupo, algo que a lo mejor allana el camino para repetir en el futuro las propuestas de lectura anteriormente fallidas.
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