Justo voy terminando de leer este
libro y lo primero que quise fue venir al blog a leer sus comentarios, como ya
se habrán dado cuenta, he estado físicamente ausente de las reuniones pero
siguiendo de corazón y en las lecturas al club. Lamentablemente he tenido un
año raro en que me ha costado terminar de leer los libros, cada mes empiezo con
la ilusión de terminar y por una u otra razón no lo logro.
Empecé a leer Noviembre
retrasada, Mike me lo regaló de cumpleaños
y he empezado a leerlo desde el primer día que lo tuve entre mis manos.
Teníamos el deseo de leerlo juntos y el primer par de semanas esperé
pacientemente a que se diera el momento en que pudiéramos leerlo en pareja pero
ha sido tan difícil coincidir en tiempo
y en ánimo que decidí saltarme el ritual y empecé a leerlo en mis momentos de soledad y
tranquilidad.
Y he terminado hoy, el día que
tengo libre debido a que en Estados Unidos conmemoran el Día de los Caídos, día
de los mártires de guerra. Sin pretenderlo así, he adaptado esa conmemoración a
nuestra propia historia salvadoreña y he dado honor a los caídos universales de
guerra, leyendo un libro sobre mártires salvadoreños.
Estoy sentada en la sala de mi
casa con las emociones a flor de piel y con el corazón hecho un nudo, este libro me ha llevado a recordar cada
visita que he hecho a la capilla de la UCA, las veces que he visto las fotos de
la masacre y las ropas de los mártires, inclusive he pensado en mis propios
paseos por la pastoral de la universidad, la biblioteca y los aledaños y como
caminé a diario por esas mismas calles que años atrás, estos hombres de valor y
de paz recorrieron mientras trabajaban por la justicia e igualdad social.
He recordado mi niñez, en una
casa que me situaba físicamente lejos del conflicto pero como muchos de
nosotros, con personas cercanas que andaban en las montañas, por tanto aunque
no hubiera bombas cayendo cerca de mi casa, pues vivía en las cercanías del Estado
Mayor, vivíamos pegadas de la Radio Venceremos, escuchando noticias, con la fe
de que cualquier día mis seres queridos tocarían a la puerta y volverían a
casa. Tuvimos la suerte de que así fue. Aún tengo presente el día en que estaba
en el jardín frontal de la casa junto a mi madre regando la grama y recogiendo
las hojas caídas del pino que daba sombra todos los días, cuando vi hacia la
izquierda, una silueta apenas reconocible, con un vestido viejo y pasado de
moda, como tres tallas más grande que la de ella y con un rostro pálido y ajado
como papel crespón y grité “Mamá, mamá, allí viene la Vilma”, una alegría
indescriptible que aún ahora que la recuerdo, se me hacen agua los ojos. Hasta
ese rincón agridulce de mi memoria me ha llevado Noviembre.
Noviembre es un libro conmovedor que va más allá de la muerte de
los jesuitas, nos da trazos de la historia de nuestro conflicto, nos muestra por
ejemplo como un niño ingenuo cuya ilusión es conocer un museo en las montañas
de Chalatenango y que uno de sus recuerdos más felices de niñez ha sido el día
en que conoció a Monseñor Romero en su primera comunión, termina siendo miembro
del equipo del batallón Atlacatl que lleva a cabo el operativo para matar a los
jesuitas. ¿Puede uno sentir rabia hacia ese joven que no encontró más
oportunidad para ganarse la vida que unirse al ejército? Teniendo la mala fortuna de haber nacido con
la habilidad de tener una excelente puntería en un momento histórico que esa
destreza lo califica para hacerlo parte de quien sabe cuántos operativos
macabros. Una destreza que no pidió, que
ahora lo lleva a vivir la culpa como vive la memoria.
Me gustó mucho que incluyera la
muerte del padre Rutilio Grande en este libro pues es un suceso fundamental en
la historia del país, no sólo por lo que
implica su muerte misma sino por el impacto que tiene sobre Monseñor
Romero. He leído varios libros sobre Monseñor Romero y está claro que la muerte
del Padre Rutilio Grande es un parteaguas en su vida, como si su llamado a ser
profeta y denunciar se haya despertado ese día que lo vio en su lecho de
muerte.
En lo personal, me llena de orgullo ser de la
tierra que vio emerger voces tan fuertes como la del Padre Rutilio, Monseñor
Romero y la del Padre Ellacuría. Algo tiene la sencillez de nuestro pueblo que
hizo que cientos de personas como ellos
estuvieran dispuestos a poner en riesgo sus vidas por el “nosotros”. Lo que vieron nuestros mártires en los ojos
de los Juanes, Migueles y las Saras que pasaron por sus vidas, los motivaron a
vivir su vida en función de algo más grande y llevar ese mandamiento de amor que
aprendieron de la vida de Jesús hasta el extremo de dar la vida por los demás.