Me bastó con leer el prólogo de Un mundo feliz, en la edición revisada de 1947, para ascender a Aldous Huxley a mi propia versión personal del Olimpo de los dioses. El tipo era un capo. O fue capaz de viajar hacia adelante en el tiempo para observar, analizar y comprender otro presente, y entonces regresar a su propia época a escribir lo que vio en el futuro; o estaba provisto de una clarividencia abrumadora, dotado de una sorprendente capacidad para elucubrar sobre el porvenir, dibujando con coherencia casi profética la línea de acontecimientos que conectarían su tiempo con el nuestro, y quizá hasta con otros eventos en el futuro.
Tan sólo un par de años después que el nefasto lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki diera inicio a la era nuclear, Huxley ya anticipaba que, si bien habría después muchas guerras y conflictos geográficamente focalizados empleando armamento convencional, ya no ocurriría otro incidente atómico en el futuro cercano. De la misma manera, intuyó que los gobiernos se radicalizarían y se volverían totalitarios, mucho más informados y obsesionados por controlar la forma de vida, pensamiento y acción de sus propios ciudadanos. Huxley habló de la sociedad de consumo, de la dependencia casi enfermiza de la tecnología y del condicionamiento y la programación de la sociedad por la publicidad y la propaganda.
El autor británico también anticipó la llegada de los bebés de probeta, predijo la revolución sexual e introdujo conceptos como la realidad virtual. De hecho, apenas sin nombrarlos, habló del Prozac o del Bupropion, de la Guerra Fría y del fenómeno de la paz basada en la destrucción mutua asegurada. En conclusión, en ese prólogo de 1947, Huxley describió la segunda mitad del siglo XX como si la hubiera visto en una bola de cristal. Si bien la mayoría de sus aciertos no van en la línea del progreso tecnológico, su gran tino y precisión en sus previsiones sobre la evolución del hombre en el plano sociológico es simplemente admirable. El genio de Huxley me parece asombroso.
Del argumento
En Un mundo feliz, publicado en 1932, Aldous Huxley describe la dictadura perfecta ejercida por un gobierno unificado y centralizado, el Estado Mundial. En un relato ubicado 600 años después de la creación del modelo T de Ford, primer automóvil producido en serie en 1906, los humanos de probeta también son creados en serie y preparados para encajar en castas sociales diferenciadas y roles laborales predefinidos, todo mediante un programa de condicionamiento al que son sometidos desde la tierna infancia, convirtiéndolos en esclavos que aman su servidumbre y que se sienten felices de sus vidas cómodas y de sus hábitos permisivos.
En ese sistema que anula cualquier individualidad, la humanidad es programada para producir de manera eficiente, para ignorar los sentimientos y emociones de carácter extremo y para vivir sin restricciones religiosas y morales, libres de los conceptos de Dios, familia, paternidad y maternidad.
La sociedad del mundo feliz no piensa ni elucubra, no disiente ni se rebela, no conoce el arte puro ni la literatura heredada de las sociedades “imperfectas” e “incivilizadas” del pasado. Adormecidos por la programación hipnopédica del subconsciente, los ciudadanos del mundo de Huxley disfrutan de evadirse mentalmente y hasta de vacacionar por medio del soma, la droga creada y distribuida por el Estado para mantenerlos relajados, estables y bajo control, “como la religión o el alcohol, pero sin sus nocivos efectos secundarios”.
En este mundo (¿utópico?), Huxley se vale de un Alfa+ descontento y con algún grado de consciencia individual (Bernard Marx), de un superior ensañado en su contra (el director Thomas), de una mujer Beta+, perfecta, promiscua y “neumática” (Lenina Crowne) y de un inspirador antisistema nacido en la reserva de salvajes, lejos de la civilización (John el salvaje); para armar un interesante nudo argumental que plantea cuan antinatural resulta un mundo en el que la gente solo puede ser feliz a costa de sacrificar la individualidad, la familia y las emociones más intensas y profundas del ser humano.
De la forma y el estilo
El estilo narrativo de Huxley, y hablo específicamente de Un mundo feliz, no será abundante en belleza lírica (y quizá por eso al libro le venga tan bien el auxilio de las citas de Shakespeare). No obstante, el hilo narrativo es entretenido, limpio, fluido, ordenado, cronológico y descriptivo de un modo práctico. Como un caso destacable, tengo presente que en un momento de gran intensidad hacia el final del capítulo tres, en un recurso más típico del cine que de la literatura (sobre todo en 1932, cuando las películas sonoras eran una novedad), Huxley llega a traslapar de manera genial un discurso, una grabación hipnopédica, un soliloquio y hasta 3 conversaciones simultaneas que se desarrollan en lugares distintos, las unas como replicaciones o confirmaciones de las otras. Luego, la apabullante profundidad de sus reflexiones es innegable.
De los personajes
Me gusta el personaje de Bernard Marx, aunque raye en lo patético. Su inteligencia superior, su pensamiento rebelde y su contrastante accionar tímido lo vuelven auténtico y coherente con su despertar y con el grado de consciencia individual que cabe dentro de su entorno y condicionamiento. Su soledad y amargura, así como sus episodios de delirante fanfarronería, son consecuencias lógicas del hecho de que es distinto y lo sabe. Quizá su déficit físico y su mente superior sean rasgos y proyecciones del mismo Huxley.
John el salvaje es un gran personaje. Es fuerte, libre, apasionado, contrastante y extremo, una suerte de mesías absolutamente necesario para la historia. Pareciera que el salvaje es el recipiente en el que Huxley vuelca su pensamiento anarquista y, a través de él, se rebela contra toda forma de poder y control que, en su tiempo o en el futuro, amenazara con anular al individuo en el afán de lograr una sociedad estable. De su memorable diálogo con Mustafá Mond, cito mi parte favorita:
—¿S.P.V.?
—Sucedáneo de Pasión Violenta. Regularmente una vez al mes, inundamos el organismo con adrenalina. Es un equivalente fisiológico completo del temor y la ira. Todos los efectos tónicos que produce asesinar a Desdémona o ser asesinado por Otelo, sin ninguno de sus inconvenientes.
—Es que a mí me gustan los inconvenientes.
—A nosotros, no —dijo el Interventor—. Preferimos hacer las cosas con comodidad.
—Pues yo no quiero comodidad. Yo quiero a Dios, quiero poesía, quiero peligro real, quiero libertad, quiero bondad, quiero pecado.
—En suma —dijo Mustafá Mond—, usted reclama el derecho a ser desgraciado.
—Muy bien, de acuerdo —dijo el Salvaje, en tono de reto—. Reclamo el derecho a ser desgraciado.
—Esto, sin hablar del derecho a envejecer, a volverse feo e impotente, el derecho a tener sífilis y cáncer, el derecho a pasar hambre, el derecho a ser piojoso, el derecho a vivir en el temor constante de lo que pueda ocurrir mañana; el derecho a pillar un tifus; el derecho a ser atormentado.
Siguió un largo silencio.
—Reclamo todos estos derechos —concluyó el Salvaje.
Mustafá Mond, interventor mundial de Europa occidental, es un personaje muy bien hecho. Cínico y práctico, Mond es el ejemplo más absurdo de servidumbre feliz disfrazada de poder, ya que aparentemente está por encima del sistema: tiene libros antiguos, conoce de historia, es brillante, un hombre de verdadera ciencia y no simplemente de tecnología de consumo, y se puede decir que ejerce su autoridad con bastante margen de maniobra y criterio individual. Sin embargo, ha optado por sacrificar sus pasiones y ha preferido escalar en el sistema. Al hacerlo, ha negado, o al menos ha ocultado su consciencia individual, para servir a la sociedad desde su rol como interventor. Para que su puesto de poder exista, el sistema debe perdurar, pero en ese sistema no caben sus individualidades y pasiones. He ahí la paradoja.
No me simpatiza nada el personaje de Helmholtz Watson, “el prototipo perfecto de Alfa+”. De hecho me disgusta que solo guarde silencio cuando algo de lo que Marx dice o hace le molesta, ¡vaya amigo! Helmholtz me parece la clase de sujeto que, por tenerlo y poderlo todo, sufre un ataque de despropósito y existencialismo. Sin embargo, debo reconocer que de él viene uno de los comentarios que más me gustaron, una perspicaz reflexión acerca de la relación entre calidad literaria y sufrimiento:
“—Y sin embargo —dijo Helmholtz cuando, habiendo recobrado el aliento suficiente para presentar excusas, logró que el Salvaje escuchara sus explicaciones—, sé perfectamente que uno necesita situaciones ridículas y locas como ésta; no se puede escribir realmente bien acerca de nada más. ¿Por qué ese viejo escritor (Shakespeare) resulta un técnico en propaganda tan maravilloso? Porque tenía tantísimas cosas locas, extremas, acerca de las cuales excitarse. Uno debe poder sentirse herido y trastornado; de lo contrario, no puede pensar frases realmente buenas, penetrantes como los rayos X.“
También me parecen pálidos los personajes de Benito Hoover y Henry Foster, pero reconozco que son útiles para demostrar las diferentes percepciones y posturas que un Alfa+ puede tener con respecto al sistema. Es claro que Hoover y Foster lo disfrutan, mientras que Helmholtz lo cuestiona de manera pasiva (salvo por un extraño episodio de puñetazos solidarios junto al salvaje y de un súbito arranque de antagonismo con el interventor Mond). En cuanto a Bernard Marx, él critica el sistema de tal manera que va y viene entre la cobardía y la frontalidad, pero resulta igualmente intrascendente, tan típicamente intelectual e intrascendente como ha sido para nuestra generación discutir sobre conflictos y revoluciones en un café o establecer posturas políticas en Facebook.
Párrafo aparte para los asuntos de género y de raza o etnia. Las mujeres son cosificadas y tienen escasa importancia en el centro neurálgico de poder en el mundo feliz. Los individuos de raza negra o de cualquier otra minoría étnica son siempre Gammas- y Epsilones, las castas más bajas de la sociedad. No carece de ironía señalar que Aldous Huxley también estaba condicionado al pensamiento europeo colonial y machista imperante en el primer tercio del siglo XX.
Influencia cultural
La influencia de Huxley es tal, que encontramos múltiples referencias y alusiones a su obra en la música, el cine y la cultura pop contemporánea. Iron Maiden, Marilyn Manson, Richard Ashcroft, Motörhead, Iron Savior, Sepultura, Tankard y The Strokes, entre otros, mencionan el tema o aluden a algún personaje del libro.
Algunos músicos de pensamiento alternativo, han hecho canciones críticas sobre la escuela y la educación tradicional, a las que consideran métodos de programación y condicionamiento que anulan nuestra individualidad natural. En The Logical Song (Supertramp, 1979), el compositor Roger Hodgson expone de manera muy emotiva la evolución de un hombre que añora su niñez inocente y libre, que fue sometido a una estricta educación que lo programó para encajar en un mundo en el que no caben las reacciones individuales espontaneas, donde se siente coartado en su libertad de expresión y es presionado para conformarse. El resultado es la confusión y la crisis de identidad.
En el ámbito cinematográfico, Demolition Man, La Isla, Equilibrium y The Matrix, son solo algunas películas que abordan conceptos relativos a la temática de Un mundo feliz. También hay dos adaptaciones del libro para la televisión: una serie de la BBC de 1980 y una película de 1998 (con demasiadas licencias) que tuvimos oportunidad de ver en el club.
Valoración personal
Por su aporte conceptual y el enorme interés que reviste imaginar el futuro como Aldous Huxley lo vislumbró en Un mundo feliz, considero al libro una verdadera joya. Le doy cuatro de cinco estrellas.
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