Causas naturales es un buen libro y merece ser leído. Por esas cosas del calendario, fue solo hasta este primer jueves hábil de enero que por fin pudimos reunirnos y comentar (ya de manera extemporánea) el libro de la joven autora salvadoreña Claudia Hernández, nuestra lectura opcional para diciembre de 2014 en el Club de la Buena Estrella. De modo que, antes de enfrascarme de lleno en el libro de enero de 2015, hago un alto para redactar este post y de esta manera dar finiquito a la deuda de lecturas que gustosamente contrajimos como grupo el año recién pasado.
2014 marcó un período de buenas lecturas y conversaciones en nuestro club. Luego de calentar motores con La invención del amor de José Ovejero, el año alcanzó picos y mantuvo rachas de gran calidad con las lecturas de Anna Karénina de León Tolstoi, Ficciones de Jorge Luis Borges, El último encuentro de Sándor Márai, La conciencia de Zeno de Italo Svevo, El ladrón de Fuminori Nakamura y El cementerio de Praga de Umberto Eco. El vaso de mis expectativas personales no se llenó con La casa del silencio de Orhan Pamuk ni con Secretos a voces de Alice Munro (ambos ganadores del Premio Nobel de Literatura), pero creo que en cambio tuvimos una grata primera experiencia con el comic book Persépolis de Marjane Satrapi, e hicimos un verdadero descubrimiento (lo fue al menos en mi caso particular) con la veterana escritora salvadoreña Yolanda C. Martínez, cuyo Corazón ladino gustó mucho en nuestro club, generó muy buenas charlas en las reuniones de septiembre y dio pie a la publicación de varias entradas y comentarios en nuestro blog.
Llegamos al último mes del año con la lectura de Estupor y temblores de Amélie Nothomb y, conscientes de que el libro es corto y el estilo de la escritora belga es de rápido y deleitable consumo, pensamos en programar una lectura opcional igualmente corta para las vacaciones de fin de año. Así fue como el libro Causas Naturales encajó perfecto en nuestra programación.
Nunca había leído a Claudia Hernández y ha sido muy grato encontrarme con este libro. Su estilo fluido, breve y directo es fácil de seguir y asimilar. En sus cuentos hay narradores de ambos sexos y de diferentes edades que resultan coherentes y convincentes a pesar de que viven situaciones extrañas y a veces muy perturbadoras. Me parece que sus relatos son exportables a otros tiempos y lugares, con escenarios que toman cosas de nuestro entorno y las combinan con las de otros ambientes menos familiares. Sus cuentos, como sus escenarios, son siempre muy estructurados.
Porque me ha pasado mucho con este libro, diré a manera de paréntesis que a veces me ocurre algo un tanto extraño mientras leo, y es que en mi cabeza le pongo una voz a la lectura. Es una cosa natural, no el producto de un esfuerzo consciente. Y nunca es la misma voz, es más bien una selección azarosa. Puede ser la voz de Lalo Mir, la de Samuel L. Jackson o la de los viejos documentales españoles de Al filo de lo imposible. Es como si a medida que leo y voy encontrando un cierto ritmo y cadencia que me va dando familiaridad con la personalidad del narrador (sea éste un sujeto identificado o uno del tipo anónimo omnisciente), en algún momento la voz aparece.
Pues bien, los cuentos de Causas naturales los he leído con las voces de Anthony Hopkins, Edward Norton, Juliette Binoche, del Macaulay Culkin de The Good Son o de la Natalie Portman de The Professional. Locuras de mi cosecha. Quizá esa particular lista de doblajes mentales se deba a que los relatos, cuyas temáticas me parecen un tanto oscuras, con sus atmósferas a veces frías y silentes, y con esa abundancia de surrealismos metafóricos, tienen un ritmo lento y un desarrollo metódico que me da la sensación de que están siendo contados por narradores impasibles y sobrios, que detallan cosas perturbadoras con absoluta naturalidad, sin mayores inmutaciones ni parpadeos. Por supuesto, hay algunos cuentos en que hay más color y calidez, pero las personas maníacas y obsesivas, muchas veces desprovistas de empatías y consideraciones, están a la orden del día, bien sea como meros personajes o incluso como narradores.
Me gustaron especialmente los relatos de Habitaciones, Niños eternos, En pleno comedor, Un pañuelito, Despedida, Canícula, La casa de los lirios y Viejos Amigos. Claudia Hernández suele narrar descubrimientos y transformaciones. Repara mucho en las circunstancias, quizá tanto como en las personas, quienes parecen resignar su voluntad a la naturaleza que absorbe los fenómenos extraños y los vuelve habituales.
No pude evitar detenerme al encontrar alguna frase que me pareció bonita de una manera melancólica, como: "era cortés, eso sí, pero tenía el ánimo de la gente que no ha visto el sol por mucho tiempo", o "recortar las hojas a las que les llegaba más temprano el otoño".
Con frecuencia la escritora mantiene al lector en vilo sobre algún detalle de la historia que apenas asoma y que de hecho algunas veces nunca llega a contar. Ese halo de misterio es un recurso por demás efectivo, ya que enciende nuestro interés por esa otra historia que se anida en la que estamos leyendo y de la que probablemente la autora opte no decirnos más, como si al contarnos sobre un eclipse de sol, decidiera aposta hablar solamente de uno de los dos astros implicados en el evento. Ese es el caso de Viejos amigos, un cuento en el que la narradora habla de la vuelta de su hermano a la casa de su infancia, de la que toda la familia debió huir años atrás "de prisa y llorando durante la noche", por circunstancias que no revela en su totalidad, pero que fácilmente podemos llegar a relacionar con la guerra salvadoreña. Sin embargo, la historia que la ocupa es otra igualmente interesante, aunque bastante menos convencional que la realidad de nuestro pasado y nunca bien muerto conflicto armado.
Dice la sinopsis del libro que "tras una serie de pequeñas transformaciones sucesivas, los habitantes de este universo (adultos nuevos), desisten de su intención de transformarlo y se suman a él para defender y acuerpar sus causas naturales."
Suscribo. También en mi generación creímos que seríamos diferentes y al final terminamos siendo absorbidos por las mismas realidades que vivieron las anteriores, sucumbiendo ante las causas naturales.
2014 marcó un período de buenas lecturas y conversaciones en nuestro club. Luego de calentar motores con La invención del amor de José Ovejero, el año alcanzó picos y mantuvo rachas de gran calidad con las lecturas de Anna Karénina de León Tolstoi, Ficciones de Jorge Luis Borges, El último encuentro de Sándor Márai, La conciencia de Zeno de Italo Svevo, El ladrón de Fuminori Nakamura y El cementerio de Praga de Umberto Eco. El vaso de mis expectativas personales no se llenó con La casa del silencio de Orhan Pamuk ni con Secretos a voces de Alice Munro (ambos ganadores del Premio Nobel de Literatura), pero creo que en cambio tuvimos una grata primera experiencia con el comic book Persépolis de Marjane Satrapi, e hicimos un verdadero descubrimiento (lo fue al menos en mi caso particular) con la veterana escritora salvadoreña Yolanda C. Martínez, cuyo Corazón ladino gustó mucho en nuestro club, generó muy buenas charlas en las reuniones de septiembre y dio pie a la publicación de varias entradas y comentarios en nuestro blog.
Llegamos al último mes del año con la lectura de Estupor y temblores de Amélie Nothomb y, conscientes de que el libro es corto y el estilo de la escritora belga es de rápido y deleitable consumo, pensamos en programar una lectura opcional igualmente corta para las vacaciones de fin de año. Así fue como el libro Causas Naturales encajó perfecto en nuestra programación.
Nunca había leído a Claudia Hernández y ha sido muy grato encontrarme con este libro. Su estilo fluido, breve y directo es fácil de seguir y asimilar. En sus cuentos hay narradores de ambos sexos y de diferentes edades que resultan coherentes y convincentes a pesar de que viven situaciones extrañas y a veces muy perturbadoras. Me parece que sus relatos son exportables a otros tiempos y lugares, con escenarios que toman cosas de nuestro entorno y las combinan con las de otros ambientes menos familiares. Sus cuentos, como sus escenarios, son siempre muy estructurados.
Porque me ha pasado mucho con este libro, diré a manera de paréntesis que a veces me ocurre algo un tanto extraño mientras leo, y es que en mi cabeza le pongo una voz a la lectura. Es una cosa natural, no el producto de un esfuerzo consciente. Y nunca es la misma voz, es más bien una selección azarosa. Puede ser la voz de Lalo Mir, la de Samuel L. Jackson o la de los viejos documentales españoles de Al filo de lo imposible. Es como si a medida que leo y voy encontrando un cierto ritmo y cadencia que me va dando familiaridad con la personalidad del narrador (sea éste un sujeto identificado o uno del tipo anónimo omnisciente), en algún momento la voz aparece.
Pues bien, los cuentos de Causas naturales los he leído con las voces de Anthony Hopkins, Edward Norton, Juliette Binoche, del Macaulay Culkin de The Good Son o de la Natalie Portman de The Professional. Locuras de mi cosecha. Quizá esa particular lista de doblajes mentales se deba a que los relatos, cuyas temáticas me parecen un tanto oscuras, con sus atmósferas a veces frías y silentes, y con esa abundancia de surrealismos metafóricos, tienen un ritmo lento y un desarrollo metódico que me da la sensación de que están siendo contados por narradores impasibles y sobrios, que detallan cosas perturbadoras con absoluta naturalidad, sin mayores inmutaciones ni parpadeos. Por supuesto, hay algunos cuentos en que hay más color y calidez, pero las personas maníacas y obsesivas, muchas veces desprovistas de empatías y consideraciones, están a la orden del día, bien sea como meros personajes o incluso como narradores.
Me gustaron especialmente los relatos de Habitaciones, Niños eternos, En pleno comedor, Un pañuelito, Despedida, Canícula, La casa de los lirios y Viejos Amigos. Claudia Hernández suele narrar descubrimientos y transformaciones. Repara mucho en las circunstancias, quizá tanto como en las personas, quienes parecen resignar su voluntad a la naturaleza que absorbe los fenómenos extraños y los vuelve habituales.
No pude evitar detenerme al encontrar alguna frase que me pareció bonita de una manera melancólica, como: "era cortés, eso sí, pero tenía el ánimo de la gente que no ha visto el sol por mucho tiempo", o "recortar las hojas a las que les llegaba más temprano el otoño".
Con frecuencia la escritora mantiene al lector en vilo sobre algún detalle de la historia que apenas asoma y que de hecho algunas veces nunca llega a contar. Ese halo de misterio es un recurso por demás efectivo, ya que enciende nuestro interés por esa otra historia que se anida en la que estamos leyendo y de la que probablemente la autora opte no decirnos más, como si al contarnos sobre un eclipse de sol, decidiera aposta hablar solamente de uno de los dos astros implicados en el evento. Ese es el caso de Viejos amigos, un cuento en el que la narradora habla de la vuelta de su hermano a la casa de su infancia, de la que toda la familia debió huir años atrás "de prisa y llorando durante la noche", por circunstancias que no revela en su totalidad, pero que fácilmente podemos llegar a relacionar con la guerra salvadoreña. Sin embargo, la historia que la ocupa es otra igualmente interesante, aunque bastante menos convencional que la realidad de nuestro pasado y nunca bien muerto conflicto armado.
Dice la sinopsis del libro que "tras una serie de pequeñas transformaciones sucesivas, los habitantes de este universo (adultos nuevos), desisten de su intención de transformarlo y se suman a él para defender y acuerpar sus causas naturales."
Suscribo. También en mi generación creímos que seríamos diferentes y al final terminamos siendo absorbidos por las mismas realidades que vivieron las anteriores, sucumbiendo ante las causas naturales.
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