"Al Narrador, si hemos de ser francos, a menudo le ha costado orientarse, pero considera que un lector como Dios manda podría pasar por alto estas sutilezas y disfrutar igualmente de la historia." Umberto Eco, El cementerio de Praga
Si bien es cierto que no todos en el Club de la Buena Estrella pudieron completar el libro asignado para noviembre, me complace decir que quienes lo terminamos quedamos muy satisfechos con la lectura, y que aquellos que lo iniciaron y por diversos motivos han debido abandonar en algún punto el relato, tienen intenciones de retomarlo.
Fue hace poco más de un año que decidí proponer El cementerio de Praga, y lo hice por dos motivos: El primero, es que se trata de Umberto Eco y esa es una razón poderosa y hasta suficiente. El segundo, es que levantó polvo desde que se publicó. Apenas se lanzó en Italia, en noviembre de 2010, el Osservatore Romano –el diario del Vaticano– lo criticó duramente. Se preguntaron si no fomentaba el antisemitismo que decía atacar. “Denunciar el antisemitismo poniéndose en la piel de los antisemitas”, escribió la historiadora Lucetta Scaraffia en ese medio, “no funciona como una verdadera acusación. El lector acaba por resultar contaminado por el delirio antisemita. Cuando se evoca el mal, es necesario enfrentarlo al bien, para que sirva de contraste”. Y el caso es que del libro no salen limpios el Vaticano, la curia ni las órdenes esparcidas por el mundo, jesuitas por delante.
Luego leí algo de la crítica literaria, que no tardó en aparecer para descalificar la nueva obra de Eco midiéndola, como siempre, con la vara de El nombre de la rosa. Pero el genial Umberto Eco no se repite nunca. Tampoco pide permiso. Así se ofenda quien se ofenda, el reconocido escritor italiano no se preocupa demasiado de guardarse argumentos, mermar críticas, apaciguar el ritmo, ni mesurar el tono que da a sus personajes. Aplica la misma fórmula para quienes, con otras expectativas, se decepcionan al encontrarse con esta pieza literaria, que ni por magistral se parece un par de líneas a El nombre de la rosa.
El cementerio de Praga es otra cosa. 31 años después de su libro más reconocido, el Umberto Eco de 78 años se toma otras licencias y explora nuevas posibilidades en el estilo y las formas de comunicar su historia. Y vaya historia: Un mes de registros en el diario de vida que comparten dos personalidades excluyentes de un mismo individuo, donde se anidan múltiples relatos históricos de la convulsa Europa de hace más de un siglo, a los que nuestro personaje de doble identidad asiste como algo más que un mero espectador. Porque el capitán Simon Simonini es una suerte de oscuro Forrest Gump de la historia europea de la segunda mitad del siglo XIX, bastante menos inocente y simpático que el omnipresente Forrest, y muchísimo más vivaz, maquiavélico, brillante, desdeñoso y repelente; un odioso e inmoral misógino, glotón, xenófobo y racista; bien provisto de todo tipo de tretas, ardides y malas artes; pero, al fin y al cabo, un verdadero artista de la falsificación, el fraude y la conspiración.
"Tenía dudas cuando terminé este libro: Acababa de crear el personaje más antipático en la historia de la literatura", dijo Umberto Eco a propósito de Simonini, a poco de haber publicado el libro. "Con todo lo que he dicho, esperábamos vender diez mil ejemplares, creíamos que encontraríamos esas diez mil personas de coraje. En Italia, en un mes se vendieron 600,000 ejemplares. No entiendo por qué. O se han vuelto todos locos –lo cual es posible porque han votado a Berlusconi– o bien esto se produce porque el libro habla de cosas que suceden también hoy. ¡Miren lo que está sucediendo con WikiLeaks!."
Sin meterme en las cenagosas honduras de haber votado por nuestras propias caricaturas de Berlusconi, quizá en nuestro club también estemos un poco locos y tengamos el coraje necesario en los lectores de El cementerio de Praga: Hemos leído el polémico libro y encima lo hemos disfrutado. ¡Por supuesto que ha valido la pena!
El libro inicia con Simonini escribiendo un diario en retrospectiva como una forma de terapia con el fin de recuperar la memoria perdida. Un método del que se enteró de primera mano por "ese médico judío alemán, o austriaco, da lo mismo". No queriendo contar sus pecados "pero ni a un buen cristiano, mucho menos a un judío", Simonini decide aplicar el método freudiano (sin Freud, por supuesto) y comienza a rescatar sus memorias del nebuloso olvido y a escribir sus crónicas solo para sí. Es en el curso de ese ejercicio, cuando aparece en escena el abate Dalla Piccola, álter ego y compañero del capitán Simonini en su empresa por recuperar los recuerdos perdidos.
Un mes de ejercicios memoriales en que el falsificador, el abad y el narrador se intercalan en un interesante recurso del autor, bastan para que asistamos a numerosos hitos del siglo XIX, que pasan por la expedición de los Mil, la Comuna de París, el caso Dreyfus, la broma de Taxil y el Congreso antimasónico de Trento. Simonini también se cruza con una larga cadena de personajes históricos como Giuseppe Garibaldi, Giuseppe Mazzini, Ippolito Nievo, Maurice Joly, Hermann Goedsche, Roger Gougenot des Mousseaux, Sigmund Freud, Alejandro Dumas, Léo Taxil, Charles Hacks (Docteur Bataille), Joseph-Antoine Boullan, Édouard Drumont, Ferdinand Walsin Esterhazy, Piotr Rachkovski, Yuliana Glinka, Matveï Golovinski, Domenico Margiotta, Benjamin Disraeli, Jacob Brafmann, Léon Meurin, Luigi Fransoni, Joséphin Péladan, Stanislas de Guaita, Jean Sandherr, John W. Phelps o Hippolytus Lutostansky; entre otros, sin contar sus menciones al paso de otros más como Napoleón, Wagner, Beethoven o Dostoyevski. ¿Dudaría alguien que esto es una novela histórica?
Del estilo
Además de ensayista y novelista, Umberto Eco es Doctor en Filosofía y Letras, profesor universitario, crítico literario, semiólogo y comunicólogo. Tiene el talento, la genialidad, la formación, los recursos y la experiencia. Erudito como es, leerlo es mejorarse el currículum. Luego está el asunto de la multitud de referencias necesarias para comprenderlo. Con Eco, leer un libro de 500 páginas obliga a la lectura contextual de muchas páginas de wiki y otras publicaciones auxiliares.
Umberto Eco está convencido de que todo concepto filosófico, toda expresión artística y toda manifestación cultural, del tipo que sea, debe situarse en su ámbito histórico. Entiende cualquier fenómeno cultural como un acto de comunicación regido por códigos y, por lo tanto, al margen de cualquier interpretación idealista o metafísica. No es extraño, pues, que en El cementerio de Praga recurra a la magistral imitación de textos antiguos como el folletín y exprese en clave de humor y a un ritmo poderoso y veloz, la suma de los odios, intrigas, manipulaciones, adhesiones y rivalidades que forjaron las bases de la Europa que hoy conocemos.
Eco es un escritor de prosa abundante y ritmo vertiginoso, pero altamente estructurado. La riqueza de sus frases es tal, que a veces éstas devienen en párrafos, con el mérito adicional de nunca arrojar resultados cargados ni cansinos. Es un hecho que Umberto Eco cuenta grandes historias, pero no se atiene únicamente al "qué", sino que también confiere su lugar al "cómo". En una entrevista con Javier Marías, el escritor piamontés dijo: "Yo intento humillar a los que hacen estas preguntas, desafiar, hacer que se sientan algo estúpidos. Cuando me preguntan: '¿Con qué personaje se identifica?', contesto: '¡Con los adverbios!'. Se quedan estupefactos. Es verdad, los escritores nos identificamos con los adverbios. Nadie habla del estilo de la novela, de la construcción. La gente lee lo que dices y no le interesa la manera en que lo dices".
De la historia
Magistral combinación de delirante ficción con el rigor de los hechos históricos, El cementerio de Praga nos cuenta la infancia de Simonini, y el polo de referencia e influencia que significaron en su vida su padre y su abuelo, contrapuestos como estaban en sus opiniones sobre mujeres, política y religión. Son precisamente estas posturas antagónicas las que derivan en el personaje sin moral ni principios que se convierte en un mercenario del juego de la información (real, ficticia o distorsionada) puesta al servicio del mejor postor, a saber: El poder, el status quo o la revolución.
En El cementerio de Praga, que debe su nombre a una supuesta reunión de conspiradores judíos enunciando los protocolos de los sabios de Sion, hay muchos eventos históricos reales, pero una sola historia, la de ficción, la del capitán Simonini. Y esa historia personal de bajezas, traiciones, juicios y prejuicios, falsificaciones y conspiraciones, es harto interesante y entretenida. Para mi gusto, no tiene desperdicio.
De los personajes
Ni siquiera intentaré enumerar la larga lista de personajes que intervienen en la historia. Al final, más allá del hecho histórico que consumaron, su caracterización en el libro resulta del sesgo que deja ver el lente de Simonini, ese tipo capaz de torcer una frase de Descartes, de atribuir parlamentos y gestos a un Freud del que no sabe escribir bien el nombre y de desdeñar a Beethoven como un compositor de "un bacanal de chabacanería", para mencionar apenas algunos.
En cuanto a Simonini, lo políticamente correcto se riñe con la conducta del personaje principal, pero el humor cáustico, la sorna, la ironía, el desdén y la asumida superioridad con que el falsificador descalifica a todo y a todos, hacen que este personaje tan divertido como repulsivo, tan entretenido como engorroso, tan primitivo y básico como adelantado y complejo, se vuelva insoslayable y magnético.
Su álter ego, el abate Dalla Piccola, es la suma de una identidad suplantada y de la personalidad residual del que empezó siendo solo un disfraz de Simonini para efectuar alguna de sus oscuras misiones. El Dalla Piccola usurpado no cobró vida ni consciencia propias sino hasta que ocurrió el traumático evento que causó la fisura en la psiquis y la consecuente pérdida de la memoria de Simonini. Sin embargo, Dalla Piccola es quien vive la experiencia más intensa de la historia, un momento lleno de situaciones y descripciones tan perturbadoras como hipnóticas.
Viniendo del autor-rey de los signos como expresiones humanas, podemos agregar que probablemente la dualidad de Simonini y Dalla Piccola sea una representación de la doble moral y los conflictos internos del ser humano y de la caótica sociedad que conforma.
De los temas
El uso de la información, el poder, los medios, la democracia y otras formas de gobierno, la moral y la religión en todas sus formas; son en general los grandes temas recurrentes en El cementerio de Praga. Sin embargo, no omitiré mencionar que los placeres de la alta cocina y la buena mesa, lo único que realmente apasiona a un Simonini que sin dudarlo pone la comida por encima de cualquier otra cosa; tienen dedicadas varias páginas de recetas, recomendaciones culinarias, tips de cocina y reseñas de platillos y restaurantes de la época, algunos de los cuales, efectivamente existieron o aún existen.
Conclusión
En mi valoración personal, El cementerio de Praga sale aprobado con nota sobresaliente. Me gustan mucho más la historias de anti-héroes y villanos que las que se inspiran en héroes tradicionales.
Sin embargo, lo que me resulta gratamente sorprendente, es la increíble lucidez y la gran precisión con que Umberto Eco estructura y plasma sus ideas, acomete de tantos y tan variados personajes y sucesos históricos y los reúne en ese cóctel explosivo y venenoso que Simonini rezuma en cada línea de su diario. Eco une quirúrgicamente todos los cabos sin dejar uno suelto, todo eso con la erudición, humor y genialidad que de él se espera, sobre todo cuando uno cae en el yerro de olvidar que el autor de nuestro libro de noviembre ya es un octogenario. Quizá la frase que remata la intervención del viejo Simonini sea solo un guiño del genial escritor: “Y qué diantres, todavía no estoy hecho un cascajo”.