Alice Munro
Alice Ann Munro
Alice Ann Laidlaw
Escritora canadiense. Nació el 10 de julio de 1931 en Wingham, Ontario. Hija de una profesora y un granjero, se crió en un ambiente austero que años después definiría, en gran medida, la brillante sencillez de su obra.
Fundamental en el realismo moderno literario de su país. Autora de mundos corrientes que tras su serenidad esconden tormentas afectivas y sentimentales a punto de desatarse. Dedicada a la literatura a los 30 años, con cuentos y relatos que vendía para la radio pública canadiense, aunque se inició en el mundo de los relatos con antes de cumplir 20 años tras publicar "Las dimensiones de una sombra" (1950), en una revista de estudiantes. Logró un gran éxito con su primer libro de relatos, Danza de las sombras felices (1968), por el que consiguió el Governor General's Literary Award, premio que volvió a ganar con ¿Quién te crees que eres? (1978) y El progreso del amor (1986). Por su segundo libro de relatos, Vidas de chicas y mujeres (1971), le concedieron el Canadian Bookseller Award.
También escribió los relatos Something I’ve Been Meaning to Tell You (1974). Posteriormente editaría colecciones de relatos como The Beggar Maid (1978), Las lunas de Júpiter (1985), que The New York Times calificó como uno de los mejores del año y Amistad de juventud y Secretos a voces (1994). Logró reconocimiento con los relatos de Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio (2001) y después con los de Escapada (2004). El denominador común de sus narraciones cortas es la localización geográfica en una zona conocida como 'Munro Tract' (el Condado de Munro) y están protagonizadas por personas normales inmersas en situaciones cotidianas.
En su obra La vista desde Castle Rock (2006), trata sobre los orígenes de su familia, en parte escocesa, emigrada al Canadá, posteriormente publicó Demasiada felicidad (2009). En 2012 aparece otro de sus libros de relatos, Dear Life. Aclamada por su fina manera de relatar, caracterizada por la claridad y el realismo psicosocial, algunos críticos la consideran la Chejov canadiense.
Cursó estudios de periodismo y filología inglesa en la Universidad de Western Ontario pero los abandonó para casarse y ser ama de casa. Conoció en la Universidad de Western Ontario a Michael Munro, con el que contrajo matrimonio en 1951. Tuvo su primera niña a los 21 años, y en 1963, cuando ya era madre de tres hijas tres hijas, se trasladaron a Victoria, donde regentó junto a su marido la librería Munro's Books. Divorciados en 1972, regresó a Ontario donde fue nombrada escritora-residente en su antigua universidad. Volvió a casarse en el año 1976, con Gerald Fremlin.
El 10 de octubre de 2013 fue galardonada con Premio Nobel de Literatura 2013, la decimotercera mujer en obtener el galardón más importante de las letras universales y la primera de Canadá. La Academia destacó su trayectoria como "maestra del relato corto", así como su "armonioso estilo de relatar, que se caracteriza por su claridad y realismo psicológico". Además recibió en 2009 el Man Brooker y fue finalista del Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2011.
Premios:
- Premio Literario Governor General's (en tres ocasiones)
- Governor General's Literary Award, (1978)
- National Book Critics Circle estadounidense por El amor de una mujer generosa (1998)
- Man Brooker (2009)
- Premio Nobel de Literatura (2013)
Obras seleccionadas:
- Dance of the Happy Shades, 1968, cuentos
- Lives of Girls and Women, 1971, novela
- Something I’ve Been Meaning to Tell You, 1974, relatos
- The Beggar Maid, 1978, cuentos
- The Moons of Jupiter, 1982, cuentos
- The Progress of Love, 1986, cuentos
- Friend of My Youth, 1990, cuentos
- Open Secrets, 1994, cuentos
- The Love of a Good Woman, 1998, cuentos
- Hateship, Friendship, Courtship, Loveship, Marriage, 2001, cuentos
- Runaway, 2004, cuentos.The View from Castle Rock, 2006, relatos
- Too Much Happiness, 2009, cuentos
- Dear Life, 2012, cuentos
Una Nobel a la altura de los grandes cuentistas universales
A los que nos gusta el cuento, y admiramos el talento y genio de quienes logran crear verdaderas joyas literarias, estamos contentos. Después de muchos años el Nobel premia a un autor que lo engrandece. Y le da al género el lugar que le corresponde y bien podría premiar más este género porque la vida no es solo novela, es sobre todo cuent5. ¡Y qué cuentos! Los de Alice Munro. Los de mundos corrientes que tras su serenidad esconden tormentas afectivas y sentimentales a punto de desatarse.
A los que no han leído aún a Alice Munro esta es una recomendación especial para que lo hagan, y les envidio el momento del descubrimiento, y a los que la conocen les recuerdo el placer que siempre produce volver a algo o alguien que apreciamos. A continuación reproduzco el artículo que publicamos hoy en EL PAÍS en el que varios escritores expresan su alegría por este reconocimiento y nos dan pistas sobre el universo Munro. Los invito a que quienes la hayan leído nos den más claves sobre ella.
“...Los niños no. Apartó aquel pensamiento de su mente, como si estuviera sacándolos de un incendio...”.
Por historias así, como este pasaje del cuento Poste y Viga y el cuento en cadena que ha desatado el premio a la canadiense Alice Munro, muchos lectores, escritores y críticos han mostrado su alegría. Javier Marías recuerda que más de una vez ha declarado que es una de los escritores vivos que más merecía el Nobel:
“Me alegro que se haya destacado a una autora de cuentos, un género que gozó en su momento de gran prestigio pero que en las últimas décadas se le ha considerado algo secundario o como preparación para una novela, y no es así”. El autor y académico español no duda en afirmar que Munro está al nivel de los mejores como Chéjov, Maupassant o Borges. Y da claves de parte de su secreto: “Consigue transmitir una profunda emoción con personas fundamentalmente normales en una época en la cual se privilegia tanto los buenos y malos sentimientos de una manera que rozan la cursilería. Escribe sobre gente normal sin cargar las tintas y consiguiendo unos niveles de emoción y profundidad con poco parangón en la literatura actual”.
Y lo consiguió hace mucho. Milagro de su empecinamiento, porque, relata Elvira Lindo, varias veces le aconsejaron que se dedicara a la novela: “Ha sido para sus compatriotas la fundadora de una literatura canadiense que ve en ella a su Chéjov. Observadora de las vidas comunes, y en especial, contadora de vidas de mujeres descontentas con su destino. Sus relatos de mujeres no son complacientes con la psicología femenina. Ha narrado la complejidad de la relación entre madres e hijas como nadie lo había hecho”.
“...Tampoco Brendan, por la razón contraria. No lo amaba lo suficiente. Solía decir que lo amaba, y en cierto modo lo decía en serio,”...
Como el hecho de que es una escritora de talla inconmensurable que ha aportado una manera diferente de entender el cuento, destaca Eduardo Lago: “Consigue una prosa mágica con la creación de paisajes íntimos con zonas de peligro. Se adentra en lugares misteriosos. Es única y capaz de renovarse a sí misma”.
Y a pesar de todo eso que parece complejo su lectura resulta sencilla, aclara Ignacio Martínez de Pisón: “Sus personajes son sencillos y es dueña de las mayores sutilezas del alma humana. Mujeres solitarias en un entorno rural de Canadá. Historias que acaban siendo grandes tragedias. Es una escritora adictiva”.
Es un genio en la construcción de las historias, asegura Colm Tóibín: "Tiene una manera de sugerir, tanto en las cadencias como en las circunstancias que describe, como si nada fuera a suceder, al presentar un mundo normal y de alcance pequeño. Y luego, en una historia como la Fuga se las ingenia para sugerir una soledad feroz, mientras comienza a dramatizar los motivos y acciones más inusuales. Lo hace poco a poco". ¿Cómo lo hace? ¿Cómo logra esa magia de convertir lo corriente y vulgar en un universo con vida propia? A Tóibín le encantaría estar dentro de la cabeza de Munro mientras trabaja, porque su sensación es que todo eso esconde "una enorme cantidad de borradores, añadidos, riesgos y mucho tiempo. Sus historias pueden ser chocantes y desconcertantes".
La fascinación por su universo se desplaza ahora a la de las opiniones sobre su obra. Es así como vuelve a aparecer el maestro de maestros del cuento, esta vez en boca de Clara Usón: “Chéjov, con quien se la compara, criticaba a los escritores ‘obstinados que se agarran a lo grande porque no saben crear lo pequeño. Es más fácil escribir sobre Sócrates que sobre una señorita o una cocinera’. Chéjov aplaudiría a Munro: su mundo es limitado, incluso anodino, el de los granjeros de Ontario, pero con su gran talento y sutileza nos recuerda que la condición humana, con sus conflictos y contradicciones, es la misma en todas partes. Hay cuentos que alcanzan una rara perfección que está vetada a las novelas. Ella es autora de una cantidad asombrosa de narraciones perfectas”.
“...y necesitaba que él la amase, pero junto al amor, casi todo el tiempo, se oía un leve zumbido de odio. Por eso ofrecerlo en trato a él habría sido repudiable; y además inútil...”.
Se visibiliza la literatura canadiense
Alice Munro escribe cuentos que pasan en pueblos pequeños. Dicen sus compatriotas que dibuja con gran naturalidad paisajes rurales que podrían estar en cualquier lugar de Canadá, y ésta es una de las razones por las que su reciente premio Nobel de literatura fue celebrado en su país con gran orgullo nacional. A esto se suma que es la primera vez que a un escritor canadiense se le concede tan alto galardón. La satisfacción de sus conciudadanos se reflejó en las horas siguientes al anuncio del premio en redes sociales como Twitter, que se llenó de etiquetas del estilo: #canadiancontent, #canadianpride y #canlit.
El Nobel de literatura también le fue otorgado al quebequés de nacimiento Saul Bellow en 1976, pero se le considera un escritor estadounidense puesto que abandonó Canadá en sus primeros años de vida.
Las letras canadienses
La historia de la literatura canadiense con identidad propia no es demasiado larga. Alice Munro es una de las escritoras con las que ha nacido esa identidad. Los escritores canadienses en lengua inglesa han tenido que batallar incansablemente con los dos grandes imperios literarios, Estados Unidos y Gran Bretaña, para obtener reconocimiento. Tanto es así, que hasta mediados de los ochenta cualquier escritor que publicara en inglés debía adscribirse a una de estas superpotencias.
Un grupo de editores, escritores y libreros, entre los que se encuentran nombres como Margaret Atwood, Graeme Gibson, Denis Lee, y la misma Alice Munro, lucharon desde los años 60 por cambiar esta situación. Abrieron librerías, fundaron editoriales, consiguieron instaurar sistemas de becas provinciales y federales, y el apoyo del gobierno canadiense para la difusión de obras nacionales. Poco a poco, lograron que la literatura canadiense se hiciera un lugar en el país y que empezara a asomar la cabeza tímidamente al mundo. Escritoras como Margaret Atwood, prolífica crítica, novelista y poeta, gozan hoy de prestigio internacional. Los cuentos de la propia Munro se publican en The New Yorker desde los 70, aunque con mayor asiduidad en estos últimos años. Sin embargo, el Nobel supone el espaldarazo definitivo a una literatura que lleva mucho tiempo buscando su sitio en la historia de las letras.
El primer ministro canadiense, Stephen Harper, emitió un comunicado al poco de conocer la noticia en el que expresaba su regocijo por tan alto reconocimiento para una de sus compatriotas: “Munro es una gigante de la literatura canadiense, […] toda la obra excepcional de Munro y este logro monumental incitará a los escritores canadienses de todos los niveles a trabajar para alcanzar la excelencia en el campo literario y seguir su pasión por la escritura”. Ted Arnott, miembro del parlamento, escribió en su cuenta en Twitter: “El Premio Nobel de Literatura de Alice Munro dará a los escritores canadienses el reconocimiento mundial que han merecido durante largo tiempo”.
Al conocer el galardón, la escritora declaró que se sentía contenta no solo por ella, sino por el efecto positivo que el Nobel tendrá para los escritores de su país: “me alegra particularmente que haber ganado este premio deje contentos a muchos canadienses. Estoy feliz también de que esto traiga más atención sobre la literatura de Canadá”.
Una experta del relato
En sus historias, Alice Munro hace un retrato, en apariencia sencillo, de la vida cotidiana. Rara vez sitúa la acción de sus cuentos más allá de la región sudoeste de la provincia de Ontario, su rincón natal. Sin embargo, le basta este escenario para elaborar narraciones altamente reveladoras de la condición humana, de su naturaleza. Sus personajes casi siempre se enfrentan a situaciones trascendentales de la vida, camufladas entre tanto momento corriente. Munro describe ambientes rurales, escribe sobre su cultura en obras de carácter tranquilo, discreto y “típicamente canadiense”, según sus compatriotas. Sin embargo, sus relatos trascienden la localidad y se tornan universales. En la brevedad de sus cuentos desfilan emociones, miedos, pasiones y dudas que cualquiera reconocería como propios. El Nobel nos brinda así la oportunidad de asomarnos a una ventana que Canadá abre al mundo, que muestra su singularidad, su identidad, vestida de cotidianidad universal.
Maestría en los cuentos
Después de muchos años el Nobel premia al cuento. ¡Y qué cuentos! La escritora canadiense Alice Munro ha ganado hoy el premio Nobel de Literatura 2013. “Maestra del relato corto", según el dictamen de la Academia sueca, "su estilo es claro y de un realismo sicológico”. Munro, nacida en Wingham (Ontario) en 1931, es la decimotercera mujer que obtiene el galardón más importante de las letras universales y la primera que se apunta el tanto para el país norteamericano. Conocida como "la Chéjov de Canadá", la narradora ha colocado los cimientos del realismo moderno literario de su país. Mundos corrientes que tras su serenidad esconden tormentas afectivas y sentimentales a punto de desatarse.
"Era un castillo en el aire que podía suceder, pero probablemente no sucedería. Sabía que estaba en la carrera, sí, pero la verdad es que nunca pensaba que fuera a ganar”, ha reconocido la premio Nobel a The Canadian Press. “Estoy feliz y muy agradecida y en particular orgullosa de ganar este premio y agradar a tantos canadienses”, ha declarado en un comunicado a través de su agente.
"Está al nivel de los mejores como Chéjov, Maupassant y de Borges", afirma Javier Marías. Parte de esa maestría, agrega el escritor madrileño, que le concedió a Munro el titulo de duquesa del Reino de Redonda en 2005, se debe a que "consigue transmitir una profunda emoción con personajes normales en una época en la cual se privilegian los buenos o malos sentimientos que rozan la cursilería. Ella escribe sobre gente normal sin, cargar las tintas, y consiguiendo unos niveles de emoción profunda con poco parangón en la literatura actual".
Un recado en el contestador: "Ha ganado el Nobel de Literatura"
Alice Munro también pasará a la historia por haber sido la primera Nobel de Literatura que recibió el anuncio en su contestador. La Academia sueca fue incapaz de contactar con ella antes de difundir el galardón públicamente, como ocurre habitualmente.
Después de varios intentos frustrados, según tuiteó un portavoz de la Academia, optaron por dejar un mensaje en su contestador. Todavía pasaron tres horas hasta que los responsables del Nobel pudieron informar directamente a Munro de su distinción.
"Aquí estábamos en mitad de la noche y por supuesto yo me había olvidado por completo de esto", dijo la escritora a la cadena de televisión canadiense CBC, que informó que ella estaba visitando a su hija, que la despertó con la noticia de que era la flamante Nobel de Literatura.
"Es un genio en la construcción de las historias", asegura Colm Tóibín.
La aportación de Munro a la Literatura y su universo literario los define así el escritor y crítico argentino Alberto Manguel: "Las grandes obras de la literatura universal son vastos panoramas globales o minúsculos retratos de la vida cotidiana. Alice Munro es el genio indiscutible de estas últimas, capaz de hacernos ver a través de una banal circunstancia toda la gama de nuestras pasiones y de nuestras pequeñas derrotas y victorias". Sobre su inequívoco mundo femenino añade un interesante matiz el crítico, escritor y traductor estadounidense Davil Homel: "ella escribe sobre mujeres y para mujeres, pero no está demonizada por los hombres".
Munro se inició en la literatura a los 30 años, con cuentos y relatos que vendía para la radio pública canadiense. La autora, madre de tres hijas, ha reconocido la importancia de su madre y de las mujeres que ha conocido en su vida para construir su gran territorio literario. En cuanto a la influencia de otros autores en su obra, ha destacado la influencia de Katherine Anne Porter, Flannery O’Connor, Carson McCullers y, sobre todo, Eudora Welty. Así como de James Agee y William Maxwell.
Algunos de sus cuentos
- Dance of the Happy Shades (1968)
- Las vidas de las mujeres (1971) su única novela
- Las lunas de Júpiter (1982, edición original)
- Progreso del amor (1986)
- Amistad de juventud (1990)
- Secretos a voces (1994)
- El amor de una mujer generosa (1998)
- Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio (2001)
- Escapada (2004)
- La vista desde Castle Rock (2008)
- Demasiada felicidad (2009)
- Mi vida querida (2013)
La editora de Lumen, su sello en España, Silvia Querini, se encontraba hoy “escandalosamente feliz” de que el Nobel hubiera recaído en Munro, una autora que había perseguido durante nueve años para que sus obras figurasen en su catálogo. Mientras la editora corría por los pasillos de la Feria del Libro de Fráncfort destacaba de ella su intenso trabajo, “aprovechando para hacer lo que realmente le gustaba: escribir”.
Alice Munro ha volcado en su literatura la experiencia de su vida cotidiana. Hija de una profesora y un granjero, estudió periodismo y filología inglesa pero abandonó los estudios para casarse y ser ama de casa. Entonces aún no escribía. Montó una librería con su primera esposo, padre de sus tres hijas, hasta que se divorciaron. La escritora, se casó por segunda vez (aunque mantuvo el apellido de su primer marido) y empezó a publicar con éxito en 1968. "Utiliza los retales del tiempo y las 26 letras del alfabeto para crear un universo espléndido", asegura Querini. "Su literatura es hermosamente feroz cuenta con la inteligencia del lector. Te invita a un juego y si tienes las cartas adecuadas te invita a entrar para que te lo pases estupendamente”. Según su editora, Munro "ya no escribirá mucho más de lo que ha hecho hasta ahora. De su obra me quedo con Mi vida querida no solo porque sea el último sino por la parte autobiográfica, que es fantástica”.
Solo en los últimos años se han difundido la mayoría de sus libros en español. De los treces títulos que lleva publicados se conocen en castellano los siguientes: Las lunas de Júpiter (Debolsillo) (1982, edición original), Progreso del amor (RBA) (1986), Amistad de juventud (Versal) (1990), Secretos a voces (RBA) (1994), El amor de una mujer generosa (RBA) (1998), Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio (RBA) (2001), Escapada (RBA) (2004), La vista desde Castle Rock (RBA) (2008) y Demasiada felicidad (Lumen), conocida en 2009 pese a que antelación había anunciado su retiro definitivo de la literatura. Siete de sus ficciones han sido llevadas a la pantalla, especialmente a la televisión. Sarah Polley filmó en 2006 Lejos de ella, con Julie Christie, basada en uno de sus cuentos.
Un Nobel para el gran cuento de la vida
PRIMER LIBRO
En 1950 publicó su primer libro, "The dimensions of a shadow" y, aunque no dejó de escribir, sus siguientes publicaciones no vieron la luz hasta una década después.
Su prosa está repleta de detalles y precisión narrativa y con total ausencia de énfasis retóricos. Sus relatos tienen como denominador común su precisa localización geográfica, una zona conocida como "Munro Tract", algo así como el Condado de Munro.
La escritora ha comentado en ocasiones que no necesita adornar a sus personajes pues "la vida de la gente es suficientemente interesante por lo que si tú consigues captarla puede ser monótona, sencilla, increíble, insondable".
Según los críticos, la pluma de Munro acostumbra a enganchar al lector con giros inquietantes, a pesar de su ritmo pausado.
Para la profesora Mónica Carbajosa, estudiosa de la obra de Alice Munro, la canadiense es una "corredora de fondo", capaz de matices significativos y reveladores al más puro estilo de Proust.
Cuando Alice Munro publicó Dance of the Happy Shades,en 1968, la literatura canadiense en lengua inglesa apenas existía. Algunos grandes clásicos —Robert Service, Stephen Leacock, Lucy Maude Montgomery, Mazo de la Roche— habían insinuado la posibilidad de una literatura propia de las ex-colonias de América del Norte, pero faltaba establecer una reconocible (y reconocida) identidad literaria.
Con perseverante determinación, algunos jóvenes escritores de lengua inglesa se lanzaron a la grandiosa empresa de fundar una literatura nacional. Los escritores de lengua francesa debieron sobrellevar obstáculos diferentes para llevar a cabo la misma empresa: el menoscabo de la dominante sociedad anglófona, el desprecio de la Vieille France hacia la Nouvelle. Los anglófonos, en cambio, tuvieron que tratar de hacerse visibles a la sombra de dos avasalladores gigantes: Inglaterra y Estados Unidos. Tan menoscabada era su identidad nacional que hasta mediados de los años ochenta todo escritor publicado en inglés debía firmar un contrato en el cual el Canadá aparecía como un territorio perteneciente a uno u otro imperio literario.
Gracias a los esfuerzos de una pequeña banda de amigos —Margaret Atwood, Graeme Gibson, Denis Lee, Alice Munro y algunos pocos más— empezaron a aparecer librerías especializadas en la producción del país, editoriales nacionales como MacLelland & Stewart y Coach House Press, y la Unión de Escritores Canadienses, fundada en 1973. Para ofrecer una suerte de manual de identidad intelectual a sus conciudadanos, Atwood, bajo la influencia del gran crítico canadiense Norhrop Frye, publicó en 1972 Survival, explicando no solo el mito central de su país —el de la víctima que intenta sobrevivir en medio de una naturaleza inhóspita— sino también una guía práctica de lugares donde adquirir libros, películas y discos del Canadá. El grupo consiguió imponer un sistema de becas provinciales y federales, y un apoyo gubernamental a la difusión de obras canadienses.
El genio literario de Munro fue reconocido desde su primer libro, que obtuvo el mayor galardón literario del país, el Premio del Gobernador General.
La contribución de Alice Munro a esta empresa intelectual fue menos política y más literaria. Nacida en 1931 en el sudoeste de la Provincia de Ontario, se casó muy joven con un librero de la Columbia Británica, cuyo apellido siguió usando después de su divorcio en 1976. Durante su estadía en la costa oeste, ocupándose con su marido de la librería y de sus tres hijas, Munro empezó a escribir cuentos y a enviarlos a la CBC, la emisora de radio nacional donde, gracias a los esfuerzos de los jóvenes fundadores, se leían (y pagaban) los textos de escritores nacionales. El más dinámico promotor de esa generación fue Robert Weaver, quien difundió, aconsejó y apoyó la obra de muchos autores hoy célebres, entre ellos Munro.
El genio literario de Munro fue reconocido desde su primer libro, que obtuvo el mayor galardón literario del país, el Premio del Gobernador General. A partir de esa publicación inicial, todos sus libros, sin excepción, fueron aclamados por la crítica, tanto en Canadá como en el resto del mundo anglófono, y la prestigiosa e influyente revista norteamericana The New Yorker comenzó a publicar sus cuentos con asombrosa regularidad. Cynthia Ozick la calificó de “nuestro Chéjov”: la comparación es exacta, no solo por la destreza con la que Munro construye sus narraciones, sino también por que raramente busca un terreno de exploración más allá de su rincón natal.
Hay cuentistas magistrales (Hemingway, Kipling, Cortázar) cuyo campo de acción es la tierra entera; otros, en cambio (Chéjov, Rulfo, Flannery O’Connor) no buscan viajar más allá de su horizonte físico. A estos últimos, el rincón familiar les basta para analizar, describir y ensalzar la condición humana entera. Para Munro, si bien escribió algunos cuentos que ocurren en otras partes de Canadá, y alguno que otro en Estados Unidos, el mundo se resume a la región sudoeste de la provincia de Ontario, tierra agrícola de sus ancestros inmigrantes británicos y europeos, de un protestantismo duro, condicionado por la versión eclesiástica local llamada United Church of Canada, donde indudables valores morales como la honestidad, la modestia y la perseverancia se mezclan con una suerte de desdén por el éxito público, eso que el novelista Robertson Davies (otro gran escritor de la misma región) llamó Southern Ontario oafishness y que podría traducirse por “torpeza intelectual” de los habitantes de la zona.
Los hombres, mujeres y niños (pero sobre todo mujeres) del mundo literario de Alice Munro se afanan en los pequeños trajines de la vida cotidiana. Nacen, viven y mueren dentro de marcos previstos desde siempre, y si en estos irrumpen (como siempre lo hacen) las sorpresas del azar y de lo casi imposible, nunca sienten que sus tragedias puedan tener ecos universales. Es el lector quien entiende que en la desdicha de una pareja común y corriente se han deslizado las pasiones de Macbeth y de su reina, o los amores imposibles de Lancelote y Ginebra; que en la historia de una mujer al borde de la locura resuena la tragedia de Medea; que la crónica de una traición adolescente relata la misma que pudo sufrir Andrómaca o Ifigenia. No es que tales mitos sean jamás explícitos en los cuentos de Munro, quien rechaza enérgicamente la noción de símbolo o alegoría en su obra, pero hay en sus narraciones una suerte de intuición de algo mucho más antiguo que el trozo de provincia que elije describir. La minuciosa construcción de ese mundo —la exactitud de un gesto de despedida, de una palabra apenas pronunciada, de la forma de una taza o del color de un muro— parecería reivindicar un realismo documentario, una arqueología del presente. Sin embargo, es lo contrario: esa precisión encubre una generalidad ancestral, una verdad válida para todos, un secreto a voces. El lector nunca siente que se trata de un virtuosismo mimético, de color local. Sin duda, los personajes de Munro viven en un lugar y un tiempo precisos, pero también en todos los lugares y todos los tiempos.
Cuando la conocí, me decepcionó. No quería hablar de literatura, ni mucho menos de su obra; apenas aventuraba un juicio sobre algún libro que había leído, pero raramente sobre un contemporáneo. En cambio, me di cuenta de que observaba cada detalle de la gente que nos rodeaba, los gestos que yo hacía, alguna particularidad del café en el que estábamos. En uno de sus mejores cuentos, Material, una escritora sentada junto al lecho de hospital en el que su madre está agonizando no puede impedirse pensar cómo utilizará esta escena en un cuento. Imagino que para Alice Munro, así es la vida: un ejercicio de observación de la resignación, la angustia, la felicidad, el dolor de los otros y de ella misma, para después ofrecer a sus lectores esas obras pequeñas maestras en las que todos nuestros mundos están reflejados.
Una fascinación ilimitada
Debajo de la escritura lisa y serena de Alice Munro hay siempre algo compulsivo; un regreso permanente a ciertos escenarios y a ciertos temas; una exploración reiterada a lo largo de muchos años de experiencias fundamentales de su propia vida, que no parecen agotársele nunca; una curiosidad por asomarse a comportamientos desorbitados que irrumpen en la normalidad y a situaciones atroces. Se cita siempre el nombre de Chéjov al hablar de ella, pero ella misma, en alguna entrevista, reconociendo ese magisterio, ha aludido a modelos más próximos, las tres grandes escritoras sureñas del cuento y la novela corta, Flannery O'Connor, Eudora Welty y Carson McCullers. Las tres circunscriben sus ficciones a espacios geográficos muy limitados, muy cerrados, de intensa concentración humana; en las tres la religión rigurosa o fanatizada cobra una relevancia permanente; las tres escriben sobre lo inesperado, lo extraordinario, lo bizarro que puede surgir en medio de las vidas más sujetas a la rutina. Y en todas ellas hay una mezcla muy poco tranquilizadora entre la compasión hacia los pobres y los marginados y el humorismo macabro.
A Alice Munro otra de las aseveraciones habituales sobre su obra que se ve que la impacientan es que escribe sobre gente vulgar. “No son personas vulgares para mí. No pueden serlo cuando tienen deseos tan poderosos y hacen a veces cosas tan extraordinarias”. Lo primero que necesita un escritor en formación son modelos narrativos que le sugieran el modo de dar forma al mundo que tiene delante de los ojos, a aquello que más le importa y que sin embargo no sabe cómo contar. En Welty, en O'Connor, en McCullers, aunque escribieran de un territorio tan ajeno a su provincia canadiense de Ontario como el Sur de los Estados Unidos, aprendió a convertir en literatura los escenarios inmediatos de su propia vida y los episodios relevantes de su origen y de su aprendizaje del mundo. Probablemente el modelo de Faulkner, también un novelista de imaginación anclada en una sola geografía, habría sido demasiado opresivo para ella, demasiado enfático en su ambición ostensible de totalidad. Las historias de Munro se integran las unas en las otras tan orgánicamente como las de Faulkner, pero lo hacen de una manera más sutil, como apenas esbozada, preservando la condición fragmentaria y como tanteadora que es tan propia de ella, y que pareciendo una limitación —la dificultad de completar novelas— es una de sus fortalezas, uno de los rasgos específicos de su originalidad.
En la primera o en la segunda línea de cualquiera de sus historias ya nos hemos adentrado en el territorio Munro, que es topográfico pero también mental: una contemplación de las personas, los lugares y las cosas visceralmente atenta y a la vez algo desasida; un anhelo sordo que puede ser de deseo o de huida o de ambos impulsos a la vez y que cuando llega a cumplirse trae consigo un precio de insatisfacción y remordimiento, de cierta vergüenza de uno mismo. Uno empieza a leer y hacia el principio del segundo párrafo ya se siente encerrado en las mismas trampas que los personajes o arrastrado por el curso de unos hechos que nunca parecen los de una trama organizada de antemano sino los de una fatalidad inusitada.
De un libro a otro la escritura y los temas de Munro parecen mantenerse idénticos, y sin embargo están sometidos a variaciones continuas, aunque no llamativas, a exploraciones narrativas que juegan continuamente con los límites de la elipsis: de qué modo se puede comprimir la máxima duración temporal en menos líneas de relato; hasta dónde se puede llegar retrasando o escondiendo la información central de una historia; cuánto más puede decirse diciendo lo menos posible; desde qué nuevo ángulo o con qué matices se puede contar lo que se lleva contando compulsivamente toda la vida. Parece que Alice Munro mira su comarca natal, su Huron County, como miraba Cézanne cada día su montaña Saint-Victoire, o Giorgio Morandi sus agrupaciones de jarras, botellas, vasos, cuencos. “Para mí es el lugar más interesante del mundo”, dijo hace unos meses en una entrevista. “Imagino que es porque sé más sobre él. Me produce una fascinación ilimitada”. Su último libro, Dear Life, termina con un tríptico de estampas muy breves en las que regresa de nuevo a escenarios e imágenes de la infancia. Son páginas tan comprimidas, tan despojadas, que resultan a la vez transparentes y herméticas. Al llegar al punto final casi se toca el espacio en blanco, el silencio de la despedida.
Algunas reseñas de sus libros
MI VIDA QUERIDA
Alice Munro nos sorprende con esta colección de cuentos donde vemos a hombres y mujeres obligados a traficar con la vida sin más recursos que su humanidad. Comienzos, finales, virajes del destino, y de repente, cuando creíamos que el relato llegaría a su fin, Munro nos invita a dar otra vuelta de tuerca, mostrando hasta qué punto esa vida cotidiana que tanto nos cansa puede llegar a ser extraordinaria.
LA VIDA DE LAS MUJERES
La primera novela de Munro, en el que una niña narra su infancia en un pueblo rural de Canadá en la década del cuarenta del siglo pasado. Traducida por primera vez al castellano, toda la maestría y el modo peculiar de ver la realidad que ha distinguido la obra posterior de una de las grandes figuras de las letras contemporáneas.
DEMASIADA FELICIDAD
Anécdotas en apariencia banales se transforman en las manos de Munro en pura emoción, y su estilo muestra estas emociones sin dificultad, gracias a un talento excepcional que arrastra al lector dentro de las historias casi sin preámbulos.
AMISTAD DE JUVENTUD
Estos relatos recrean los misterios que anidan en el centro de la experiencia humana. La mano sabia de Alice Munro lo describe todo con una piedad y un arte inusitados, haciendo de este libro una verdadera obra maestra.
LAS LUNAS DE JUPITER
Unos relatos conmovedores y sorprendentes, donde suceden muchas cosas: traiciones y reconciliaciones, amores consumados y lamentados. Pero los hechos que realmente subyacen son las transformaciones que sufren sus personajes con el paso del tiempo.
'Secretos a voces' Sarah Manzano Blog “Papel en Blanco”
A mí me pasa continuamente, y supongo que a vosotros también. Veo un libro que me gusta en la mesa de novedades y pienso: ‘Me encantaría leerlo’. Pero claro, después piensas en los libros amontonados en casa que te esperan para que los leas y te da un poco de cargo de conciencia. Y así, dejas pasar el tiempo, hasta que vuelves a reencontrarte con ese libro unos meses después. En muchas ocasiones, ya no me parece tan atractivo, pero otras muchas el libro te sigue llamando, y ya no te ves con valor para abandonarlo una segunda vez. Secretos a voces de Alice Munro entra con pleno derecho dentro de esos libros vistos y recuperados meses más tarde. Porque él lo vale.
'Secretos a Voces’ es un libro de relatos, y he tardado algo más en terminarlo porque lo leía en el trabajo las pocas veces que como allí. Es lo bueno de los relatos, que lo tomas o lo dejas como más te convenga sin sentirte culpable. También es la primera vez que leo a Alice Munro, aunque había oído que era muy buena y en algunas ocasiones la comparan con Margaret Atwood, que sí me gusta mucho.
Y la verdad es que no decepciona. Alice Munro se pasea por los recuerdos de las relaciones pasadas como una auténtica maestra y en ocho relatos nos regala personajes inolvidables, algunos un poco chiflados, pero coherentes y creíbles. El amor se mezcla con la pena, el desengaño con el olvido, con el pueblo canadiense de Carstairs como telón de fondo, y así hasta completar un libro que deja muy buen sabor de boca, aún cuando lo haya leído a largo plazo.
Los relatos de Alice Munro son extraños. No siguen un patrón, ni se ciñen a una trama específica, sino que toman los acontecimientos como meras excusas, liberándose los personajes y tomando vida propia, mezclando relatos personales con recuerdos, pasado, presente y futuro, en una mezcla real como la vida misma. Mujeres que escapan, hombres que engañan, chicas que no saben lo que quieren… cada relato es único, y si sabes como empieza no puedes hacerte una idea de cómo acabará, y mucho menos descubrir todo lo que sucede en medio.
Mujeres frágiles que se tornan poderosas, mujeres frágiles que se rompen al mínimo golpe, personajes desolados, dolidos, que se sobreponen una y otra vez de los golpes de la vida… Munro consigue algo que pocos autores pueden hacer y es que cada personaje sea único, que esté vivo, que respire y sufra, como nosotros mismos. Y al final de cada relato te preguntas cuánto has conocido a esa persona y cuánto has dejado de conocerla, al igual que te lo preguntas de aquella compañera de clase o del trabajo.
¡¡¡FELIZ LECTURA!!!