Mis conclusiones personales sobre la lectura de Lo que vio el perro y otras aventuras, de Malcolm Gladwell
PARTE I
Malcolm Gladwell nació en Inglaterra (de padre inglés y madre jamaiquina), creció y estudió en Canadá y hoy en día da conferencias en América Latina y Europa. Pero el contenido de Lo que vio el perro y otras aventuras es sobre temas y productos esencialmente gringos, con un enfoque, razonamiento y conclusiones típicamente gringos, y un estilo de redacción inequívocamente gringo. Empero, todo eso es perfectamente comprensible, pues su libro es una selección de las que Gladwell considera sus “mejores columnas” desde 1996 en el New Yorker, un medio gringo.
Gladwell escribe sobre cualquier cosa, sobre todo si se trata de algo extraído de “la gente del medio”, los “genios menores” que hacen tareas, inventan cosas y resuelven problemas menos complejos que la teoría de la relatividad o el argumento ontológico, pero que tienen un efecto real fácilmente perceptible en la vida cotidiana. “¿Que no parece interesante? Pues ¡que caray!, tendrá que serlo; y aunque no lo sea, debo creer que en última instancia me conducirá a algo que si lo sea. El lector juzgará si es el caso”, dice Gladwell.
Pues bien, leí el prólogo viendo crecer mi curiosidad y entusiasmo por los temas que el autor enumeraba en líneas puntuales e interesantes. Y así mismo inicié la lectura. A continuación doy mis impresiones de algunas de las columnas leídas, el “juicio” del lector.
EL VENDEDOR AMBULANTE, RON POPEIL Y LA CONQUISTA DE LA COCINA ESTADOUNIDENSE.
Y llegó, prematura, la decepción. Este artículo repleto de cosas muy destacables como el valor de las ideas, la libre iniciativa, el emprendedurismo y la perseverancia, termina convirtiéndose en apenas un gran anuncio publicitario del odioso sistema de ventas por televisión, cúspide de la cultura de alienación, manipulación y explotación de personas, hoy en día reducidos al trágico mote de consumidores.
La frase de Gladwell:
“Se cuenta que en cierta ocasión, el sobrino de Nathan, Archie Morris, vendió en una tarde artículo tras artículo a un hombre bien vestido. Al final del día, Archie miró al hombre alejarse. Éste se detuvo a mirar dentro de la bolsa antes de arrojarla entera en una papelera cercana. Eso es un vendedor.”
Gladwell no me dice nada bueno de sí mismo cuando considera que un embustero manipulador de la calaña de Archie Morris es un vendedor. El tipo estafado que le compró la bolsa de embustes a Archie no quedaría invitado a comprar de nuevo. Las mejores relaciones de negocios no son las que se basan en un acto de alienación o en un engaño que vive hasta que se descubre, sino las que se construyen a largo plazo, con la venta de un producto bueno, un servicio oportuno, amable y honesto y, por supuesto, un precio justo; cuando se consigue un cliente y no un incauto.
EL ENIGMA DEL KÉTCHUP. HOY EN DÍA HAY DOCENAS DE MOSTAZAS. ¿POR QUÉ EL KÉTCHUP SIGUE SIENDO EL MISMO DE SIEMPRE?
De esta historia rescato la idea de que no hay una sola receta perfecta sino muchas recetas perfectas. Fin.
No me gusta el kétchup. He de reconocer que es un condimento muy útil para “remendar” el sabor de una comida mediocre, pero tampoco se puede negar que es la mejor manera de joder el sabor de una buena comida. La salsa kétchup es un producto que encaja perfecto con el estilo atropellado de vida en los Estados Unidos, donde nadie tiene tiempo ni ganas de hacer una comida que tome más de dos minutos preparar. Compran alimentos congelados, los meten en el microondas, los ponen en un plato, los embadurnan de kétchup (el remiendo del sabor)… y a comer. La kétchup es también, claro que sí, el acompañante esencial de los productos de comida rápida. Y sin embargo les dejo una pregunta aberrante que pondrá en evidencia las aun abismales diferencias existentes entre gringos y latinoamericanos en cuanto a gustos culinarios… ¿a ver cuántos salvadoreños nos pasaríamos unas pupusas con kétchup en lugar de la tradicional salsa de tomate?
Entonces, cuando Gladwell me dice que el éxito de la salsa kétchup radica en que Heinz logró un sabor universal porque estimula todo el espectro de sensación de las papilas gustativas debido a que resume en uno solo todos los sabores existentes (salado, dulce, ácido, amargo y umami), a mí no me sabe a nada. Heinz removió el benzoato y puso el vinagre. Lo demás no parece un plan, sino una casualidad poco replicable, y a eso se debe que los intentos por mejorar la mostaza no funcionen del mismo modo. Además, no creo que sólo por su origen chino y su amalgama final en Estados Unidos, Elizabeth Rozin tenga razón cuando dice que la kétchup es “la única verdadera expresión culinaria del crisol de culturas”. ¿Dónde quedaría el chocolate mesoamericano mezclado con azúcar de Bengala y leche de vacas suizas? :D
Es cierto que el kétchup se ha hecho muy popular en todos los países, y puede tenerse como un indicador económico. Pero tan sólo en Estados Unidos la tasa de penetración en los hogares es del 97%, y cada gringo se consume tres envases de kétchup al año. Y entonces uno pudiera inferir que quizá el verdadero éxito de Heinz no se deba solo a que su sabor sea aceptable, sino a que su consumo es inducido y prácticamente impuesto desde edades tempranas. De hecho, Heinz vendió su ketchup como “alivio y bendición para la mamá y las otras mujeres de la casa”. Y en eso tiene mucha razón Gladwell cuando dice que la kétchup es ese sabor familiar almacenado en la zona de comodidad del individuo, a donde siempre retornará de manera programática para refugiarse de nuevos y extraños sabores.
VOLANDO SE VA. CÓMO NASSIM TALEB CONVIRTIÓ LA INEVITABILIDAD DEL DESASTRE EN UNA ESTRATEGIA DE INVERSIÓN
Wall Street, Gordon Gekko, Bud Fox, Nassim Taleb o Victor Niederhoffer. Las historias sobre la bolsa de valores guardan entre sí un parecido tan pasmoso que los nombres son prácticamente intercambiables.
De esta historia rescato la metáfora del cisne negro. Que no hayas visto uno no significa que no exista. La fatalidad puede estar doblando la esquina en el tránsito de un camino que parece seguro y orientado al éxito. No descubre nada, sin embargo. No es nada que los que trabajamos en proyectos de ingeniería no conozcamos en el contexto de la ley de Murphy y la premisa de preparar estrategias, matrices de riesgo, planes de contingencias y mitigación para el peor escenario posible.
De ahí en más, es otra historia de cazador y presa en los negocios, pero con ese ingrediente particular que dan las simbiosis de supervivencia donde los negocios también se hacen con el enemigo, al que es mejor tener cerca para conocer y anticipar sus movimientos. En esa categoría caen los personajes de Nassim Taleb y Victor Niederhoffer, aunque ninguno de los dos me parece admirable ni mucho menos imitable. Niederhoffer queda retratado como un materialista lanzado, hueco y petulante que rinde culto a la astucia, a la sagacidad y a la fiereza en el mundo de las especulaciones de compra-venta de acciones y opciones en la bolsa de valores. Nassim Taleb queda reducido a un intelectual de las probabilidades, un armadillo timorato y paranoico obsesionado con la fatalidad y que prefiere desangrarse poco a poco antes que morir de golpe.
Y una vez más, Gladwell destaca (como con culto reverencial) la que yo considero una escala miserable de valores de estos sujetos obsesionados con su retorcida concepción de éxito:
“La clave no está en tener ideas, sino en tener la receta para manejarlas —continúa Taleb—. No necesitamos moralismos. Necesitamos un conjunto de trucos, un protocolo que estipule precisamente lo que debe hacerse en cada situación.”
COLORES REALES. EL TINTE PARA EL PELO Y LA HISTORIA OCULTA DE LOS ESTADOS UNIDOS DE POSGUERRA
Entiendo bien que en otras épocas las mujeres debieron ganarse a pulso derechos tan primarios e importantes como el voto, y que su cruzada también incluía otras pequeñas batallas que también contribuyeron a cimentar otros derechos individuales que no por banales dejaban de ser importantes. El tinte en el pelo es uno de ellos. Hoy día nadie cuestiona que una mujer está en libertad de pintarse el pelo a su antojo. Pero todavía no hace mucho eso no era posible sin tener que pasar por el juicio de ser estereotipada como actriz o puta. Hasta ahí todo bien.
Sin embargo, Gladwell trata el asunto de la causa individual enmarcándolo en la forma de publicidad psicológica que llevó a la población estadounidense a la difusión y aceptación de la práctica sin señalamientos. Y esa publicidad es nuevamente cuestionable por sus implicaciones éticas, ya que las campañas publicitarias de “¿Lo hace o no lo hace?” y “Porque yo lo valgo”, sentaron la base de una cultura de superficialidad fantasiosa, banal y enfermiza del manejo de la imagen.
Las campañas de Shirley Polykoff fueron una sensación en 1956, como demuestran las cartas remitidas a Clairol. «Gracias por cambiar mi vida», reza una, difundida por la empresa y usada como tema para una reunión nacional de ventas. «Mi novio, Harold, y yo llevábamos saliendo cinco años, pero él nunca quiso poner una fecha para la boda. Esto me ponía muy nerviosa. Tengo veintiocho años y mi madre no dejaba de decirme que pronto sería muy tarde para mí». Entonces, decía la autora de esta carta, vio un anuncio de Clairol en el metro, se tiñó el pelo de rubio «y ahora estoy en las Bermudas de luna de miel con Harold».
¿Era cierto ese testimonial que suena tan falso? Pues…
“En su fiesta de jubilación, en 1973, Shirley Polykoff recordó a los ejecutivos de Clairol y de Foote, Cone y Belding la avalancha de correo que les había inundado después de sus primeras campañas: «¿Os acordáis de aquella chica que escribió para contar que había acabado de luna de miel en las Bermudas nada más teñirse de rubia?».
Todos se acordaban.
«Pues —dijo ella, con lo que sólo cabe calificar como el más dulce de los orgullos— eso lo escribí yo»”.
Me deja sin palabras, pero en realidad, ahí no termina todo. Las prácticas inducidas por la publicidad, como se empezó a concebir en esos tiempos, no tiene el más mínimo respeto por la salud del consumidor. El objetivo es vender a como dé lugar.
Cita del libro Lo que vio el perro y otras aventuras, sobre una de las mujeres que impulsaron esta "revolución":
“Herta tenía gracia, paz interior, cultura —dice Herbert Krugman, que trabajó estrechamente con Herzog en aquellos años—. También tenía una enorme perspicacia. Alka-Seltzer era un cliente nuestro que buscaba nuevos enfoques para su próximo anuncio. Ella dijo: “Se ve una mano echando una pastilla de Alka-Seltzer en un vaso de agua. ¿Por qué la mano no echa dos pastillas? Se duplicarían las ventas”. Eso fue exactamente lo que pasó. Herta era la eminencia gris. Todo el mundo la adoraba.”
¿Tendrá idea Herta Herzog de cuantos casos de cálculos renales, úlcera péptica y sangrado estomacal hay asociados al consumo libre e indiscriminado (y estimulado por propaganda que incita a duplicar la dosis) de ácido acetilsalicílico, llámese en este caso específico, Alka Seltzer?
EL ERROR DE JOHN ROCK. LO QUE EL INVENTOR DE LA PÍLDORA ANTICONCEPTIVA NO SABÍA DE LA SALUD FEMENINA
¿Que el error del inventor católico de la píldora anticonceptiva fue no venderla como un medicamento para prevenir el cáncer de endometrio y de mama, evitando lograr con eso la venia de la iglesia? Gladwell se pasa. En realidad no sé sus motivos, pero por momentos hasta me parece que sus artículos siempre desembocan en publicidad descarada para algo o alguien. Como en este caso, donde parece terminar en alabar el medicamento a base de progestina en que trabajan Malcolm Pike, Darcy Spicer y John Daniels, en Balance Pharmaceuticals, una nueva empresa que fabrica fármacos tendientes al equilibrio.
No soy religioso, pero me molesta particularmente esta frase de Malcolm Gladwell sobre el otrora fervoroso John Rock:
“Le preguntaron cuál había sido la parte más satisfactoria de su vida. «Ésta que vivo ahora —contestó, increíblemente, el inventor de la píldora, sentado junto al fuego con una camisa impecablemente blanca y su sempiterna corbata, mientras leía El origen, una biografía ficticia de Darwin escrita por Irving Stone—. Con frecuencia pienso: “¡Dios!, qué suerte la mía”. No tengo ninguna responsabilidad y sí todo lo que quiero. Tomo una dosis de ecuanimidad cada veinte minutos. Me niego a llevarme malos ratos por menudencias».”
¿Increíblemente? ¿A Malcolm Gladwell no le cabe en la cabeza que no toda la gente quiere atención mediática, fama y “éxito” a la gringa?
LO QUE VIO EL PERRO. CÉSAR MILLÁN Y LOS MOVIMIENTOS DEL ADIESTRAMIENTO
Sólo diré que esperaba más del artículo que le dio el nombre al libro. Pero no es otra cosa que una lección de lenguaje corporal. Todo mundo sabe que George Bush es un pésimo orador que se balancea como un metrónomo. Lo de Cesar Millán, como las demás historias, me generaba otras expectativas, sobre todo por la supuesta perspectiva alternativa que Malcolm Gladwell ofreció en el prólogo.
--------------------------------------
En conclusión, no me importa si Malcolm Gladwell habla con aires de gurú sobre todas esas trivialidades que sostiene "como un jarrón de Tiffany". Personalmente no creo que vuelva a leer nada de su autoría. Como pasa con los libros de superación espiritual de Paulo Coelho, creo que los libros de superación materialista de Malcolm Gladwell también entran en esa categoría de libros que uno debe leer alguna vez para poder decir con propiedad que no valen la pena. Y dado que el tipo es un best seller al que muchos consideran uno de los 50 pensadores más sobresalientes en la actualidad, está visto que tendré múltiples oportunidades de decir que lo he leído y que me parece que es una mierda. ^^