No soy un erudito ni mucho menos. Claro que eso no es ninguna confesión, sino una verdad a la vista. En consecuencia, todos los comentarios vertidos a continuación, apenas representan mi opinión y parecer como lector, y nada más. Al final, ese es precisamente el espíritu de este grupo. "El Club de La Buena Estrella es un club de lectura creado por un grupo de amigos que tienen interés en compartir sus experiencias e impresiones sobre los libros que leen."
Confieso que he corrido. Un mes atiborrado de líos, tareas y actividades, sumadas a una gripe mutante y rebelde, me hallaron a día 28 de mes con apenas 53 por ciento completo en la lectura de la autobiografía de Ricardo Neftalí
Reyes, mejor conocido por el seudónimo de Pablo Neruda.
Quizá no me di verdadera cuenta que el más poderoso motivo de mi atraso es que la lectura de "Confieso que he vivido" tampoco me sedujo. Comparo mi actitud de hoy con la que tuve en alguno de los días de mucho trabajo y cansancio del mes de abril, y no es la misma: En mi apreciación personal no existe comparación válida. Y sigo hablando de mi actitud, por supuesto. Del libro ni siquiera intento comparación alguna. Porque "Sorgo rojo" siempre tuvo éxito en el llamado a gritos que me hacía desde sus páginas ensangrentadas.
Neruda, empero, también es un premio Nobel, y el hecho de que uno de los poetas más conocidos y leídos a nivel mundial y en tantos lenguajes sea oriundo de nuestra Latinoamérica, ya es motivo suficiente para considerarlo una lectura obligada. Aunque admito que demasiado obligada para mi gusto.
Confieso que he sufrido su lectura. No me gustaron los "Veinte poemas de amor y una canción desesperada", ni cuando los leí por primera vez a mis 13 años, ni al releerlos años más tarde. Igual me pasó con "Residencia en la tierra". Y no es porque no me guste la poesía. Pero la verdad es que prefiero a Machado, a Becquer, a Darío o a Cortázar. Y qué decir del Vicente Huidobro tan expuesto y
ridiculizado por Pablo Neruda en sus memorias. Huidobro escribió unos versos infinitamente superiores en técnica y recursos a los de Neruda.
"Altazor" supone un techo que me parece que Neruda no conseguiría alcanzar ni en veinte mil poemas de amor y mil canciones desesperadas. Haciendo una analogía con el libro del mes pasado, creo que junto a la poesía de Huidobro, la de Neruda "es como un piojo marchito que no ha comido en tres años".
Sin embargo, al leer sus memorias, me doy cuenta que no es sólo su poesía lo que me desagrada. En realidad no me gusta Neruda, la persona. Me parece un falso modesto, petulante, que trastoca los conceptos de timidez con malas crianzas, que posa en demasía con su voz rimbombante, su capa gris y su traje negro de poeta, un tipo que peca en estereotipos, que critica (como a Huidobro o a Carpentier), pero que siempre desacredita las críticas que él mismo recibía; Neruda cae en clasismos y arribismos que luego condena en otros, su ninguneo degrada a las mujeres disfrazándose de quien las ensalza.
Neruda incluso abusa (porque no hay otra manera de nombrar lo que hizo) de una servidora que limpiaba su cubo de heces en Colombo, Ceilán, una mujer a quien el mismo menciona como "de la casta de los parias", el tope inferior de uno de los sistemas de clases más abominables. "El encuentro fue el de
un hombre con una estatua", dice, "ella permaneció todo el tiempo con los ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia".
Don Pablo también menciona en mejores términos a otros poetas, pero siempre lo hace como demostrando cuan determinante fue él en que tal o cual entrara o saliera de un lugar o situación gracias a su ayuda, la que extendió aun antes de que el hipotético autor conociera alguna fama. Neruda los descubría, vaya. Según el vate de nuestro libro de mayo "mis poemas iniciales de Residencia en la tierra que los españoles tardarían en comprender; sólo llegarían a comprenderlos más tarde, cuando surgió la generación de Alberti, Lorca, Aleixandre, Diego." Ah, vamos, entonces, según su propio juicio, Neruda, cuando no fue el precursor de la de la Generación del 27, habrá sido al menos su llama inspiradora, quizá su influencia.
Confieso que encima no le creo todo lo que escribe. Neruda, además de pretencioso, me parece fantasioso, exagerado y hasta un poco embustero. Frecuentemente encuentro elementos en sus historias que me resultan bastante inverosímiles.
La historia que cuenta en "Amor junto al trigo", es una de las que no le compro. Me cuesta creerle en su totalidad el erótico relato de la mujer que llega a su improvisado lecho de paja para hacer el amor con él, abriéndose paso en la oscuridad del campamento, a solo metros del clan de los Hernández (entre los cuales estaba su marido), integrante de esa tribu de hombres rudos, despeinados y sin afeitarse que siempre llevaban revólver al cinto y a la hora de pelear eran una tromba que se llevaba por delante lo que estuviera a su paso.
"Cuan difícil es hacer el amor sin causar ruido sobre una montaña de paja", dice el vate chileno, "más lo cierto es que todo puede hacerse, aunque cueste infinito cuidado". TODO puede hacerse. Impresionante. Neruda tuvo una cabalgata malabar sin apenas moverse. Una cosa tántrica, vamos.
Pero digamos que le concedo eso. Lo que no me cierra es que la misteriosa mujer se durmió junto a él con la misma tranquilidad de quien se duerme después del amor con su propia pareja y en su propia cama. Mucho más extraño todavía, es que después, y a pesar del miedo a ser descubierto, el mismo Neruda también se durmió. ¿En serio podemos creer que la protagonista de la furtiva y arriesgada aventura se quedaría dormida y a su suerte junto al poeta, con su marido apenas a unos metros? ¿De verdad piensa que resulta creíble que él mismo haya podido dormirse tranquilamente sin despachar antes a la corajuda mujer?
Para fortuna de ambos, al despertarse Neruda, ella se había ido, y nadie descubrió su episodio de "amor junto al trigo". Ah, pero no todo termina ahí. A la mañana siguiente, Neruda desayuna mirando de soslayo a todas las mujeres del campamento, escrutándolas a detalle para determinar cual podía ser la enigmática aventurera. Una a una las descarta por flacas o por viejas, hasta que encuentra a la que coincide con la imagen que él se había hecho la noche previa al más puro método Braille: senos grandes y firmes, unas anchas y redondas nalgas y largas trenzas en el cabello.Tenía que ser. La intrépida visitante de Neruda no podía ser otra que la más atractiva de todas, por supuesto.
Neruda también anticipó con clarividencia el ascenso de Hitler al poder y el ataque de la flota japonesa a Pearl Harbor. Sin comentarios.
Confieso que tampoco le creo del todo su rollo político y la filiación comunista. Si Neruda era, parece que no ejercía. Así me lo parece por su clasismo y arribismo, sus términos naturalmente despreciativos, su admiración cuasi envidia por gente snob, sus incontables intentos en la búsqueda de fortuna económica...y puedo seguir. Parece que la moda de los premios y reconocimientos literarios al izquierdo y el mito/estigma que reza que los intelectuales son todos revolucionarios, estimulan desde hace casi un siglo la maquila de comunistas de café.
Por supuesto que el tipo debe haber vivido mucho de lo que dice. Pero concuerdo con mi esposa cuando ella trae a colación la frase de García Márquez: "La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla".
Pero dejemos al hombre en paz y volvamos a su obra. En su Oda a la crítica, Pablo Neruda se las arregla para (de forma elegante, eso sí) ignorar sin excepción a todos sus críticos y justificar extraños alejandrinos irregulares y "autoimpuestos" limites técnicos.
Y ahora, perdonadme, señores,
que interrumpa este cuento
que les estoy contando
y me vaya a vivir
para siempre
con la gente sencilla.
"Escribo para gente sencilla", que excusa tan perfecta. Aunque quizá para Neruda la gente sencilla es la que acepta su poesía y disfruta de sus versos,sin hacer crítica alguna. Esas incontables masas de hombres y mujeres que se dedican sus poemas entre sí, con la misma vehemencia con la que otros tantos presumen de ser lectores sólo porque han leído alguno que otro best seller del otro Pablo famoso, el brasileño.
Pero bueno, no todas son piedras. También hay flores para el célebre poeta chileno.
Confieso que me ha gustado mucho más su prosa que su verso. El libro fluye como arroyo en suave pendiente. Se avanza rápidamente sin que eso afecte el ritmo calmo que el autor estila. Sus narraciones sobre terceros me parecen siempre más interesantes que todas sus crónicas en primera persona.
El relato erótico de "Amor junto al trigo" (que bien pudiera llamarse "Paja en la paja"), está muy bien contado. La narración es sugestiva, estimulante, distinta. Como historia de cuento o novela corta hubiese sido fabulosa.
Y como ese hay bastantes más. Me gustaron los relatos pasajeros de muchos de los personajes. Puedo rescatar de mi memoria las anécdotas de la viuda insaciable, de las señoras francesas que inventariaban visitantes y cenas para no repetirlas nunca, del tipo que saltaba ataúdes de personas de su admiración, del primate que hacía de portero y bebía cerveza; de la mangosta casera que rehuyó el combate con la serpiente; del tipo del carruaje,el pájaro y la espada; del anciano del Stradivarius; de la mujer celosa que velaba el sueño de Neruda con un puñal en la mano, del piloto de la guerra civil española que volaba en la oscuridad mientras leía el Conde de Montecristo en método Braille. Etc, etc, etc.
Creo que esas historias son la verdadera riqueza del libro. Por supuesto que de una autobiografía se espera mucha conjugación en primera persona: El uso del yo, mas no el abuso.
La descripción de Valparaiso merece párrafo aparte y cierre categórico. Es, a mi gusto, lo mejor que he leído de Neruda. Su juego de palabras que mitifican la fundación de la ciudad y luego subliman su degradación, describen magistralmente las altas y bajas de la vida, en la metáfora de las escaleras que definen e identifican a Valparaíso:
"El polvo que levantaron las casas al desplomarse, poco a poco se aquieta. Y nos quedamos solos con nuestros muertos y con todos los muertos, sin saber por qué seguimos vivos.
Las escaleras parten de abajo y de arriba y se retuercen trepando. Se adelgazan como cabellos, dan un ligero reposo, se tornan verticales. Se marean. Se precipitan. Se alargan. Retroceden. No terminan jamás.
¿Cuántas escaleras? ¿Cuántos peldaños de escaleras? ¿Cuántos pies en los peldaños? ¿Cuántos siglos de pasos, de bajar y subir con el libro, con los tomates, con el pescado, con las botellas, con el pan? ¿Cuántos miles de horas que desgastaron las gradas hasta hacerlas canales por donde circula la lluvia jugando y llorando?
¡Escaleras! Ninguna ciudad las derramó, las deshojó en su historia, en su rostro, las aventó y las reunió, como
Valparaíso. Ningún rostro de ciudad tuvo estos surcos por los que van y vienen las vidas, como si estuvieran siempre subiendo al cielo, como si siempre estuvieran bajando a la creación.
¡Escaleras que a medio camino dieron nacimiento a un cardo de flores purpúreas! ¡Escaleras que subió el marinero que volvía del Asia y que encontró en su casa una nueva sonrisa o una terrible ausencia! ¡Escaleras por las que bajó como un meteoro negro un borracho que caía! ¡Escaleras por donde sube el sol para dar amor a las colinas!
Si caminamos todas las escaleras de Valparaíso habremos dado la vuelta al mundo.
¡Valparaíso de mis dolores!... ¿Qué pasó en las soledades del Pacífico Sur? ¿Estrella errante o batalla de gusanos cuya fosforescencia sobrevivió a la catástrofe? ¡La noche de Valparaíso! Un punto del planeta se iluminó, diminuto, en el universo vacío. Palpitaron las luciérnagas y comenzó a arder entre las montañas una herradura de oro.
La verdad es que luego la inmensa noche despoblada desplegó colosales figuras que multiplicaban la luz. Aldebarán tembló con su pulso remoto, Casiopea colgó su vestidura en las puertas del cielo, mientras sobre la esperma nocturna de la Vía Láctea rodaba el silencioso carro de la Cruz Austral. Entonces, Sagitario, enarbolante y peludo, dejó caer algo, un diamante de sus patas perdidas, una pulga de su pellejo distante.
Había nacido Valparaíso, encendido y rumoroso, espumoso y meretricio.
La noche de sus callejones se llenó de náyades negras. En la oscuridad te acecharon las puertas, te aprisionaron las manos, las sábanas del sur extraviaron al marinero. Poiyanta, Tritetonga, Carmela, Flor de Dios, Multicula, Berenice, "Baby Sweet", poblaron las cervecerías, custodiaron los náufragos del delirio, se sustituyeron y se renovaron, bailaron sin desenfreno, con la melancolía de mi raza lluviosa.
Valparaíso, entonces, se iluminaba y asumía un oro oscuro; se fue transformando en un naranjo marino, tuvo follaje, tuvo frescura y sombra, tuvo esplendor de fruta.
Las cumbres de Valparaíso decidieron descolgar a sus hombres, soltar las casas desde arriba para que éstas titubearan en los barrancos que tiñe de rojo la greda, de dorado los dedales de oro, de verde huraño la naturaleza silvestre. Pero las casas y los hombres se agarraron a la altura, se enroscaron, se clavaron, se atormentaron, se dispusieron a lo vertical, se colgaron con dientes y uñas de cada abismo. El puerto es un debate entre el mar y la naturaleza evasiva de las cordilleras. Pero en la lucha fue ganando el hombre. Los cerros y la plenitud marina conformaron la ciudad, y la hicieron uniforme, no como un cuartel, sino con la disparidad de la primavera, con su contradicción de pinturas, con su energía sonora. Las casas se hicieron colores: se juntaron en ellas el amaranto y el amarillo, el carmín y el cobalto, el verde y el purpúreo.
Así cumplió Valparaíso su misión de puerto verdadero, de navío encallado pero viviente, de naves con sus banderas al viento. El viento del Océano Mayor merecía una ciudad de banderas.
Yo no puedo andar en tantos sitios. Valparaíso necesita un nuevo monstruo marino, un octopiemas, que alcance a recorrerlo. Yo aprovecho su inmensidad, su íntima inmensidad, pero no logro abarcarlo en su diestra multicolora, en su germinación siniestra, en su altura o su abismo.
Yo sólo lo sigo en sus campanas, en sus ondulaciones y en sus nombres.
Sobre todo, en sus nombres, porque ellos tienen raíces y radícula, tienen aire y aceite, tienen historia y ópera: tienen sangre en las sílabas."
Desafortunamente no fue así con todo el libro, pero confieso que he disfrutado mucho ese capítulo y algunos más.