Viñetas de una biografía:
La cabeza de Orfeo y los sueños tiernos de mi muerte
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Orfeo en Brief Lives, The Sandman |
Debo el retorno a los cómics... y la verdad no esperaba volver a no ser por ellos.
Madrugadas atrás, alargué el brazo hasta la librera para buscar algo, lo que fuera que me quitara de encima las pesadas letras de los libros 'serios' que leía, que ya se sentían igual que mosquitos en noche acalorada y sin ventilador. Después de un rato en el estira y encoge terminé por elegir The Sandman: fables and reflections, arco seis de esta icónica serie de Neil Gaiman. Compuesto por historias autoconclusivas en las que Gaiman recorre los tiempo de César Augusto hasta fantasías épicas al estilo de las Las Mil y una Noche encontré, en la historia dedicada al mundo griego, la imagen olvidada de la cabeza Orfeo, que, curiosamente, en las ultimas semanas, como símbolo de algo, se ha apropiado de mi cabeza; así que me quiero obligar a creer que desde el principio eso era lo que buscaba…
En la genealogía de Gaiman dentro de The Sandman, que admirablemente sigue con historicidad la construcción de su particular mitología, Orfeo es el primer hijo de Morfeo y de Calíope; Morfeo, llamado Oneiros en esta coordenada de realidad, es Sueño, el antihéroe de The Sandman. No quiero extenderme en la historia o en el mismo Orfeo pues considero que no es el lugar para desenvolver un símbolo como este que lleva, en alguna parte, un nudo violento de mi intimidad; me limitaré a decir que: al cierre de la historia, Orfeo, en una especie de un cima existencial, desmembrado a causa de las Bacantes - cosa contraria al mito pues se da por entendido que Orfeo muere a causa de las Ménades - termina a orillas del mar… su cabeza yace a orillas del mar.
Morfeo se presenta, se dirige a su hijo, y este le solicita un último acto de paternidad y misericordia: “Por favor. Padre. Ayúdame. Ayúdame a morir”, y de pronto escucho ese mismo lamento en otra voz, Eli, Eli…
Ampliar imagen: el juego central de las viñetas es al que hago referencia. Fables and Reflections, The Sandman (1991-1993) |
Lo de Orfeo no es un morir cualquiera. Orfeo, sin brazos, sin música, sin cuerpo, sin amor, ha sido transformado en una criatura de mirada y voz que le pide a su padre ser sumergido en el la ceguera, el silencio y olvido; sin eso, sin muerte, Orfeo no tiene más que consciencia de sufrimiento, reiterado y vertiginoso recuerdo de perdidas y tristezas. Sin muerte, la vida de Orfeo es ver, una y otra vez, como la nube huérfana sobre el mar azul e indiferente recrea a Eurídice que desaparece a las puertas del infierno... y eso, para él, es la muerte que ni termina de llegar y que tampoco acaba.
Orfeo, no es más grande que un niño de pecho, le pide a su padre, el señor de los sueños, el acto tierno de una muerte. Morfeo, el padre, inquebrantable, con mirada fija y el semblante por siempre tenso, se niega a su hijo con: “Tu vida es tuya Orfeo. Tu muerte también. Siempre y para siempre tuya”.
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Dan Clowes, My Suicide, Eightball (1992). Contraria a la opinión de los que dicen conocerme, Clowes me hace sentir bastante normal. |
De chico fantaseaba tanto con la posibilidad de morir siempre y cuando Dios o la muerte estuvieran dispuestos a cumplirme una tan sola condición: una vez que estuviera muerto, yo, hecho fantasmagoría, tendría la posibilidad de pasearme en la funeraria para ver de cerca, muy de cerca, no solo los pechos de las mujeres y olfatear sus cuellos, sino que también inspeccionaría las caras largas de los presentes; juzgaría con mucho astucia el grosor específico de cada una de sus lágrimas y me detendría a escuchar las murmuraciones entre amigos y familiares para saber que es lo que hablaban acerca de mí, de mi muerte. Todo eso, pensaba, lo quería para descubrir el secreto de lo que mi muerte es para los otros y una vez descubierto el significado, tomaría mi espectralidad, satisfecho, quizá feliz, y me largaría allá dónde van los fantasmas… fue hasta toparme con My Suicide de Dan Clowes que reflexione que esta idea, posiblemente, es un tanto común, y que desear morir, de igual forma, también puede ser algo igual de común...
Visto desde aquí, a no mucho de llegar a los treinta y tres años, pienso que ese deseo de morir se sostenía por una desesperante angustia de saber, con claridad, quién era, quien fui.
Estas fantasías no se limitaban a la construcción mental del escenario fúnebre, para que este tuviera sentido yo tenía que, antes que nada, pensar en el momento previo de la muerte: enfermedades, casi siempre de tipo terminal, pero sin la perdida de consciencia, o ser yo quien se daba la muerte; esa dos eran mis alternativas favoritas, ¿por qué? Tanto mi fantasma en la funeraria y el suicido dejan al descubierto un proceso inalterable: yo, Alex Escobar Blanco, quiero ser testigo de la muerte, quiero ser testigo consciente de mi propia muerte, quiero saber que soy yo quien muere y no alguien o algo más. Revivir esto mientras escribo no solo me permiten ver la fuerza que estas fantasías siguen ejerciendo en mí como una variante más de ese principio de muerte que embarra todo cuanto hago ( ¿o qué? ¿nunca me han escuchado hablar?). Pero yendo más acá, las fantasías me vuelcan en preguntas como: ¿en qué posición estoy junto a este asunto de la muerte ahora? ¿Acaso me sentía culpable en el fantaseo de mi propia muerte? Y si fuera así, ¿culpable de qué? ¿Soy cobarde por pensar en mi propia muerte? ¿Puede un niño ser cobarde al pensar que estaba en la capacidad de morir por su propia cuenta?
En las tardes solía acercarme a la cocina, en el azulejo manchado de puntos negros se hacían nueve rombos de luz por efecto del sol y las protecciones del vidrio, de las gavetas de la alacena sacaba un enorme cuchillo de mango negro e imagina que si lo movía cerca de la luz que entraba por la ventana, destellaría un copo de luz como estrella navideña o el ojo de Morfeo dentro de los cómics. Llevaba el cuchillo cerca de uno de los brazos, compara la longitud de uno con el otro y aprovecha a anticipar el dolor que el metal haría en mí, y yo, en ese preciso momento, no tenía miedo absolutamente de nada, repito: yo no le tenía miedo a la idea de cortarme los brazos o meterme el cuchillo en el pecho, no tenía miedo ni de morir y tampoco miedo de vivir… pienso que mi muerte la veía como un mas allá de la vida y del dolor.
He realizado estas entradas, las pasadas viñetas de una biografía, movido por un principio vital, es decir, a través de imágenes he logrado, medianamente, hacer un recorrido de mi vida. La manera en que he escrito la mayoría de entradas están cargadas de una sensación de estatismo, de terminación; escribo asumiendo en que cada vuelta al pasado, a través de la memoria, proyecto el futuro como una dimensión acabada: escribir una biografía, estoy convencido, es como una forma de morir, de dar por cerrado el tiempo, que, entre más reflexiono e indago, es en principio algo indeterminado. De Aristóteles, San Agustín, hasta Proust y Heidegger habría mucho qué hablar al respecto, pero tal y como he pretendido, tal y como me tiendo con cada bit que simula una blanca hoja de papel y una pluma que se ha vuelto digital (a dos manos y seis dedos) quiero hablar de esto que hoy sigo siendo.
La primeras nociones de muerte, y puedo estar equivocado, me vinieron con la fabulosa colección de Editorial Planeta Deagostini, de no sé cuantos volúmenes, de Dinosaurios. Una revista que llegó al país no sé si por supermercados o librerías o si esta era mensual o quincenal, pero se convirtió en uno de los obsequios más significativos de mi niñez. Recuerdo ver a mi mamá sobre la calle de mi infancia, una Comala en el corazón secreto de Mejicanos, intentando resguardar detrás de su cuerpo un paquete. Caminaba con la mirada aguzada en las reacciones de mis ojos detrás de las enormes gafas de carey con las que inicie esto de ser un cuatro ojos. Miraba su rostro, ella se topaba con el mío y cuando la pequeña rata que era se le escurría alrededor del cuerpo para dar con el paquete ella hacía uso de lo que ahora a mí me sobra… se aprovecha de su notoria altura llevándose el paquete a lo más alto que da su brazo. Lo que me enternece en este preciso instante que escribo, es el pensar que si ese gesto pasara cualquier día de estos, tengo la seguridad de que mi mamá buscaría la manera de mantener el paquete lejos de mí entre sus manos en lo alto.
Ella entraba a la casa y me entregaba la revista.
Dinosaurios, Planeta Deagostini, (1993-1998) |
Tanto la Dinosaurios y Tierra de Dinosaurios estaban hechos a la sombra de Jurassic Park.
Tierra de Dinosaurios , Forum Cómics por Planeta Deagostini (1993). |
Gertie, Winsor McCay (1914). |
Pero el momento estelar, el contacto con la muerte, al menos para los intereses que trabajo aquí, no viene por las recreaciones y ambientaciones del supuesto hábitat y modo de vida de los dinosaurios, cosa que supondría un exceso de fe digno de cualquier metafísica - pero claro, le llaman ciencia y todo parece verdad -: al final del libro existía un pequeño espacio de dos o tres páginas dedicado a un sección en la que retrataban algún personaje prominente de la paleontología por medio del cómic; esto, como es de suponer, llevaba a exponer toda aquella fantasía de los dinosaurios de las primeras páginas en su forma real de contacto con nosotros, me refiero a presentarlos en-su-tiempo-nuestro, cuya forma es la del fósil.
La impresión de un cadáver, de lo muerto-con-forma, la obtuve de los fósiles de los dinosaurios.
Que pudiera recrearse una forma con los huesos, que la muerte estuviera supeditada a la vida en algún sentido y que esta intervención simulara una vitalidad sin la necesidad de vida, fue el primer contacto con la muerte y un contacto singular… y también puedo escribir que este oficio que se ejerce sobre el fósil es la misma insistencia de mi parte de volverme un fantasma una vez muerto.
Habrá sido esta contemplación la que me llevó, sin darme cuenta, a la idea de qué una vida solo se captura en la muerte, pero ha sido tan radical que se volvió extensiva a muchos campos. El proceso de apocalipisización es efectivo aquí y digo que el amor se captura en la muerte, el sexo se captura en la muerte - igual que algún personaje de Bataille -, la creación en la muerte y así, la vida se captura en la muerte porque una y otra son tan mías, siempre y para siempre. Mi infancia dotó de muerte las cosas y esta muerte, es, para mi, la forma de revitalizar o más bien de dimensionar la fuerza de estos campos que florecen en la vida.
Fui un niño dulce, al menos eso dicen, pero solo yo puedo decir que hubo algo en mí entre el gris, el horror y la tristeza que nunca demostraron su causa y siempre presente (¿recuerdan aquella entrevista que hice en Una entrevista a Briony Tallis y la experiencia del volcán al centro de la alfombra y el fin del mundo y el inmisericorde Dios que era y que ríe? ¿y ustedes creen que eso es un juego de infancia?)
Muchas de las fotografías de mi niñez sacadas por una tía con un astuto ojo para lo inesperado, capturaron esta viñeta de la tristeza y melancolía, de los gris sin fundamento… no hace mucho, fue mi madre revisando los álbumes que reparó en ello:
- No entiendo porque en varias fotos salís así... - Me dice sujetando la fotografía entre sus manos mojadas. Acaba de lavar unas uvas.
-¿Cómo? - Acerco mi cabeza a la foto y tomó del plato algunas uvas para mí.
- Triste. Pareces un niño triste y no entiendo por qué - Y ambos comemos las uvas bien redondas y moradas en silencio.
Por ahora remarcaré este cierre con una pregunta, y tengo la confianza que los cómics me traigan aquí, nuevamente, para continuar: ¿Qué se puede esperar de alguien que tiene por eje de cada cosa la muerte?
a.e.-