Dinora Gaspar, una periodista principiante, decide investigar el caso del psiquiatra Rafael Valdivia, quien oficialmente es el responsable del asesinato de cinco pacientes del Hospital Psiquiátrico Nacional; pacientes de los cuales no se conoce absolutamente nada, por encontrarse aislados en un pabellón inaccesible en la institución. Durante la investigación, D. G. descubre que todas las personas relacionadas con el siniestro se ven afectadas y, en cada nuevo descubrimiento, ella se ve acogida por la horrenda inquietud de que en la sangre rutinaria de un país acostumbrado a la violencia se esconde un misterio, por hoy oculto, detrás de un velo.
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Jamás había entendido La Alegoría de la Caverna de Platón, como lo hago ahora. Creía que Platón había elaborado argumentos que ilustran la vida, nuestra vida, como el producto de las sombras; un mundo entretejido por sombras en nuestra mente. La vida, según él, es una construcción de imágenes y espectros reflejados sobre la pared de una caverna.
Como he mencionado, jamás había entendido a Platón. No como ahora. Después de haber conocido el extraño caso del Doctor en Psiquiatría, Rafael Valdivia, estoy más que convencida que el griego no estaba interesado en que sus argumentos fueran una alegoría. El maestro de Aristóteles nos entregó una verdad perenne: nuestro mundo realmente está construido con sombras y todos estamos hundidos en la caverna.
Lo que están a punto de leer es el resultado de mis investigaciones sobre los hechos ocurridos en el Hospital Psiquiátrico Nacional. Hechos que inculpan al Dr. Valdivia como el responsable de los homicidios de cinco internos que conformaban el Pabellón-M del hospital, la madrugada del 23 de enero del presente año.
Toda la información que ha sido utilizada para esta investigación proviene directamente de referencias bibliográficas, testimonios e impresiones de algunas personas - que he logrado rescatar en la entrevista - con el único propósito y esperanza de entender la verdad detrás de un velo, en el caso del Dr. Rafael Valdivia.
NOTA
He tenido que cambiar los nombres de las personas implicadas para no comprometer su seguridad. Asimismo quiero señalar que todos los pie de página corresponden a las interpretaciones que he logrado hacer de algunas palabras y eventualidades.
Transcripción de entrevista | Natalia | Enfermera en turno del día 22 de enero
En esta entrevista las cursivas corresponden a mis preguntas
«...creo que eran las 11:55 p.m. cuando empecé a escuchar las carcajadas - ¿Carcajadas? – Sí, señorita, así como lo oye. Carcajadas. La gente de ese pabellón se estaba riendo. Al escuchar la gran bulla hice una llamada al Pabellón-M para verificar que todo estuviera en orden. El teléfono sonó. Nadie contestó. Inmediatamente llamé a la oficina del Dr. Hidalgo para informarle sobre la situación. Él respondió y al cabo de unos minutos estaba aquí en la Coordinación de Pabellones. El Dr. Hidalgo solo tenía unos cuantos segundos de haber venido, cuando escuchó las carcajadas que provenían del Pabellón-M… - un momento, ¿cómo es que usted sabía que las risas venían de ese pabellón? - ¡Por las cámaras de seguridad! Mire, de los cinco pabellones que hay en este hospital, solo el Pabellón-M no tiene cámaras… como le decía, cuando empecé a escuchar las risas tuve que revisar las cámaras de los pabellones A, B, C y D, los cual... - disculpe que la interrumpa de nuevo, pero ¿por qué lo llaman Pabellón-M? Siguiendo una secuencia ¿no debería de llamarse Pabellón-E? No tiene sentido - Señorita, lo mismo me pregunté el primer día que vine aquí. Lo que sí sé, es que los pabellones A y B corresponden a los pacientes en estados menos alterados; mis amigas y yo, les decimos a los pacientes que están ahí los «ángeles del farolito» (risas) - ¿Y eso por qué? - ¡Porque vienen y van! (risas). Disculpe (silencio prolongado). En los pabellones C y D, se encuentran los pacientes en estado crónico, casi intratable. Pero del Pabellón-M, no se nada. Nadie sabe nada. Llevo unos cuantos años trabajando aquí, y durante todo este tiempo solo he visto a tres personas entrar al Pabellón-M: El Dr. Hidalgo, un señor que siempre viene de traje, que «dicen» que es alguien del Gobierno… y el Dr. Valdivia. El Dr. Valdivia fue contratado a principios de este año para atender directamente al Pabellón-M, ya que el Dr. Hidalgo, por su edad, no podía seguir atendiendo a la gente de ese pabellón. - ¿Quiere decir que el Dr. Hidalgo, antes de la llegada del Dr. Valdivia, era quien atendía directamente a los cinco pacientes del pabellón-M? - ¡Pues sí! Eso es… - perdone, pero ¿podría seguirme contando qué sucedió después de que el Dr. Hidalgo llegó donde usted estaba? - El doctor, inmediatamente al llegar tomó el teléfono. Llamó a la oficina del Dr. Valdivia y, en esta ocasión, alguien o algo contestó - ¿Qué quiere decir con «algo»? - Es que la forma en que habló, quien sea que haya contestado, sonó como «diabólico» - ¿Aún recuerda qué fue lo que usted oyó por teléfono? - Sí, lo recuerdo. La voz, que era así como «babosa», dijo algo como: «eatin-masitia-mitanti» - ¿Cómo es que puede recordar algo así? - No lo sé, pero no lo puedo dejar de pensar… (silencio prolongado). Cuando escuché «eso», sentí que algo en mi cabeza vibraba… (silencio prolongado). Después de escuchar aquello, el Dr. Hidalgo mandó a llamar a Marvin, quien es el enfermero más grande de este hospital. Después de hablar con Marvin, el doctor hizo otra llamada. Pero de esa última llamada, no pude entender nada de lo que dijo. -¿Por qué? - Porque todo lo que dijo lo dijo susurrado. En fin, el doctor terminó la misteriosa llamada, y junto a Marvin salió directamente hacía el Pabellón-M. - ¿Sabe usted que pasó allí? – No, señorita. No se nada, nadie sabe nada. Además, no hemos vuelto a ver al Dr. Hidalgo desde esa noche, y Marvin, dicen que fue trasladado a otro hospital… ¡Una cosa más! Pasado unos pocos minutos desde que Marvin y el doctor se habían marchado hacia el Pabellón-M, apareció el señor que le digo que es del Gobierno, esta vez, venía acompañado con diez militares. Uno de los militares nos llevó a la capilla, y nos mantuvo allí durante una hora - ¿Pudo ver la insignia en el uniforme de los soldados? - Si, era un triángulo. - ¿Y los pacientes de los otros pabellones?, ¿qué pasó con ellos? - Supongo que algo les hicieron los soldados, ya que cuando regresamos a nuestros lugares, todos los pacientes estaban profundamente dormidos y, en un psiquiátrico, dígame, ¿quién puede dormir realmente bien?».
Después de cerrar la entrevista, le pregunté a Natalia si tenía algún número telefónico que me pudiera servir para contactarme con Marvin. Ella solo tenía en su vieja agenda el número de la casa de Marvin, es decir, el número donde vivían su exesposa Teresa y sus hijos.
Cuando hablé a la antigua casa de Marvin, ella contestó. Después de convencerla que yo no era más que una periodista, aceptó reunirse conmigo en un centro comercial.
Llegué un poco antes al lugar donde habíamos acordado vernos con Teresa. Mientras la esperaba, trataba de tomarme un capuchino, convencida de que eso podría calmar un poco mi ansiedad, pero cuando ella apareció cruzando la puerta del restaurante, el capuchino aún seguía intacto. La reconocí con un poco de complicación, ya que la descripción que Natalia me había dado sobre ella era demasiado inexacta. A simple vista parecía ser la típica imagen que creemos de una mujer divorciada de clase trabajadora intentado verse atractiva. Maquillaje excesivo, blusa demasiado ajustada que marcaba sus grandes pechos y un cuerpo flojo en pésima condición, uñas maltratadas y una licra que desentonaba con la blusa y la edad.
Levanté mi mano desde la mesa para hacerle un señal. Ella me vio, y se sentó sin siquiera saludar. Creí que era conveniente volver a presentarme y, sin darme la más mínima oportunidad de hablar, ella empezó violentamente nuestra reunión.
Todo sucedió tan rápido que no tuve tiempo de poder activar la grabadora, pero al final de eso hubiese sido indiferente, ya que la plática con Teresa duró alrededor de 2 o 3 minutos.
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NOTA
Aquí una pequeña representación de dicha entrevista
Conversación con la exesposa de Marvin | Teresa
- ¡No tengo mucho tiempo niña, así que deja de mierdas conmigo y pregunta lo que necesitas saber! - Teresa no solo me gritaba, sino que parecía que en sus gritos guardaba un gran rencor. Mantuve la calma y continué.
- ¿Sabe qué sucedió en el Hospital Psiquiátrico, la madrugada del 23 de enero?
- Sí. Lo que dicen los periódicos. Eso es lo que sé.
- ¿Y sabe que su exesposo estaba de turno ese preciso día?
- No. Usted ya lo dijo, exesposo. Dígame, ¿qué putas tengo que saber al respecto de él? Ya me jodió lo suficiente como para que yo esté pendiente de él.
- No entiendo algo - procuré no perder el control.
- ¿Qué?
- Ayer, cuando hablamos por teléfono, percibí una actitud muy diferente en usted. Lo que intento decir, es que si he hecho algo que la haya molestad… - Teresa me machucó mi pie. Con tanto tiempo haciendo periodismo, llegas a un punto en que cada mueca, mirada, sonido, parpadeo, sudor y movimiento, es señal de algo. Luego de golpearme, Teresa, se acomodó el escote de aquella blusa de mal gusto y con un movimiento de dedos escurridizos sacó de su brasier un trozo de papel que puso junto a la servilleta que tenía enfrente. Continuó:
¡Me has hecho perder el tiempo, puta! Que te quede claro, ¡no sé nada de Marvin!
Teresa se levantó con violencia, pero antes de irse del lugar, estando en el marco de la puerta de vidrio, me lanzó una mirada. Una mirada de horror. Decidí tomarme el capuchino helado, y con la misma sutileza de Teresa logré guardar el papel en mi bolso. Verifiqué que nadie me estuviera observando, y salí de ahí.
Fueron exactamente 32 minutos los que estuve caminando dentro del centro comercial, pensando en cuál debía de ser mi siguiente paso. La mirada de Teresa me había dejado afectada. Decidí volver a casa. Salí del centro comercial en busca de mi automóvil. Lo había estacionado cerca de una de las entradas principales del lugar, así que debía caminar poco para poder sentirme segura.
Mientras me dirigía al automóvil, no podía evitar ver hacía atrás, sentía que toda la gente me estaba observando. Vi mi automóvil estacionado, y un poco de calma apareció en mi corazón. Mientras buscaba mis llaves en el bolso, vi una ambulancia y una patrulla policial atravesar a toda velocidad el estacionamiento del centro comercial, y tuve un presentimiento. Ahora entiendo porqué es que se dice que las mujeres somos tan intuitivas.*
A pesar de que el carro ya no parecía aquel pequeño refugio en medio de la desconocida incertidumbre que envolvía todo el ambiente, con una ansiedad que me rasgaba las entrañas, decidí leer en ese momento el papel que Teresa me había entregado. Era una carta.
NOTA*
Teresa había muerto asesinada por un supuesto ladrón. Según un periódico, Teresa se opuso a un robo dentro del parqueo del centro comercial. Le dieron cinco disparos, y el resto de periódicos tuvieron el homicidio de Teresa en primera plana; sin contar con que la noticia se publicó de forma viral por todas las redes sociales. Casi ocho canales de televisión repitieron la noticia, como si una sola vez no fuera suficiente. Esta es nuestra realidad: Para ser un país que intenta luchar contra la violencia, realmente pareciera que la veneramos. Nuestra religión es la muerte.