domingo, 4 de febrero de 2018

Una historia de Ángela Pinto, 12

MUJER

Capítulo 12


Por Lana Ruz

Gracias a mi madre


En 1981 nos trasferimos a mi nuevo país, en 1990 fue operado mi marido de emergencia, en 1992 mis padres me enviaron una buena suma de dinero para apoyarme, algo que creó muchas dudas y envidia parece. En 1995 casi cierran la fábrica siderúrgica, en 1998 mi madre me pidió que fuera con mi segunda hija a visitarlos, ya que habían conocido a mi hija mayor, a mi tercer hijo (con él nos fuimos de emergencia a Milano), y me prometieron darme algo más de dinero.

En noviembre 1998 abordamos el avión rumbo a Roma, allí tuvimos que tomar el tren para llegar a mi pueblo en el sur… un tren moderno, veloz… solo que yo andaba con lentes de contacto y ya no aguantaba más.

Casi cuarenta años antes, mi casa estaba cerca de la vía férrea de doble carril… ahora, estaba al sur, casi fuera del pueblo; todo estaba cambiado, la ciudad era mucho más grande, el bienestar se miraba por todos lados, las casas ya tenían calefacción, no usaban brasero de carbón como cuando yo era niña.

El calor de familia sigue aún después de años sin verse, pero ese no era mi sitio, mis padres habían  comprado un apartamento con varios cuartos esperando que alguno de los hijos se fuera a vivir con ellos… los tres hijos que estaban cerca ya tenían donde vivir, por cierto, ellos mismos se lo habían proporcionado, y yo tenía que vivir lejos, como siempre, como hice toda la vida.

Preocupada por no tener pensión, me fui caminando en pleno invierno hasta las oficinas del Instituto del Seguro Social para ver mi situación, ya que días después había que tomar el avión de regreso.

Un gran dolor de garganta me tenía preocupada y en la estación de Roma compré en la farmacia un antibiótico, Zithromax; una sola pastilla y me puse muy mal, pero no podíamos perder el vuelo, así que seguimos el viaje, mi hija y yo… en Miami perdimos el avión por esperar las maletas, me robaron la bolsita con el pasaporte y los boletos, y ¿yo? seguía enferma… a duras penas logré comunicarme con los míos en San Salvador, la Embajada salvadoreña envió la documentación necesaria  y el Consulado en Miami se me extendió un nuevo pasaporte… no podía entrar al país, donde vivía ya desde 1981 ¡sin pasaporte!, mi hija sí podía entrar… vaya leyes absurdas.

En fin, de regreso a casa hubiera querido “echar los pelillos al mar” y olvidar el pasado, pero ahí estaba con todos los rollos de falta de trabajo, con tres hijos que nos necesitaban todavía y la relación con mi “media naranja” empeorando día tras día… se volvió pura tuna, al nomás tocarlo liberaba espinas, como que yo fuera la responsable de todo y no él.

Viven “como gato y perro” se suele decir, y en realidad eso empezó a consumir mi salud, ya bastante deteriorada. Los medicamentos son un maravilloso remedio, pero todos tienen efectos secundarios…las grandes corporaciones de empresas farmacéuticas descubren nuevos productos e inundan los mercados, mientras la alimentación se vuelve menos orgánica, cuesta encontrar productos naturales, todo tiene azúcar, aditivos, preservantes, químicos, etc.

El estrés moderno puede matar, cierto, añada una mala alimentación, problemas económicos, de diálogo entre pareja ¿y? un perfecto cocktail de enfermedades.

Uno piensa que sus padres son eternos: me vine pensando que volvería a verlos, pero no fue así. Mi madre había tenido ya un infarto, solo pasaron seis años cuándo…

Soñé como en un rápido flash, que la vestían de novia… una semana después me hablaron que un segundo infarto le troncó la vida, no llegaría a tiempo ni siquiera para su funeral…

Decidieron cuidar a mi padre, turnándose mis hermanas y mi hermano… compré un boleto para ir a colaborar y hacer lo mío, para dentro de dos meses… solo pasó un mes y volví a soñar algo que me sorprendió y conté a mi hija a la mañana siguiente:

Mi madre trataba de encender un calderón, para hervir agua, a la izquierda estaba sentado mi padre y estaba hablando con un señor parado atrás de él… mi madre se fué como desvaneciendo y desapareció… mi padre se levantó y se vino a sentar  apoyándose al lavadero de cemento…

Una llamada, el teléfono, me hablaban a mí… mi padre había fallecido… pero ¿cómo? ¿qué pasó?. Mi hermana mayor me explicó que no encendía la caldera de gas, así que salió buscando quien la pudiera revisar y de paso se llevó un cuchillito para recoger chicoria silvestre, lo hacía seguido… al regreso quiso acortar el camino y quiso subir una cuesta, en pleno mediodía y con un sol infernal… no le resistió el corazón, a sus 91 años, eso era casi lógico, se apoyó a una pared de cemento y allí lo encontraron ya de noche y con la ayuda de los perros, ya que las hierbas altas lo habían tenido bien escondido por horas.

Así, en un mes, perdí a mi madre y a mi padre.

Ya tenía el boleto para agosto, así que tomé el avión, pasé por Madrid donde vivía mi hija mayor, y las dos fuimos a mi ciudad natal, a ver las tumbas, ponerles flores y darles un adiós para siempre.

Casi cuarenta años antes escribía:

Un jour je encontrerai el amour
……………………………………
Un jour, oui, mais cet jour c’est aujourdhui

Ahora escribía:

“Ve alma perdida,
Busca tu  ser
En la árida tierra
Que te vió nacer”

Había atravesado medio mundo y había perdido la esperanza de vivir sueños, que ya estaban cubiertos de olvido.

2 comentarios :

  1. Que buenas entregas, me he quedado con las ganas de leer más sobre esta historia...

    Saludos cordiales Ángela Pinto..

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  2. ¿Verdad que sí Alexander? yo también quedé picada. Es muy bonita la manera de relatar esta historia. Ojalá nos deleite con la continuación muy pronto. ¡Saludos!

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