jueves, 22 de febrero de 2018

Exp(l)i(c)ación: Una entrevista a Briony Tallis / Primera Parte


A manera de introducción

El juego sobre la alfombra quemada se estaba volviendo tedioso. La historia se había desgastado lo suficiente como para asegurar que su condición inicial de drama estaba perdida. Por ejemplo, el vandalismo del pobre diablo risueño que robaba alejado del esperado interés económico, había quedado al descubierto en el momento en que se enamoró de la hija del dueño del banco. Su conducta delictiva era una torpe justificación para esconder, sin mucho esfuerzo, el deseo de robar el corazón de una mujer. Alex sabía que estas cosas revelaban su falta de capacidad para la construcción de personajes, y muy probablemente sería uno de los obstáculos con los que tendría que lidiar en su fracasada carrera de escritor. Aun con ello, había encontrado el recurso necesario para enmendar esta falta. Con evidentes tintes escatológicos y enraizado en la tradición de sus padres, Alex había hecho de un volcán el aparato definitivo del fin del mundo. Ubicado en el centro de la alfombra, el volcán era el recuerdo perenne de que la vida descansa en la muerte, y que todo principio es engendrado por un fin. El volcán era un mecanismo de juicio contra él, un proceso de imputación por ser el Señor de un universo fracturado, y su consecuente sentencia era aplicada a sus producciones, sus criaturas, sus hijos; y mientras duren los tiempos dentro de todos las espacios, ocultos como cajas que guardan cajas, siempre serán los justos los que paguen por pecadores. Presionado el botón camuflado en el cráter del volcán, el sonido que emitía anunciaría el final de las figuraciones mentales encarnadas en plástico y cartón, y dejaría a la vista, no solo su incompetencia como creador, sino que como Dios, al igual que el cristiano, también él sufría. 

Su mano manchada con polvo y restos de mucosa se alzaban sobre la ciudad de juguete. La sombra de su brazo oscurecía los callejones, las plazas, los edificios y los rostros de los monigotes infantiles. Mientras el instrumento del fin aguardaba por la mano de la ejecución, Alex escuchaba los rezos, los gritos y las tragedias que no encontraron solución en la historia, miraba sus imaginerías correr con desespero en busca de preguntas pendientes, abrazos negados, besos esquivados, asfixiadas en el intento de escupir las palabras atoradas en la garganta. Todas aquellas siluetas plastificadas solo querían resolver el misterio de la extensión de una vida, en el instante de la muerte. En ese día oscurecido por la mano que se extendía hacia el volcán, en que solo brillaba el dolor del mundo y los pecados de su Dios, el…

- ¡Qué no has oído que es hora de comer niño! – gritó la madre de Alex, desde la parte baja del hogar.
- ¡Ya voy mamá! – dijo el pequeño Dios mientras apretaba el botón. 

Y el fin del mundo había sucedido otra vez. 

Previo a la entrevista

Ya hace muchos años que dejé de sentirme Dios, a menos que mi concepto actual de Dios sea el acertado, debido a que los años no solo han servido como aparato de mutación de lo que alguna vez creí, de lo que creo y que podría llevarme a lo que podría llegar a creer, sino que también han sometido mi idea de la vida en el corazón mismo de la muerte, por lo tanto, aquel Dios completo y perfecto que una vez creí que era, ahora resulta ser una monstruosidad caótica de rupturas y melancolías. Si fuera así, no hay muchas complicaciones para hacer de las palabras de una serpiente una realidad. 

‘Expiación’ terminó en la posición 5,793 del Kindle, en mi cabeza, lugar de imprecisas posiciones, ni se encuentra terminada ni empezada, ni arriba ni abajo, se desliza sobre alguna neurona enredada para hacerme creer que cuando tengo resuelto su enigma, apenas he logrado entenderla. Estoy en la misma habitación que alguna vez sirvió como matriz de un mundo hecho de juguetes, de simulaciones de cartón, de pura fantasía tangible. Aunque soy un dios fracturado, totalmente distinto al Alex que sigue en el suelo hilvanando sus historias, sigo teniendo problemas para escribirlas. Mi único logro después de dos décadas ha sido la de reemplazar al volcán por un botón de computador o por la goma de un borrador. Aun y con sus variaciones sigue siendo el mismo proceso de juicio y sentencia de los mundos creados desde mi propia falta, porque lo admito, no soy escritor, pero aun así, escribo. Pensándolo bien, nunca he dejado de ser el mismo Dios que sigo siendo ahora. Jamás fui uno perfecto, jamás fui uno completo. En fin, seguiré esperando, ella no tardará en llegar.

La entrevista

Alguien llama a la habitación. Alex se levanta de la cama y no duda en extender las piernas para acercarse lo más rápido hasta la puerta y evitar hacer esperar a su invitada. Una anciana envuelta en telas exóticas apareció bajo el umbral. Hechicera, gitana, encarnación de una divinidad olvidada. Alex tomó la única silla de la habitación y la ofreció en silencio, sabe que es un mueble incómodo, pero tiene la certeza de que la señora no aceptará sentarse en la cama, ya que no es tan moderna como para acceder a la practicidad y a las comodidades, y él no es los suficientemente atrevido como para dejar a un lado los valores de un viejo mundo que no conoció, pero que sueña.

- ¿Alex es de Alexander o tu nombre es solo uno de esos fetiches del lenguaje que hace de las palabras cosas sin sentido para el significado y diversión para el oído? – dijo la invitada, dibujando una sonrisa mientras dejaba las telas que adornaban su cabeza en una mesita llena de revistas, lápices y papeles. 
- ¿Briony? – sabía que la pregunta era innecesaria y hasta torpe por su respuesta ya implícita. Él y nadie más la había convocado a ella, pero la fachada de ignorancia solo era para establecer el orden de la conversación que estaba por venir. Ella estaba ahí para responder cuanto él quisiera preguntar.

***
(…)
Alex: ¿Por qué entregaste la carta? 

Briony: Porque el amor solo es posible a través de la letra, y es por ello la necesidad de la carta. ¿Sabías que en francés estas dos palabras están vinculadas? El tonto de Robbie cometió uno de sus errores inconscientes al momento de escribir la carta, pero un lapsus como tal no tiene sentido sin un testigo, sin un oyente, alguien que reciba el mensaje, lo interprete y reconozca la falla o la alteración del lenguaje, que encumbre el quid del mensaje.

A: Pero por letra o carta, entiendo que nos trasladamos al campo de lo simbólico ¿estoy en lo correcto?

B: Una respuesta muy lacaniana, pero en efecto es correcta. Sin eso a lo que hemos nombrado simbólico, no habría manera de mediar la experiencia voraz, el apetito y la agresión que evoca la cercanía del otro. Sin lo simbólico, nuestra relación con los otros, podría resumirse en pura destrucción. El amor es un acuerdo que nace de la mediación otorgada por las palabras. El amor es una experiencia meramente divina de exclusividad humana.  ¿Recuerdas la situación con el hermoso jarrón Meissen? dime ¿fuiste capaz de percibir la cólera de Cecilia hacía Robbie? hubo muy pocas palabras en esa danza donde localizamos sin problemas aquello que menciono, que es lo que provoca la otra persona sin la intervención de las palabras. Cuando el otro aparece y nos invade sin la participación de la letra, emerge el apetito de hacer de este parte de uno mismo, o nos desgarra la sed de verlo destruido. Pero para fines prácticos querido, el fin de estas dos tendencias es el mismo: la aniquilación del otro. La carta fue la única manera de permitir un acuerdo entre mi hermana y Robbie, no había otra alternativa. Cecilia y su agresividad habían dejado sin reparos a la voluntad del tonto, que al carecer de medios reales para expresarse, como su voz, cosa dulce e intimidante, me resulta fácil pensar que Robbie había sido amputado de algún miembro que le permitiera realizar el movimiento preciso para intercambiar el inexplicable encuentro en la fuente por la experiencia de amor. ¿No ves cómo nos resulta todo esto tan cristiano? En una relación de dos, siempre hay un tercero que intercede por nosotros; así que si había un velo en el santuario judío que restringía al pueblo de entrar a la presencia de Dios, era porque Cecilia mataría a Robbie mientras quería decirle al oído que lo deseaba. Tanto en la carencia de Robbie o en el exceso de Cee hay señales de amputación. La salvación para ellos residía en la letra que tomó la función de un tercero, que funcionó, para fines de nuestro lenguaje, como un miembro ortopédico. 

La carta que entregué era el brazo que Robbie no tenía, para que pudiese tomar la mano que a Cecilia le faltaba. Es por eso que intercedí, fui emisario de Dios, san Valentín. Una vez leída la carta se intentaría enmendar lo roto. Esa carta, más bien, su emisión y recepción, fue la única posibilidad para que en nuestra adorable pareja surgiera el amor. Por eso es que la entregué, pero esa no fue la razón por la cual la leí. 

Continuará...

domingo, 4 de febrero de 2018

Una historia de Ángela Pinto, 12

MUJER

Capítulo 12


Por Lana Ruz

Gracias a mi madre


En 1981 nos trasferimos a mi nuevo país, en 1990 fue operado mi marido de emergencia, en 1992 mis padres me enviaron una buena suma de dinero para apoyarme, algo que creó muchas dudas y envidia parece. En 1995 casi cierran la fábrica siderúrgica, en 1998 mi madre me pidió que fuera con mi segunda hija a visitarlos, ya que habían conocido a mi hija mayor, a mi tercer hijo (con él nos fuimos de emergencia a Milano), y me prometieron darme algo más de dinero.

En noviembre 1998 abordamos el avión rumbo a Roma, allí tuvimos que tomar el tren para llegar a mi pueblo en el sur… un tren moderno, veloz… solo que yo andaba con lentes de contacto y ya no aguantaba más.

Casi cuarenta años antes, mi casa estaba cerca de la vía férrea de doble carril… ahora, estaba al sur, casi fuera del pueblo; todo estaba cambiado, la ciudad era mucho más grande, el bienestar se miraba por todos lados, las casas ya tenían calefacción, no usaban brasero de carbón como cuando yo era niña.

El calor de familia sigue aún después de años sin verse, pero ese no era mi sitio, mis padres habían  comprado un apartamento con varios cuartos esperando que alguno de los hijos se fuera a vivir con ellos… los tres hijos que estaban cerca ya tenían donde vivir, por cierto, ellos mismos se lo habían proporcionado, y yo tenía que vivir lejos, como siempre, como hice toda la vida.

Preocupada por no tener pensión, me fui caminando en pleno invierno hasta las oficinas del Instituto del Seguro Social para ver mi situación, ya que días después había que tomar el avión de regreso.

Un gran dolor de garganta me tenía preocupada y en la estación de Roma compré en la farmacia un antibiótico, Zithromax; una sola pastilla y me puse muy mal, pero no podíamos perder el vuelo, así que seguimos el viaje, mi hija y yo… en Miami perdimos el avión por esperar las maletas, me robaron la bolsita con el pasaporte y los boletos, y ¿yo? seguía enferma… a duras penas logré comunicarme con los míos en San Salvador, la Embajada salvadoreña envió la documentación necesaria  y el Consulado en Miami se me extendió un nuevo pasaporte… no podía entrar al país, donde vivía ya desde 1981 ¡sin pasaporte!, mi hija sí podía entrar… vaya leyes absurdas.

En fin, de regreso a casa hubiera querido “echar los pelillos al mar” y olvidar el pasado, pero ahí estaba con todos los rollos de falta de trabajo, con tres hijos que nos necesitaban todavía y la relación con mi “media naranja” empeorando día tras día… se volvió pura tuna, al nomás tocarlo liberaba espinas, como que yo fuera la responsable de todo y no él.

Viven “como gato y perro” se suele decir, y en realidad eso empezó a consumir mi salud, ya bastante deteriorada. Los medicamentos son un maravilloso remedio, pero todos tienen efectos secundarios…las grandes corporaciones de empresas farmacéuticas descubren nuevos productos e inundan los mercados, mientras la alimentación se vuelve menos orgánica, cuesta encontrar productos naturales, todo tiene azúcar, aditivos, preservantes, químicos, etc.

El estrés moderno puede matar, cierto, añada una mala alimentación, problemas económicos, de diálogo entre pareja ¿y? un perfecto cocktail de enfermedades.

Uno piensa que sus padres son eternos: me vine pensando que volvería a verlos, pero no fue así. Mi madre había tenido ya un infarto, solo pasaron seis años cuándo…

Soñé como en un rápido flash, que la vestían de novia… una semana después me hablaron que un segundo infarto le troncó la vida, no llegaría a tiempo ni siquiera para su funeral…

Decidieron cuidar a mi padre, turnándose mis hermanas y mi hermano… compré un boleto para ir a colaborar y hacer lo mío, para dentro de dos meses… solo pasó un mes y volví a soñar algo que me sorprendió y conté a mi hija a la mañana siguiente:

Mi madre trataba de encender un calderón, para hervir agua, a la izquierda estaba sentado mi padre y estaba hablando con un señor parado atrás de él… mi madre se fué como desvaneciendo y desapareció… mi padre se levantó y se vino a sentar  apoyándose al lavadero de cemento…

Una llamada, el teléfono, me hablaban a mí… mi padre había fallecido… pero ¿cómo? ¿qué pasó?. Mi hermana mayor me explicó que no encendía la caldera de gas, así que salió buscando quien la pudiera revisar y de paso se llevó un cuchillito para recoger chicoria silvestre, lo hacía seguido… al regreso quiso acortar el camino y quiso subir una cuesta, en pleno mediodía y con un sol infernal… no le resistió el corazón, a sus 91 años, eso era casi lógico, se apoyó a una pared de cemento y allí lo encontraron ya de noche y con la ayuda de los perros, ya que las hierbas altas lo habían tenido bien escondido por horas.

Así, en un mes, perdí a mi madre y a mi padre.

Ya tenía el boleto para agosto, así que tomé el avión, pasé por Madrid donde vivía mi hija mayor, y las dos fuimos a mi ciudad natal, a ver las tumbas, ponerles flores y darles un adiós para siempre.

Casi cuarenta años antes escribía:

Un jour je encontrerai el amour
……………………………………
Un jour, oui, mais cet jour c’est aujourdhui

Ahora escribía:

“Ve alma perdida,
Busca tu  ser
En la árida tierra
Que te vió nacer”

Había atravesado medio mundo y había perdido la esperanza de vivir sueños, que ya estaban cubiertos de olvido.

sábado, 3 de febrero de 2018

Una historia de Ángela Pinto, 11

MUJER

Capítulo 11


Por Lana Ruz

Gracias a mi madre


Las noticias que yo tenía de ese país eran desesperanzadoras… en una pequeña capilla, le habían disparado al obispo mientras oficiaba la Santa  Misa, ¡mientras levantaba la ostia!

¿Pero quién podría haber hecho algo así? ¿cómo? ¿por qué? eso era simplemente absurdo, horrible, inhumano. Nada hubiera podido justificar algo tan increíblemente absurdo.

Y ese era el país adonde me obligaban a ir a vivir… o se llevaban a mi pequeña, ya que por tener padre extranjero no era ni siquiera ciudadana del país que yo siempre había considerado mi casa…

La perspectiva me asustaba, decidimos ir a conocer antes de tomar esa decisión… bueno yo así lo creí, en efecto con vuelo charter volamos por Amsterdam, Aruba y finalmente a Guatemala, donde una hermana de mi marido, y donde vino su padre a conocernos, ya que solo pude encontrarme años antes con un tío.

En carro nos vinimos a San Salvador, fuimos a almorzar a casa de los otros dos tíos y aprecié mucho la amabilidad de ellos… así que al regreso a mi país, bajamos al sur a visitar por última vez a mis padres, vendimos y regalamos lo poco que teníamos, renuncié a mi trabajo y empezó otra nueva etapa de mi vida, frente a lo casi desconocido.

Tuvimos que ir a vivir con mi suegro. Mi esposo empezó a trabajar en la fábrica siderúrgica que ellos tenían y yo tuve que llevar a mi pequeña en un kínder y ocuparme de la casa, a aprender a cocinar, algo podía, pero cocinar todos los días significa tener un extenso menú de comida variada, nutritiva, completa de carne, verdura, fruta; y yo, que casi nunca iba al mercado, tuve que ir varias veces a la semana al supermercado más cercano, aunque teníamos una empleada doméstica, acostumbrada a hacer y dirigir todo lo de la casa.

Pocos días después, un gran estruendo nos asustó y en pleno día… una bomba había hecho saltar una casa a poca distancia…

Pusimos en un kínder a mi pequeña, que no tenía ni cuatro años, ni sabía una palabra de español. Mi esposo pasaba a traernos en carro, pero un día se estaba tardando y salimos a la calle yo y la niña… un joven se acercó me arrebató los Ray Ban y apuntándome con una pistola me exigía mi reloj…claro, nunca había visto una pistola y mi reloj era casi nuevo… "Por qué?" -le decía en mi idioma- sin darme cuenta del peligro que estaba enfrentando. Algunos padres vieron y oyeron pero nadie intervenía. Finalmente, como que al joven le pareció mejor dejar así las cosas, metió la pistola en una pequeña bolsa de pan y se dió a la fuga.

Meses después, varias llamadas telefónicas obligaban a un tío a dejar en un parque una maleta con tantos miles de colones. Por miedo así lo hicieron y a la siguiente vez mi marido se paró y con coraje respondió que eso no era posible y no se iba a hacer. "Sabemos dónde vives" –le respondieron- "te vamos a rociar las ventanas”.

Fue así que una enorme puerta de hierro se levantaba en la noche para protegernos, ya que la ventana daba justo a la calle. El toque de queda, la obligación de estar en casa a las cinco de la tarde, era impuesto sin posibilidad de transgresión y, sin embargo, las noticias de atentados, ataques y asesinatos; seguían asustando a todo el mundo.

Por lo demás, todo seguía casi igual, mi esposo se iba al trabajo, en la periferia de la ciudad y yo seguía limpiando y cocinando y cuidando a mi hija. Luego, quedé embarazada de mi segunda hija. Estaba tan ocupada en todo eso y como siempre con el dinero justo y necesario. No tenía carro, casi no salía y terminé por acoger a mi niñita con una sola camisita. Nadie me hizo un té para tener ropita, y fue así como me dí cuenta que era costumbre en esa sociedad. Al darme el alta en el hospital, me tuve que llevar a la niña envuelta en una frasada (que había usado con mi primera hija), en pleno medio día y con un sol radiante.

Aprendí a hacer un rico asado de carne al horno, de pollo y de conejo. Hice hasta ravioles, gnocchi, mi suegro estaba encantado… una vez, en Navidad, cuando todos nos reuníamos en los Planes de Renderos para la cena, a mí me tocó hacer treinta chiles asados, pasé dos horas asando y pelando los benditos chiles y mi suegro y su hermano se sirvieron más de la mitad solo ellos dos, jajajaja, dejando a los demás con las ganas.

En realidad, una vez se le quita la piel, solo se le pone sal, aceite de oliva y aceitunas verdes… son una verdadera delicia.

Ya con dos chiquillas, quise tener también un hijo varón y tuvimos suerte; mi tercer hijo fue un niño rubio rubio, chele chele, como se decía y yo corría atrás de uno y otro hijo para que no les faltara nada, limpiando y cocinando y además trabajando en la mañana en la fábrica, para tener algo más de dinero y para sentirme un poco más independiente como siempre había sido.

El ataque final del año 1989, con bombardeos en esa zona de mi casa, casi la destruyen del todo, años después, todavía se escarbaba para buscar cuerpos enterrados…

Pero lo peor fue que a mi esposo le dio una angina péctoris, o sea, un ataque al corazón, y el cardiólogo nos dijo que teníamos que irnos de emergencia a Milano, donde un emérito cirujano operaba con mucho éxito y remplazaba las válvulas dañadas del corazón con unas metálicas que duraban toda la vida.

Fue así como nos tocó viajar apresuradamente en un vuelo de muchas horas y con mucha angustia, por haber dejado a mis dos hijas con mi suegro y mi cuñada y llevando con nosotros al pequeño de apenas tres años y medio… otro viaje, a la inversa esta vez, pero siempre con el mismo dolor de tener que enfrentarme a algo desconocido y tal vez profundamente doloroso.

Mis padres vinieron al norte para apoyarme, mi hermana mayor se quedó conmigo y el pequeño, mientras yo iba al hospital en bus o a pie… el frío era constante, menos diez grados bajo cero, era difícil de aguantar, acostumbrados ya al clima caliente durante todo el año en El Salvador.

La intervención  de corazón abierto fue un éxito, la recuperación fue muy complicada, difícil, lenta…ya de vuelta en El Salvador el uso de un anticoagulante lo llevó varias veces de emergencia al hospital y las cosas se complicaron en la empresa, donde la lucha entre obreros y el patrón se hizo más furiosa, encarnizada y decidida.

La sombra de otra gran empresa siderúrgica estaba siempre presente, eso y el hecho de no tener apoyo financiero ni humano de la familia, que vivía de eso pero no sabía nada de bancos, deudas, préstamos, los miedos del banco de una posible quiebra, bancarrota o desastre financiero; terminaron por complicar las cosas y las huelgas aceleraron el proceso de desintegración de una fuente de trabajo para decenas y decenas de familias, incluyendo la nuestra, incluyendo la mía…

He tenido una vida bien tranquila y sin problemas. ¡Cómo me hubiera encantado poder decir algo así!

Me quedé sin trabajo y empecé a dar clases de mi lengua natal. Los hijos crecían, pero las tensiones en casa eran cosa de todos los días y los nervios minaron la relación ya difícil por ser de culturas diferentes, estratos sociales diferentes, propuestas de vida diferentes y proyectos de vida diferentes.

viernes, 2 de febrero de 2018

Una historia de Ángela Pinto, 10

MUJER

Capítulo 10


Por Lana Ruz

Gracias a mi madre


Quise siempre seguir estudiando y, en efecto, me inscribí en algunos cursos que daba la alcaldía, en contabilidad, en lengua extranjera… no podía ir todos los días, a veces me sentía cansada, además, sabía muy bien mi lengua natal, lo que necesitaba era estudiar inglés… no le gustó a los responsables  y no pude continuar, así que mejor me inscribí en la Universidad, en la Facultad de Filosofía.

Un año antes, ya consciente de que mi relación sentimental iba mal y no iba a durar, se me ocurrió  cambiar completamente el rumbo de mi vida… me iría al Vietnam, como enfermera voluntaria, así que fui al hospital a preguntar sobre cursos de enfermería y una enorme monja, vestida de blanco, me preguntó que quien iba a pagarlo… claro, no era gratis, no lo había pensado, así que nada… abandoné la idea, por eso me pareció más inteligente ponerme a estudiar, además había jurado no volver a dejar mi trabajo y a no cambiar ciudad por nada en el mundo.

Pensé que mi vida ya no me iba a dar más sobresaltos, pero “el destino” me tenía reservadas muchas más sorpresas de lo que podía  imaginar…

Al inscribirme en la Universidad, tenía la opción de ir a cenar al restorán universitario, podía comer cualquier cosa, pero me bastaba poco y así no tenía que comprar ni cocinar o irme a la cama con el estómago vacío.

Se acercaba el final de año 1975 y en diciembre, la mayoría de los estudiantes se iba a pasar las vacaciones de Navidad a sus casas, sus pueblos, sus familias… solo quedaban los estudiantes extranjeros.

Quedaba cerrado el restorán principal y había que ir a otros siempre dentro de la ciudad, pero no tan cerca de la Universidad, así que nos organizamos para ir juntos a almorzar y a cenar.

Una chica del grupo nos invitó a todos a ir al apartamento de montaña de sus padres, así que nos fuimos en tres carros a pasar la Noche Buena en pleno invierno a un pueblito en plena montaña, y nos despertó un increíble manto blanco de al menos veinte centímetros de nieve.

Fuimos a pie a la única tienda que había en la plaza a comprar alimentos, los dos mayores de edad, o sea yo y uno de ellos que años más tarde iba a ser mi esposo.

Había quien tocaba guitara, todos cantábamos canciones rancheras, las aprendí cantando y era lo único que sabía en español, ya que en la Universidad puse ese idioma en lugar del francés que conocía bien.

Los días pasaban entre trabajo, salidas, cine, reuniones, y canciones…

Ahora había que ver adonde ir de vacaciones en agosto: en el sur un año, en tienda de campaña, a la orilla del mar con pescado fresco, mejillones, que yo misma saqué de las rocas, y algo más, pude preparar una riquísima sopa de mariscos; todos quedaron encantados y mi fama de buena cocinera empezó con poco.

Al año siguiente, fuimos en Grecia, el Partenón era estupendo, la gente muy sencillamente amable, en tienda de campaña otra vez, pero en esta ocasión asustada por un buen atraso en mi periodo… y sí, estaba embarazada… de repente me sentí maravillosamente perdida, con algo de miedo, incertidumbre, inseguridad y la sensación de que iba a luchar aunque fuera con todo el mundo para esa criaturita.

Había tomado la decisión de no casarme, ya que con lo que ganaba podía mantenerme a mí y a mi futuro bebé, pero al final una pariente me convenció de que era importante tener madre y padre, por cualquier avenencia inesperada, así que empezamos a preparar los papeles y entre uno y otro pasaron varios meses y tuve que reducir las dos semanas obligadas por la alcaldía, de hacer publico el anuncio, a solo dos días, y en efecto, según mi ginecólogo el parto era previsto en pocas semanas.

Al comunicarlo a mis padres, decidieron venir para estar presentes en el evento y tuvieron que adaptarse a dormir en una sola cama, ya que adonde vivíamos era pequeño y además yo recibía mi sueldo pero mi marido seguía de estudiante.

Nació mi niña, la más linda de todos los recién nacidos del hospital… "si no te conociera, -me dijo una colega-, no podría creer que es tu hija” ¡vaya cumplido!…

Mi madre estaba muy contenta, pero cansada ya que tenían dos semanas durmiendo mal y prefirieron irse a casa de mi hermana que vivía en otra gran ciudad y tenía un pequeño hotel y restorán, con cuartos suficientes para que pudieran descansar bien.

Mi niña casi se ahoga en un regurgito, la camita no estaba cerca, yo estaba muy cansada y adormitada… fue un milagro que él se dio cuenta y entre susto y carrera se le ocurrió aspirar todo eso y la niña empezó a respirar bien. Mi madre volvió al día siguiente, pero mi hija se enfermó, tuvo un fuerte resfriado, dolor de oído, comía poco, se dormía y se despertaba con hambre y así pasamos de uno a  otro pediatra hasta que una linda pediatra joven me dijo que mi tiernita tenía ernia umbilical, me explicó como curarla y que ese cuarto era muy húmedo para una bebé… ¿qué podía hacer? casi me obligaron a dejar mi apartamento para ir a vivir con mi marido, como era de costumbre. Esta vez lo obligué a ponerme la cuna cerca.

En fin, pasó un mes entre miedo y visitas a la pediatra, vino mayo y convencí a mi marido a irnos a la casa de sus ancestros que un siglo atrás habían abandonado en el pueblo para emigrar a Centroamérica… una casa de tres pisos, cocina, baño, sala etc. suficiente para los tres, pues en realidad mi marido se iba por semanas, con mi carro, para poder terminar su tesis en geología y yo me quedé lavando pañales y cuidando de mi preciosa bebecita.

Mi madre, antes de volver a su casa, vino a visitarme allí… pensándolo bien, mi madre me visitaba adonde me iba… me regaló una lavadora años antes pensando que me iba a casar, no lo hice, es más,  la rompí… conoció adonde nació mi hija, la casa de pueblo casi abandonada pero en verano muy cómoda, vió adonde nos mudamos el siguiente invierno… o sea que sí seguía mis pasos de alguna manera, y los de mi otra hermana que había quedado en el norte también, mientras mi hermana mayor y mi hermano quedaban casi cerca de ella en el mismo pueblo en el sur.

Mi madre seguía trabajando y escondiendo dinero, acumuló suficiente para comprar otro apartamento que alquilaron a mi hermano y al vender los terrenos pudo comprar otro adonde ellos se quedaron viviendo.

La vida es una continua lucha, contra todo, contra todos o solo contra uno mismo… ¡cuántas veces se siente uno tan desconfortado, frustrado! ¿tanto para renunciar a este regalo maravilloso?

No sabía que iba a tener un ejemplo muy cercano: en un accidente de carro se le murió su madre y un hermano menor, otro quedó en coma y revivió por milagro, ¿pero él? se casó, enfermó y fue operado de un pulmón, empezó a tomar, pasaron los años y la falta de cariño, de apoyo o simplemente de ese motor que es la supervivencia, lo llevó a una profunda consternación, desolación hasta dejarse morir… sí, sus cenizas las esparcieron en el mar como quería ¿y? todo se acabó para él, claro, los demás siguieron como si nada hubiera pasado. Un hilo tenue, transparente, que nadie ve, nadie reconoce, une la vida y la muerte.

Me pregunto ¿cuántas veces has de luchar, superar esas profundas tristezas? y ¿quién no la ha sentido  alguna  vez en su vida…?

Lo que cualquier ser humano quiere es vivir feliz, tener una casa, un trabajo, una familia, hijos… eso es vivir… y cuando todo eso es un continuo tropezar, empiezan los sentimientos negativos contra sí o contra otros y eso no es nada bueno.

Yo tenía unas ganas enorme de salir adelante, ver crecer mi linda tierna, pero el día a día era difícil, lejos de mi trabajo, con el carro viejo que no arrancaba, con temperaturas bajo cero, y mi pequeña enferma por faringitis, laringitis, o sarampión  o varicela o…en fin.

Se me hacía difícil seguir trabajando, peor que no tenía ayuda de nadie y mi marido no tenía ni trabajo ni nada, solo había terminado de estudiar… así que al final quedó como única opción venirse a casa de su padre, a El Salvador, a pesar de saber que era un país en guerra civil…




jueves, 1 de febrero de 2018

Una historia de Ángela Pinto, 9



Amigos del Club de la Buena Estrella, avanzamos con el bellísimo relato de nuestra amiga Ángela Pinto. Espero que disfruten mucho su historia que va tal cual ella me la ha enviado, salvo pequeñísimos y casi imperceptibles cambios en la puntuación y correcciones menores hechas debido a que el español no es su lengua materna. 

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MUJER

Capítulo 9


Por Lana Ruz

Gracias a mi madre


Como en las películas, me encontré a las ocho de la mañana, sentada en el banquito de un parque, cerca de la dirección que días antes una voz de mujer me había dado… una mujer que yo creí la madre de unos niños en busca de niñera. Había tocado el timbre, nada, la puerta cerrada… en fin, una vecina me dijo que era sábado y eso estaba abierto de lunes a viernes.

Vaya, eso sí que no me lo esperaba, ¿y ahora qué? tenía algo de hambre, así que me encaminé en busca de un bar, no tenía mucho dinero y todavía necesitaba adonde dormir. Ví un cartel en un portón, entré y pagué para un cuarto, me acosté un rato ya que con ese continuo tran tran del tren no había  podido casi cerrar ojo…

El lunes me vestí y fuí caminando. Ahora sí la puerta estaba abierta. Subí unas gradas y entré hacia un pequeño corredor donde había una pequeña oficina. Me presenté y sí, se acordaba de mi nombre, así que no me fue difícil obtener el trabajo: tenía que cuidar a unos niños que iban a la playa de vacaciones, y naturalmente iba a ayudar, puesto que eran ocho niños pequeños que no eran hermanos sino que los padres no podían cuidarlos en esos dos meses y los dejaban en una guardería.

Al término de los dos meses, me pidieron que me quedara y la idea de cuidar niños tan pequeños me preocupó, no me sentía preparada, era mejor niños de edad escolar, y volví al lugar donde me buscarían otro trabajo y tuve suerte, esta vez fue en una montaña, para sustituir a una chica que se iba a casar.

En el convento, la monja Gertrudis decía que en el mundo de afuera había solo maldad… bueno, ¿y si probara algo de esa maldad? claro que trabajando como baby sitter era casi como estar en el convento… así que decidí cambiar de trabajo. Busqué un convento donde alquilaban camas para dormir. Pagando una módica suma, se podía dormir y desayunar. Eso hice y fue así como conocí a una chica con quién nos hicimos amigas, y la que al cabo de un tiempo me propuso alquilar juntas un cuarto en alguna zona de la ciudad que no fuera cara. Su asistente social le ofreció trabajo en un supermercado y fuimos las dos: a las seis de la mañana había que tomar el bus para empezar temprano y ya en la tarde regresábamos casi a las ocho. En fin, había que trabajar, para pagar el alquiler, para comer, vestirse…

Luego apliqué a un anuncio como maestra en una escuela. El teléfono que dí era de la portera que me dió el recado y yo no recordaba a quien corresponder, así que perdí la ocasión… pero igual me llamaron de la oficina de reparto de llamadas internacionales, donde había hecho un examen en francés, pero era un trabajo temporal, así que preferí quedarme como cajera en el supermercado. 

Después vino el invierno y yo no tenía ropa para el frío, así que le escribí a mi hermana para que le pidiera a mi madre el abrigo de piel que había dejado, y la respuesta fue: “¡se acuerda de tener una madre solo cuando la necesita!”

¡Creo que una ducha fría me hubiera hecho menos daño! Aguanté como pude y me compré lo que pude.

Seguía muy introvertida, no lograba hacer amistades ya que al rato nos cambiaban de sucursal y terminé por sentirme sola y traté de convencer a mi hermana menor de venir al Nord.

Un día, mi amiga me invitó a salir con dos muchachos que ella había conocido. Ella sabía lo que hacía ¿y yo? ingenua o tonta, no sé, en realidad no sabía nada de nada. Fuimos a una feria, donde había mucha gente y todo fue bien. La semana siguiente fuimos al cine, y días después uno de estos muchachos me dijo que íbamos a visitar a su tía. Me pareció algo raro, pero fue quizás ingenuidad o miedo. Él era  guardia especial, de los que tienen que ser altos, más de un metro ochenta. Cerró la puerta con llave… yo podía gritar, tirarle una silla… fue  ingenuidad, ya que no sabía nada de nada, fue miedo, no sé, en fin...

Mi amiga cambió de trabajo. Una vez más, con el apoyo de su asistente social, pudo alquilar un apartamentito y obtener la custodia de su hijita (era madre soltera). La ayudé en lo que pude, pero habíamos tenido problemas con la venida de mi hermana y dejamos de vernos. Mi hermana y yo quedamos en el viejo edificio, en otro cuarto donde se había muerto una anciana, dejando algo de muebles… por suerte no estaba cuando se la llevaron pero se sentía el olor a muerte, así que empecé a buscar un apartamentito para nosotras dos.

Un día, uno de los empleados me instó a apoyar la huelga para una mejoría salarial. Lo hice, pero la patrona fue más astuta y hábil. Simplemente cerraron las puertas por unos días, así que cuando volví me encontre casi sin trabajo, por eso mejor olvidé el asunto de la huelga sin saber que ya estaba tachada y tendría algún problema en futuro.

Mi vida no estaba mejor que antes, es más, pasaba trabajando y entre mi hermana y yo podíamos alquilar. Encontré algo aceptable, dejé pagado dos meses mientras la dueña terminaba de hacer reparaciones.

Un domingo, cansada y medio desesperada, me fui a dar una vuelta a la plaza principal. Llevé a la hija de mi amiga a pasear un rato y que viera las palomas que bajaban en tropel a comer maíz o lo que se les daba. La plaza estaba abarrotada de gente y de palomas. Traté de sentarme en una columna, pero a esa chiquilla le encantó subir y bajar y yo le daba la mano. Pasamos así al menos cuarenta minutos, ni me había fijado en ese guapo muchacho que al final me habló, felicitándome por tener tanta paciencia con mi hija: “no es mi hija" -le dije- , “es hija de una amiga”.

Y ese fue el inicio de otro gran lío… me pidió el teléfono, pensé que no me iba a hablar, pero sí me habló, me buscó, no me dejaba en paz, me venía a traer al trabajo, me acompañaba a casa, quiso conocer el apartamento todavía sin terminar y… bueno…

Un día, una secretaria de no sé donde me preguntó por teléfono si yo era su esposa y le contesté que no, que era solo una amiga… era la verdad. Él no se enojó por eso, pero perdió la posibilidad de tener un muy buen trabajo, y cuando le ofrecieron otro pero en otra ciudad, me pidió de seguirlo, acepté… renuncié a mi trabajo y me busqué uno en la nueva ciudad. Perdí todo lo que había pagado en anticipo para el apartamento, y el adelanto para poder comprar un carro.

El nuevo trabajo no salió como pensaba y tuve que dejarlo, no fue nada fácil encontrar otro, pero lo logré, no me faltaban ganas de trabajar… entré como secretaria en un restorán elegante en un castillo a la orilla del río, que atravesaba toda la cudad… sus celos tontos y estúpidos me dejaron boquiabierta… me obligó a dejarlo y otra vez me encontré en apuros…

Me presenté en un gran almacén. Meses después, me vieron en el parqueo con él y sus padres… mentí al decir que era mi primo y me sacaron… era una mentirilla, pero ¿cómo iba a decir que vivíamos juntos? En esos tiempos todo eso era difícil de contar y él poco a poco me había ido contando su historia: había dejado embarazada a su novia, discutieron y la dejó, y para colmo se acostó con la mejor amiga de ella, dejándola también embarazada… solo que los parientes de esta última lo obligaron a casarse… así que tenía un hijo y también estaba casado… tuvo que aprender a no ser violento y conmigo se portaba de lo lindo, pero eso duró poco.

Una vez me gritó, me asusté, y el día siguiente me tomé un par de pastillas para dormir, boté las demás y dejé el bote vacío en la mesita, al verlo se preocupó y me obligó a vomitar…

Al  cumplir un año juntos, dijo que era la primera vez que duraba tanto con una mujer… pero ya se había vuelto extraño, me di cuenta que salía con otra, llegaba tarde, el domingo desaparecía y me dejaba sola a cuidar su perro… en agosto vinieron sus padres, fuimos de viaje, compramos chocolates y quesos.

Para Navidad vinieron otra vez, yo seguía trabajando y era el último día antes de las vacaciones… de repente empezó a nevar y en pocas horas se puso todo blanco y suave… no tenía botas, le hablé que me viniera a traer y me contestó que estaba ocupado: ¿me quedo aquí? Pensé… sola, sin nada, sin cama… no podía, me fui caminando bajo la nieve y hundiendo los pies en el suave y delicado manto blanco…

Al día siguiente solo perdí el conocimiento y no supe que pasó hasta un par de días después al levantarme e ir al comedor donde me saludaron con un aplauso y mucho cariño… él y sus padres se habían  asustado.

Un tiempito después me di cuenta que no podía seguir así y le dije que me iba, solo el tiempo de encontrar adonde vivir… otra vez sin casa, bueno tenía trabajo… me costó encontrar algo decente…al norte tenían mucha aversión, antipatía hacia los del sur, pero por suerte mi trabajo les daba confianza. 

Me dolía cambiarme por si él regresara… se había ido a su casa por unos días, para enfrentarse al tribunal, que al final decretó fin a su matrimonio, pero cuando yo hablé por teléfono sentí otra voz femenina además de la de su madre y no pude dejar de pensar que lo más seguro era que esa era la de la madre de su hijo… en fin, a su regreso yo abordé el asunto: “Proba un año, -le dije-, yo te voy a esperar".

Así que me quedé sola y en otra zona, pasando otra vez de casa al trabajo y del trabajo a casa… muy infeliz para hacer más amistades, a pesar de estar en un ambiente laboral muy bonito, con gente muy educada, dispuesta a comprenderme…