sábado, 13 de diciembre de 2014

Estupor y temblores, comentario personal

Hasta el 40% de la lectura, justo antes de la noche en que Amélie corretea desnuda por la oficina, casi sodomiza un ordenador y termina cubriéndose de basura, Estupor y temblores me pareció un libro bastante menos logrado que mi referencia anterior de la genial escritora belga Amélie Nothomb, nuestra lectura opcional de septiembre de 2013, Ni de Eva ni de Adán. Y es que los ocho años y siete libros que hubo de por medio seguramente tuvieron su efecto.

Sin embargo, al pasar de ese punto en la lectura, empezaron a aparecer las afiladas irreverencias y agudas ideas (cuasi desviaciones) que la Nothomb suele expresar en demoledoras frases rebosantes de humor cáustico, elegante pedantería y brutal profundidad. Frases como esas que yo estaba añorando de Ni de Eva ni de Adán.

Sin pretender hacer una injusta comparación entre un libro y otro, y más allá de que ambos sean autobiográficos, Estupor y temblores muestra a una joven de unos 22 años, novata, en el último eslabón de una vertical y aplastante cadena de mando, sometida bajo una atribulada condición laboral (y ese es un tema que se me hizo molesto y cansino hasta malhumorarme) y con una carga de permanentes maltratos y humillaciones; una víctima aún lejos de mostrarse como la enigmática y encantadora arpía por siempre libre que conocimos en Ni de Eva ni de Adán.

Fue precisamente por eso que dediqué un momento a buscar y comparar las fechas de los dos libros, y resulta que Ni de Eva ni de Adán abarca dos años de la vida sentimental de Amélie Nothomb, entre enero de 1989 y enero de 1991; mientras que Estupor y temblores narra los acontecimientos de su vida laboral entre enero de 1990 y enero de 1991. Es decir que ambos libros coinciden en tiempo y los sucesos narrados en ellos se traslapan. Sin embargo, Estupor y temblores fue publicado en 1999, mientras que Ni de Eva ni de Adán se publicó en 2007. De eso desprendemos que, aunque la Nothomb tenía los mismos años cuando ocurrieron ambas historias, hay una diferencia en la edad que tenía cuando las escribió, y quizá a eso se deba que se percibe un estilo más afirmado y pulido en la narración de su historia con Rinri que en el relato de su paso por Yumimoto Corporation.

Debo agregar, como paréntesis, que la naturalidad impertinente, cínica y desdeñosa con que Umberto Eco dota al Capitán Simón Simonini para que narre y estile los revueltos e intrincados hechos de la Europa del siglo XIX en El cementerio de Praga (que recién acababa de terminar cuando empecé a leer Estupor y temblores), también impusieron una marca dificilísima de alcanzar por cualquier libro y autor que le siguiera en orden. Para mi gusto, ni siquiera la Nothomb sale ilesa de un precedente como ese.

No obstante, no se me malentienda, me parece que Estupor y temblores es un muy buen libro (le doy 4 estrellas de 5 posibles) y me ha gustado mucho, sobre todo la segunda mitad. Harto como estaba de leer todos sus padecimientos en la compañía Yumimoto, reconozco que la autora nunca manifiesta autocompasión, y que la manera surreal en que escapa de esa penosa realidad, defenestrándose en un imaginario salto con panorámico y liberador vuelo incluido por sobre la ciudad, no es demasiado diferente de las formas escapistas que los empleados de todas las Yumimotos del mundo ensayamos a diario. En algunos casos extremos, es eso o el suicidio.

Eso da pie a que mencione una de las reflexiones que me dejó la lectura. Más allá del retrato cultural del Japón laboral que Amélie Nothomb traza y expone con ojos de superviviente, y de los elementos de tradición de mandos machistas y despóticos que condenan a las mujeres japonesas a elegir entre el "éxito" laboral y los logros personales y familiares, no pude evitar enfocarme en el retorcido concepto de éxito que nos inculca nuestra sociedad materialista y vacía, donde los modelos productivos y esquemas laborales imitan cada vez más el "admirable" ejemplo japonés, mismo que se eleva como ideal y meta. En ese orden, cito el fragmento con que Amélie Nothomb presiona la llaga lacerante de los miles y miles de empleados de minúsculos cubículos de oficinas alrededor del mundo:

"Los contables que pasaban diez horas diarias recopilando cifras me parecían víctimas sacrificadas en el altar de una divinidad carente de grandeza y de misterio. Desde tiempos inmemoriales, los humildes han dedicado sus vidas a realidades que los superan: en otros tiempos, podían por lo menos entrever alguna causa mística en semejante estropicio. Ahora, ya no podían ilusionarse. Entregaban su existencia a cambio de nada. ¿Y, fuera de la empresa, qué les esperaba a aquellos contables de cerebro lavado por los números? La cerveza obligatoria con colegas tan trepanados como ellos, horas de metro abarrotado, una esposa que ya duerme, el sueño que te aspira como el desagüe de un lavabo que se vacía, las escasas vacaciones en las que nadie sabe qué hacer: nada que merezca el nombre de vida. Y lo peor es pensar que a escala mundial esta gente son privilegiados."

Por supuesto, y gracias a su particular lírica y a sus deleitables arrebatos dramáticos, leer a la Nothomb siempre nos deja algo de poesía. Víctima como fue de Fubuki Mori, la bella jefa inmediata cuyo nombre significa "tormenta de nieve", Amélie contempla el rostro impasible de su despiadada superiora mientras le presenta su renuncia, y exclama para sí:

"Querida tempestad de nieve, si pudiera, sin demasiado esfuerzo, convertirme en el instrumento para proporcionarte placer, sobre todo no te molestes, acométeme con tus copos ásperos y duros, con tu granizo tallado como pedernal, tus nubarrones contienen tanta rabia que acepto convertirme en la pobre mortal perdida en la montaña sobre la cual descargan su cólera, recibo sin rechistar sus miles de perdigones helados, nada me resulta más fácil, y tu necesidad de cortarme la piel con ráfagas de insultos constituye el más hermoso de los espectáculos, disparas con cartuchos de fogueo, querida tempestad, me he negado a que me venden los ojos frente a tu pelotón de ejecución ya que hacía mucho tiempo que ansiaba contemplar un atisbo de placer en tu mirada."

Durante buena parte del sufrido relato, me sostuvo la ingenua expectativa de que algo cambiaría o se revertiría, de que se haría justicia de algún modo. A medida que me acercaba al final, me fui dando cuenta de cómo en cada línea que revelaba los aspectos más oscuros detrás de la belleza de Fubuki y debajo del éxito del admirable Japón, asomaba, sutil, el rostro de la venganza.


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